El último capítulo, Barraca Yaco

El Facundo, de Sarmiento, no fue un libro en sus orígenes: era un folletín en entregas que tuvo, un día como hoy, su final. Contó la muerte del caudillo riojano.

El 21 de junio de 1845 Domingo Faustino Sarmiento publicó la última entrega de Facundo. El capítulo se titula “Barranca Yaco” y relata la muerte de Facundo Quiroga en ese paraje cordobés. Era la entrega número 25, dividida en 9 capítulos, que Sarmiento publicaba en el diario El Progreso, de Chile (donde además vivía). Meses después se editó como libro y el autor le agregó dos capítulos más. 

Pero como a mi me gusta más la versión que se lee como folletín en entregas considero, sin ninguna autoridad para hacerlo, que Barranca Yaco es el último capítulo. Me gusta más esa forma de leerlo, agrego, porque me gustan más sus intenciones. La investigación histórica estableció que la publicación de los folletines tenía un objetivo político: neutralizar la llegada de una comitiva argentina encabezada por Baldomero García, embajador de Juan Manuel de Rosas, en abril de ese año. 

Noé Jitrik dice que hay por lo menos cinco lecturas del Facundo: la liberal, la revisionista, la literaria, la verdadera y la lectura del modelo mental. Vamos a describir sólo la que nos interesa aquí, que es “la verdadera” (el resto la pueden encontrar en el prólogo que escribió a una de las ediciones del Facundo). Es una lectura según la cual “lo que hay de decisivo en lo literario –el genio, la expresión, la felicidad de las imágenes– ilumina lo político y se constituye en el revés de lo que se ve en el Facundo”. 

Barranca Yaco es el capítulo emblema de esta forma de lectura porque su muerte es la denuncia central del texto, al menos en el objetivo al que nos estamos dedicando hoy. Después de contarnos sobre Facundo Quiroga, sus hazañas, sus crímenes, su barbarie, Sarmiento nos cuenta que Rosas lo asesinó. Pero no lo hace así de bruto como este párrafo –por eso Sarmiento es un genio y el resto, salvo excepciones, no–. Sarmiento escribe, para decirlo, un capítulo monumental que relata un crimen que asegura político. Nos arma previamente este bello cuadro sinóptico para ponernos en contexto:

Esa, dice, es la geografía política de la Argentina al momento del asesinato de Facundo. Este controla Jujuy, Salta y Tucumán. Santiago del Estero está bajo el control de Felipe Ibarra. Pedro Ferré, Estanislao López y Rosas han firmado el pacto de la Liga Litoral y forman un bloque que controla esa parte del territorio. 

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Sarmiento ubica a Facundo en Buenos Aires y se pregunta por qué: ¿es una invasión o se “ha civilizado”? Dice que las dos pero que es una mala decisión (ir a Buenos Aires; civilizarse está bien). Signos de que se civilizó: se rodea de hombres notables, compra bonos públicos, habla mal de Rosas, se declara unitario y favorable a una Constitución. Cambia su conducta –“es mesurada”– aunque mantiene la chaqueta, el poncho, barba y pelo abultados. Manda a sus hijos a los mejores colegios, los hace vestir de levita, les impide alistarse en el ejército. Signos de que es una invasión: Facundo no avisa de su arribo a Buenos Aires y es un caudillo entrando a tierra de otro. 

Quiroga, ya instalado, intenta “algunos ensayos de poder personal” que Sarmiento grafica con unas anécdotas preciosas. Pasa cerca de un hombre que, cuchillo en mano, no quiere entregarse a un sereno. Facundo le arroja el poncho encima, lo inmoviliza y lo entrega a la Policía, sin siquiera decir su nombre. Es, de más está decirlo, una precuela de Batman. Al día siguiente sale en el diario pero, a diferencia del hombre murciélago, su identidad es más fácil de develar. Hay, en Buenos Aires, pocos hombres de poncho, barba y pelo abultado capaces de someter a un hombre armado tan solo con su poncho. En una segunda ocasión visita a un boticario que, le han dicho, habló con desprecio sobre sus actos de barbarie en el interior. Facundo lo interroga y el boticario le responde que no está en las provincias para atropellar a nadie así. Tras el episodio, la policía allana la casa de Quiroga y llegan hasta su cama donde está recostado, puñal en mano. Se espera un combate a mano alzada pero el caudillo suelta el arma. Siente, sospecha Sarmiento, que allí hay otro poder que el suyo. 

La presencia de Quiroga en Buenos Aires encarna una tentativa de reorganización de la República pero no provoca los hechos que la acompañen, le reprocha Sarmiento. Facundo cree en una Constitución y en su capacidad de imponerla desde los territorios que domina pero “la falta de hábitos de trabajo, su pereza de pastor y su costumbre de esperarlo todo del terror lo paralizan”. Se abandona a una peligrosa indolencia, describe, en la que “ve cada día acercarse la boa que ha de sofocarlo en sus redobladas lazadas”. Esa boa tiene nombre. 

Juan Manuel de Rosas, vuelto de una exitosa expedición al sur en la que ocupa 100.000 km cuadrados de territorio hasta Neuquén y Río Negro, rescata dos mil blancos cautivos de las tolderías y afianza su vínculo con lo que denomina “los indios amigos”, condiciona al gobierno de Buenos Aires desde fuera. Provoca los acontecimientos, sostiene Sarmiento, que luego denuncia como anarquía, primero contra Balcarce y luego contra el general Viamont. Rosas solo aceptará volver al gobierno y calmar la anarquía si le conceden lo que solicita: un mandato más largo y con la suma del poder público. Cuando la Junta nombra al frente del gobierno a Manuel Vicente Maza, su amigo y mentor, esperan que la situación se calme. No sucede. Son dos años que Sarmiento califica como de “indecible estado de alarma, un extraño y sistemático desquiciamiento”. Gente por la calle que dispara armas, puertas que se cierran por miedo, personas corriendo por las calles. 

–Este pueblo se ha enloquecido –le dice Facundo a su ayudante mientras observan gente corriendo por la calle asustada por una explosión. Otra cosa hubiera sucedido si yo hubiese estado aquí.

–¿Y qué habría hecho, general? No tiene influencia sobre esta plebe de Buenos Aires.

–¡Mire usted! Habría salido a la calle y, al primer hombre que hubiera encontrado, le habría dicho: ¡sígame! Y ese hombre me habría seguido. 

Entonces llegan noticias de desacuerdos entre los gobiernos de Salta, Tucumán y Santiago del Estero que pueden provocar una nueva guerra. Los unitarios han desaparecido de la vida política. Los federales moderados (los “lomos negros”, anti rosistas) han perdido influencia en el Gobierno. Rosas se concentra en Buenos Aires pero sin descuidar sus vínculos con los otros liderazgos. Mantiene una alianza con Estanislao Lopez, que controla Córdoba a través de los hermanos Vicente y Guillermo Reinafé. Quiroga duda sobre viajar al norte pero sabe que no hay otro capaz de aplacar la revuelta y acordar la paz. El 18 de diciembre de 1834 se sube a un carruaje y saluda a sus amigos presentes: 

–Si salgo bien, te volveré a ver; si no, ¡adiós para siempre! 

Sarmiento quiere que percibamos lo que Facundo intuye y dice así: “¿No recuerda el lector algo parecido a lo que manifestaba Napoleón al partir de las Tullerías para la campaña que debía terminar en Waterloo?”. El clima acompaña lo que está por suceder. La galera en la que viaja no termina de dejar Buenos Aires que ya se encaja en el barro, por las fuertes lluvias. Cuando entra a jurisdicción de Santa Fe, sus ayudantes lo ven nervioso como nunca pidiendo que se apuren con los cambios de caballos en las postas. Es Santa Fe, y no Córdoba, lo que le preocupa. Ya en una de las postas cordobesas, uno de los hermanos Reinafé se acerca hasta la comitiva para pedirle a Facundo que pase la noche en la ciudad, donde todo ha sido preparado para su descanso. “Caballos, necesito”, es la única respuesta de Facundo que desaira al anfitrión. Casi toda Córdoba está enterada de los rumores de que el descanso que le ha sido preparado es el descanso eterno. De ahí la comparación con Crónica de una muerte anunciada (que yo leí por primera vez en el libro Facundo o Martín Fierro. Los libros que inventaron la Argentina, de Carlos Gamerro): “la gente sabía que Santiago Nasar iba a morir y no se atrevían a tocarlo”, dice García Márquez, una de las tantas referencias.  

Los amigos de Quiroga en Córdoba lo van a visitar a la posta y no pueden creer que esté vivo. Todo el pueblo sabe quiénes serán los asesinos, dónde se han comprado las armas. “Jamás se ha premeditado un atentado con más descaro; toda Córdoba está instruida de los más mínimos detalles del crimen que el Gobierno intenta y la muerte de Quiroga es el asunto de todas las conversaciones”, dice Sarmiento. Pero Quiroga se salva de ese primer paso y llega al norte a cumplir su cometido. Al autor de Facundo no le interesa lo que pasó ahí, solo que resuelve las hostilidades entre gobernadores, evita la guerra y regresa. Pero elige volver por Córdoba, sin custodia, a contramano de las insistencias de los gobiernos a los que ayudó que, también, saben que Quiroga va a morir. 

Pero el hombre es obstinado y elige volver, desarmado, por Córdoba. Llegando a la posta de Ojo de Agua, un joven sale del bosque y frena el carruaje. Pide hablar con el Dr. José Santos Ortiz, amigo y secretario de Facundo, a quien le advierte que, en las inmediaciones de Barranca Yaco, está apostado el gaucho Santos Pérez con una partida y la orden de hacer fuego desde ambos lados. El joven, amigo de Ortíz, trae un caballo para que escape a su hacienda, cerca de allí. Facundo recibe al joven, le agradece y lo tranquiliza: 

–No ha nacido todavía el hombre que ha de matar a Facundo Quiroga. A un grito mío, esa partida, mañana, se pondría a mis órdenes y me servirá de escolta hasta Córdoba. 

Esa noche en Ojo del Agua nadie pega uno, salvo Facundo quien, taza de chocolate mediante, duerme. Todo el resto sabe que va a la muerte segura y así la encuentran. Llegado al punto final de Barranca Yaco dos descargas traspasan el carruaje. No hieren a nadie y Facundo se siente nuevamente protegido por fuerzas sobrenaturales. Saca la cabeza, pregunta quién es el comandante de la partida y recibe por respuesta un balazo en el ojo. Muere. Santos Pérez, el asesino, lo atraviesa repetidas veces con su espada y luego ejecuta a todo el resto de la comitiva, un niño incluido. 

Le interesa a Sarmiento este Santos Pérez en tanto ejecutante de una orden que lo excede. Se trata de un gaucho malo de la campaña de Córdoba, dice, célebre por sus numerosas muertes. “Habría sido el digno rival de Quiroga; con sus vicios, sólo alcanzó a ser su asesino”, le reconoce a Facundo una talla mayor. Santos Pérez es perseguido un tiempo, por 400 hombres que lo buscaban. Los Reinafé lo reciben en la casa de gobierno de Córdoba, amigables, y tratan de envenenarlo. El gaucho se salva. Luego el comandante Casanova, un amigo del gaucho, lo cita para comunicarle algo importante. Santos Pérez llega al lugar y percibe la emboscada. Escapa a tiempo. Caerá detenido una noche en la ciudad de Córdoba. Luego de golpear a la mujer con la que dormía, esta esperó a que se duerma, le quitó las pistolas, el sable y lo entregó a la policía. Lo condujeron a Buenos Aires donde fue sentenciado y ejecutado. “Al encaminarse al patíbulo, su talla gigantesca, como la de Dantón, dominaba la muchedumbre”, compara Sarmiento. El gaucho es ejecutado junto a los hermanos Reinafé, a quienes el gobierno de Buenos Aires, responsabiliza.

Claro que Facundo –ahora nos referimos al texto– no es la denuncia de un asalto contra un caudillo en un paraje cordobés sino la de un crimen político. Sarmiento quiere que ese folletín se lea en el contexto de la visita del embajador de Rosas a Chile. “La Historia imparcial espera, todavía, datos y relaciones para señalar con su dedo al instigador de los asesinos”. El dedo deberá señalar, claro, a Rosas. Lo señalará así Borges (a quien no nombramos hasta ahora como no se nombran los camellos en el Corán) el poema El General Quiroga va en coche al muere:

Pero al brillar el día sobre Barranca Yaco

sables a filo y punta merodearon sobre él; 

muerte de mala muerte se lo llevó al riojano 

y una de puñaladas lo mentó a Juan Manuel.

Me importa mirar un gesto que trae Carlos Gamerro en el libro que ya citamos (hay que leerlo, es precioso). El Sarmiento que señala a Rosas y lo acusa de un crimen político –asesinar al “nuevo” Quiroga, el civilizado– no existe. En un sentido político es, cómo decirlo, un cuatro de copas: “un don nadie, un provinciano que nunca estuvo en Buenos Aires, un marginal de la política, de orígenes familiares humildes, que se funda a sí mismo en este acto porque le habla a Rosas de igual a igual”, dice Gamerro. Operación que se completa cuando Rosas le contesta y lo eleva a la categoría de adversario. Lo “hizo”, años después, presidente. Si a la realidad le gustasen los leves anacronismos nos podríamos atrever a decir que Facundo es el primer bait de la historia de nuestra Patria (y que es un bait que se come Rosas). Pero paremos un poco. 

Muchos años después, Ricardo Piglia en Respiración artificial le hará preguntarse a uno de sus personajes exiliados quién escribirá el Facundo (“A veces (no es joda) pienso que somos la generación del 37. Perdidos en la diáspora. ¿Quién de nosotros escribirá el Facundo?”) implantará esa pregunta en cada generación pasada y venidera. El Facundo –dice Gamerro, para mi– no es el libro nacional porque es el palimpsesto nacional, el libro sobre el que se escriben todo el resto de los libros. Gamerro propone que lo rompamos. Reinterpretar la pregunta de Piglia. Que quién va a escribir nuestro Facundo sea quién va a romper la tradición del libro, quién va a escribir el libro que cambie las reglas del juego. Si Alberdi, dice Gamerro, luchó para adaptar sus ideas al país existente, Sarmiento luchó para que el país se adaptara a las suyas. Y por eso triunfó. 

Por eso la pregunta no es quién escribirá una biografía de un caudillo que represente la Argentina. La pregunta es quién imaginará un país a la medida de sus obsesiones, escribirá el libro que lo haga vida y luchará hasta el último día para hacerlo. Quién de nosotros será, se preguntó el poeta Joaquín Arieta, desaparecido por la última dictadura militar, el que llegue con la bandera, el que sepa conservar su fuerza, el que tenga el equilibrio entre lo que se debe y se puede.

PD: aprovechen que la peli sobre Facundo todavía está en Cine.ar.

Es politólogo de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y director de la agencia de comunicación Monteagudo. Es co editor del sitio Artepolítica. Nació en Olavarría, una metrópoli del centro de la provincia de Buenos Aires. Vio muchas veces Gladiador.