Hasta luego

Un deseo que duró dos años y medio.

Mis queridos y queridas:

Recuerdo el mensaje de Iván. Preguntaba si podía llamarme. Pensé que pretendía un contacto. Nos atravesaba la pandemia. Es decir, la tristeza. Lo atendí en el pasillo de un PH en el que vivía. Ni sé por qué pensó en mí. Yo ya estaba suscrito a su newsletter, al de Juan y al de Fer. No dudé de mis ganas, pero sí de poder hacerlo. Le mandé un número cero que incluía el rumor de que Leo Messi no renovaba con el Barcelona cuando ni existía el burofax. Ese WhatsApp brilló en mi corazón como una estrella fugaz. Ahora se me caen las lágrimas. Cenital fue pedir un deseo y que se cumpliera.

Quiero contar el por qué de lo que hicimos.

Miraba una ventana en un hotel en Asunción. Esa noche, arrancaba la Copa América de 2021. Vi que Ángel Di María sería suplente. Había leído sus declaraciones de que prefería que lo putearan veinte boludos a ver la Torre Eiffel. La primera vez que lo entrevisté fue en 2015. Me dijo que cambiaba todos sus trofeos por uno con la Selección. Sacudía las piernas como un nene nervioso. Tartamudeaba. Salí con una pregunta extraña: ¿Cómo se puede ser famoso y que, en realidad, no te conozca nadie? Recordé eso y empecé a escribir los perfiles que serían las figuritas de los campeones del mundo. Había un amor que faltaba por ausencia de información. Un pecado periodístico a los colores.

Si abusé del género perfil, les pido disculpas. Les agradezco a quienes los leyeron. La premisa fue que, en un mundo tan tecnologizado y de tanta máquina que nos reemplaza, lo mejor que posee el deporte es que lo mágico sigue dependiendo de lo humano. Para eso, hace falta conocer a la gente. Sacarse las caretas, los filtros de instagram, las “kiss cams”, las respuestas entrenadas y las acusaciones de las que nadie puede defenderse. Un o una jugador/a es alguien que quiso ser feliz jugando a algo. Yo quise contarlo. Y que se enteraran de que un gol es una sonrisa, que errar puede ser una lágrima y que eso es la vida.

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Hubo una etapa de los dueños de los clubes. No tenemos idea del tesoro que significa que las masas societarias sigan votando. Que los colores no tengan propiedad. Que nuestras instituciones deportivas funcionen para que la gente sea gente. Ese es otro humanismo que pretendí defender. Maldita sea la mañana en que nos levantemos y un extraterrestre aparezca como propietario de Nueva Chicago o de Atlético Tucumán. Lo juro: dejará de ser nuestro. Importarán más las estadísticas que los problemas de la gente. Al sentimiento lo reemplazará una aplicación. El amor no es joda aunque quieran banalizarlo.

Cierro los ojos y recuerdo a un barbudo que salió de la Casa Rosada con su mano izquierda sobre su hombro derecho y con sus dedos diestros atrapando el omóplato zurdo. Se abrazaba. Estaba solo. En medio de una multitud que despedía a Diego Maradona. También vi a un muchacho al que se le caían los mocos y su amor por ese 10 era hermoso. Pedí permiso para hacer la crónica de uno de los héroes populares de esta Patria futbolera. Un privilegio.

Como cada palabra que me dejaron narrar. Mi papá me enseñó el oficio de periodista gráfico desde que nací. Miré cómo hacía un diario cada fin de semana de mi infancia. Escribir es mi forma de ser. La obligación -mía, porque acá nadie me obligó a nada- de superar cada siete días los ocho mil caracteres me hicieron crecer muchísimo. Le agradezco la generosidad y la paciencia a cada editor y editora que me ayudó a hacer mejor estas historias. Los nombres son importantes: Axel, Valen, Martín, Lauti, Romi y Facu. A mis compas newsleteros, porque desde sus casas y en algún brindis me hicieron sentir parte de un barco. A la gente de administración, a la organización de Agus y a la llegada de mi amigo Javi.

Le puedo dar muchas vueltas y las seguiré dando, pero el fútbol me sacude el alma. Escribo este hasta luego porque ahora vivo en España y trabajo para el cuerpo técnico del Sevilla. No me está dando la cabeza para poder seguir nuestro intercambio. Me duele en el alma. Esto se llamó Prepárense para Perder, pero yo nunca juego para perder y no me puedo presentar a menos. Volveremos a vernos.

El periodismo no está en crisis. Porque las crisis no existen: hay ideologías, hay días en que se juega bien, jornadas en que se juega mal y punto. Cenital es un viaje y debe seguir porque lo necesitamos. Hacen falta las palabras para contar a la gente y es necesario el periodismo para poder pensar. Cada dato y cada historia son oxígeno para construir el pensamiento crítico. No hay por qué sin un qué, un cuándo, un dónde y un cómo. Sigue habiendo ojos, bocas, oídos, pieles y olfatos. No nos confundamos. Hagamos lo imposible. Por un tiempo, simplemente, estaré leyéndolos. Y, si dudan, recuerden que yo un día pedí un deseo y duró dos años y medio.

Hasta la vuelta,

Zequi

PD: No se preocupen. Los dejo en buenas manos.

Soy periodista desde 2009, aunque pasé mi vida en redacciones con mi padre. Cubrí un Mundial, tres Copa América y vi partidos en cuatro continentes diferentes. Soy de la Generación de los Messis, porque tengo 29 y no vi a Maradona. Desde niño, pienso que a las mujeres les tendría que gustar el fútbol: por suerte, es la era del fútbol femenino y en diez años, no tengo dudas, tendremos estadios llenos.