Cuando el fútbol tapa todo

Superclásico, crisis y elecciones. Cuarenta años atrás, la dictadura ocultó desaparecidos con goles.

Vuelven los Superclásicos y, todavía, hay quienes pretenden hacernos creer que, así lo dicen, «esto es solo un partido de fútbol». Se entiende la intención de muchos protagonistas por desdramatizar. Pero allí está todavía fresco todo lo que sucedió en la última final de la Libertadores exiliada a Madrid. Y algunas sospechas recientes sobre ciertos episodios que afectaron a River en la previa del duelo de este domingo en el Monumental. Es el primero de tres capítulos. Las semifinales de Libertadores serán el 1 de octubre otra vez en Nuñez y el 22 de octubre en la Bombonera. Con las elecciones presidenciales apenas cinco días después (27 de octubre). Y con un macrismo que no puede perder también a Boca, el equipo de Carlitos Tevez que celebrará sus propias elecciones en diciembre. Porque fue en Boca donde comenzó todo. Donde la pelota ayudó a construir un poder que hoy parece en estado de abandono.

¿En serio se trata solo de un partido de fútbol? El poder, es histórico, manipula las pasiones populares. Lo hacen las democracias y, más brutales, lo hacen ante todo las dictaduras. El sábado próximo se cumplen cuarenta años de uno de los triunfos más bellos en la historia del fútbol argentino. Y de una de sus manipulaciones más grotescas. Hablamos del Mundial Sub 20 ganado en Japón por la selección dirigida por César Menotti y en la que brillaban Diego Maradona y Ramón Díaz. Pero hablamos también del general Jorge Videla festejando en el balcón de la Casa Rosada. Saludando a estudiantes enviados a la Plaza de Mayo porque a esa misma hora, y a solo unos metros de allí, hacían fila cientos y cientos de familiares de desaparecidos. Eran familiares que, aún en medio de amenazas y silencios, por fin podían denunciar el horror. Y allí estaba la pelota, otra vez la pelota, usada para tapar todo.

El fútbol argentino, que venía de coronarse campeón mundial en 1978, por primera vez en su historia, comenzó a intuir la fiesta de Japón 79 el 26 de agosto en el debut en Omiya, 5-0 ante Indonesia, tres goles del Pelado Díaz, dos de Diego. Dos días después fue 1-0 a Yugoslavía (Osvaldo Escudero) y dos días más tarde 4-1 a Polonia (Maradona, doblete de Gabriel Calderón y Juan Simón). Ya todos nos despertábamos de madrugada para participar de esa fiesta de buen fútbol. Televisión en blanco y negro. Cuartos de final 5-0 a Argelia (Maradona, Calderón y tres del Pelado). Semifinal 2-0 a Uruguay (Díaz-Maradona) y final, 7 de setiembre de 1979 en Tokio, 3-1 a la Unión Soviética. Hugo Alves de penal y los dos siguientes del Pelado y de Diego, Botín de Oro y Balón de Oro, respectivamente, mejor goleador y mejor jugador del Mundial.

«Señores -dijo Menotti a sus jugadores antes de la final- ustedes ya son campeones. No me importa el resultado de este partido, ya demostraron que son los mejores del mundo. Nada de patadas o locuras. Vayan, jueguen y me divierten a los 35.000 japoneses que están en las tribunas». Horas después, concretado el triunfo, el diálogo, sin embargo, fue menos agradable. Videla estaba en los estudios de ATC. Y José María Muñoz en los de Radio Rivadavia. «Les impongo que deben buscar la nota de cualquier manera ya que la ‘cadena’ está esperando y hay que cumplir con el operativo». El «Gordo» Muñoz, relator popular, siempre dócil al poder, ordenaba a Juan Carlos Morales y a Tito Junco que ubicaran a Menotti. Videla habló primero con Maradona y luego con el DT. Menotti cerró el diálogo deseándole «éxito en su gestión». El Flaco, décadas después, aceptó que ese diálogo fue «una imbecilidad total». Que podría haberlo evitado.

José Gómez Fuentes abrió paso en ATC a la emisión en vivo de «Almorzando con Mirtha Legrand». La diva arribó por Figueroa Alcorta en un camión adornado por una gran escarapela. Ya dentro del estudio dio una vuelta olímpica con sus invitados. En Avenida de Mayo había móviles de ATC y de las radios Rivadavia y Mitre. Y Gómez Fuentes, Muñoz y Julio Lagos instando al público a llegar al lugar. «Vayamos todos a la Avenida de Mayo -reclamó el Gordo- y demostremos a los señores de la Comisión de Derechos Humanos que la Argentina no tiene nada que ocultar». Era la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la OEA presidida por el venezolano Andrés Aguilar e integrada por juristas eminentes de otros países. Venían a escuchar a las víctimas.

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El Ministerio de Educación, que ese mismo viernes dictó normas de cabello corto y vestimenta a los estudiantes, dio asueto y cientos de pibes fueron enviados a la Plaza. Videla los saludó desde el balcón. A muy pocos metros, estaban las filas de familiares que denunciaban desapariciones. Retratadas por supuestos fotógrafos, meros servicios de inteligencia. Autos y oficinas estaban dominados por pequeños autoadhesivos, con fondo de bandera argentina, que tenían la inscripción: «Los argentinos somos derechos y humanos». Slogan símbolo de esos días, idea -se supo luego- de la agencia de publicidad estadounidense Burson Marsteller, contratada en 1976 por la dictadura por algo más de un millón de dólares. «¿Cuál es la Argentina real? ¿Aquella alegre y festiva o esta triste y reclamante?», se preguntó el periodista Oscar Raúl Cardoso en una crónica documento, sin firma, publicada al día siguiente por el diario Clarín.

En rigor, autoridades de la Iglesia Católica, Sociedad Rural, medios de comunicación, cámaras empresarias y numerosas personalidades protestaron por la visita de la CIDH. La dictadura debió aceptarla presionada por el gobierno de Estados Unidos, presidido entonces por el demócrata Jimmy Carter, y tras infatigables gestiones de organismos de derechos humanos. Pero creó un clima hostil. Que la visita, era el argumento oficial, formaba parte de la «campaña internacional» contra la Argentina. Unos meses antes, el 22 de mayo, la dictadura se había desesperado porque, en plena trasmisión por TV del amistoso Argentina-Holanda en Berna, exiliados argentinos exhibieron un cartel que decía «Videla asesino». Entre ellos estaba el DT Angel Cappa. Como réplica, para el siguiente partido en Roma, la dictadura fletó un avión a un costo de 150.000 dólares, con los periodistas Julio Lagos y Mónica Cahen D’Anvers como caras visibles y muchos más, recibidos en Italia por el almirante Carlos Lacoste, hombre fuerte del Mundial 78. «Triunfo argentino», dijo la revista Siete Días. En setiembre, fueron las revistas de Editorial Atlántida las que hicieron punta para hostigar la visita de los «inspectores» de la OEA. Es una de las páginas más negras en la historia del periodismo argentino.

La manipulación, claro, incluyó a los propios campeones de Japón. Desde Brasil, fueron subidos a un avión militar hasta el aeroparque Jorge Newbery y en dos helicópteros a la cancha de Atlanta y de allí en micro que desfiló por la avenida Corrientes y llegó a Casa Rosada, donde los recibió Videla, a la vista de la Comisión de la OEA. «Ejemplo para nuestra juventud», les dijo el dictador. Entre los jugadores campeones estaba el defensor Jorge Piaggio. Y entre las víctimas denunciantes ante la OEA estaba su tía Elida del Pozo, madre de Guillermo Mezaglia, uno de los treinta mil. Con el tiempo, contó Piaggio a Guillermo Blanco, autor del libro flamante «El fútbol del sol naciente», sobre la gesta del Sub 20 campeón en Japón, «supe que a mi tía la cagaron a palos». «Todo eso -agregó Piaggio- fue una mezcla de gloria y drama que quedó ahí para siempre». Su compañero Juan Simón lo graficó mejor que nadie: «Viendo ATC, nosotros creíamos que vivíamos en un país de maravillas». En dos semanas, la Comisión recibió 5.580 denuncias. Entrevistó a decenas y visitó cárceles. No encontró nada extraño en la ESMA. Los presos habían sido trasladados al Tigre, a la isla El Silencio, cercanías del Río Paraná Miní, parte del delta del Paraná. Encapuchados, con grilletes en los pies y esposas en las manos. Tirados en el piso de la lancha de Prefectura y tapados por una lona. Fue una mañana de viento y río picado. 7 de setiembre de 1979.

 

 

Es periodista desde 1978. Año de Mundial en dictadura y formidable para entender que el deporte lo tenía todo: juego, política, negocio, pueblo, pasión, épica, drama, héroes y villanos. Escribió columnas por todos lados. De Página 12 a La Nación y del New York Times a Playboy. Trabajó en radios, TV, escribió libros, recibió algunos premios y cubró nueve Mundiales. Pero su mejor currículum es el recibo de sueldo. Mal o bien, cobró siempre por informar.