Bilardo vivió a su modo

¿Cómo vio el entrenador su propia serie? La trastienda de algunos momentos claves en su vida. Un repaso por los hits de este estreno reciente.

Carlos Bilardo está viendo la serie de HBO Max. Toma mate junto con sus familiares más íntimos. En su casa, enfermo, bajo atención permanente. La serie llega al cuarto y último capítulo. El más íntimo. En un momento, la pantalla dice: “25 de noviembre de 2020. Muere Diego Armando Maradona”. Rodeado de micrófonos, habla el fiscal de San Isidro, John Broyard: “Nosotros podemos informar lamentablemente y con un tremendo dolor que atraviesa al país y a todo el mundo el fallecimiento de Diego Armando Maradona”. Sus palabras, además, aparecen subtituladas en la pantalla. Imposible no verlo. La imagen muestra a continuación a Claudia Villafañe. “Puede ser que (Bilardo) se dé cuenta”, dice la ex esposa de Diego, “porque Carlos es demasiado vivo para no darse cuenta”. Bilardo, es cierto, fue siempre “demasiado vivo”. Ya no. Sufre desde 2017 una enfermedad neurodegenerativa. Un deterioro cognitivo progresivo. Bilardo ve la pantalla que cuenta la muerte de Diego y no dice nada. Simplemente, junta las manos.

Daniela, su hija, está junto con él tomando mate. Pero también está en la pantalla. Daniela (la de la pantalla) dice que, para su padre, “sería un golpe demasiado fuerte” enterarse de que Diego está muerto. “Entonces preferiría que no sepa nada, ¿no?”. Bilardo, por supuesto, sigue a su lado. Tomando mate. La serie, en cambio, va y viene. Atrapa. Aparece entonces un Maradona más joven. Es un video inédito que Diego graba para la fiesta de casamiento de Daniela. La felicita por la boda. Y también le dice que su esposo será de alguna manera “el hijo varón” de Bilardo. «Viene en mi reemplazo, porque decían que yo era ese hijo que Carlos nunca tuvo. Ojalá sean muy felices como yo con Claudia”, cierra el video que Diego le manda a Daniela. El síndrome de Hakim-Adams que sufre Bilardo también es conocido como hidrocefalia de presión normal o hidrocefalia normotensiva. Bilardo pasa largas horas del día como desconectado. Pierde concentración. Falla la memoria. ¿Qué habrá registrado de su propia serie?

¿SOLO SIRVE GANAR?

“Carlos Bilardo: el doctor del fútbol”, que HBO Max trasmite desde hace diez días, habla por supuesto de fútbol. Pero su tema central son los vínculos. Los vínculos de Bilardo con Diego. Con su hija Daniela y su esposa Gloria (personajes claves de la serie, a ellas Bilardo les explica hasta la ley del offside). Y, en menor medida, los vínculos con Osvaldo Zubeldía, con Estudiantes, con sus jugadores, con César Menotti y con el periodismo. Y con él mismo. Con su obsesión de ganar siempre y salir primero. En rigor, Bilardo ganó apenas dos títulos en toda su carrera. Pero uno de ellos, México 86, forma parte de la memoria popular del país. La felicidad eterna. La serie muestra sin embargo que Bilardo no lo festeja. Porque el rival, Alemania, le hizo dos goles de cabeza con pelota parada. Pecado mortal para la Biblia Bilardista. Más aun si, como me contó años después uno de los jugadores, Bilardo había dedicado largo tiempo el día previo a cómo neutralizar esa jugada. “No pienso en mi familia, pienso en Zubeldía”, le dice Bilardo a un periodista apenas después de la victoria. Y llora. La serie sí lo muestra en cambio a Bilardo feliz a la vuelta del Mundial siguiente, Italia 90. Grita como loco en el balcón de la Casa Rosa junto con Diego, ante una multitud. “¡Argentina! ¡Argentina!”. Está eufórico. Bilardo celebra un segundo puesto.

En realidad, más que ganar y salir siempre primero, la batalla de Bilardo es que triunfe su idea del fútbol. Si los argentinos creíamos que bastaba nuestra supuesta habilidad superior, ahí está Bilardo para decirnos que no. Que hay un rival. Y primero hay que pensar cómo anularlo. Y ganar. Y, he aquí el problema, para ganar todo vale. Así aparecen los famosos alfileres que servían para pinchar a jugadores rivales y que usó en Estudiantes cuando jugaba y que promovió en Colombia cuando dirigía (lo dice Fernando “Pecoso” Castro, uno de sus jugadores en Deportivo Cali). Está también el vergonzoso bidón contaminado de Italia 90 al brasileño Branco. Y el “pisalo, pisalo” (su furia cuando dirigía al Sevilla de España porque el médico del club atendió al jugador lesionado del equipo rival). Al rival, no. Al rival hay que “pisarlo”. La serie, de tono bilardista, muestra las miserias del Bilardismo. Evita el debate. Suena difícil compatibilizar alfileres, bidón y “pisalo” con el Bilardo final que enseña fútbol a los más pibes. El que decretó que solo sirve salir primero “porque nadie se acuerda del segundo”. Por suerte, allí están también Marcelo Bielsa y los hinchas del Leeds. Nos recuerdan que el fútbol es algo más profundo que ganar o perder.

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“¡DE-POR-TI-VO!, ¡CLARIN DE-POR-TI-VO!”

Bilardo, eso sí, deja su vida por ganar. Se hace amigo de las parejas de sus jugadores. Les aconseja comida y hasta posición a la hora del sexo. A sus jugadores los tortura con larguísimas sesiones de video en su casa (“no nos ofrecía ni siquiera un café”, se ríe Jorge Burruchaga). Analiza los rivales cuando eso era casi mala palabra. Confronta con Clarín (“¡De-por-ti-vo! ¡Clarín de-por-ti-vo!”, aclaraba siempre Bilardo, cosa de no pelearse con Héctor Magnetto). Pero son también sus propios jugadores los que admiten en la serie que la selección jugaba “horrible” hasta horas antes de que comenzara el Mundial. Bilardo se victimizó siempre (y la serie machaca con el tema) diciendo que “todos” lo “mataban” y que entonces tenía “una red de canillitas, mozos y taxistas” que le contaban todo lo que se decía en las calles sobre él. Y que así, “por un mozo”, se salvó del “golpe” que sufrió dos meses antes del Mundial, cuando el gobierno radical de Raúl Alfonsín presionó para que lo echaran.

Aporto aquí un recuerdo estrictamente personal, pero que ayuda al relato. Julio Grondona, presidente de la AFA, estaba en Zurich. Hugo Santilli, vice de la AFA y presidente en ejercicio, capo de River, me llamó a la agencia DyN (donde yo trabajaba) para decirme “off the record” que esa noche pediría la renuncia de Bilardo. Lanzamos un boletín urgente por el servicio de la agencia y estalló el escándalo. El propio Bilardo me llamó a DyN rogándome el nombre del dirigente. Obviamente le dije que no podía dárselo. La reacción fue tan rápida y enérgica, incluído Grondona desde Zurich, que el golpe fracasó (yo tenía veintitantos años, aprendí una primera lección sobre cómo el poder usa al periodismo, me juramenté nunca más caer en la trampa).

DE MÉXICO A ITALIA

El resto es historia conocida. El genio de Maradona fue sostenido en México por jugadores que Bilardo había llevado meses antes a Tilcara, preparación para la altura, humedad y calor de México. Argentina fue un gran campeón. La selección jugó un fútbol burocrático en la primera rueda y, ya clasificada, venció de trámite 2-0 a Bulgaria en un partido para dormirse (de hecho, un colega lo hizo sobre su pupitre). Disculpas, pero sumo aquí otro recuerdo: viajé a México casi de mochilero (la agencia DyN me quitó apoyo por una huelga previa). En Telefé, uno de los tantos trabajos que sumé a último momento, el conductor del noticiero Chacho Marchetti me pidió más euforia tras la victoria ante Bulgaria porque Argentina se había clasificado a segunda rueda. Me negué. “¿En qué cancha estuvo Rodríguez Mur?”, se indignó Marchetti al aire. Todavía me cargan los colegas.

De “El hombre más odiado” (primer capítulo), la serie de HBO Max (un documento formidable) pasa al famoso cartel “Perdón Bilardo” (segundo capítulo). En el tercero (“Una aventura más”, por Italia 90), el DT más íntimo aparece cuando Ricardo Giusti, uno de los entrevistados, cuenta que una noche de concentración un Bilardo devastado le cuenta que su hija Daniela no lo reconoce como padre, de tantas ausencias en la vida de ella. Se cita también al Bilardo que aparece con su rostro brotado como nunca (“lleno de granos, un monstruo desencajado”) tras la derrota inesperada en el debut ante Camerún. Enojado por la tibieza del equipo, les dice a sus jugadores que, en el partido siguiente contra Rusia, prefiere ser eliminado del Mundial “por violentos y no por cagones”.

Llega la semifinal contra Italia. Bilardo quema o manda a quemar una bandera argentina en la concentración de Trigoria para tocar el orgullo de sus jugadores ya sin fuerzas para enfrentar al anfitrión. Esa selección argentina de Italia 90, escribí alguna vez, fue algo así como una Armada Brancaleone. Feos, sucios y malos. La FIFA cambió los reglamentos para que ninguna otra selección pudiera volver a llegar a la final de un Mundial haciendo tiempo y yendo a los penales (“San Goycochea”). Quiero mucho al fútbol y me recuerdo en estadios italianos y en partidos que me provocaron vergüenza. Pero también emoción por tanta entrega. Son Mundiales más cercanos y amables que el de Argentina 78 (dictadura en el medio).

“ME OLVIDÉ DE VIVIR”

El Bilardo definitivamente más personal del último capítulo (“Me olvidé de vivir”) ayuda a fortalecer la gran simpatía que, como dice en la serie el colega Andrés Burgo, logró el DT en las generaciones más jóvenes. El capítulo se llama “Me olvidé de vivir”. La canción de Julio Iglesias acompaña el relato. Daniela dice (sin rencor, ya con orgullo) que, en rigor, su padre no se olvidó de vivir, sino que, en realidad, vivió como él quiso. Tal vez no supo “el Doctor” que “Me olvidé de vivir” fue compuesta en 1977 en Francia. “J’ai oublié de vivre”, de Pierre Billon y Jacques Revaux, grabada por primera vez por Johnny Hallyday. Ni siquiera Iglesias llegó primero. Me cuentan que, al ver la serie, Bilardo reconoció viejos rostros. “¡Uy mirá el Flaco!” (por Alberto Poletti). A Ruggieri. Y a Daniela adolescente.

Con Diego, tal vez, todo es distinto. Silencio. La serie recuerda que se agarraron a trompadas cuando ambos estaban en Sevilla. Y Miguel Ángel Lemme se emociona hasta las lágrimas (y emociona a todos) cuando cuenta de qué modo recuperó el abrazo de Maradona y Bilardo. Ambos desencajados (DT y manager estaban peleados) en el Centenario de Montevideo, apenas conseguida la clasificación al Mundial de Sudáfrica 2010. “¡Que la chupen! ¡Que hablen giladas pedazos de putos! ¡Hijos de puta!”, gritan los dos a los periodistas, enemigos eternos. “El DT campeón y el capitán campeón”, dice Lemme. “Era volver a la vieja época”, añade Grondona hijo (Humberto). Pero el sueño de Sudáfrica se derrumbó rápido. Y, a la vuelta, Diego renunció diciendo que Bilardo lo había “traicionado”. Volvieron a abrazarse mucho tiempo después en un homenaje en Vicente López. Ninguna historia es perfecta. Ese abrazo es postal histórica del fútbol argentino. Bilardo y Maradona lo saben. Dondequiera que anden.

Soy periodista desde 1978. Año de Mundial en dictadura y formidable para entender que el deporte lo tenía todo: juego, política, negocio, pueblo, pasión, épica, drama, héroes y villanos. Escribí columnas por todos lados. De Página 12 a La Nación y del New York Times a Playboy. Trabajé en radios, TV, escribí libros, recibí algunos premios y cubrí nueve Mundiales. Pero mi mejor currículum es el recibo de sueldo. Mal o bien, cobré siempre por informar.