Chile y el proceso constituyente: hacia un nuevo despertar

Las claves para seguir el antes y después del plebiscito.

De un largo tránsito desde el estallido del 18 octubre del 2019 y la pandemia del COVID-19 del 2020, este domingo Chile sale a votar. Después de un prolongado confinamiento sanitario, pero también político y social, un total de 14.855.719 electores tienen la decisión de aprobar o rechazar la propuesta de redactar una Nueva Constitución y, en caso de ser aprobada, escoger el órgano constituyente de la nueva Carta Magna: una Convención Constitucional integrada en su totalidad por ciudadanos electos contando con una participación paritaria, o una Convención Mixta integrada por una mitad de parlamentarios y otra de ciudadanos. 

El acto electoral del domingo tiene poco de incertidumbre sobre la decisión final: es extremadamente esperable que el Apruebo y la Convención Constitucional (CC) ganen por amplia mayoría tal como lo indican todos los sondeos. Asimismo, el clima anímico -tanto en redes sociales, como en los pocos escenarios de encuentro en el espacio público- denota una mayoritaria ansiedad de salir a decidir sobre el anhelo de un nuevo pacto social para Chile. 

Sin embargo, a pesar de estar todo aparentemente resuelto hay dos elementos de especial análisis de la elección misma que permitirán proyectar el éxito o fracaso de este punto de partida: en primer lugar, la diferencia entre ambas votaciones, es decir la diferencia de los guarismos entre Apruebo versus Rechazo y Convención Constitucional versus Convención Mixta. Y, en segundo lugar, el porcentaje de participación en general, sumado a dos variables: la periferia urbana (especialmente del Gran Santiago) y el segmento de los jóvenes. 

La diferencia de porcentajes sobre el resultado de ambas votaciones reside en lo simbólico de cómo fue acordado el proceso constituyente: la redacción de una norma en una nueva constitución debe por un quórum de dos tercios de los miembros en ejercicio de la Convención. ¿En qué se traduce esto? para que una norma vea la luz en el nuevo texto, debe ser aprobada por más de un 66,7%, esto quiere decir que un porcentaje mayor a este tanto de la opción Apruebo como de la CC, permitirá avizorar futuras decisiones que tomara el órgano constituyente: la fuerza del proceso se proyectará si tenemos cifras más cercanas -o superiores- al 70%, que al 60%.

El otro elemento por sopesar es sobre la participación, en tres variables: participación total, participación juvenil, y participación de la periferia urbana (especialmente del Gran Santiago). 

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Participación general

Tal como indica la Figura 1, desde el año 2012 se pone en marcha el voto voluntario, cayendo la participación a niveles dramáticos que apenas superan la mitad de los electores. El análisis que realiza Axel Callis, director del área electoral de la Fundación Chile XXI y la Encuestadora Tu Influyes, caracterizando la participación electoral como la variable clave en el futuro de Chile es indispensable para analizar los resultados del proceso. 

En términos generales entre primera vuelta y ballotage votan cerca de 8 millones de personas (un 54% aproximadamente), por tanto, el puntapié inicial en el éxito del proceso radica en que la participación electoral supere con creces el 50% latente de las últimas elecciones, un resultado que supere 8 millones y se acerque a los 10 (54%-68%) se encaminará en un fortalecimiento del proceso, mientras que más cerca y se superen los 10 millones de electores (cercano al 70% o más) estaremos ad-portas de una revolución electoral que muy probablemente provoque un reequilibrio en la correlación de fuerzas del sistema político chileno (para su buena salud). 

Por otro lado, el elemento principal que puede ser la limitante en la participación es el miedo al contagio del COVID-19, sin embargo, la disminución sostenida de casos en el territorio nacional (salvo algunas excepciones) sumado a la relevancia histórica del proceso, pareciera no tener una gran influencia en lo que proyecta ser la elección con más votos en la historia de Chile.  

Gráfico, Gráfico de barras

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Figura 1. Participación electoral en Chile desde la vuelta a la democracia.

Participación juvenil

Figura 2. Distribución del Padrón electoral. Fuente: Elaboración propia en base a datos SERVEL

El segundo elemento por considerar en el ítem participación son los votantes del segmento joven, caracterizando este grupo como aquellos cuya edad oscila entre 18 a 29 años, siendo un total de 3.229.538 electores que representan un 21,8% del padrón (Figura 2). La participación de esta franja etaria en los últimos años ha sido exigua, muy en contraposición a la participación protagónica juvenil en la protesta social iniciada el 18-O del 2019, tal como caracteriza el Núcleo de Sociología contingente de la Facultad de Ciencias Sociales de la U. de Chile.

La baja participación electoral juvenil se vio reflejada en la última elección presidencial (Figura 3), en donde apenas un 35% se hizo presente para emitir su voto, graficando: un joven salió a votar, mientras que dos se quedaron en su casa. Por tanto, la segunda clave es cuántos jóvenes participarán. El proceso se encaminará positivamente si la concurrencia de este segmento que va de los 18 a los 29 años se acerca (o idealmente supera) al porcentaje de participación general. 

Figura 3. Estadística de participación por rango de edad y sexo Segunda Votación Presidencial. Fuente: SERVEL

Participación de la periferia urbana 

El tercer elemento es la participación de los sectores periféricos urbanos, especialmente del gran Santiago. Consideramos periferia a todo el arco urbano de la Región Metropolitana de Santiago que no es parte de la zona céntrica o de la zona oriente; sin embargo, hay que poner el acento en las más numerosas: Puente Alto, Maipú, La Florida, San Bernardo, Peñalolén. Pudahuel y Quilicura.  Asimismo, ciertas zonas de las comunas del Gran Valparaíso y del Gran Concepción. 

La participación de las comunas periféricas es muy baja en relación con las comunas más ricas del país. Tomando en consideración la realidad de la Región Metropolitana respecto a la última elección presidencial la comuna más pobre –La Pintana– tiene una participación del 37%, versus un 73% de Vitacura, la comuna más rica de Santiago, en una relación de 1:2. 

El grueso de la composición de los manifestantes en las protestas de Santiago proviene de estas comunas de la periferia, en donde la participación electoral en los últimos años ha sido muy inferior al promedio nacional, y hay un marcada y notoria distancia entre las comunas periféricas y las de las zonas centro (salvo Santiago Centro) y oriente (Figura 4). Por tanto, el tercer factor a considerar es la participación de los sectores periféricos, asimismo a la situación anterior: el proceso será saludable si la participación en los sectores populares se asemeja, o supera el índice general de participación nacional. 

Figura 4. Participación electoral a nivel comunal 2017, Área Metropolitana de Santiago, en base a la población en edad de votar.

Realizando una transposición de las tres variables destacadas, el cuadro ofrecido hoy es de una muy baja participación juvenil en las zonas periféricas en las tres áreas señaladas del gran Santiago (Figura 5), gran Valparaíso (Figura 6) y gran Concepción (Figura 7): la desigualdad en Chile se refleja en los niveles de participación electoral; en Chile el voto reproduce los sesgos y diferencias de clase, siendo además los jóvenes quienes menos ejercen su derecho a voto.

Tomando en consideración los tres aspectos relevados anteriormente, podemos concluir que, a mayor participación de los jóvenes de la periferia, es decir, mientras más se acerquen al porcentaje general las cifras de votación del segmento de 18 a 29 años de las comunas populares, será un avance no sólo sobre sus índices anteriores,sino sobre el proceso en general. Esto sin duda significará un punto de partida para que aquella generación que salió con más ímpetu a las calles el 18-O del 2019 transforme este Plebiscito Constitucional en un hito político fundante de sus vidas; que para la amplia mayoría de jóvenes su primer voto sea decidir sobre cuál es el país que quieren será un gran paso para poder comenzar a rehabilitar la ruptura entre lo social (la calle) y lo político (el poder institucional).

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Figura 5. Participación electoral de jóvenes entre 18 y 29 años. Área Metropolitana de Santiago.
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Figura 6. Participación electoral de jóvenes entre 18 y 29 años. Área Metropolitana de Valparaíso.
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Figura 7. Participación electoral de jóvenes entre 18 y 29 años. Área Metropolitana de Concepción.

¿Y el día 26 qué? La proyección del proceso constituyente

Una Constitución es la forma en que organizamos nuestro poder político y concordamos reglas formales que son de interés de expertos y abogados, pero para las y los ciudadanos miembros de una comunidad política es la decisión fundamental sobre la forma del poder, su configuración y su modo de ejercicio, un pacto social que nos involucra a todos y todas. Por tanto, en este proceso reorganizativo, considero cuatro claves sobre las cuales se encaminará en una dirección adecuada: la capacidad de rearticular lo social con lo político; una Convención Constitucional que sea espejo de la sociedad chilena; la apertura del mecanismo constituyente tanto a la ciudadanía como a la sociedad civil; y, finalmente, que la Nueva Constitución signifique una nueva política para el nuevo Chile. 

En primer lugar, la perspectiva del proceso guarda relación con iniciar un proceso que sea capaz de revincular lo social y lo político. Como menciona el renombrado sociólogo Manuel Antonio Garretón Chile tiene una gran ruptura estructural y cultural de las relaciones entre política y sociedad y no de un problema que se restrinja a uno solo de estos componentes. Esta ruptura genera una descomposición social que se traduce en una descomposición política, que ha operado viceversa por estos 30 años: por un lado, tenemos niveles de participación extremadamente bajos en un contexto de voto voluntario, y por otro un fuerte descenso en la confianza en las instituciones políticas. Por esto requerimos de hitos fundantes que reinicien una relación entre ambas dimensiones quebradas, de manera de otorgar estabilidad democrática. El plebiscito del domingo es un momento (re)fundacional que, aunque en constante búsqueda de su identidad, puede apuntar a (re)construir ese puente entre política y sociedad, indispensable para el funcionamiento democrático. 

En segundo lugar, la composición de la asamblea debe tender a ser un espacio representativo de la sociedad chilena, es decir, la Convención Constitucional debe parecerse más una fotografía que una fotocopia de la realidad social: hombres y mujeres, mestizos e indígenas, ricos y pobres, académicos y activistas, institucionalidad y calle, centro y periferia, norte y sur. Como señala la destacada Cientista Política y ex miembro de la Comisión Técnica del Proceso Constituyente, Claudia Heiss: “El problema constitucional chileno demuestra que la representación política no se sostiene sin una participación que dé real y legítima voz a la pluralidad de la sociedad en la esfera pública. Una Convención Constitucional poco representativa de la diversidad socioeconómica, de las mujeres, o de los pueblos indígenas, difícilmente podrá cumplir esa tarea”.

En tercer lugar, el grado de apertura o cierre del proceso ante la ciudadanía y la sociedad civil es directamente proporcional a su éxito o fracaso. La Convención tendrá que explorar mecanismos que permitan que toda esa fuerza social viva que no sólo se expresó en la calle sino también en cabildos, asambleas, reuniones de vecinos. Llevar esa voz es un desafío, pero hay puntos de partida: el fracasado proceso constituyente de Bachelet el año 2016 realizó instancias de encuentro (Cabildos), las cuales fueron sistematizadas -aunque de manera no vinculante- para idear una Nueva Constitución que no vio la luz. La convención deberá buscar la forma adecuada de escuchar a la sociedad chilena tanto en sus propuestas de país, pero también sus dolores, miedos y desconfianzas. 

En cuarto lugar, el resultado del proceso se juega en crear esta Nueva Política para el Nuevo Chile. Tal como señala uno de los principales impulsores académicos y políticos del cambio constitucional chileno, el Abogado Fernando Atria, la Constitución de 1980 creó una política neutralizada cuya manifestación es el abuso: en educación, en pensiones, en salud, en transporte urbano, en sueldos, en derechos sexuales y reproductivos. Es decir, una política incapaz de hacer política y generar derechos, lo que genera distancia y apatía hacia el sistema, separando lo social y lo político, generando una explosión. Es por esto por lo que se necesita una política distinta.

El 25 de octubre en la noche no sólo será el rito del fin formal a la Constitución de Pinochet, sino también un despertar de Chile que tendrá la tarea de encauzar ante la institucionalidad el descontento generado por esta estructura política y social impuesta a sangre y fuego, y luego arrastrada por más de 30 años de una democracia -que constreñida por las mismas reglas de la dictadura- no pudo encarar el problema de que cualquier transformación estructural implicaba reglas no amañadas que le permitieran al sistema procesar esas demandas. Nunca las chilenas y los chilenos hemos tenido tanto poder político en nuestras manos como el que tendremos este domingo, el poder de decidir cuál es el país que queremos por primera vez en nuestra historia, sin duda el Plebiscito Constitucional será un cambio fundamental para la sociedad chilena.

Estudiante de Ciencia Política en la Universidad de Chile. Pesimista del intelecto, pero con fe en Chile y su destino.