¿Qué hacer con los discursos de odio?

Qué son y qué podemos hacer para revertirlos. Un escándalo por resultados falseados en un prestigioso laboratorio de Argentina. Y el último capítulo del podcast de Nature sobre ciencia y política.

Holis, ¿cómo andás? Yo acá, matada. Te escribo, después de varios meses fuera de casa, desde el glorioso barrio del Abasto, hogar de Gardel y Luca (y de Calabria y Romeo). Estoy rodeada de nuevos colores y de cajas. De agotamiento y emoción por mi nueva biblioteca, la puertita para gatos entre la cocina y el patio, mi cocina rosa. Las obras son muy estresantes. Y este país también.

Y salgo corriendo

Entre las cosas más útiles que aprendí en estos años, una es irme de vacaciones. Me desconecto en serio. Así que me enteré del intento de asesinato a CFK cuando volví. Conmoción y confusión. La conmoción duró lo que tardé en aceptar que no me estaban haciendo una joda. La confusión tardó un poco más.

Lamentablemente, la confusión ya no es sorpresa. Me esperaba análisis del tipo: “Este atentado es consecuencia de los discursos de odio”. Pero la anticipación no detiene la incomodidad ante lo que no solo es burdo, sino también profundamente incorrecto. En la última edición del recomendadísimo newsletter “No somos una hermandad”, de Celeste Murillo, se cita una entrevista a Micaela Cuesta (doctora en Ciencias Sociales y coordinadora del Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos de la UNSAM), en la que sostiene que no hay una “causalidad mecánica” entre discursos y actos aunque las expresiones de violencia política tengan relación con la legitimación de este tipo de acciones.

¿A qué voy con esto? A que aunque no lo justifique de ninguna manera, a la hora de analizar un intento de homicidio a una vicepresidenta, olvidarse de las condiciones estructurales de pobreza, desempleo, desigualdad en el acceso a la salud, pérdida de poder adquisitivo y todas las cosas que bien sabemos por experiencia, es de una pereza cognitiva asombrosa. Como si la violencia se generara solo con palabras y el ejercicio del poder institucional no fuera violento.

Como trabajadores de los medios, estamos en un momento en el que para repudiar un hecho y que no queden dudas de nuestra posición hay que ser simplista y taxativo. En su último newsletter sobre coyuntura política, Iván Schardgrosky habló de “una práctica bastante habitual y para nada original en la que, a través de un recorte de 24 segundos sobre una conversación de casi tres horas, se me atribuye ‘estar en contra de la democracia (sic)’”. Todos tenemos miedo de que agarren una oración suelta en la que decimos algo que se puede interpretar de la forma más terrible posible. Pero en Cenital nos negamos a aceptar que estas puedan ser las reglas del juego. Es, sin duda, hacer trampa. Así que en esta edición me voy a sumar con un humilde aporte a la extraordinaria cobertura que están haciendo mis compañeros y que tanto me ayudó a salir del desconcierto inicial.

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Eres algo horrendo

Sin más preámbulos, empecemos por el principio: ¿qué sabemos sobre los discursos de odio? Esto te lo dije muchas veces, pero una más no hace daño: cuando quieras conocer lo que en investigación se llama “estado del arte”, que es algo así como los datos y discusiones vigentes sobre un tema, tenés que buscar “systematized reviews” o revisiones sistemáticas. ¿Qué son estos estudios? Compilaciones grandes sobre las publicaciones sobre cierto tema que te resumen lo que se sabe hasta el momento, lo que no, lo que se quiere saber y lo que se está debatiendo.

Esta revisión se ocupa de los discursos de odio, porque si vamos a andar vinculando hechos graves con conceptos complejos mejor tener claro a qué nos referimos, ¿no? En este caso, el estudio se hizo sobre investigaciones en español y en inglés indexadas en las secciones de comunicación y estudios legales de la biblioteca Web of Science. Va un resumen:

  • La bibliografía legal intenta definir “discurso de odio” y “crimen de odio” con la intención de aplicar sanciones institucionales. En el caso de los estudios en comunicación, el análisis de dichos discursos es clave para entender el tipo de mensaje, sus emisores, cómo generan adherentes y cómo interpretarlos.
  • En 2013 los estudios dedicados al tema eran 42; en 2018, 162.
  • Los discursos de odio son afirmaciones conscientes y voluntarias con la intención de denigrar a un grupo particular de personas. Se da en formas verbales y no verbales y, deliberadamente, adopta modos evasivos, ambiguos y metafóricos, lo que hace difícil su identificación. Además, se articula alrededor de estereotipos negativos aceptados socialmente y, consecuentemente, no identificados como tales. Presuponen que los grupos objetivo tienen intenciones maliciosas o manipuladoras y usan un lenguaje con altas cargas emocionales y negativas para alentar al público a tomar cartas en el asunto. Por último, establecen jerarquías sociales basadas en la desigualdad y la dominación.
  • Dada la amplitud y la complejidad del objeto de estudio, las investigaciones sobre el tema dan definiciones generales y especifican el marco teórico a partir de las estrategias discursivas puntuales sobre las que trabajan.
  • El análisis lingüístico es útil pero insuficiente, ya que los discursos de odio involucran emisores, receptores, mensajes, canales e interacciones además de efectos e interpretaciones que alimentan el miedo, el abuso y la discriminación.
  • Hay un amplio consenso en atribuir características especiales a los discursos de odio en el contexto de las redes sociales. Por ejemplo, los discursos racistas en internet se manifiestan con pocas limitaciones emocionales. Esto puede ser atribuido al anonimato, pero también a la generalización de nuevas lógicas como el post-racismo (“ya no hay esclavos y todos tenemos los mismos derechos”).
  • Por lo general, en Twitter estos discursos se presentan de forma simple, impulsiva y ofensiva. En Facebook, hay estudios que muestran la existencia de perfiles falsos que imitan y exageran el radicalismo islamista con el objetivo de aumentar el odio hacia todos los musulmanes.
  • En cuanto a los perfiles psicológicos de los promotores de odio, pareciera haber dos motivaciones primordiales: la adrenalina que genera un debate y la autopercepción de sí mismos como guardianes de la justicia.
  • Hoy existen dos modelos legales: el estadounidense, que defiende la libertad de expresión y censura solamente los discursos que incitan a cometer un crimen. Y el europeo, que condena cualquier tipo de adhesión a discursos de odio al considerar que las declaraciones contra la igualdad y la dignidad de cualquier grupo marginalizado son en sí mismas un delito, aunque no haya una promoción directa de la violencia.
  • Un tercer modelo propone que más que centrarse en medidas punitivas se deberían diseñar políticas de apoyo a los grupos y comunidades afectadas por los discursos de odio para que puedan responder, además de buscar mecanismos alternativos para condenarlos cuando no entran en los parámetros de lo que es considerado ilegal.
  • La mayoría de los autores de los papers en español defienden el modelo europeo y consideran que los perpetuadores de discursos de odio no son disidentes políticos sino que buscan diseminar ideologías que han causado y pueden causar millones de muertes.
  • Un análisis de 250.000 tweets en español respecto del atentado a la redacción de la revista satírica Charlie Hebdo identificó 4 tipologías de discursos de odio: incitación directa a la violencia/ amenaza de carácter físico; ofensas al honor y/o a la dignidad; incitación directa a la discriminación y ofensas a la sensibilidad colectiva. Al aplicarlas sobre los 158 comentarios publicados en dos grupos de Facebook, a propósito de la decisión de las FARC colombianas de presentarse a elecciones, se concluyó que el feedback dependía más del mensaje inicial que de la postura política de los comentaristas.

Hasta acá todo muy lindo, pero ¿qué hacemos?

  • La revisión sistemática de la que te vengo hablando señala que estaría bueno hacer un mapa de los discursos de odio en cada país para identificar cuáles son los grupos más perseguidos, la retórica más difundida, las emociones a las que se apela y con qué intensidad. Esto ayudaría a comparar y a partir de ver las diferencias y similitudes entre lugares, evaluar mejor qué medidas tomar para contrarrestar los efectos.
  • Este trabajo muestra los resultados de un experimento en el que se usaron al azar tres estrategias de contramensaje (empatía, advertencias y humor) sobre usuarios de Twitter que publicaron mensajes xenófobos o racistas en inglés.
  • La empatía obtuvo ligeros mejores resultados, tanto en lo que respecta a borrar esos tweets como en la publicación de otros en las 4 semanas posteriores a la intervención, que consistió en una respuesta pública al tweet durante las 24 horas posteriores a su publicación desde una cuenta bot de alrededor de 100 seguidores controlada por un humano y creada un mes antes.
  • Las cuentas no contenían información sobre género, etnia o nacionalidad del usuario; las publicaciones anteriores no tenían contenido político.
  • En el caso de la estrategia empática, los mensajes eran algo tipo: “Para las personas afroamericanas leer cosas así es muy doloroso”. Para las advertencias acerca de las consecuencias de publicar algo así: “Che, acordate que la gente que conocés en la vida real también puede ver lo que publicás”. En el caso del humor, se posteaba un meme de un animal diciendo cosas como: “Es hora de cerrar Twitter”.
  • Después de la intervención, 230 de las 1.350 cuentas se pusieron candado o fueron suspendidas por Twitter, así que se sacaron del análisis.
  • Por supuesto, los efectos de las intervenciones no pueden atribuirse de forma directa y completa a la intervención, pero tira una punta útil para unificar la estrategia y ver qué pasa, ya que otros estudios han mostrado resultados similares cuando se trata, por ejemplo, de lidiar con personas antivacunas (una forma empática de lidiar con ellos sería contarles historias de personas que perdieron a sus hijos por un sarampión).

Eres tú otra vez, oh no

No es lo mismo diseminar odio que sentirlo. Y en comunicación la línea es muy fina. Una es una señora a la que un hecho le puede resultar aberrante, indignante, inaudito. Pero siempre se tiene que hacer esta pregunta: ¿si hago públicas estas sensaciones estoy generando un chisme o difundiendo información para tomar este episodio como disparador y pensar más profundamente sobre un tema?

Lo que te voy a contar ahora me costó. Resulta que hay una página que se llama For Better Science que es medio el Intrusos de los científicos. Se dedican a buscar truchadas en los papers y publican notas con nombre y apellido de los autores. Hace menos de un mes, sacaron un artículo sobre varios trabajos publicados por el Laboratorio de Mecanismos Moleculares de Carcinogénesis del Instituto de Biología y Medicina Experimental (IBYME), dirigido por Patricia Elizalde.

Para entender qué fue lo que pasó, llamé a mi amiga Julieta Alcain, doctora en Química Biológica y trabajadora del Instituto Malbrán. También la llamé porque es colega en esto de la comunicación científica y viste que una amiga es una luz y te permite pensar mejor cómo hacer lo que querés hacer aun cuando estás enojadísima y tu impulso es cero constructivo.

La cosa es así (te transcribo tal cual a Julieta): “En el contexto de ciertas enfermedades, como por ejemplo el cáncer, se afectan algunos procesos celulares. Especialmente, cambian las cantidades de ciertas proteínas. En los laboratorios se puede estudiar cómo cambian las cantidades de esas proteínas en las células usando una técnica que se llama Western blot. El resultado del Western es una foto de una raya negra que es más gruesa cuanta más proteína hay en la célula. Es muy común presentar directamente esa foto en los resultados de los papers, junto con algún análisis estadístico. Además es importante decir que estos experimentos se hacen varias veces, como para confirmar que no es una cosa de una sola vez, sino que el resultado es consistente en distintas condiciones (como el día, el lote de reactivos o el experimentador).

De entrada se asume buena fe de parte de los investigadores: nadie está presente en el laboratorio para ver si la proteína que dicen mostrar es realmente la proteína que analizaron, y en principio no hay ninguna razón para dudar de un resultado. Pero algunas veces (y esto es un fenómeno mundial) se han detectado casos de fraude. Ya sea volver a usar una foto que fue publicada en un artículo anterior o duplicar una raya, o sea, copiarla y pegarla al lado, y hacerlo pasar como dos condiciones distintas. Estos son los problemas que se detectaron en los papers de esta reconocida investigadora argentina, pero que no es el primer laboratorio en que se detecta, y casi con seguridad no será el último”.

Esta foto la publicaron en un paper anterior al del escándalo:

Y esta en el susodicho:

*El meme es de una famosa escena de The Office y dice: son la misma foto

Sigue Julieta: “Me parece importante aclarar algo: un artículo científico siempre es una versión ‘retocada’ de la realidad del laboratorio. Siempre se muestra una ínfima fracción de experimentos (los que funcionan), mientras que no se muestran muchísimos datos que no sirven. Cuando hay que mostrar una foto de un experimento que se hizo muchas veces, naturalmente, siempre se elige ‘la foto más linda’”. En definitiva un artículo narra una historia que tiene que dejar la menor cantidad de cabos sueltos, y en esa búsqueda se incorporan o descartan datos deliberadamente. Eso no está mal. Obviamente, hay una línea clara entre resaltar el mejor perfil de una investigación e inventar un resultado que no existió, pero en cualquier caso eso queda en manos de quienes están trabajando para entender qué fue lo que pasó en este caso, y quiénes son los responsables”.

Respecto al esclarecimiento de la responsabilidad, fuentes cercanas al IBYME (bueeena #OffTheRecord), confirman que el Instituto elevó un pedido de investigación al CONICET y que esperará los resultados para tomar decisiones. “Se lavaron las manos”, afirman sin eufemismos. Por otro lado, la doctora Elizalde negó todo. En mi opinión, la peor estrategia posible. Realmente son la misma foto y podría haber aprovechado su condición de jefa, y esto de la buena fe de la que habla Julieta, para decir algo así como: “Los becarios me traen los resultados y yo escribo”. También, por supuesto, existe la posibilidad de responsabilizarse y mandar una onda: “Si esto sucedió en el contexto del laboratorio que dirijo sin dudas he pasado algo por alto, no solo me comprometo a colaborar con la investigación del CONICET sino que iniciaré una indagación exhaustiva hasta saber exactamente lo que pasó” (mi papá decía: “Cuando sos jefe los errores son tuyos y los aciertos son del equipo”).

En esto de intentar salir del episodio, es importante algo que dice Julieta: “Todos estos problemas tienen como base la lógica perversa de publicación y evaluación científica bajo el paradigma de ‘publish or perish’ (publicar o morir), en el que se evalúa la cantidad de trabajos publicados en revistas de alto impacto, en las que, dicho sea de paso, los costos de publicación son de altos a prohibitivos (hablamos de miles y, en ciertos casos, decenas de miles de dólares), y que presionan a los investigadores a producir resultados publicables para continuar en el sistema, incluso a veces hasta cruzar el límite de lo éticamente correcto. Cuando se combina esta presión por parte del sistema científico con la falta de escrúpulos de ciertos investigadores, el fraude está a la orden del día”.

Si Elizalde sabía o no es muy difícil de probar y más difícil aún es saber si no fue ella misma quién instó a sus becarios a truchar los resultados. Las presiones son sistémicas pero sus expresiones particulares se dan dentro de microexpresiones de la gran estructura de poder. En el ejercicio de imaginar de posibles respuestas al escándalo quedó muy claro que siendo jefe es bastante fácil desentenderse.

Por último, lo de siempre. Si alguien te dice “esto no es opinión, es evidencia científica” vos te levantás y me llamás.

Me caigo de espaldas

Hoy nos toca resumir la tercera y última entrega de “Atenete a la ciencia’’, el podcast de ciencia y política de Nature del que estuvimos conversando en las últimas dos ediciones. Si bien el sistema científico tecnológico como institución productora y reproductora de las condiciones estructurales de la organización social es un tema transversal a este newsletter, creo que al hablar de odio viene especialmente bien seguir profundizando sobre el enclave de las ciencias en el sistema político.

Las teorías conspirativas que tanto nos preocupan tienen mucho que ver con la bronca y la impotencia, que son precondiciones del odio. Las ciencias se presentan como la “voz de la verdad” de las instituciones que producen la desigualdad que provoca estos sentimientos y reacciones. Por supuesto no estoy diciendo que haya discursos de odio hacia las ciencias, pero sí que hay un rechazo, que está bastante justificado y que se articula de forma discursiva. Y que hay una parte de eso que es la resistencia de las mismas ciencias a aceptarse como un producto coyuntural, dependiente del contexto general e inmediato. Así que el resumen del episodio de hoy va con la esperanza no solo de que podamos pensar en términos más complejos que ciencia vs conspiranoia, sino también de que usemos esas reflexiones para acercarnos.

Vamos entonces:

  • Una razón para sostener que las ciencias y la política son dos cosas separadas es que así podés decir que las cosas que no te gustan son políticas y las que sí, ciencia. Por ejemplo, cuando alguien dice que un estudio eligió estándares inadecuados para definir qué es polución y qué no, podés decir que “fue una decisión política” y cuando ves una investigación que te gusta podés decir que “no son los mismos estándares del sistema legislativo, pero creo que son mejores para mostrar la realidad”.
  • Muchas veces, las decisiones acerca de qué es un buen artículo y qué no se toman viendo caso por caso y esto confunde porque no parece haber un procedimiento estandarizado para definirlo.
  • Ni en la visión más clásica e idealista la ciencia está “libre de valores”. Se supone que valora el conocimiento sobre la lealtad, las convicciones personales y la fe. Mientras tanto, para muchos las emociones y la fe son motivaciones esenciales.
  • Decir que hablar de la relación de ciencia y política es “politizar la ciencia” es entender mal las ciencias. Esta idea implica la noción de que hay hechos verdaderos que están siendo distorsionados para alcanzar objetivos políticos. Pero la ciencia está intrínsecamente politizada porque se trata básicamente de introducir afirmaciones sobre hechos basadas en argumentos sobre valores y preferencias acerca de cómo debería ser el mundo.
  • Lo que pasó con la gestión de la pandemia es un buen ejemplo sobre que no hay una versión verdadera y una falsa del mundo, y que la verdadera es la científica. Todos los países consultaron con sus expertos. Pero los expertos no dijeron lo mismo en todos los casos.
  • El modelo de “las dos campanas” se usa también en el periodismo científico. La idea detrás de esto es impedir el sesgo del periodista y que presente solo el argumento a favor de lo que cree. Pero con algunas cosas es un re problema, como con el cambio climático.
  • En algunos casos, entonces, hay cosas que sí se tienen que abordar como hechos. El cambio climático es una. Y los argumentos son científicos, pero eso no quiere decir que las ciencias estén en lo cierto en cada cosa que dicen.
  • Cuando un periodista científico hace bien su trabajo, informa desde el lugar donde recae el mayor peso de la evidencia. A veces eso es un no-lugar porque el debate está muy salado. Otras no. Y eso es lo contrario a lo que dicen quienes hablan de politización de las ciencias. Es, en efecto, el enfoque menos politizado posible, aunque sea sumamente político.
  • A su vez, la evidencia fuerte está a un paso de poder ser utilizada para empujar agendas. Para que esto no pase, es importante entender que la expertise que sostiene esa evidencia no está compuesta solo de títulos académicos, sino de experiencias muy diversas que contienen un montón de información sobre el problema a abordar. Esas experiencias tienen que estar incluidas en nuestra noción de “política basada en evidencia” o lo de basado en evidencia no será tal cosa. Las ciencias no son una cosa mágica que produce soluciones totales.

Siento tener que marcharme de aquí

Me despido pensando en que odio la idea de que el amor vence al odio. No creo que al odio haya que vencerlo, sino conquistarlo. Los sentimientos fuertes son también interés. Y después de todo, la ciencia es el cauce que le damos a nuestras emociones para lidiar con lo que nos interesa.

Te mando un beso enorme,

Agostina

p/d: la canción de hoy es de una banda que me gusta mucho porque refleja todo lo que es una fiesta de señoras y el domingo cumplo años.

Soy comunicadora científica. Desde hace tres años formo parte del colectivo Economía Femini(s)ta, donde edito la sección de ciencia y coordino la campaña #MenstruAcción. Vivo en el Abasto con mis dos gatos y mi tortuga. A la tardecita me siento en algún bar del barrio a tomar vermú y discutir lecturas con amigas.