Coronavirus y el “sesgo halo”

La ciencias de la conducta nos dan un paliativo contra la infodemia, en un momento donde emisor y mensaje deben ir de la mano.

“Lo que no me gusta para nada es que la opinión de un entrenador de fútbol sobre un tema serio como este, sea importante”, contestó el DT del Liverpool, el alemán Jurgen Klopp, cuando le preguntaron que debía hacer el mundo del fútbol ante la crisis del Coronavirus. … no es importante lo que la gente famosa dice. Las personas que sí saben sobre el tema hablarán y van decir: ‘hay que hacer esto o lo otro y las cosas irán bien o no’. Pero no los entrenadores de fútbol. No lo entiendo. Política, coronavirus, ¿por qué yo?… Yo soy un simple tipo que lleva una gorra de béisbol y va mal afeitado».

Digamos todo: Klopp, a pesar de su aspecto de bañarse sólo cada vez que sale campeón, es un tipo que cae simpático. Y más simpático me cayó cuando lo escuché responder con más sentido común que humildad a la pregunta poco razonable del periodista. ¿Qué me preguntás a mí sobre estos temas? ¿Qué se yo de epidemiología? Que haya ganado la Champions League no me habilita a hablar de cualquier cosa.

Sin demasiado esfuerzo nos damos cuenta que por más que los periodistas pregunten sobre medicina al 6 de Racing (y el tronco encima responda) o del futuro de la economía mundial a un literato que se larga a decir que el virus hará el mundo marche hacia el capitalismo salvaje o hacia dictaduras maoístas, estas personas estarán hablando sobre cosas de las que no saben. O al menos no son los temas por los cuales los escuchamos y volvemos famosos: al áspero marcador central porque revienta la pelota y la saca del estadio, y al escritor porque su literatura nos entretiene y llena de ilusión.

Las Ciencias de la Conducta

De estas luchas entre nuestras decisiones “racionales” e “irracionales” se ocupan las ciencias de la conducta o la llamada economía del comportamiento. Solemos asumir que tomamos decisiones racionales, sopesadas, elaboradas, coherentes, que reflejan profundamente lo que “pensamos”. Pero la verdad es que la mayoría de las veces resolvemos de manera mecánica, intuitiva, rápida, yendo del estímulo a la acción en forma directa. Sin pensar.

En los noventa dos psicólogos israelíes (Amos Tversky y Daniel Kahneman) descubrieron que, a pesar de que nos creemos muy vivos y pensantes, son pocas las decisiones que tomamos luego de profundos análisis de costos y beneficios, y de pros y contras. Pero también descubrieron que, si bien no tomamos en todos los momentos decisiones racionales, nuestras conductas intuitivas pueden ser sistematizadas, organizadas y predichas.

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A partir de ese hallazgo, las Ciencias de la Conducta se volvieron determinantes en la consideración académica y en el diseño de políticas públicas. Los premios Nobel de Economía de 2002 y 2017 fueron entregados a Kahneman (el primer no economista en obtenerlo) y Richard Thaler. En el mundo ya 200 unidades gubernamentales trabajan sobre estos principios, enfatizando que en muchos casos las políticas públicas que apuntan a influir sobre la racionalidad de las personas no alcanzan a modificar sus comportamientos. Lo que buscan es entender primero que “sesgos” pueden influir en cada conducta o situación. Luego tratan de buscar algún “pequeño empujón” o “nudge” que lleve a cambiar un comportamiento automático por uno racional para cumplir una norma o tener una conducta que beneficie al ciudadano o la sociedad, o que se aproveche de ese comportamiento inconsciente para cambiar una conducta.

Veamos un ejemplo. Conducir automóviles es algo que hacemos casi como autómatas, sin darnos cuenta que estamos haciendo (¿Cuántos de nosotros nos acordamos cómo llegamos desde nuestro casa al trabajo, luego de manejar una hora?)  Un “empujón” que nos hace salir del piloto automático es, por ejemplo, el pintado de rayas verticales u oblicuas sobre el pavimento. Con la vibración que se produce en el volante, nos “despertamos” y prestamos más atención a un cruce o a una curva peligrosa. Y un “nugde” que pinta carriles bien angostos en una calle de varias manos se aprovecha de nuestra inclinación intuitiva de meternos dentro del carril. Al circular por una vía delimitada angosta con pintura, sin darnos cuenta bajamos la velocidad y también, a bajo costo y sin siquiera tener la necesidad de pensar, cumplimos con los límites que impone la ley.

El “sesgo halo”

En relación a las personas famosas, lindas o prestigiosas, las ciencias de la conducta han reelaborado algunos principios ya estudiados en psicología hacia 1920, el «sesgo halo». La credibilidad o cualidades que otorgamos a personas reconocidas en un área específica, lo extendemos a campos fuera de su ámbito de capacidad profesional o hasta de su apariencia física.

En un estudio se mostró a un grupo de estudiantes un texto muy mal escrito y se dijo que una mujer era su autora. Se les pidió que evaluaran la calidad del texto en una escala del 1 al 9. Cuando se les enseñó una foto de una mujer atractiva como autora de la nota, la nota media fue de 5,2. Cuando la foto era de una mujer no atractiva según los cánones hegemónicos la nota media fue de 2,7. Inconscientemente, se extendió la visión favorable o desfavorable sobre el aspecto físico de chica al producto de su trabajo. Lo negaremos una y mil veces, pero cosas como ésta nos pasan todos los días, sin que siquiera nos demos cuenta.

La publicidad utiliza este sesgo frecuentemente. Los valores y las sensaciones asociadas al famoso o famosa o al lindo o linda tratan de ser extendidas al producto, creando de este modo un «halo» de valoraciones positivas que tiene su origen en lo que opinamos de la celebridad. Seamos conscientes de este sesgo: que Ronaldo o Messi sean buenos jugando al fútbol, no quiere decir que sus opiniones sobre un shampoo o una gaseosa signifiquen algo a lo que le debamos prestar atención.

Y coronavirus mediante, todos los días cuando prendemos la tele o la radio debemos tener presente el efecto “halo”. Escuchamos a diario a periodistas, ex jugadores de fútbol, políticos, artistas, peluqueros de las estrellas, y banqueros opinar (generalmente a los gritos) con la prestancia de un científico del Instituto Leloir sobre la resiliencia del COVID 19, la exactitud de los modelos matemáticos, la efectividad del aislamiento, la cantidad (poca, mucha o adecuada) de testeos, y mil etcéteras más.

Saber que existe este “sesgo del halo” nos puede ser de gran utilidad en estos momentos de infodemia. Las ciencias de la conducta nos darían varios “pequeños empujones” para que no caigamos en la trampa. 

Primero nos sugeriría tomar conciencia de la existencia de esta vocación de alguna gente famosa o prestigiosa de hablar no sólo de lo que sabe, sino de también de lo que no sabe pero cree que sabe. 

Luego, descubrir que esto pasa no sólo en el fútbol sino en todos los ámbitos. En la tele virósica, a cualquiera le resulta fácil juntar tres noticias y creerse epidemiólogo. 

Y finalmente, el último “nudge” sería que le prestáramos atención a cada persona dentro su ámbito: a Ruggeri sobre cómo mandar en la defensa de un equipo de fútbol, y a los científicos sobre cómo portarnos en estas épocas difíciles de pandemia.

Es que no hay muchos como el bueno de Klopp, que cuando le preguntan algo que no sabe, no contesta.

Abogado dedicado al derecho administrativo y ciencias de la conducta, docente universitario y actualmente Director de Análisis Estratégico en la Secretaría de Asuntos Estratégicos de la Nación.