Perú, la crisis perpetua

Castillo se aferra a su supervivencia, mientras presenta su cuarto gabinete en seis meses. Scholz visita a Putin en Moscú.

¡Buen día!

Espero que te encuentres bien. Yo te escribo desde este domingo vitalicio en el que se convierte Santiago de Chile en febrero, que aún sigue dando alegrías. Antes de que vayamos a lo nuestro, un pequeño anuncio: a partir de la semana que viene, Mundo Propio se va a convertir en un newsletter quincenal. Nos vamos a escribir un poco menos, pero mejor. Los correos ahora van a girar alrededor de un tema que esté dando vueltas en la agenda, pero sin el filo de las últimas noticias. Es algo que vengo pensando hace tiempo, un deseo que siempre queda enterrado en la coyuntura. Y, como Cenital ahora tiene dos newsletters diarios –los indispensables Primera Mañana y Antes de Mañana–, sumado a la cobertura internacional que siempre aporta Facu en La Gente Vota, nos pareció que era un buen momento para probarlo.  

Pero antes de que nuestra relación tome un poco de aire, nos queda un último correo sobre la semana. Ahí vamos, qué emoción.

PERÚ, LA CRISIS PERPETUA

Lo que está pasando en Perú ya es sorprendente incluso para sus propios estándares. La semana pasada hablamos sobre el tercer cambio de gabinete presidencial, encabezado por Héctor Valer, un abogado ultraconservador que tenía denuncias por agresión a su esposa e hija. El correo se terminó de escribir durante el fin de semana. Para cuando se publicó, Valer había renunciado después de cuatro días en el cargo, obligando a Castillo a una nueva remodelación. En seis meses de presidencia, ya fueron reemplazados 29 ministros. El periodista Marco Sifuentes sacó el promedio: hubo un cambio por cada semana de gobierno. Un récord. 

El cuarto gabinete. Lo encabeza Aníbal Torres, un abogado cercano a Castillo que formó parte de la defensa legal del partido cuando Keiko Fujimori quiso ganar la elección por escritorio, una réplica trumpista que tuvo el mismo resultado. Torres fue ministro de Justicia desde el principio de la presidencia, uno de los últimos que queda de ese entonces. Castillo mantuvo una buena parte de los ministros que había anunciado en el tercer recambio, entre ellos el ortodoxo Óscar Graham en Economía, y agregó seis nuevos. En el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables dio otro giro y volvió a nombrar a una militante feminista –Diana Miloslavich– en reemplazo de una docente de matriz conservadora. 

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Perú Libre, el partido con el que Castillo llegó a la presidencia y del cual se había distanciado con el primer cambio de gabinete, ganó las carteras de Energía y Minas, Desarrollo Agrario y Riego y la de Salud (humilde consejo de Mundo Propio a fines de resolver la crisis política: ¡pongan nombres más cortos a los ministerios!), mientras retuvo la de Trabajo y Promoción del Empleo (¿ven lo que digo? ¡Es obvio que redunda!). El nombramiento más polémico es el de Salud: Castillo designó a Hernán Condori Machado, un médico que promocionaba “agua arracimada” y otros productos de dudoso respaldo científico. También se desempeñaba como obstetra pese a que no lo es. El Colegio de Médicos pidió su renuncia. 

Señales. Pese al retorno de Perú Libre al gobierno, no hay una dirección ideológica clara. Es un gabinete donde puede convivir la izquierda conservadora con la progresista (aunque esta se encuentra en franca retirada) rodeados de un liberal ortodoxo o un burócrata de corte técnico. La interpretación ha sido casi unánime: Castillo nombró a un gabinete para que le asegure la supervivencia en el Congreso, bajo una lógica conocida como “cuoteo”. Un poco para cada bloque de los que todavía se resisten a romper con él. 

Las riendas del gabinete ahora las llevará Aníbal Torres, el Presidente del Consejo de Ministros. Julio Arbizu, que trabajó con él en la defensa legal de las elecciones, lo describe como un “técnico”. “Es un abogado de larga data con poca experiencia política. Le costó entrar en la dinámica del Ministerio de Justicia y creo que le va a costar más este nuevo cargo. No tiene tampoco una impronta ideológica”, me cuenta. 

Para Arbizu, cercano a Juntos por el Perú, la coalición de partidos progresistas que tiene a Verónika Mendoza como referente y la que más retrocedió con los últimos cambios de gabinete, “los primeros seis meses de gobierno han sido tempestuosos. Para empezar, la negativa de la derecha a aceptar los resultados generó que Castillo sea el presidente que más ha tardado en ser proclamado. Eso ya anunciaba una resistencia, acentuada por la actitud de los medios de comunicación, proclives a difundir la narrativa de la derecha. Y con el Congreso pasa lo mismo: hay un intento permanente de desestabilizar al gobierno o buscar la vacancia. Eso ha tenido a Castillo al vaivén de la coyuntura. Pero sumado a eso, el presidente ha tomado malas decisiones”. 

–¿Cuáles?

–Para empezar, creo que nombrar a [Guido] Bellido [la primera cabeza de gabinete que presentó, de la facción más dura de Perú Libre] no fue acertada. Un tipo que no reunía condiciones pero además no generaba consenso. Eso profundiza el aislamiento de Castillo. Luego llega Mirtha Vásquez [la segunda premier, del progresista Frente Amplio], que le da un respiro al gobierno pero, como ella dijo, entró en conflicto con Castillo, que ya no le respondía. Hay de ambas cosas. Malas decisiones en cuanto a nombramientos, apelando al cuoteo, pero también un serio problema respecto a políticas públicas. No hay coherencia. El anterior premier que presentó, Héctor Valer, venía de un partido de derecha radical.

–Y el Congreso no ayuda. 

–El Congreso es absolutamente ajeno a la construcción de políticas públicas. Se ha convertido en la representación de organizaciones criminales. Detrás de los parlamentarios hay una cantidad de intereses, que no siempre confluyen, pero están dirigidos a congraciar a los poderes fácticos. Desde dueños de universidades privadas a abogados con capacidad de lobby en el Poder Judicial. Hasta las organizaciones criminales regionales están representadas. Y el poder económico aprovecha esta situación. Los anuncios que hizo Castillo en campaña, que ya iban a ser difíciles de cumplir, quedaron aun más lejos. En parte por el empantanamiento en el Congreso pero también por errores propios.

La relación de Castillo con el Congreso. Ha sido tensa desde el inicio. El oficialismo perdió la batalla por la mesa directiva y la oposición controla la agenda legislativa; ha derribado iniciativas a priori ambiciosas, como una reforma tributaria. Ya lo intentó derribar con una primera moción de vacancia propuesta por la derecha que fracasó. Y ya anunció que lo volverá a hacer. En las últimas semanas aparecieron los primeros pliegues de parlamentarios del centro, pero siguen sin llegar al número. La aritmética es simple: el Congreso tiene 130 escaños y hacen falta 88 para la vacancia. Eso quiere decir que el gobierno necesita asegurarse 44 votos para bloquearla. La alianza de Perú Libre y las fuerzas progresistas que todavía acompañan al gobierno, sumado a los partidos del centro que todavía no se decantan por la vacancia, por el momento es suficiente. Pero el equilibrio es delicado.

La semana pasada, Castillo denunció un intento de “golpe de Estado” por la oposición y aclaró que no va a renunciar. Lo hizo después de una editorial de El Comercio que pedía directamente su salida, a la que se sumaron voces como las del titular de la Defensoría del Pueblo.

“Con esta agenda de sobrevivencia es complicado llevar adelante un programa de reformas sustantivas como el que había propuesto”, me dice un funcionario del área técnica del gobierno. “En el caso de Perú Libre, su agenda está en perfilarse públicamente para quedar como la única alternativa de izquierda frente a sus aliados, pero no apuestan a un programa de cambios con este gobierno. Ahora regresaron a un gabinete que tiene a un liberal ortodoxo como ministro de Economía y antes criticaban como ‘caviar’ al ministro anterior, que era más reformista. Es pura performance. Castillo, por otro lado, ha perdido fuerza para impulsar la agenda constituyente”. 

Qué mirar. El Congreso ahora deberá aprobar o rechazar el gabinete. Ante dos rechazos, el presidente tiene la potestad de disolver el Congreso y convocar a elecciones. Los parlamentarios, entonces, no tienen muchos incentivos para derribar el gabinete completo, pero pueden intentar censurar a algunos ministros. El murmullo sobre la vacancia seguirá en primer plano, mientras el Congreso intenta bajar más el umbral para destituirlo a través de reformas constitucionales (posta). Por otro lado, la Fiscalía abrió una investigación preliminar al presidente por presunto tráfico de influencias. El viernes allanaron el Palacio de Gobierno y la cosa podría escalar.

A mediano y largo plazo, sin embargo, hay una tendencia que es todavía más preocupante. Según datos de Latinobarómetro, Perú es, después de Ecuador, el país de la región que más insatisfecho está con su democracia. La crisis política que vive el país desde la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski en 2018 sigue viva. Pedro Castillo es el quinto presidente que tiene Perú en cuatro años. Su victoria se construyó con votos fuera de Lima, en el interior del país, y le debe mucho al clima de hartazgo que se tradujo en masivas protestas en 2020. El impacto de una nueva desilusión es difícil de calcular. 

Desde Lima, la periodista Pao Ugaz me lo explica así: “Los peruanos se han dado cuenta de que pueden seguir sus vidas con un presidente mediocre, un Congreso que solo responde a sus intereses y un Poder Judicial que, salvo excepciones, tampoco está funcionando. Es un país en el que la gente pasa de ellos. Lo que sucede ahí importa cada vez menos. Y eso sí que es grave, porque denota que puede venir algo peor”.

Entrelíneas. Los sucesos que vive Perú se siguen con particular atención en Chile, que se encuentra redactando una nueva Constitución en la que se da por descontado que el presidente tendrá menos atribuciones. Una de las propuestas que se están discutiendo, de hecho, es virar hacia un sistema semi-presidencialista, conocido en la región como “el sistema que tiene Perú”. ¿Quién les avisa?


Qué estoy siguiendo

Olaf Scholz viaja a Moscú, mientras la tensión no baja. La semana que arranca hoy va a ser clave para el conflicto entre Rusia y Ucrania, o al menos así lo están difundiendo medios estadounidenses y europeos. Primero, por la diplomacia. El canciller alemán viaja el lunes a Kiev y el martes a Moscú. “A ver si a vos te da bola”, le podrían decir sus pares regionales. La semana pasada comenzó con la visita de Macron, que terminó sin avances sustantivos, aunque el francés dijo que Putin se encontraba “listo para participar en negociaciones”. Es decir que le fue mejor que a la ministra de Exteriores británica, que se reunió con su par ruso y este calificó el diálogo como uno entre “un sordo y un mudo”. Según The Guardian, Scholz va a hacer hincapié en los costos económicos que tendría para Rusia una invasión. En el correo pasado buceamos en el dilema que enfrenta Putin, donde los costos económicos ocupan un segundo plano.

A nivel diplomático, la noticia positiva de la semana fue la reunión del Cuarteto de Normandía, integrado por Rusia, Ucrania, Francia y Alemania. El encuentro fue con representantes técnicos y giró alrededor de los acuerdos de Minsk, establecidos al año de haber comenzado la guerra separatista en el este ucraniano y reflotados ahora como una “vía alternativa” en el callejón sin salida con la OTAN y su expansión al Este. De todos modos, Rusia dijo que ese encuentro también terminó “sin resultados”. Hay señales de que el pánico también está recorriendo Europa. Y no solo en Reino Unido, que se ha plegado a Estados Unidos en su directivas para evacuar la embajada en Kiev. La prensa alemana, francesa y española, entre otras, reportan el viaje de Scholz como uno de los “últimos recursos” para frenar la invasión.

La batuta la lleva Estados Unidos, que volvió a filtrar informes de inteligencia: ahora dice que Rusia podría llevar a cabo una invasión el próximo miércoles 16 de febrero. La actitud norteamericana está siendo rotulada como la “diplomacia del megáfono” y, según algunos analistas, corre el riesgo de dañar la credibilidad de su inteligencia ante el caso de que los ataques no se produzcan, que es lo que dice Rusia: que no van a atacar. El sábado, Biden y Putin hablaron una hora por teléfono. Según lo difundido por la Casa Blanca, el estadounidense le dijo que “pagaría un altísimo costo” si decide avanzar. Más citas esta semana: el miércoles se juntan los ministros de Defensa de la OTAN; el jueves Rusia va a plantear una discusión sobre el conflicto en Naciones Unidas; y el viernes comienza la Conferencia de Seguridad de Múnich, envuelta en un timing ideal. 

Un apunte nerd: fue en esa propia conferencia donde Putin, en el año 2007, declaró que el mundo unipolar había llegado a su fin. Es un discurso que se cita como el inicio de la disputa entre Rusia y OTAN. Y uno de los más recordados de Putin en el escenario mundial.


PICADITO

  1. Israel: Escándalo por Pegasus amenaza el juicio a Netanyahu.
  2. El estado más grande de la India vota en unas elecciones clave para el liderazgo de Modi y el vínculo con musulmanes. 
  3. Libia agrava su crisis política con una bicefalia en el poder.
  4. Incendios provocados por grupos criminales amenazan la Amazonía colombiana.
  5. Canadá: Trudeau desaloja a los camioneros antivacunas del puente comercial con EEUU.

Esto fue todo por hoy. Seguro, pueden haber quedado algunos temas afuera, pero mirá lo que te voy a decir: no me hago drama. Total, tenemos todo el tiempo del mundo para contar y pensar cosas que pasan allá afuera, de un ángulo a la vez.

Bienvenido sea el recorte. 

Te dejo este Lula en modo Leo Mattioli para que arranques bien tu semana, cortesía de Emilia Castro Rey. 

Ahora sí: nos leemos en quince días.

Un abrazo,

Juan

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PD 2, para los que ya dejaron de leer: escribo podés y el corrector me sugiere puedes. Es como si la computadora escuchara mis conversaciones chilenas. ¿Podrán? No, no.  Se dice podés. Ahora sí, chau. 

Creo mucho en el periodismo y su belleza. Escribo sobre política internacional y otras cosas que me interesan, que suelen ser muchas. Soy politólogo (UBA) y trabajé en tele y radio. Ahora cuento América Latina desde Ciudad de México.