¿Qué hacemos con el dólar?

Las disyuntivas que se presentan para lidiar con la disparada de la divisa son delicadas.

Las disyuntivas que se presentan con las opciones para lidiar con la disparada del dólar son delicadas. Un camino posible es el de no hacer nada y dejar que el tipo de cambio corra libremente hasta que se ubique en algún valor que dependerá de las expectativas que prevalezcan en los mercados. El beneficio de ello es que no se gasta ningún instrumento. El riesgo que ese camino conlleva es alto. Una mega-depreciación implica una fuerte caída de la actividad, con pérdida de empleo y salario real, y más pobreza. Y el principal riesgo es el de una espiral de depreciación-inflación, en la que un fuerte efecto de la depreciación cambiaria sobre los precios alimenta expectativas de una mayor depreciación, y la mayor depreciación resultante vuelve a generar un crecimiento de los precios, y así sucesivamente.

El otro camino es el de hacer algo para frenar la corrida. El tema es qué. El gobierno no tiene un plan económico nuevo para ofrecer con el cual cambiar las expectativas en los mercados. Y al Banco Central casi no le queda pólvora. Una posibilidad es vender reservas internacionales, como hizo este lunes post PASO; pero a los niveles de incertidumbre actuales es difícil que eso sea efectivo para frenar la corrida, y por el contrario, liquidar las reservas implicaría un aumento del pasivo externo neto del país, dejándolo en una posición aún más vulnerable.

Otra posibilidad es subir la tasa de interés, pero la efectividad de la tasa en el contexto actual también es muy limitada. Seguir subiendo tasas en un contexto de expectativas de mayor recesión significa, una vez más, agrandar una bola de nieve que termina con más depreciación e inestabilidad. La posibilidad de imponer controles cambiarios, afortunadamente para el país, no entra en el esquema de nadie. Es un esquema pasado y ya sensatamente pisado en el espectro político actual. Y tampoco tendría sentido lidiar con la corrida imponiendo ahora mismo regulaciones a la salida de capitales -el tan solo insinuarlo aceleraría la salida y con ello la depreciación del peso-.

El instrumento que queda para suavizar las expectativas tan inciertas que ha generado la política de la grieta es el discurso político. Es bien curiosa la sociología de la formación de expectativas en los centros financieros internacionales. El proceso es de una circularidad perversa. Quienes forman opinión sobre la economía argentina, que es gente mayoritariamente argentina, desde hace tiempo vienen alimentando (y efectivamente imponiendo) la idea de que lo peor que le puede pasar al país es que gane la oposición; que un triunfo opositor haría del país algo similar a lo que es Venezuela. Y cuando esto finalmente ocurre, esa misma gente concluye que la culpa de la corrida es del triunfo opositor.

Uno de los actores más influyentes en ese proceso ha sido el gobierno argentino actual. El propio presidente Macri viene hace tiempo recurriendo a esa narrativa incendiaria. Este lunes, luego del traspié en las PASO, en lugar de adoptar un perfil de líder positivo y maduro, respetuoso del electorado, optó por profundizar el discurso de la grieta, y culpar al electorado de generar la corrida cambiaria con su elección.

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Le está faltando el respeto a mucha gente el presidente. Su falta de respeto incluye a profesionales que vienen contribuyendo a los cuadros opositores que en múltiples ocasiones se han distanciado del discurso económico del último período del gobierno anterior. Y con su discurso le está faltando también el respeto a las instituciones nacionales e internacionales que otorgaron los diplomas de mucha de la gente que ha venido trabajando en esos cuadros.

Macri tendrá en estos días que elegir si continúa con su discurso incendiario, o si reconoce la racionalidad económica de la propuesta alternativa que derrotó a la suya en las PASO, y debatir dos proyectos de país diferentes desde una posición de respeto por las ideas en lugar de la descalificación. Sería el instrumento más potente para atacar la inestabilidad financiera que el país está sufriendo -y tal vez a esta altura sea el único instrumento que le queda a su gobierno-.

Martín Guzmán es investigador de la escuela de negocios de Columbia University en la ciudad de Nueva York, Estados Unidos.

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