Tren de pensamientos

Los trenes avanzan de día o de noche, con sol o con lluvia, comunicando pueblos y ciudades. En este Hilo nos encargamos de sus representaciones literarias en poemas y relatos de Sara Gallardo, Ricardo Zelarayán, Fabián Casas, Circe Maia, Margarita Roncarolo y Laura Wittner.

Hola, ¿qué tal? Espero que estés lo mejor posible en estos días tan convulsionados. Yo estoy un poco entregada al desconcierto y al cansancio. Siento que es un momento en el que no se puede planificar, ni desear, ni pensar con demasiada calma. Y encima hace frío. Así que me repliego en lo pequeño: preparo dulce de quinotos, veo alguna película interesante, leo a la noche libros que se distancian por completo de la realidad. Un mini refugio hecho de las cosas que nos gustan y nos hacen bien hasta que pase el temporal.

Antes de empezar con el recorrido de la quincena, quería avisarte que, a partir de la próxima entrega, El Hilo Conductor va a empezar a salir los sábados. Abandonaremos la jornada dominguera para imprimirle a la lectura, quizás, otro ritmo. (Igual, lo bueno que tienen los newsletters es que cada quien los abre cuando quiere.)

Ahora sí, vamos a lo nuestro. No sé si te acordás, pero el Hilo anterior sobre el frío lo terminé con un video cautivante: el de un tren noruego atravesando en pleno invierno el círculo polar ártico. Pues bien, encontré el mismo recorrido del mismo tren en los mismos paisajes en las otras tres estaciones y son excelentes todos. Me impresionó poder observar de manera tan fehaciente cómo cambia el escenario con el clima y cómo la naturaleza se adapta y expande por las vías del trayecto. Acá está el camino durante la primavera (mi preferido, creo, con los deshielos y primeros brotes), acá el del verano y acá el del otoño, para ponerlos de fondo y viajar con la mirada y el pensamiento. Algo curioso es que los cuatro videos duran exactamente lo mismo: 9 horas, 56 minutos y 7 segundos. Se ve que el tren noruego funciona como un relojito.

Con todo esto en mente se me ocurrió profundizar y dedicarle este hilo a los trenes, un tema cercano a la vida de las personas con infinitas representaciones en el campo del arte. Así que vamos a recorrer acá cuentos y poemas inspirados en trenes. Algunos de ellos están centrados en sus recorridos, otros en los misterios que pueden esconder estas máquinas de acero y madera. Otros en los recuerdos o evocaciones que suscitan. En mi caso, hace casi ocho años vivo a la vuelta de una estación y es notable cómo la presencia del tren se incorporó a mi vida. Ya me acostumbré a sus sonidos pero no tanto a sus apariciones. Me sigue gustando verlo pasar y toda la parafernalia de las luces y barreras. Y lo que más me enternece: el saludo de todos los niños y niñas cada vez que aparece. Detienen su juego o su caminata y mueven la mano, como una reverencia natural e infantil ante la seguidilla de vagones que se ven gigantes e interminables.

No hay nada que los trenes no hayan observado

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Los trenes, entonces. Con sus recorridos insistentes. Sus sonidos repetitivos, que pueden ser hipnóticos o sobresaltarnos. Que conectan hace siglos las ciudades y los pueblos, que nos llevan y nos traen del trabajo, pero también nos permiten viajar y cubrir distancias más extensas. El tren puede llegar a pasar por paisajes de playa o montaña. Puede trepar, puede perderse en la llanura. O tener camarotes, y vagones donde funcione un restaurante.

Usemos para ilustrar este Hilo imágenes de trenes de otras partes del mundo. Más exactamente, las tomas del fotógrafo Steve McCurry en los ferrocarriles que unen puntos del mapa de la India. Cuando él estuvo ahí, todavía las grandes locomotoras funcionaban a vapor, y llenaban los paisajes de humo y distorsión. McCurry es un fotoperiodista estadounidense muy icónico. Por ahí de nombre no les suena, pero es quien retrató a la famosa niña afgana para la portada de National Geographic en 1985. Siguiendo los pasos de otros dos fotógrafos como Cartier-Bresson y Margaret Bourke-White, él también viajó a la India con la idea de buscar narrativas visuales que la representaran. Y la estadía que iba a durar seis semanas se prolongó por dos años. ¿Cuántas fotos habrá disparado? ¿Cuántos rollos habrá tenido que revelar? Parece que los trenes de la India son fascinantes por la cantidad de gente que sube a ellos y por todo lo que generan a su paso. “La estación es un teatro y todo lo imaginable sucede en su escenario. No hay nada que los trenes no hayan observado”, dijo el fotógrafo luego de haberse ido de allí.

Y hablando de estaciones y locomotoras vaporosas, me acordé de un relato muy bello de Sara Gallardo, la escritora y periodista argentina que escribió novelas tan personales como Eisejuaz y Enero (recomendadísimas ambas). Se trata del cuento “La gran noche de los trenes” incluido en El país del humo, su libro de 1977. Empieza así:

Por el tiempo en que el hombre pisó la luna, llovió mucho en la provincia de Buenos Aires. Los trenes puestos a morir goteaban y el agua corría por los vidrios sin parar.

El gobierno había decidido amputar líneas de ferrocarril así como los médicos secan venas enfermas de las pantorrillas. Puso los trenes viejos al costado de las vías. A morir.

Como había muchas ventanillas rotas, se formaban charcos en los asientos y en el piso. Los cardos formaron bosque, la tierra cedió, y los trenes sintieron que se hundían. Si no sintieron que el agua les llegaba al corazón fue porque estaban hechos de la madera más dura del mundo, una madera de la India.

Fue aquel mes la rebelión de los trenes.

Y el relato sigue contando exactamente cómo se gestó un levantamiento de locomotoras a vapor que habían sido sacadas de circulación cuando llegaron los “trenes amarillos”, con diésel. Es fascinante el hecho de que narre cómo esos trenes “quisieron despertar del todo” del letargo y el olvido. Me encanta que sea un cuento a espaldas de la humanidad que, ocupada en presenciar la llegada del primer hombre a la luna, es incapaz de captar qué sucede con los objetos más próximos, esos que le sirvieron y todavía están a su alrededor. Si quieren seguir leyendo, pueden hacer clic acá, y si quieren escucharlo en la voz de Adriana Aizenberg, pasen por acá.

La palabra misterio ya no explica nada

Pasemos al terreno de la poesía. En particular a la poesía argentina, que le dedica a los trenes muchos versos poderosos. Uno de mis poemas preferidos es “La gran salina”, de Ricardo Zelarayán (1922–2010), un poeta que nació en Paraná, se mudó más de veinte veces a distintas provincias, y empezó a publicar de grande. Durante muchos años fue un poeta secreto y bastante marginal que se concentraba mucho en registrar la oralidad. Por suerte, fue rescatado y releído durante los noventa y ahora sí se consigue su obra reunida. Este poema es bastante extenso y está en su libro La obsesión del espacio, de 1972. Va solo un fragmento del comienzo, pero está completo acá.

La Gran Salina

La locomotora ilumina la sal inmensa,
los bloques de sal de los costados,
yuyos mezclados con sal que crecen entre las vías.
Yo vacilo…
y callo…
porque estoy pensando en los trenes de carga
que pasan de noche por la Gran Salina.
La palabra misterio hay que aplastarla
como se aplasta una pulga,
entre los dos pulgares.
La palabra misterio ya no explica nada.
(El misterio es nada y la nada no se explica por sí misma.)
Habría que reemplazar la palabra misterio
(al menos por hoy, al menos por este “poema”)
por lo que yo siento cuando pienso en los trenes de carga
que pasan de noche por la Gran Salina.

Así como Zelarayán piensa en los trenes que pasan de noche por esa Gran Salina misteriosa y totalizante, hay quienes escriben sobre lo que sucede con los ferrocarriles de una de las estaciones más emblemáticas de la ciudad de Buenos Aires como la de Chacarita. Es cierto que los últimos años cambió su fisonomía, ahora que hicieron un viaducto y ya no está el paso a nivel, pero siempre dio mucha tela para cortar. En particular, toda esa zona me conmueve mucho porque pasaba por ahí siempre para llegar hasta la casa de Margarita Roncarolo, poeta y maestra que nos dio taller literario durante tantos años. Marga (que murió en plena pandemia, hace casi dos años) tenía una relación muy pasional con los trenes porque era hija y nieta de ferroviarios. Si bien había nacido en Córdoba, se había criado en el pueblo de Rojas, viviendo en la misma estación. Y al llegar a Buenos Aires se mudó exactamente al lado de la vía, en una de esas calles que se cortaban porque justo pasaba el tren. Era como un ronroneo para ella la locomotora. Lo más natural del mundo. Creo que le daba una extraña forma de cobijo. Y escribió este poema explicando un poco la magia de esos trenes urbanos y actuales, que parecían superponerse con recuerdos más puntuales de su infancia.

Estas cosas suceden en las noches de Chacarita

Poca gente
puede entender perfectamente
en qué consiste el paso del tren
de las 4 menos 10.
Un tren que mansamente
llanura
rumiando sobre las vías.
Un tren romántico:
debería llevar rosas.

El mismo tren que pasa por las vías
al lado de casa
algunas noches des-vía
y entra en la cocina
y mi padre se baja
se sienta a la mesa
y me deja este riel
en medio del pecho.

Si quieren conocer su obra, les recomiendo el libro Rosa o muerte, publicado por Santos Locos, y también navegar profusamente la web realizada en su honor. Otra cosa que sucede en las vías de este mismo tren es lo que cuenta Fabián Casas en su famoso poema incluido en Tuca, su libro de 1990. Recuerdo haberlo escuchado en voz alta por primera vez leído justamente por Marga.

Paso a nivel en Chacarita

Los chicos ponen monedas en las vías,
miran pasar el tren que lleva gente
hacia algún lado.
Entonces corren y sacan las monedas
alisadas por las ruedas y el acero;
se ríen, ponen más
sobre las mismas vías
y esperan el paso del próximo tren.
Bueno, eso es todo.

Tan lejos y tan cerca

¿Qué tienen en común un poema de Laura Wittner sobre un viaje en tren por Alemania con un libro de Circe Maia sobre un tren en Salto, Uruguay? A priori, nada. Pero es que yo conocí a Maia gracias a Wittner, cuando nos leyó unos poemas en su taller, y desde ese momento las tengo intrínsecamente relacionadas.

De Laura Wittner ya hemos hablado más de una vez acá (en el Hilo sobre la lluvia y también en el de la traducción). Así que no necesita presentación. Solo pondré a disposición un poema que me gusta mucho, incluido en el libro La altura, de 2016, que es parte de una serie mayor de poemas suyos en los que escribe sobre desplazamientos. En este poema se detiene en una pasajera y en sus vidas posibles.

Dresde desde el tren

Acá imagino vidas
que no logro imaginar.
Frena el tren en silencio mullido
y baja esta señora de mi edad
que leyó papeles todo el viaje
haciéndole marcas en fibrón
a mi manera, con la mano izquierda.

En el vagón comedor, ante el café
quedamos enfrentadas.
Cuando se me cayó la lapicera
ella me avisó en inglés.
Por teléfono hablaba en alemán.
Al guarda le contestó en checo.

Dresde se ve de un verde plano,
metálico y callado.
Hoy, al menos, que la sume la bruma.

Ella pensé que seguiría hasta Berlín.
Y no. No es posible saber.

De la uruguaya Circe Maia no vamos a compartir hoy sus versos sino las impresiones del pequeño y conmovedor libro Un viaje a Salto, publicado por Las Afueras con prólogo de Mercedes Halfon. Aquí Maia cuenta un hecho muy duro. Es que en los meses previos al golpe de Estado en Uruguay su pareja y padre de su pequeña hija fue detenido y convertido en preso político por asistir como médico al Movimiento Tupamaro. Circe y su hija tienen el dato de que él será trasladado en un tren que se dirige a Salto y deciden subir a ese tren con la intención de verlo sin las limitaciones que rigen en la cárcel. Así que una madrugada, en una parada, se suben a un vagón oscuro e intentan pasar desapercibidas ante la mirada de los soldados que lo custodian y también disimuladas ante los demás pasajeros. Algo muy fuerte del texto es que está contado a dos voces y empieza con un breve testimonio de la hija de ellos, bastante inocente. Y luego es la madre, Maia, la que toma la posta de la escritura y completa todos los detalles y sensaciones de esta experiencia tan extrema y valiente con una prosa que se posa en lo cotidiano pero que logra trascenderlo.

El destino en un vagón

Antes de despedirnos, y para cortar un poco con tanta literatura, pasemos a tres películas muy distintas entre sí con los ferrocarriles como protagonistas no humanos. Ya sé que hay miles (de casi todos los géneros), pero elegí estas tres caprichosamente.

  • El maquinista de La General. Escrita, protagonizada y dirigida por Buster Keaton, es un gran clásico del cine mudo estrenado en 1926 que sigue cautivando (se puede ver completa acá). Está basada en un hecho real sucedido en 1862 durante la Guerra de Secesión y cuenta la historia de Johnnie Gray, un maquinista apasionado por la locomotora La General y por su novia Annabelle. Cuando estalla la guerra, y ella le pide a él que se aliste en el ejército, él no es admitido porque consideran que es más útil que siga como maquinista a que se convierta en soldado. Pero ella piensa que es un cobarde y deja de hablarle. Un año después, por otra circunstancia, vuelven a cruzarse viajando en la locomotora y ahí empieza la acción con el tren en movimiento por la que esta película es tan emblemática. Lo loco es que en su estreno fue un fracaso financiero y recibió pésimas críticas. Muchas décadas después se la revaloró y hoy está a la altura de los grandes clásicos de Chaplin.
  • Antes del amanecer (disponible en HBOMax). Otro clásico pero de 1995 que marca el comienzo de la trilogía amorosa de Richard Linklater. Con la premisa más sencilla del mundo, Julie Delpy y Ethan Hawke son por primera vez Jesse y Céline, dos jóvenes que se conocen de casualidad en un tren que une Budapest y Viena. Quedan prendidos uno del otro y pasan juntos solo una noche en la capital de Austria. Antes de despedirse, hacen una promesa para volver a encontrarse seis meses más tarde sin intercambiar ningún otro dato del otro. Muy minimalista en sus recursos, la película se sostiene por los diálogos magnéticos y la química entre ellos dos. Si no la vieron, dénse este gusto, porque envejeció bastante bien.
  • Train Again, de Peter Tscherkassky (disponible en MUBI). Se trata de un corto experimental de 2021 del director austríaco que dura veinte minutos. En un blanco y negro bastante especial que genera contrastes fuertes y muchos tipos de grises, acá los trenes son como espectros o fantasmagorías que se superponen con otras cosas. ¿La velocidad del tren tiene algo que envidiarle a la tracción a sangre de los caballos? Las texturas visuales que genera Tscherkassky son hipnóticas así como la superposición de sonidos maquínicos con otros más humanos. Un poco de cine experimental para alejarnos de la narrativa de Hollywood.

Ahora sí, me despido hasta dentro de quince días.

Ojalá leas este Hilo justo viajando en tren y acompañes la lectura con el traqueteo o la voz que anuncia que llegaste a la próxima estación.

Gracias por leer. Y por favor cuidate mucho.

Malena

P.d.: Acordate que si te gusta lo que hacemos, podés colaborar con el proyecto de Cenital.

Es licenciada en Letras por la UBA y trabaja hace muchos años en la industria editorial. Fue editora en las revistas El Interpretador y Los Inrockuptibles. Forma parte del equipo de Caja Negra, una editorial psicoactiva y heterogénea. Tiene un ciclo de entrevistas con escritores y escritoras en el Malba. Si los libros fueran comestibles, podría alimentar a miles de personas con los que acumula en su biblioteca. Lo que más le gusta es viajar.