Te deseo una amistad larguísima

Esta es una edición especial escrita por un invitado de lujo –Lucas Garófalo– y dedicada a uno de los temas más importantes para cualquier humano que se precie de tal: la amistad. De los códigos entre pares a los enemigos íntimos, va una entrega llena de asociaciones inesperadas entre The Midnight Gospel, Lucrecia Martel, Nick Cave, Juan Forn, Leila Guerriero y Vivian Gornick.

Hola, ¿qué tal? Espero que lo mejor posible. Acá Malena desde España. Pasé los últimos días trabajando en una feria en Madrid, cumpliendo años y comiendo tortilla de patatas. Me tocaron unas jornadas otoñales bellísimas con el subidón de energía que implicó volver a caminar por otra parte del mundo después de tanto encierro y restricciones. El tema es que el viaje no me permitió tener tiempo suficiente para escribir el Hilo –cosa que me lleva sus buenas horas–, y para no cortar las entregas, se me ocurrió armar una edición anómala e invitar a un gran amigo a que la escriba por mí. Me pareció pertinente, además, tener un “autor invitado” que proponga su propio tema, para que lean otras voces y otras asociaciones que no sean las mías, y en Cenital estuvieron de acuerdo (¡gracias!). Así que los dejo por esta vez en manos de Lucas Garófalo, un periodista curioso y despierto, divertido y original, que además es un excelente compañero con el que compartí muchos años de trabajo y camaradería en la redacción de Los Inrockuptibles. Quedó buenísimo lo que armó. Un flash leer lo que hace otro con el formato. Espero que lo disfruten. Gracias por leer. Y por favor, sigan cuidándose mucho.

El Hilo Conductor #35 por Lucas Garófalo

Resulta que el otro día me llama Malena por teléfono y me dice dos cosas: que quiere que me haga cargo de su newsletter esta quincena y que tengo que aprovechar mi viaje a Mar de las Pampas para comer en un lugar de pastas buenísimo. Lo cuento para que los lectores y lectoras del Hilo sepan que la cabeza de su autora funciona igual en todos los ámbitos: no importa el contexto, ella siempre tiene a mano la recomendación que no sabías que necesitabas. Tranquilamente podría escribir esta edición especial en base a descubrimientos que me facilitó ella, y de hecho eso fue lo primero que propuse: que el tema de esta entrega fuera “Malena Rey”. Pero mi amiga es un poco tímida, así que negociamos hablar más generalmente de “la amistad”. 

Antes de entrar de lleno ahí quiero decir que el lugar de pastas, llamado Amorinda, era excelente. Estaba manejado por una familia y la comida era caserísima, sencilla y sofisticada al mismo tiempo (yo pedí una cintas verdes con curry indio). Parecía salido del Instagram de Pasta Grannies. Todo esto viene al caso no solo porque me lo recomendó Male, sino también porque fui con amigas, y además mis amigas cocinan increíble. Eran un público exigente. Durante nuestra corta estadía en la playa las vi debatir los detalles más mínimos de la receta que estuvieran haciendo para que el resultado fuera perfecto, por ejemplo si convenía ponerle las alcaparras a la pizza adentro del horno o una vez afuera (“mejor en el horno así se asientan en el queso y le transmiten su alcaparrosidad”, dijo una y selló el debate). Mientras las veía, pensaba que en esa danza culinaria improvisada de la que ellas no parecían tener registro estaba el secreto de su relación tan cercana. No hay mejor manera de cultivar una amistad que generar espacios de creatividad compartida. Y Malena hizo exactamente eso cuando me invitó a escribir este Hilo, así que gracias.

Pura química

Decidí ilustrar esta entrega con las fotos que saca mi amiga Dafna Szleifer, que en realidad no es estrictamente mi amiga, sino alguien con quien tenemos algunos amigos en común (y todo el mundo sabe cómo funciona la ley de los amigos de mis amigos). Dafna vivió en Mar del Plata hasta los 12 años y ahora va muy seguido a visitar a su papá, y en cada uno de esos viajes tiene la costumbre de caminar por la costa, más o menos desde la zona de La Perla hasta las playas del centro, en una especie de safari fotográfico balneario durante el cual captura escenas de amistad en la tercera edad. Dicen que lo más difícil de llegar a viejo es ver morir a los amigos. ¿Quién va a recordar por los que ya no están? A esa altura de la vida, cada momento compartido vale. La obra de Dafna está llena de esos instantes valiosos. Además, como me dijo ella el otro día, las señoras de ciudad balnearia son especiales: manejan un código de vestimenta, accesorios y movimientos muy particular, un poco ridículo y más allá de todo, que sería improbable compartir por afuera del círculo de la amistad (uno no se disfraza en compañía de cualquiera). Un amigo es alguien ante cuya presencia la incomodidad no existe. No se me ocurre un deseo más lindo que el de una amistad larguísima.

El problema con la amistad en el arte es que la tarea de retratarla es muy compleja, tan compleja como identificar qué es lo que hace que dos personas sean amigas. ¿Es la personalidad de cada una? ¿Los intereses en común? ¿La historia compartida? En general, no. Es algo mucho más abstracto, una combinación de factores diferentes en cada caso, que a falta de una palabra mejor solemos definir como “química”. Y esa química es imposible de falsear. 

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En Betty, la serie de HBO sobre chicas skaters de Nueva York cuya segunda temporada terminó hace unos meses, resuelven el problema de la mejor manera posible: las protagonistas ya eran amigas de antes. Patinan juntas desde hace años en un grupo llamado “Skate Kitchen”. La directora Crystal Moselle se las cruzó de casualidad en el subte en 2015 y enseguida supo que quería filmarlas. Lo primero que hicieron juntas fue un corto lindísimo para la serie Women’s Tales de Miu Miu (la marca de ropa fundada por Miuccia Prada, que trabajó con directoras como Agnès Varda, Miranda July, Chloë Sevigny y Lucrecia Martel), en el que básicamente se dedican a patinar y ser ellas mismas. Lo pueden ver acá. Hay una escena en la que están tiradas en la cama, charlando de todo y de nada a la vez, que hubiera sido imposible de lograr con actrices. Seguramente había un guion, pero no se nota. Porque lo importante no es lo que se dice, sino lo que es

Lucrecia Martel cree que el diálogo es la invención más extraordinaria de nuestra especie, pero que de todos modos está destinado al fracaso. Nadie puede expresar de manera perfecta lo que siente un organismo tan complejo y monstruoso como el nuestro. Por eso para entender una amistad hay que ir más allá de las palabras, y por eso también una amistad (o cualquier relación en general, pero especialmente una amistad) es tan difícil de actuar. En sus películas, Martel le da muchísima importancia al sonido, incluso por encima del diálogo. “Cuando la conversación naufraga”, dice en esta entrevista de fines del año pasado, “no naufraga todo lo demás: el volumen, el tartamudeo, el ritmo… Todo eso expresa mucho más que la superficie organizada del significado”. 

La escena de la cama en el corto de Moselle es un ejemplo perfecto. Las chicas podrían no decir nada e igual quedaría clarísimo lo que sienten. Es pura química. La coreografía espontánea de gestos y miradas habla más de ellas que lo que el guion les pide que digan. (Lucrecia: “El argumento es la espuma de una película, pero debajo de eso está el mar, con los bichos, con la arena, con la lava, y si vos te quedás en el argumento, te perdés la película”). Cuenta Moselle que esa escena fue tan celebrada que al poco tiempo le permitió filmar Skate Kitchen, la película a partir de la cual después surgió Betty. Skate Kitchen compitió en el Festival de Cine de Mar del Plata de 2018 (está completa en YouTube sin subtítulos) y a mí me tocó escribir la reseña en el catálogo del festival. Decía esto: 

Esta ficción callejera sobre un grupo de chicas skaters de Nueva York es un elogio de los tiempos muertos compartidos entre amigos, tan fundamentales a la hora de aprender lo que no se enseña en las escuelas. Funciona especialmente bien gracias a la complicidad real de las protagonistas, que le da a la película ese registro a mitad de camino entre el documental y la ficción: por un lado, vuelve aun más íntimos los momentos de intimidad (uno quiere pasar todo el tiempo posible con ellas mientras hablan de tampones, lasagna y lesiones en los tobillos), y, por el otro, le da a las escenas de skate una sensación naturalmente coreográfica, en ese andar despreocupado y vandálico por el Lower East Side de Manhattan al atardecer que se parece tanto a la libertad.

Si bien en Betty las protagonistas son las mismas que en Skate Kitchen, la dinámica es un poco diferente, porque una serie tiene otras obligaciones narrativas. Hay una historia que contar, y eso significa que las chicas ya no pueden simplemente ser, sino que tienen que actuar. Y cuanto más representan, menos amigas parecen. La serie es cortita (dos temporadas de seis episodios) y vale la pena igual, sobre todo por esos momentos en los que prende la chispa de la amistad. Pero la película es mejor que la serie y el corto es mejor que la película, es decir, la calidad del resultado es inversamente proporcional al presupuesto. O, como dice Martel al final de su entrevista: “No se puede hacer una fiesta con plata”. Para hacer una fiesta, lo único que hace falta son amigos.

Enemigos íntimos

¿Y con los enemigos qué hacemos? Idealmente, los perdonamos. Por supuesto que no es fácil, así que conviene buscar ayuda. En el cuarto episodio de la serie animada de Netflix The Midnight Gospel, la experta en meditación y mindfulness Trudy Goodman dice: “Pensá en el perdón como tu propia liberación del rencor, el resentimiento y la ira”. Ya sé: esto suena a discurso barato de autoayuda. Debería contar también que The Midnight Gospel es un programa rarísimo y psicodélico creado por Pendleton Ward (quizás les suene de los dibujitos animados Hora de Aventura), protagonizado por un viajero espacial que tiene un podcast y recorre diferentes planetas en busca de entrevistados. En este episodio, por ejemplo, Trudy es una guerrera altísima que en lugar de una espada empuña una flor con la cual puede curar heridas, y además es la dueña de un bar. Casi toda la entrevista sucede arriba de un ¿caballo? verde flúo mientras van a comprarle una pócima a una bruja. No tiene sentido. Pero lo verdaderamente novedoso es que el audio de esas entrevistas está tomado de un podcast real conducido por el comediante Duncan Trussell, en el que se habla de filosofía, espiritualidad, magia, meditación, rituales, drogas, existencialismo y más. Si Lucrecia Martel decía que lo importante aparecía por debajo de “la espuma” del diálogo, Pendleton Ward lleva esa idea al extremo: saca el diálogo de contexto y literalmente crea los bichos, la arena y la lava que lo sostienen. En contraste con todo ese delirio, la profundidad de las conversaciones golpea más fuerte. Mientras atraviesa un bosque hechizado, Trudy dice sobre los enemigos: “No los vamos a querer, pero tampoco tenemos que obsesionarnos de por vida con el daño que nos hicieron”.

Esta idea aparece de la manera más potente posible en La otra guerra, el libro de Leila Guerriero sobre el cementerio argentino en las islas Malvinas. En 1982, después de la rendición anunciada por el teniente coronel Galtieri, el ejército inglés le encargó al oficial Geoffrey Cardozo la tarea de recoger los cadáveres argentinos que habían quedado esparcidos en el campo de batalla. “Hice un registro muy detallado”, le dice Cardozo a Guerriero, “porque algo me decía: ‘Tengo que ser muy claro porque hay tantos que no están identificados que a lo mejor en el futuro su país podrá exhumar para ver si es posible identificarlos’”. La profecía del inglés Cardozo se cumplió… 38 años más tarde. Si no hubiera sido porque ese enemigo decidió poner los cuerpos en dos o tres bolsas y escribir los nombres de los lugares en donde los había encontrado, la identificación de cientos de héroes de Malvinas habría sido imposible. (El libro, editado por Anagrama, es bien cortito y está repleto de testimonios. Se lee de una sentada). 

Según Nick Cave, el perdón es una forma de autorrescate incluso cuando va en contra de nuestra naturaleza. La función principal de perdonar es no dejar que la ofensa recibida se convierta en algo que nos defina. En The Red Hand Files, el sitio a través del cual los fans del músico australiano pueden mandarle sus preguntas, una chica de Nueva Jersey llamada Mel dice: “¿Cómo perdonás a alguien a quien amás pero que hizo algo terrible?”. Cave contesta: “Considerá el perdón como un regalo, no para la persona que hizo el daño, sino para vos misma”. Obviamente toda la correspondencia está en inglés, pero el traductor de Google anda bárbaro, así que recomiendo mucho meterse a curiosear entre esas cartas. Las preguntas que llegan son de lo más diversas, y Cave contesta con la sensibilidad esperable de un artista como él, capaz de moverse entre la luz y la oscuridad con una naturalidad absoluta. Te habla con la franqueza de un amigo. “Recompensar la ofensa con compasión puede parecer injusto”, le dice a Mel en su respuesta. “Sin embargo, debemos intentarlo. El perdón es un acto de insubordinación, y también un acto de amor propio que ayuda a ampliar la capacidad del corazón”. Si no hay amistad, que no haya rencores. 

Sé tu propio amigo

Vuelvo un momento a Leila Guerriero. Hay una entrevista buenísima que le hizo Malena para la serie Conversaciones del MALBA en la que, además de compartir sus procesos y repasar parte de su trayectoria como escritora y periodista, recuerda el día en que salió a correr por primera vez. “Me puse la zapatillas y sentí una ligereza…”, dice. “¡No necesito nada más que esto!”. También dice que lo primero que hace cuando vuelve de correr es sentarse en la computadora y tomar apuntes de todo lo que pensó en el camino. Me hace acordar muchísimo a lo que cuenta Vivian Gornick en Mirarse de frente, un libro de ensayos de 1996 que gira alrededor de la idea de la conversación y la conexión con los otros (por supuesto este libro me lo regaló Malena). En el primer texto, Gornick revela el método que usa para inspirarse: simplemente sale a caminar por Nueva York, de la misma manera que mi amiga Dafna sale a caminar por Mar del Plata y Leila Guerriero sale a correr por Buenos Aires. El secreto está en que durante la observación de las situaciones que se le cruzan azarosamente en su deriva urbana, Gornick pone la mente en funcionamiento. Entonces, cuando vuelve a su casa, por más que viva sola, vuelve acompañada… por ella misma. Tiene material para reflexionar. “Desde los griegos hasta Chekhov y Elizabeth Cady Stanton”, dice, “todos los que se preocuparon por investigar la naturaleza de la soledad humana se dieron cuenta de que la mente puesta a trabajar es lo único que logra quebrar esa sensación de soledad”.

La idea de hacerse amigo de uno mismo era fundamental para los estoicos, una escuela filosófica griega fundada en el siglo III a.C., que básicamente postula que, como no podemos controlar lo que pasa alrededor nuestro, el camino hacia la felicidad consiste en controlar lo que pensamos sobre eso (desde ya pido perdón por simplificar miles de años de historia en dos renglones). El filósofo romano Séneca fue uno de los máximos referentes del estoicismo y, como tal, estaba convencido de que el ser humano es autosuficiente, en el sentido de que no necesita nada más que a sí mismo para realizarse. ¿Esto significa que no deberíamos tener amigos? Para nada. Entre los años 62 y 65, Séneca escribió sus célebres Epístolas morales a Lucilio (se consigue en Mercado Libre a un precio razonable), una serie de cartas a uno de sus protegidos, en las que, entre otras cosas, dice: 

En el caso de que la enfermedad o el enemigo le cortaren la mano, en el caso de que la desgracia le arrancare uno o ambos ojos, la parte que le quede le satisfará y estará tan alegre con el cuerpo mutilado y amputado como lo estuvo con el cuerpo íntegro; pero, aunque no desea los miembros que le faltan, con todo prefiere que no le falten. De este modo el sabio se basta a sí mismo, no porque desee estar sin un amigo, sino porque puede estarlo.

La verdad que eran muy piolas los estoicos, toda esa filosofía del “prefiero pero no necesito” me parece súper sana. Me acuerdo de que cuando leí a Séneca enseguida pensé en Juan Forn, que vivía medio recluido en Mar de las Pampas, lejos de sus amigos. Más de una vez Forn contó que las ideas de sus columnas de los viernes en el diario Página/12 se terminaban de asentar cuando salía a caminar por la playa desierta, la misma playa por la que estuve caminando el otro día después de almorzar en el lugar de pastas que me recomendó Malena. Y si bien esas columnas en general no eran sobre la amistad (salvo esta, que es excelente), definitivamente estaban escritas desde la amistad. 

Un viernes de febrero de 2009, por ejemplo, Forn le dedicó la contratapa del diario a tres libros que le había recomendado un amigo médico. En el primero, Book of Dead Philosophers, el inglés Simon Critchley sostiene que la filosofía nunca debería haber abandonado el propósito de brindar herramientas para alcanzar la felicidad. En el segundo, Nothing To Be Frightened of, Julian Barnes dice: “No creo en Dios pero lo extraño” (¡no lo prefiere pero lo necesita! ¡Todo mal!). En el tercero, Somewhere Towards The End, Diana Athill reflexiona sobre la muerte a los 91 años. Forn encuentra un hilo conductor hermoso entre los tres, pero lo mejor es lo que pasa en marzo de 2009, en la columna siguiente, cuando cuenta que, a raíz de su último texto, una señora le mandó un mail en el que lo acusaba de plagiar un cuarto libro, escrito por la médica inglesa Iona Heath. Enojado, Forn lo consiguió y lo leyó en una hora… y le encantó. Así que le escribió a su enemiga para agradecerle. “No me agradezca”, le dijo ella. “Escriba sobre ese libro”. Obviamente de eso trata la contratapa. Doce años más tarde, Juan Forn está muerto y su último libro acaba de publicarse. Es una compilación de 400 páginas con varias de sus columnas; se llama Yo recordaré por ustedes

Eso fue todo, gracias por leer. 

Espero haber estado a la altura de lo que mi amiga se merece. 

Lucas

Soy licenciada en Letras por la UBA y trabajo hace muchos años en la industria editorial. Fui editora en las revistas El Interpretador y Los Inrockuptibles. Formo parte del equipo de Caja Negra, una editorial psicoactiva y heterogénea. Tengo un ciclo de entrevistas con escritores y escritoras en el Malba. Si los libros fueran comestibles, podría alimentar a miles de personas con los que acumulo en mi biblioteca. Lo que más me gusta es viajar.