Prisionera política

El caso de Brittney Griner, estrella rebelde del básquetbol femenino estadounidense, que se encuentra detenida en Rusia por posesión de marihuana.

Si fuera LeBron James el caso sería un escándalo global. Pero Brittney Griner, bicampeona olímpica y estrella de la WNBA (la NBA femenina de Estados Unidos), que lleva ochenta días encarcelada en Rusia por posesión de marihuana, no solo es mujer. Es negra, queer y activista LGBTIQ+. Vestía un buzo con la inscripción “Black Lives for Peace” cuando los perros olfateaban sus maletas el 17 de febrero pasado en el aeropuerto de Moscú-Sheremétievo. El perfil de Griner no solo podría incomodar a un político conservador como Vladimir Putin. Sino también a buena parte del establishment de Estados Unidos. En la WNBA, Griner decidió permanecer dentro del vestuario antes de los partidos, mientras se ejecutaba el himno nacional de Estados Unidos, en protesta por la brutalidad policial contra la población negra de su país. El martes pasado, el gobierno de Joe Biden decidió que Brittney Griner, 31 años, pivot de 2,06m de Phoenix Mercury, hija de un policía que combatió en Vietnam, ciudadana estadounidense encarcelada en Moscú en plena guerra Rusia-Ucrania, y bajo riesgo de ser condenada a diez años de prisión, es una detenida política.  Washington ya había ordenado a sus ciudadanos que se fueran de Ucrania y Rusia. Pero Griner confió demasiado en su carácter duro. Lo había fortalecido en 2012, cuando lideró a Baylor, su equipo universitario, a ganar invicto el campeonato nacional mientras recibía ataques furiosos en las redes. Al año siguiente se graduó y se declaró públicamente lesbiana cuando ingresó a la WNBA. Pionera en temas de diversidad de género, Griner ganó títulos olímpicos, en la NCAA (liga universitaria), WNBA (siete temporadas fue All Star) y también Euroliga y Liga de Rusia. Es líder absoluta de su generación y está entre las mejores jugadoras de todos los tiempos. Pero (fue dicho) no es LeBron. El astro de Los Angeles Lakers gana, solo de salario base, más de 41 millones de dólares anuales. Griner también es una estrella. Pero gana 228.000 dólares al año, mucho menos de lo que ganaría un novato en la NBA (925.258 dólares, una novata de la WNBA gana 60.000). El salario de Griner es casi top entre las mujeres (algunos bonus podrían estirar la cifra a medio millón de dólares). La WNBA aceptó en 2020 un nuevo convenio colectivo que aumentó los salarios, viajes y licencia por maternidad. Pero en otros lugares se gana mucho más. El sesenta por ciento de las jugadoras fue a jugar a otras ligas el año pasado y llegan inclusive tarde para la temporada en Estados Unidos. La WNBA impone multas. No importa. Afuera ganan por lo menos cinco veces más. Y Rusia es (era) un destino soñado.

EL ORO RUSO

En 2008, Becky Hammon, estrella de San Antonio Spurs, no solo firmó un contrato de dos millones de dólares por cuatro temporadas en el CSKA Moscú. También aceptó un bono extra de seis cifras para naturalizarse. Ganó medalla olímpica con la selección rusa. Hoy es entrenadora de Las Vegas Aces por un salario anual de un millón de dólares, el más alto de la WNBA. Griner ya había jugado en 2014 en la Liga china (Turquía y Francia también pagan bien). No hablaba chino ni sus compañeras inglés. Se alimentó con comida rápida (Pizza Hut y otras) porque no le gustaba la comida china. Pasaba horas sola en el hotel. Pero Zhejiang Golden Bulls le pagó 600.000 dólares.

También por dinero Griner se fue en 2015 al UMMC Ekaterinburg, donde, entre otras, ya estaba su ex compañera de WNBA Diana Taurasi, 39 años, leyenda del básquetbol mundial, hija de padres argentinos radicados en Estados Unidos. El Ekaterimburgo (la ciudad en la que en 1918 los bolcheviques asesinaron al zar Nicolás II), a dos horas de Moscú, cerca de la frontera con Kazajistán, es un equipo patrocinado por una empresa minera y del megamillonario Iskander Makhmudov. Pagó a Diana 1,5 millones de dólares (quince veces más de lo que ganaba en Phoenix Mercury) para que desistiera de una temporada en la WNBA (mayo-setiembre). Taurasi (que antes había jugado para el Spartak) y Griner le dieron al Ekaterimburgo tres campeonatos nacionales y cuatro Euroligas.

BASTA DE SILENCIO

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La WNBA es tal vez la liga deportiva estadounidense más progresista. Raza, igualdad de género, política y los derechos reproductivos. No hay tema que sea indiferente. Sus jugadoras boicotearon partidos en las protestas por la muerte de George Floyd, asesinado por la policía en Minneapolis. Lucieron nombres con ciudadanos negros víctimas de violencia policial. Pero, sorprendentemente, no había expresiones públicas por Griner. Apenas algún apoyo de Hillary Clinton. Aconsejada por abogados y asesores, la WNBA eligió el bajo perfil para que la política solucionara el caso. Hasta Cherelle Griner, segunda esposa de Griner, apenas publicó una foto en Instagram, agradeciendo a los aficionados pero pidiendo respeto por la “privacidad mientras continuamos trabajando para llevar a mi esposa a casa de manera segura». Pero la justicia rusa consideró el arresto absolutamente legal, rechazó prisión domiciliaria y emitirá el 19 de mayo un dictamen que podría agravar todo.

Por eso Washington cambió de estrategia y decidió considerar a Griner como “injustamente detenida” y pasó el caso a  la Oficina del Enviado Presidencial Especial para Asuntos de Rehenes, que se centrará en negociar su liberación. Un tiempo promedio de liberación de rehenes estadounidenses lleva cerca de cuatro años, recordó esta semana The New York Times. La decisión  tiene el riesgo de que el caso ingrese a un juego político más que judicial. Como sea, liberó a la WNBA a comenzar a hablar fuerte. La nueva temporada comenzó justamente ayer. En todas las canchas se mostraron carteles con las siglas de Griner (BG). Y su camiseta número 42 de Phoenix Mercury en los doce equipos de la Liga.

“El tiempo del silencio ha terminado”, pidió Melissa Johnson, que conoció a Griner cuando años atrás filmó un documental sobre su estadía en China. “Brittney puede convertirse en un rehén político en un país homofóbico y violento dirigido por un sociópata que una vez llamó a la enseñanza de diversidad de género ‘un crimen contra la humanidad’», agregó Johnson. La acusación (“transporte de drogas a gran escala”) fue porque le detectaron, en su vuelta desde Nueva York, cartuchos de aceite de cannabis para un inhalador vaporizador, un delito de sustancia ilegal penado hasta con diez años de cárcel en Rusia. “Imagínese que en lugar de una mujer negra de más de dos metros, tatuada y con rastas en una prisión rusa, fuera una hermosa rubia con un esposo en casa. ¿O si hubiera sido LeBron James o Stephen Curry? ¿O Tom Brady? La gente habría perdido la maldita cabeza”, siguió Johnson. Dave Zirin es uno de los historiadores y periodistas deportivos más progresistas en Estados Unidos. Habla para Rusia, pero también para muchos de sus compatriotas en Estados Unidos, acaso indiferentes porque Grines es mujer, negra y politizada. Y lo dice fuerte. “No ver a Brittney Griner como ‘prisionera política’ es no verla en absoluto”.

Soy periodista desde 1978. Año de Mundial en dictadura y formidable para entender que el deporte lo tenía todo: juego, política, negocio, pueblo, pasión, épica, drama, héroes y villanos. Escribí columnas por todos lados. De Página 12 a La Nación y del New York Times a Playboy. Trabajé en radios, TV, escribí libros, recibí algunos premios y cubrí nueve Mundiales. Pero mi mejor currículum es el recibo de sueldo. Mal o bien, cobré siempre por informar.