Los héroes del silencio

Hace casi medio siglo, con jugadores en huelga, River rompió dieciocho años de sequía y salió campeón con un equipo de pibes. Recuerdos de una noche contradictoria.

Salir campeón es la gloria. Lo será hoy para Vélez Sarsfield o Estudiantes de La Plata, finalistas de la Copa de la Liga en Santiago del Estero. Y debería haberlo sido también para River Plate cuando hace casi medio siglo conquistó el Torneo Metropolitano de 1975. Ese título, además, rompió una maldición de dieciocho años. La sequía incluyó once subcampeonatos y también la caída en la final de la Libertadores de 1966 que vio nacer el mote de “gallinas”. Hasta que el 14 de agosto de 1975 estalló la fiesta. River 1 — Argentinos Juniors 0. Jueves frío en el estadio de Vélez, colmado por 55 mil personas que invadieron el campo llorando, arrancando césped, redes del arco, ropa de los jugadores, el recuerdo que fuera. Pero la conquista, paradójicamente, impuso otro agravio a los héroes de esa noche, pibes que reemplazaban a profesionales en huelga: “carneros”.

Eran tiempos agitados en la Argentina que gobernaba como podía Isabel Perón, con su ministro José López Rega y la violencia asesina de la banda parapolicial de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina). Y con el ministro de Economía, Celestino Rodrigo, y su política de shock: inflación, devaluación, tarifazo y paritarias acotadas (el famoso “Rodrigazo”). Junio-julio fueron meses de obreros de las grandes metalúrgicas y automotrices en huelga. Más de doscientos cincuenta mil trabajadores fueron el 27 de junio a la Plaza de Mayo ante una CGT desbordada por las bases y que se vio obligada a convocar a un paro general de 48 horas para el 7 y 8 de julio. “Atención, atención, atención, atención/ Rodrigo y López Rega van a ir al paredón”. Era un país en estado de asamblea (y del golpe militar que llegaría en marzo del ‘76). Setenta días después de la huelga llega la penúltima fecha del Metropolitano. River está a una victoria del título. Pero surge otra huelga imprevista: la de Futbolistas Argentinos Agremiados (FAA).

Ángel Labruna

El equipazo de Labruna

River, nuevamente dirigido por Ángel Labruna (su Marcelo Gallardo de entonces), había iniciado el torneo con paso firme. Imparable. Un equipazo que lideraban el Pato Fillol en el arco, Roberto Perfumo en defensa, “JJ” (Juan José) López motor del medio y Carlos Morete y Pinino Más en ataque. Más el Beto Alonso, el as de espadas, en estado de gracia.

Inevitable, el equipo sufrió un quedo en la segunda rueda. Alonso insultó a un juez de línea y fue suspendido por seis fechas. Boca se acercó a tres puntos (entonces se otorgaban dos por victoria). Un triunfo contra Argentinos alejaría los fantasmas. Pero el lunes 11 de septiembre, tres días antes del partido, el gremio de los jugadores se cansa tras meses de discusión con la AFA, por la homologación del Convenio Colectivo de Trabajo. Hay paro. ¿Otra vez sopa?

Los clubes deciden que la fecha se juegue igual. Y Carlos Ruckauf, ministro de Trabajo de Isabel, declara ilegal la medida de fuerza. Pero el gremio se mantiene firme. Los clubes juegan con los pibes. Los de Boca golean 3–0 a los de All Boys en una Bombonera semivacía. Jugadores de Cuarta y Quinta división de Racing escuchan a los profesionales y se pliegan a la huelga. El club apela a los pibes de Octava y Novena. Promedio de edad de quince años. Los encierra para evitar contacto con los profesionales. Al vestuario sí entra en cambio el líder de la barra. Arenga sobre lo que significa representar a Racing. Salen a la cancha para enfrentar a jugadores de Tercera y Cuarta división de Rosario Central. Sufren ocho goles en el primer tiempo. El local se apiada en el complemento. El partido termina 10–0.

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“Van a quedar marcados como carneros”

¿Y River? ¿Qué pasaba en el club que soñaba romper por fin la sequía de los dieciocho años? “Ese día mi viejo en casa se quería arrancar los pelos. Fue fatal porque dice ‘no nos puede estar ocurriendo esto’”. Omar Labruna, hijo de Ángel, el DT, lo cuenta en “1975: La Vuelta”, la película que Guido Mignona y Lucas Spósito presentaron en el Bafici, que cerró el último fin de semana en Buenos Aires. Un grupo de jugadores profesionales va a hablar con los pibes. Explican qué significa el Estatuto del Futbolista. Que la huelga también terminaría siendo beneficiosa para ellos en el futuro. Y que “no era aconsejable jugar el partido contra Argentinos porque íbamos a quedar marcados como carneros”.

Los pibes hacen su propia votación. Gana la postura de jugar por 18 votos contra uno. Rubén Cabrera es el único que se opone. Me lo confirma riéndose en la sala de Cine Arte Cacodelphia, microcentro porteño, donde se proyectó la película el viernes pasado. Ángel Labruna va a la concentración. Se lleva a Omar, su hijo, jugador de Cuarta, que formaba parte del plantel convocado. “Omar lloraba tremendamente”, dice en la película uno de sus compañeros. El equipo, que jamás había practicado junto, y con jugadores en puestos cambiados para ganar potencia ofensiva, llega a la cancha de Vélez con custodia. Queda encerrado en los vestuarios hasta la salida a la cancha. “Jueguen tranquilos, como juegan siempre y tratemos de ganar”, les pide Labruna, que delega la conducción del equipo a Federico Vairo. Los pibes están acostumbrados a jugar ante treinta personas. Salen por el túnel. Quedan paralizados ante 55 mil hinchas que piden el título. 

Película que busca homenajear aquella conquista, “1975: La Vuelta” no evita sin embargo el conflicto. Y recuerda que apenas cuatro años antes, también hubo una huelga. Y que los profesionales de 1975 eran pibes en 1971. Y que jugaron y le ganaron 3–1 a los titulares de Boca. Era el River del DT brasileño Didí. Ahora, 1975, esos mismos jugadores son adultos. “No queríamos comernos de vuelta el tema ese de que nos digan carneros”, dice Alonso, uno de los tantos entrevistados en la película. En 1975, los profesionales habían hecho todo el trabajo. Eran tiempos de campeonatos largos (38 fechas). Pero justo en el partido decisivo debieron ceder el protagonismo a los pibes. “River vs River”. Y un punto más: en la conducción del gremio hay dos ex River (Carlos Della Savia y el arquero Perico Pérez). Y, según alguna teoría conspirativa, alientan la huelga en revancha contra su ex club.

Norberto «Beto» Alonso.

“El papanata de Alonso”

“Es el papanata de Alonso”, me dice esta semana Perico Pérez. Se ríe (y se enoja) ante la especulación de que una supuesta venganza suya podría haberse impuesto ante líderes gremiales, compañeros suyos en FAA, de fuerte personalidad, igual que las de Perfumo, Fillol y Mostaza Merlo, caudillos a su vez en aquel River. ¿Un capricho ante una asamblea con un centenar de jugadores de todos los equipos? Perico me dice que Alonso nunca le habló de frente sobre ese tema y que él, tras irse de River (“presión militar por ser gremialista”), se fue a Independiente para ser campeón de la Libertadores y que mantuvo inalterable su buena relación con Labruna y el resto de los jugadores. Perico Pérez fue un gran arquero. Hoy un guardameta ataja un penal y ya es el Dibu Martínez. Perico atajó catorce penales seguidos. Y sin entrenador de arqueros. Y, mucho menos, sin archivos digitales. 

Era un fútbol de otros tiempos, como bien lo refleja la película del Bafici, que tiene imágenes inéditas, buena narración y gran recreación de época. River inicia la pretemporada en Necochea. Tren desde Constitución. Quince horas de viaje. Tierra por todos lados. Y Labruna. “¿Cuándo viste que Ferro le gane a River en la cancha de River?”, simplificaba su discurso en la charla previa de un partido. Armador de grandes equipos. Campeón con varios. “A Angelito –cuenta Alonso en la película- le gustaba ir a los ‘chuchos’”. Además del Hipódromo, Labruna apostaba al póker en plena concentración. Los jugadores desarmaban rápido todo si llegaba el DT. “Déjense de joder y armen la mesa”, decía Labruna, que irrumpía en la habitación con los billetes en la mano. Antes de un Superclásico, buscó motivar al equipo diciéndole que había que responder a una apuesta en favor de Boca. “Vamos a jugarle”. El supuesto apostador era el propio Labruna.

“No me conocía nadie”

El 14 de agosto de 1975, los pibes de River dominan pero inician nerviosos contra sus pares también pibes de Argentinos, que casi hace jugar esa noche a Diego Maradona, que terminaría debutando en Primera la temporada siguiente, con 15 años, a diez días de cumplir los 16. A veintidós minutos del final, Ángel Bruno, 19 años, camiseta número 10 (la del Beto Alonso), queda mano a mano con el arquero Norberto Díaz y anota el gol decisivo. Los hinchas no aguantan. Apenas antes del tiempo reglamentario derriban un alambrado e invaden el campo. “Una marea humana que empieza a entrar”, dice Aldo Méndez, pibe de Argentinos. Ya fallecido, Méndez cuenta en la película que él era hincha de River y que jamás lo había visto campeón. Se fue a celebrar esa misma noche al Monumental.

En su casa, Alonso confesaría que se amargó tanto que se fue a dormir apenas terminó el partido. Los profesionales vivirían su propia fiesta, vuelta olímpica y nueva invasión de cancha, en la fecha siguiente contra Racing, ya levantada la huelga, que duró apenas cuatro días. La noche de la explosión había sido de los pibes. Solo unos pocos de ellos volvieron a jugar en la Primera de River. ¿Por qué fueron “carneros” aquella noche y solo ellos quedaron señalados para siempre, como sugirieron muchos informes posteriores? ¿O por la simple ley del fútbol, de que suelen ser muy pocos los que luego se afirman en Primera?

El club los homenajeó en el Monumental, profesionales y pibes, en 2017. Pero, casi medio siglo después, el Mundo River sigue recordando aquel título histórico con cierta dificultad. Como sea, la del 14 de agosto de 1975 fue la noche de los pibes. Una felicidad intensa, breve, pero casi eterna. “Me baño, nos abrazamos, cantamos, camino 10 cuadras… y ya no me conocía nadie”, cuenta uno de aquellos pibes, Francisco Groppa, que jamás volvió a ser titular en River. El capitán Fernando Zappia, que quedó libre en el ’77 y marchó a Europa, volvía en colectivo tras la fiesta. Ningún hincha lo reconoció. Rodolfo Raffaelli quedó libre en el ’78. “Salimos de una puertita caminando –dice- y no nos conoció nadie”.

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Es periodista desde 1978. Año de Mundial en dictadura y formidable para entender que el deporte lo tenía todo: juego, política, negocio, pueblo, pasión, épica, drama, héroes y villanos. Escribió columnas por todos lados. De Página 12 a La Nación y del New York Times a Playboy. Trabajó en radios, TV, escribió libros, recibió algunos premios y cubró nueve Mundiales. Pero su mejor currículum es el recibo de sueldo. Mal o bien, cobró siempre por informar.