Milei, optimista, se enfoca en agrandar la coalición de gobierno

El presidente instruyó a sus colaboradores para que avancen en un interbloque en Diputados. Recelos con Mauricio Macri y apoyo total a Patricia Bullrich y Luis Caputo. Enojar a todos: una proeza diplomática.

En lo que fue un indudable triunfo de carácter narrativo, el Gobierno celebró la firma del Pacto de Mayo con la presencia de 19 gobernadores, dos expresidentes y un puñado de invitados especiales que, sin embargo, quedaron expuestos en su argumentación por el faltazo de la Corte: la ausencia del máximo tribunal confirma que se trató -por si faltaba alguna precisión- de un acto político y no institucional. Y dejó imágenes que, si no sirven para el análisis, al menos sí para recordar que todo lo sólido se desvanece en el aire: Mauricio Macri, sentado en primera fila, padeciendo el frío tucumano mientras Javier Milei lo incluía, sin nombrarlo, en el convoy de políticos fracasados que llevó a la Argentina al desastre es, sin exagerar, una pieza de algún museo audiovisual. A Macri, además, lo involucró otro aspecto malicioso que rodeó el evento. El Calabrés supeditó su presencia a la firma del acta. Santiago Caputo, a través de sus colaboradores, le confirmó la rúbrica al equipo del exmandatario. No faltó a la verdad: Macri firmó, pero el libro que también autografiaron los 800 invitados, y no el compromiso reservado para Milei, los gobernadores y las autoridades parlamentarias. Una maldad difícil de olvidar.

Mientras tanto, en Rosada se entusiasman con algo que, dicen, debería ocurrir en algún momento de esta semana: una foto de entre 6 y 8 gobernadores que anunciarán, más o menos explícitamente, un armado protoperonista por fuera del que lideraron Cristina Kirchner y Sergio Massa en la última elección. En La Libertad Avanza mencionan -con mayor o menor convicción según el caso- a Raúl Jalil, Martín Llaryora, Gustavo Sáenz, Claudio Vidal, Alberto Weretilneck, Osvaldo Jaldo et al. En paralelo, el oficialismo prepara, con Cristian Ritondo como principal interlocutor, la conformación de un interbloque entre el PRO, LLA y, probablemente, algún otro espacio. “Un paso lógico de la convivencia en el Congreso”, dicen en ambas orillas.

El Gobierno está optimista: celebra “el orden macro”, un proceso de consolidación interna que “permite mayor resolución de temas” y encuestas que lo dan al presidente igual o mejor que antes de la corridita -que una parte del oficialismo se la asigna a las cuevas”- en los sondeos que mira el esquema de comunicación oficial. Para Milei, Luis Caputo y Patricia Bullrich son intocables. En privado, repite sobre la ministra lo que dijo en público sobre el mandamás económico. Caputo (S) observa de reojo la discusión sobre los pliegos para jueces de la Corte. Empieza, tenuemente, a hacerse la idea de resignar a Manuel García-Mansilla. “Lo de Ariel (Lijo) está cocinado y él solo también sirve”, se lo escuchó decir.

Corresponden a Karina Milei los créditos por motorizar la idea de realizar un desfile militar en conmemoración del 9 de julio que, esperan, tenga concurrencia masiva. La aceptación de las Fuerzas Armadas, a nivel de opinión pública, se encuentra en los máximos desde el retorno de la democracia. Las necesidades de hoy no son las mismas que hace tres o cuatro décadas. En el diagnóstico transversal de todos los sectores políticos, el país necesita recuperar capacidades en su instrumento militar, y tanto los mandos de las tres fuerzas como la vicepresidenta, Victoria Villarruel, rechazan cualquier intención de involucramiento en la represión interna que, suponen, significará un traslado de enormes desafíos sin apoyos correlativos de parte de la clase política. En este marco, difícilmente haya razones que justifiquen rechazos nodales a la exhibición pública de las fuerzas por parte de algún sector político relevante.

Last but not least, desde el comienzo de la gestión, la agenda internacional de Milei se caracterizó por la relación dialéctica -al borde de la imposibilidad de síntesis- entre la construcción de su propia figura como referencia internacional y su rol como representante del Estado al que le toca presidir por el voto de la ciudadanía. La ausencia presidencial en la Cumbre del Mercosur, realizada en Asunción, y su presencia un día antes en el capítulo brasileño de la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) en el balneario de Camboriú, fue uno de los puntos más bajos en la gestión de esa contradicción al menos aparente.

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El presidente no solo estuvo ausente en la cita del bloque comercial que la Argentina integra, en el que se definen cuestiones tan importantes como el nivel arancelario para comerciar con los países que no integran el bloque y donde el país reafirma o modifica gran parte de su política externa en conjunto con Brasil, su principal socio comercial a nivel mundial; también decidió sumar al desplante una provocación al gobierno y al mandatario brasileño al asistir, casi en simultáneo, a una cumbre organizada en su territorio por el sector de Jair Bolsonaro, su rival jurado. Fue, incluso desde la propia perspectiva y el interés presidencial, una mala decisión.

Desde el Gobierno de Brasil mandaron emisarios de buena voluntad a transmitir, preventivamente que, ante cualquier ofensa contra Lula da Silva, podrían imitar al presidente español, Pedro Sánchez, y retirar al embajador brasileño, congelando diplomáticamente el vínculo bilateral más relevante que tiene nuestro país. Milei tomó nota de las presiones y no pronunció el nombre de Lula en su discurso, un alegato algo anodino contra el socialismo, cuyo punto más alto para las tribunas presentes fue la acusación de persecución política en las causas judiciales contra Bolsonaro. Tuvo poca suerte el argentino: justo en la noche del día de su alocución, el expresidente brasileño fue acusado por la Policía Federal de haberse quedado con más de 25 millones de reales en joyas y regalos recibidos durante la presidencia.

Asunción era, para Milei, una oportunidad para encarar un contrapunto de más alto vuelo tanto con la postura del Brasil de Lula como con su predecesor, respecto de la relevancia del Mercosur y su lugar en las estrategias comerciales y de inserción global de los países que lo integran. Tenía la oportunidad, en sus propios términos, de hablar a coro con Uruguay en favor de la flexibilización del bloque, de la mayor apertura y de la búsqueda de suscribir acuerdos comerciales con el resto del mundo e intentar aislar o aminorar la posición brasileña. Incluso podía, con relativamente bajo costo, anotar puntos político partidarios insistiendo en el contrapunto con Bolivia a causa de la asonada militar. Eligió regalar el espacio y que hable en cambio su no concurrencia.

La ausencia del presidente de Argentina terminó siendo criticada no solo por Lula -que la calificó como una decisión tonta, que “solo perjudica al ausente”- sino por Luis Lacalle Pou, cuyas posiciones de fondo coinciden con las que llevó la canciller Diana Mondino. El presidente uruguayo trató como un desaire al bloque el faltazo del libertario y, en cambio, destacó la disposición, aún en las diferencias, de su par brasileño. Contando el destrato al mandatario paraguayo -que ofició de organizador en lo que fue el evento internacional más importante desde que asumió- y el conflicto con Bolivia, Milei decidió indisponerse con cada uno de los socios en el bloque. Una proeza diplomática.

El contraste entre la imagen de la tribuna abandonada de la Cumbre y la del presidente argentino recibiendo, en un aula vacía, la medalla “de las tres íes” -que destaca atributos como la virilidad y la heterosexualidad (sic)- de manos de la familia Bolsonaro posiblemente nos empuje a hacer fracking para encontrar un punto más bajo en una agenda de viajes presidenciales donde los premios de reputación dudosa superan en número a los encuentros con otros jefes de Estado.

Es director de un medio que pensó para leer a los periodistas que escriben en él. Sus momentos preferidos son los cierres de listas, el día de las elecciones y las finales en Madrid. Además de River, podría tener un tatuaje de Messi y el Indio, pero no le gustan los tatuajes. Le hubiera encantado ser diplomático. Los de Internacionales dicen que es un conservador popular.