Senderos luminosos

Un nuevo Hilo sobre otro tema enorme que nos atraviesa como humanidad de manera horizontal: el caminar. Las derivas, los rodeos y los paseos urbanos en obras que los tienen como excusa o protagonistas, de Rebecca Solnit a Robert Walser, de Wim Wenders a los situacionistas.

Hola, ¿qué tal? No sé ni para qué lo pregunto en una semana tan triste. Sigo con un nudo en el pecho, perdida en imágenes y frases, y goles y altares y recuerdos. Con la muerte de Maradona ya se torna imposible seguir poniéndole el cuerpo al desamparo de 2020, así que por favor vayamos cerrando este antro que nuestros corazones están a tope de emociones que procesar. Y gracias siempre por lo inolvidable, Diego. Nunca te vamos a olvidar.

Esta quincena vamos a ocuparnos de un tema que espero te ayude a sentirte un poco mejor. O por lo menos a distraerte un rato. Es un eje que da para largo, como todos los de El Hilo Conductor. Vamos a hablar de una práctica continua, que nos atraviesa como humanidad, y que según la atención que le pongamos puede ser más o menos reveladora. Hablo del caminar: de la caminata como forma de explorar el mundo y explorar la mente al mismo tiempo. 

Supongo que estarán de acuerdo si digo que la caminata cobra significados diversos según se transite el espacio urbano o el espacio rural o natural. El solo hecho de salir a hacer una diligencia o compra -esto es: caminar con un objetivo específico- dista mucho de la acción de deambular sin rumbo. La actitud no será la misma, ni tampoco los pensamientos que acompañen el tranco. También podemos afirmar que caminar nos despeja, nos refresca por dentro, nos conecta con el ritmo. Así que hoy pisaremos calles y senderos luminosos a partir de algunas obras que tienen a la caminata como recurso para desgranar los sentidos que abre. (Aclaro que no vamos a hablar de las peregrinaciones ni de las procesiones, porque el caminar con fines espirituales o sanadores daría para otro newsletter entero.)

Caminar es un tema que siempre está desviándose

La escritora norteamericana Rebecca Solnit, que vive en San Francisco, se convirtió gracias a dos libros en toda una autoridad sobre el tema. Es que publicó en 2001 Wanderlust. Una historia del caminar, en el que con una prosa ágil analiza la caminata desde la evolución de la anatomía humana hasta el diseño de las ciudades, con muy buenas dosis de datos históricos y de curiosidades. Solnit se basa en la estrecha relación entre caminata y pensamiento y defiende esta práctica a partir de la filosofía más antigua. De hecho, dice que “la del caminar es una historia no escrita, secreta, cuyos fragmentos pueden hallarse no solo en miles de párrafos nada destacados de algunos libros, sino también en canciones, en calles o en las vivencias de cada cual”. Me parece fascinante el hecho de que la caminata esté ahí en miles de obras solapadamente, que aparezca de forma natural en cualquier tipo de texto o música, y que a la vez podamos seguir descubriendo cosas nuevas con su práctica. También dice Solnit que su historia es amateur, porque caminar es un acto amateur. En ese sentido, nos iguala como humanidad: no hay alguien que camine “mejor” que otro, no hay desigualdades ahí. 

Ya los “peripatéticos”, seguidores de Aristóteles en la Grecia Antigua, tomaban su nombre de los paseos y caminatas, y más acá en el tiempo también Kierkegaard, Rousseau y Hobbes se refirieron a esta práctica (parece de hecho que Hobbes llevaba un bastón con un tintero para anotar ideas mientras hacía paseos a pie). Thoreau, a quien ya mencionamos en este Hilo Conductor sobre la naturaleza, un desobediente genial que decidió no pagar impuestos para no respaldar con ellos la guerra ni la esclavitud, fue condenado a unas noches de prisión y adivinen qué hizo cuando lo soltaron: se puso a caminar sin rumbo fijo, con un grupo de personas. Caminar es liberador.

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Además de Wanderlust, Rebecca Solnit escribió otro libro interesante que fue recientemente traducido en nuestro país por la editorial Fiordo: Una guía sobre el arte de perderse. Ahí se ocupa de las distintas dimensiones que podría tener la palabra “perderse”: desde extraviarse en un bosque a desorientarse mentalmente, de lo que se ocupa es de las maneras de desviarse del rumbo. La idea de la pérdida (y de la perdición) asociada al caminar me recordó una gran película, de esas indiscutiblemente buenas: Paris, Texas, de Wim Wenders, en la que un joven Harry Dean Stanton interpreta a Travis Henderson, un hombre que según nos enteramos abandonó a su mujer (Nastassja Kinski) y a su pequeño hijo para andar a pie por todo el país. La desaparición de Travis reconfiguró los vínculos en la familia, y ahora que regresa tratan de reconstruirse. Es tan conmovedora la película en tantos niveles que me voy a quedar corta si trato de analizarla en pocas líneas. Creo que uno de sus temas más importantes es la búsqueda de la libertad: cómo hacer para sentirse libre, y qué consecuencias puede llegar a tener eso para otros. Si quieren recordarla, vean o revean la escena de apertura con Harry Dean pateando el desierto de Arizona. O lean esta columna de Raúl Perrone en esa sección tan especial del suplemento Radar llamada “Fan”, en la que diversos artistas de variadas disciplinas eligen obras que los hayan marcado. 

PARIS, TEXAS

Tiramos un poco más del Hilo y llegamos a El paseo de Robert Walser, una novela breve y aparentemente sencilla de 1917 en la que el narrador cuenta en primera persona su paseo por la ciudad. Con observaciones sutilmente irónicas, por momentos entusiastas o melancólicas, este escritor que camina y fija su mirada aquí y allá reflexiona también sobre el acto mismo de pasear. Hay un momento bastante ocurrente en el que un inspector de Hacienda quiere cobrarle porque dice que siempre lo encuentra paseando. Y ahí el escritor protagonista se despacha con la justificación más atendible: para crear su obra necesita ver el mundo y la vida revelándose en las calles. Ese paseo es ocioso pero de ahí nace la inspiración, si es que existe, o por lo menos un estímulo que después lo lleva a la escritura.

La novela tiene un correlato escénico. Es que con dramaturgia del catalán Marc Caellas e interpretación del actor y performer argentino Esteban Feune de Colombi se convirtió en una obra atípica: El paseo de Robert Walser sucede en las calles, con un grupo de personas que sigue a Feune trajeado y con sombrero, quien declama fragmentos del libro pero también improvisa de acuerdo a las situaciones urbanas que van surgiendo. La obra -ideal para tiempos de Covid por transcurrir enteramente al aire libre- ya se hizo en varios países y fue parte de la programación del Filba en 2012 (en el link se ve un fragmento). Ojalá se repita pronto por estos pagos. Si quieren ir al Walser original, acá se puede escuchar el audiolibro completo y acá leer el comienzo del libro.

Deriva, errancia

Caminar también puede ser ir hacia lo desconocido. O que se nos revele lo desconocido al caminar. El Covid nos volvió mucho más temerosas a lo ajeno, lo nuevo. Pero creo que de a poco podríamos ir recuperando el espíritu flâneur de otras épocas, ese vagabundeo sin ningún objetivo, abierto a las impresiones que aparecen al paso. El hecho de estar en una muchedumbre y sentirse perdida y a salvo al mismo tiempo también dejó de suceder este año nefasto. Pero igual la vida en entornos urbanos tiene un anonimato que todavía se conserva. Podemos salir sin rumbo y que nadie se dé cuenta de que no estamos persiguiendo ningún fin específico en esa caminata. Una de las experiencias-llave de este tipo de prácticas es la que plantearon los situacionistas en Francia hacia 1950. Promovidas por el originalísimo teórico marxista Guy Debord (conocido sobre todo por su libro La sociedad del espectáculo, pero también por las películas que hizo), la idea era hacer de la exploración urbana una acción consciente que permitiera generar cartografías nuevas, no estáticas sino en constante recomposición. Su Teoría de la Deriva, de 1958, lleva el pensamiento a la práctica por medio de una serie de experimentos psicogeográficos que hoy siguen realizándose. Contraria a las nociones clásicas de “viaje” o “paseo”, para Debord las personas que “se abandonan a la deriva” deben renunciar durante un tiempo más o menos largo a los motivos para desplazarse en relación a los trabajos o entretenimientos para dejarse llevar por el terreno y lo que este propone. 

Como soy inquieta y no quiero que este newsletter sobre algo tan primordial como el movimiento se quede estático acá en la pantalla, les propongo el siguiente desafío, basado en las coordenadas de Debord: dediquen una tarde entera a derivar por la ciudad sin abrir Google Maps. Traten de no dejarse interrumpir por las redes sociales. Armen un prototipo de recorrido arbitrario que implique estar atentas a lo que sucede, por ejemplo: caminar una cuadra y doblar a la derecha, caminar dos cuadras más y doblar a la izquierda, caminar tres más y doblar a la derecha nuevamente, caminar cuatro y doblar de nuevo a la izquierda, así hasta llegar a 10 cuadras corridas. Al finalizar, registren brevemente las sensaciones del paseo: ¿Cuáles fueron los sonidos más cercanos que escucharon? ¿Y los más repetitivos? ¿Qué cosas descubrieron que nunca antes habían visto? ¿Qué cosas encontraron tiradas en la calle?

Otro ejercicio posible es salir a derivar siendo llevada por el desplazamiento de otra persona. Les garantizo que es muy interesante (sí, lo hice varias veces). Esta deriva implica salir a la calle y elegir al azar a un transeúnte y seguirlo a distancia, observando el comportamiento urbano de otre, su ritmo, imaginando quién es, qué hace, dónde vive, sin mirarlo de frente en ningún momento, hasta que esa persona ingrese a un lugar privado o se suba a algún medio de transporte. Luego del seguimiento, registrar también las sensaciones o pensamientos que surgieron durante la caminata, bocetando todo lo que sabemos o imaginamos de ese eterno desconocido que nos llevó sin saberlo a pasear. 

Ojalá volvamos a ganar la calle como el espacio de lo espontáneo y lo irrepetible, de lo inesperado y lo vital, aunque los barbijos escondan por un tiempo más nuestras expresiones.

Cantar y caminar

No puedo terminar este Hilo sin entrar en el plano musical, más específicamente en el terreno de los videoclips, en los que la caminata tiene una presencia preponderante. ¿No les pasó alguna vez eso de ir andando con los auriculares puestos escuchando alguna canción excelente, sintiendo que estaban adentro de un video? Seguramente sí. Y varias mentes creativas se valieron de esas sensaciones seguramente también para filmarlos. 

Acá va un punteo de tres de ellos, pero hay quichicientos más:

  • The Verbe, “Bitter Sweet Symphony”. Es un himno noventoso por excelencia, en el que Richard Ashcroft, altísimo y desgarbado, camina por Hoxton Street en Londres ignorando todo lo que sucede a su alrededor, empujando gente y manteniéndose imperturbable. Las cuerdas repiten ese arreglo tan reconocible, que se instala en nuestro cerebro marcando el pulso hipnotizado. 
  • Coldplay, “Yellow”. Este tema que nos cautivó con su letra y sus guitarras ya tiene ¡20 años! Me avergüenza un poco ponerlo acá, sobre todo porque después la banda se convirtió en algo comercial e insufrible que dejó de interpelarme por completo. Pero este video con Chris Martin pichi caminando y cantando por la playa mientras se va haciendo de día todavía rompe mi corazón adolescente con su simpleza amarilla. 
  • Kylie Minogue, “Come into my world”. Acá sí hay una buena mente creativa armando la secuencia de este video impactante y cinematográfico que tiene diez años, en el que Kylie se multiplica, se reproduce, y no pierde la gracia caminante en ninguna de sus múltiples encarnaciones. Si no lo conocen, no se lo pierdan porque es una obra de arte pop, o una lección sobre cómo los planos secuencia siempre nos están engañando. 

Ahora sí, me despido hasta dentro de quince días. Espero que este Hilo te ayude a transitar la tristeza saliendo a caminar. 

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Gracias por leer. Y por favor cuídense mucho,

Malena

Es licenciada en Letras por la UBA y trabaja hace muchos años en la industria editorial. Fue editora en las revistas El Interpretador y Los Inrockuptibles. Forma parte del equipo de Caja Negra, una editorial psicoactiva y heterogénea. Tiene un ciclo de entrevistas con escritores y escritoras en el Malba. Si los libros fueran comestibles, podría alimentar a miles de personas con los que acumula en su biblioteca. Lo que más le gusta es viajar.