Pasó McCarthy y dijo che, no da

Bolivia profundiza su crisis institucional. Vuelven escenas de Guerra Fría. Egipto y Etiopía avisan sobre los conflictos del futuro.

¡Buen día!

Es una alegría darte la bienvenida a una nueva edición de Mundo Propio, un newsletter de política internacional apto para todo público y disponible en diferentes puntos de venta. Hasta en ambulancias. 

Hoy tengo varias cosas para contarte, así que empecemos.  

EL LABERINTO BOLIVIANO

El jueves pasado, el Tribunal Supremo Electoral boliviano pospuso las elecciones por segunda vez: originalmente convocadas para mayo, ahora pasan de septiembre a octubre.

La situación en Bolivia es crítica. El gobierno de facto decretó el estado de “calamidad pública” ante una curva de contagios que no afloja y un sistema de salud colapsado, que ha dejado un saldo superior a los 2.700 muertos, muchos de ellos recogidos en vía pública. Hace dos semanas asumió el cuarto ministro de salud; el segundo había renunciado luego de un escándalo de sobreprecios y la sucesora se contagió de coronavirus. No es un caso aislado: casi la mitad del gabinete, inclusive Añez, se contagió. Las calles arden. Todos los días hay nuevas protestas, que se encuentran con un aparato de seguridad desbocado. Esta semana hubo motines en cuatro cárceles y la Central Obrera Boliviana anunció una huelga hasta que se cancele la postergación.

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Con el aplazamiento de la cita electoral, la única salida institucional a la vista, la crisis se profundiza. El MAS, que encabeza las encuestas, rechaza la postergación, a la que califica como “ilegal” e “inconstitucional”, en parte porque el Tribunal no consultó al legislativo. Carlos Mesa, segundo en la fila, la celebra. Añez, que ha perdido terreno electoral a causa de la mediocre gestión, acepta la postergación pero avisa que octubre es demasiado pronto y que debe haber otra más. Camacho, uno de los protagonistas del golpe que se encuentra sin chances electorales, acepta pero reclama: “Salvador Romero [presidente del Tribunal Electoral] parece un niño caprichoso, ¿en base a qué dato fija una nueva fecha?”. El de Camacho es un grito kafkiano: postergación indefinida y que se vote cuando termine la pandemia, no importa si es el año que viene. 

Me pareció una buena excusa para conversar con Pablo Stefanoni, periodista e historiador argentino que conoce Bolivia en profundidad.

Pablo describe a un gobierno con una legitimidad mínima. Además de la falta de votos, la candidatura de Añez, que rompió la promesa del interinato, erosionó el capital que había acumulado por asumir el poder después del levantamiento y complicó la relación con los sectores de Mesa y Camacho. La pésima gestión ante la pandemia profundizó ese desgaste y la hizo caer en las encuestas, donde ha quedado lejos del segundo lugar que ostenta Mesa. El MAS, por su parte, se ve recompuesto: ha ganado fuerza en el Congreso y en las calles, y ahora aparece con chances de ganar en una primera vuelta. 

“El gobierno no tiene mucho margen para seguir postergando las elecciones”, apunta. “Está muy presionado por el Congreso y las calles y, además, no controla el Tribunal, que en este caso se cortó solo. Si Añez hubiese sido más eficaz en la gestión de la pandemia tendría más legitimidad para hacerlo, podría apelar al discurso sanitarista, pero no es el caso”. 

El axioma se desnuda con el correr de las semanas: Carlos Mesa hoy es el único candidato con chances electorales de ganarle al MAS. Una opción racional para garantizar un resultado que solo es posible en una segunda vuelta sería que la derecha de Santa Cruz, la capital del pujante Oriente boliviano del cual provienen Añez y Camacho, se encolumne detrás de Mesa. Pero acá, dice Pablo, pesa el lente regional, vital para comprender la política boliviana. «Cuando Mesa gobernó fue considerado un enemigo por Santa Cruz. Su candidatura representa a la élite paceña que históricamente ha despreciado a la cruceña por tener poco vuelo intelectual y una visión más empresarial. Hay una barrera muy fuerte entre las élites de La Paz y Santa Cruz”, me explicó.

Mesa ha buscado apelar a estos sectores desde que presentó su candidatura, con un compañero de fórmula cruceño. En 2019, antes del golpe, logró el apoyo al consolidarse como la única opción electoral para desplazar a Evo. Pero la situación hoy es diferente. El golpe en noviembre catapultó a Santa Cruz al poder nacional después de muchos años en la trinchera; le va a costar devolverlo. “Santa Cruz nunca ha podido traducir su éxito económico en un liderazgo político nacional, por fuera de su élite. Ahora, cuando parecía que podía, se desinfló otra vez», apunta Pablo. Y agrega que el alejamiento cultivado entre Mesa y Añez durante estos meses tampoco ayuda a la renuncia. La esperanza para Mesa es que lo que no sucede desde arriba encuentre puerto por debajo: que sea el electorado cruceño quien repita la fórmula de 2019 y empuje a Mesa a una segunda vuelta, al margen de lo que decida su élite. 

Pero las elecciones son solo una parte del laberinto. Gane quien gane, con elecciones o sin elecciones, la gobernabilidad va a ser un desafío. Los déficits en la gestión de Añez y de su perro de caza, Arturo Murillo, están a la vista. Para Pablo, una presidencia de Mesa también sería muy compleja en un escenario como el actual.  “Ya demostró que no es un presidente para tiempos de crisis. No tiene partido y una estructura que lo sostenga”, me dijo. “Además, el sector social que representa, esa élite paceña, occidental, es un sector que está en decadencia –económica, cultural–  hace mucho tiempo”. 

A principios de 2019 visité a Carlos Mesa en La Paz. Le pregunté, entre otras cosas, por su renuncia a la presidencia en 2005 y las críticas sobre su supuesta carencia de cintura política para gobernar Bolivia. 

–(…) Indudablemente somos una estructura completamente nueva, yo no tengo una tradición partidaria (…) cuando fui presidente no tenía partido político y eso probablemente explica por qué no pude mantener mi proyecto político, no por falta de popularidad, sino por falta de estructura.(…) No tenía partido, representantes en el Congreso y no tenía una intermediación con los sectores de presión y de poder de la sociedad boliviana. Eso es lo que tiene que construirse.–me respondió. 

Un año y medio después, Mesa sigue sin proyectar esa estructura o mediación. El escenario, además, es mucho más caótico. 

Ante esta realidad, el MAS aparece como el partido con más posibilidades de ordenar el país, aunque tendría que lidiar con una oposición movilizada como nunca en sus 15 años de gobierno y un frente complicado con las Fuerzas Armadas, el sector más mimado por el gobierno de facto. “Arce tendría que negociar un pacto para la gobernabilidad”, sostiene Pablo. “Lo interesante es que no hay una consigna de ‘Vuelve Evo’. Esto está mostrando que el MAS es más que Evo, que hoy sufre un desgaste personal. Se empieza a ver un relevo con otras figuras. Frente al gobierno desastroso de Añez, el partido puede apelar a cierto voto seducido por la idea de restituir el orden, el espejo de esos 15 años de relativa paz social”. No está claro, sin embargo, que eso alcance para triunfar en una primera vuelta, el único vehículo para volver al poder. 

La discusión por la fecha electoral, las encuestas y su posible impacto en la reconfiguración del escenario político y los estragos de la pandemia son, según Pablo, las tres cosas a seguir en este calendario atareado. 

POSTALES DE GUERRA FRÍA: ESTADOS UNIDOS ACUSA A CHINA DE ESPIONAJE MASIVO

Me gustó como lo dijo Adam Tooze: las relaciones entre Estados Unidos y China se están deteriorando tan rápido que incluso los mejores análisis escritos hace unos meses están quedando viejos. 

La semana pasada Estados Unidos ordenó el cierre del consulado chino en Houston, Texas, argumentando que este opera como un “centro de espionaje” de donde provienen campañas “particularmente agresivas y exitosas”. Horas antes había acusado a dos ciudadanos chinos de hackear contratistas del Departamento de Defensa y a científicos que estaban trabajando con el coronavirus. China negó las acusaciones, calificó a la medida como “una provocación unilateral” y respondió con la orden del cierre del consulado estadounidense en Chengdu. El Partido desfila por el complejo equilibrio de mostrar fortaleza evitando una ruptura total del vínculo.

¿Por qué es importante?

No es la primera vez que Estados Unidos acusa a China de espionaje masivo o de robo de propiedad intelectual. Pero de todas las medidas que intercambiaron en estos últimos meses –expulsión y acusación a diplomáticos, periodistas y académicos– la orden del cierre del consulado es la más significativa hasta el momento.

El frente ahora incluye denuncias de espionaje masivo en plena carrera por la vacuna y suma nuevos jugadores. Ya no es únicamente Trump y su círculo: la comunidad de inteligencia y seguridad nacional se ha sumado a la purga. El director del FBI dijo hace unas semanas que la agencia abrió una investigación de contrainteligencia respecto a China que ya tiene más de 2.500 casos. “Se abre uno nuevo cada diez horas”. Las acusaciones y detenciones, como las que recibió la bióloga Juan Tang la semana pasada, solo amenazan con escalar.

La idea de los consulados como centros de espionaje no es nueva en la política internacional. Estados Unidos no ha difundido evidencia que respalde las acusaciones de que China tiene montada una red nacional de inteligencia y que busca, entre otras cosas, acceder a investigaciones ligadas a la vacuna. Pero no resulta inverosímil que Beijing, al igual que Washington, utilice sus canales diplomáticos y académicos para espiarse entre sí, como lo hacen en otras partes del mundo. El punto, y lo que revela esta semana, es que la desconfianza entre ambas potencias es tan alta que el escrutinio sobre académicos, diplomáticos, estudiantes, y científicos que residen en el país pero son ciudadanos de la otra potencia se profundiza como nunca antes. Y en este caso es Estados Unidos quien está avanzando. 

¿Guerra fría?

En la misma semana de la escalada, Mike Pompeo, el Secretario de Estado, pronunció el discurso más antichina de las últimas décadas. El lugar elegido fue la biblioteca presidencial Nixon, el presidente que inició la normalización de las relaciones con el gigante asiático.

  • “Nuestras políticas y esas de otras naciones libres resucitaron la economía hundida de China solo para ver a Beijing morder las manos internacionales que la estaban alimentando”.
  • “China envía propaganda a nuestras conferencias de prensa, centros de investigación, escuelas secundarias, universidades e incluso a nuestras reuniones de padres y maestros”.
  • “Hay que tener en cuenta que el régimen del Partido Comunista Chino (PCC) es un régimen marxista-leninista. El secretario general Xi Jinping es un verdadero creyente en una ideología totalitaria en bancarrota”.
  • “Reagan dijo que él lidió con la Unión Soviética sobre la base de ‘confía pero verifica’. Cuando se trata del PCC yo digo que debemos ‘desconfiar y verificar’”.
  • “Si el mundo libre no cambia a la China Comunista, esta seguro nos va a cambiar a nosotros. No podemos retomar las prácticas del pasado”.
  • “Asegurar nuestras libertades del PCC es la misión de nuestro tiempo”.

Pasó McCarthy y dijo ‘che, no da’.

El capítulo de esta semana recupera bastante del clima de la Guerra Fría, que atravesó buena parte de los enfoques periodísticos que contaron la escalada.

Para la edición de hoy invité a Esteban Actis, profesor de la Universidad Nacional de Rosario y uno de los académicos argentinos que mejor está pensando esta rivalidad, para que explique por qué esta disputa es bien diferente a la que tuvieron Estados Unidos y la Unión Soviética durante la Guerra Fría.

Me habló de 4 diferencias principales.

  1. La competencia es intracapitalista. La discusión no es sobre dos modelos antagónicos sino sobre cuál de los dos modelos capitalistas es el más eficiente y tiene mayor capacidad de innovación. Si el estadounidense, de mercado, donde este es el motor de la transformación productiva; o el chino, donde es el Estado el principal motor. 
  2. La interdependencia bilateral es intensa. Estados Unidos y China, apunta Esteban, tienen un flujo de comercio e inversiones de 700 mil millones de dólares. “Es el vínculo bilateral más entrelazado del mundo. La globalización del Siglo XXI se amalgamó en esa relación”. Esta intensidad en el vínculo contrasta fuertemente con la de los protagonistas de la Guerra Fría, cuya cortina de hierro “fue sencilla y no muy costosa”. 
  3. Este mundo es entrópico: la incertidumbre manda. Si el de la Guerra Fría era un mundo de certidumbre, protagonizado por dos estados con control de la agenda externa y su entorno, con poca difusión de poder, no sucede lo mismo con el contexto de hoy, que tiene varias amenazas internacionales –la pandemia es una de ellas– y donde la cooperación multilateral se encuentra debilitada. China y Estados Unidos, dice Esteban, son los dos estados con mayor capacidad de influencia, pero hay un montón de aspectos y agendas que no controlan.
  4. El concepto de guerra cambió. La Guerra Fría fue pensada en contraposición a la caliente, tradicional, como las dos guerras mundiales. “Había una distinción muy clara entre lo que era guerra y lo que no”, dice Esteban. Hoy puede haber agresiones, como los ciberataques, que no encuadrarían dentro de una guerra tradicional. “Hay que problematizar la idea de guerra”, sintetiza.

Si querés seguir leyendo, esta semana salieron dos buenas entrevistas sobre la disputa en medios argentinos:

EGIPTO Y ETIOPÍA SE ENFRENTAN POR EL AGUA

Hace dos semanas Etiopía empezó a llenar de agua su Gran Presa del Renacimiento, como se conoce al proyecto de infraestructura que el país comenzó a construir en 2011 y que considera vital para su desarrollo económico, al posicionarse como una gran fuente de energía hidráulica a futuro. 

Esta noticia fue bien recibida en un país donde más de un tercio de la población no tiene energía eléctrica y se encuentra en plena curva de crecimiento económico. Pero no causó simpatías en el vecindario. Egipto –y en menor medida Sudán– se opone hace años al proyecto, al que considera como una amenaza a su economía y soberanía. Es que el agua de la represa sale del Nilo Azul, uno de los ramales del río Nilo, que podría reducir su caudal. El Nilo es el pulmón de Egipto, que obtiene de allí la gran mayoría de su agua y es clave para su agricultura y las familias que dependen de ella. 

La represa, de un valor superior a los 4 mil millones de dólares costeados en su mayoría con fondos etíopes y un tercio con créditos chinos, ha sido un gran foco de tensión nacionalista entre Egipto y Etiopía durante su construcción. El presidente egipcio rotuló a la cuestión como un asunto “de vida o muerte”. Las negociaciones, que incluyen a Sudán y fueron auspiciadas por la ONU, resultaron inconducentes. La tensión ha vuelto este mes tras la decisión de Etiopía de empezar a llenar la represa a pesar de no haber un acuerdo entre las partes. La semana pasada, sin embargo, los protagonistas anunciaron que hubo avances significativos que abren el camino a un acuerdo futuro.

El conflicto tiene un ángulo geopolítico. China es uno de los socios estratégicos de Etiopía en la región y las inversiones no se reducen únicamente a la represa. Estados Unidos, por su parte, aliado de Egipto en el mapa de seguridad en Medio Oriente, ha intentado mediar en las conversaciones y podría tomar medidas contra Etiopía si no hay acuerdo. 

Pero hoy me gustaría considerar el ángulo ambiental. Para eso conversé con Nicole Becker, activista de Jóvenes por el Clima. 

“La disputa demuestra la importancia del agua a la hora de pensar los conflictos del futuro. Se trata de un recurso cada vez más escaso ante un contexto de cambio climático y rápido crecimiento de la población”, me explicó. “Casi la mitad de las personas que no toman agua de fuentes no protegidas viven en el África Subsahariana”. Y citó un informe de la ONU: “Si la degradación del ambiente y las presiones insostenibles sobre los recursos hídricos mundiales continúan al ritmo actual, el 45% del PIB global, el 52% de la población mundial y el 40% de la producción mundial de cereales estarán en riesgo para el 2050. En consecuencia, las poblaciones en situación de pobreza se verán afectadas desproporcionadamente, profundizando las desigualdades preexistentes”. 

Para Nicole, tanto Etiopía como Egipto tienen reclamos legítimos. El primero porque busca favorecer su desarrollo mediante la explotación de energía hidráulica, para saciar la demanda interna y para exportarla a sus vecinos (Sudán, al igual que otros países pobres del continente, pueden verse beneficiados). Egipto, por otro lado, también tiene razón en considerar a la represa como una amenaza. “El consumo hídrico del país depende de un 96% del Nilo y teme que su acceso se vea reducido en un contexto de población creciente y ante la imposibilidad de acceso a otras fuentes de agua dulce para satisfacer las necesidades de más de 100 millones de habitantes”, me apuntó. 

Las negociaciones, coordinadas por la Unión Africana y el presidente de Sudáfrica, deben seguirse de cerca. 

¿Puede el futuro traer guerras por el agua?

PICADITO

  1. Israel: una nueva semana de protestas pone en jaque el gobierno de Netanyahu.
  2. Chile: tras la derrota en el Congreso, Piñera anuncia un nuevo gabinete; guiños a la derecha dura.
  3. Trump avanza con el retiro de 12.000 soldados de Alemania; protesta la OTAN.
  4. Condenan al ex Primer Ministro de Malasia en una megacausa de corrupción.
  5. Rusia avisa que no tiene intenciones de sumarse al G7, que con el G20 ya está bien. 

QUÉ ESTOY LEYENDO

A propósito de Africa y el lente ambiental, te recomiendo esta entrevista al historiador Mike Davis. Vivimos en una era de pandemias. 

LO IMPORTANTE

El otro día leí una noticia que me llamó la atención: Harry Harris (no era muy querido por sus padres), embajador de Estados Unidos en Corea del Sur, se afeitó el bigote. Este había sido objeto de controversia, al asociarse con la ocupación coreana por Japón, entre 1910 y 1945. Políticos y periodistas coreanos habían señalado que el bigote rememoraba a los de los generales japoneses durante la ocupación. Y que la utilización del embajador reflejaba la imagen coercitiva de EEUU en el país.

Me pareció un tema excelente. Recordé cuando se decía que Trump no había elegido a John Bolton como consejero de Seguridad Nacional en primera instancia (lo eligió después del año de gestión) porque no le gustaba su bigote. 

Parece que la política de Estados Unidos tiene algo con los bigotes y todo lo que el vello facial. Cuando el republicano Paul Ryan, presidente de la Cámara baja en ese entonces, volvió del receso con una barbita moderada, la prensa comentó que se trataba del primer líder congresista que lo hacía en 100 años. Un estudio publicado ese mismo año notaba que solo el 5% del Congreso lucía vello facial y una de las razones por la que tan pocos políticos lo hacen se debía a la percepción, sobre todo de votantes femeninas, de que reflejaban dominación masculina y agresividad, y por tanto eran menos receptivos a las derechos de las mujeres.

Me enteré también de un gran término: la breakup beard, o barbita de separación, que para muchos varones significa marcar un quiebre rotundo con un período anterior, casi existencial. Y eso, leí, también se aplica a mensajes políticos. Así, cuando Al Gore perdió la elección en 2000 y luego reapareció un año después volcado exclusivamente a hablar de cambio climático, lo hizo con barbita. Algo similar intentó el texano Beto O’Rourke cuando clavó barba candado luego de haberse bajado de la interna demócrata este año. 

El fenómeno no es estadounidense. En Reino Unido, Jeremy Corbyn fue el primer líder de un partido político en usar barba desde 1908. Una carga similar rompió Trudeau, Primer Ministro de Canadá, cuando se dejó crecer el vello (que le queda bárbaro, por cierto). 

Pero lo que es arriesgado en algunas latitudes es condición necesaria en otras. Así, en Turquía, hace unos años que los principales líderes del país, inclusive el Presidente Erdogan, que cultiva un bigote monumental, lucen vello facial. El tipo de estilo delata preferencias políticas. El símbolo de la barba o bigote como elemento de dominación, como prenda de hombre fuerte, se repite por toda la región y trasciende la cuestión religiosa. En India, por caso, Narendra Modi exhibe una tupida barba blanca, un estilo que comparte con buena parte de su gabinete. 

Después me puse a buscar fotos y rankings de las mejores barbas y bigotes en la historia. Desfilaron Stalin, Lenin, Fidel Castro, Hitler, Lincoln. Me alcanzaron tres de esas notas que se venden en ambulancia para entender que el premio se lo lleva el bigote supremo de William Howard Taft. 

Eso es todo por hoy. Gracias por haber llegado hasta acá. 

Nos leemos el jueves.

Un abrazo,

Juan

Creo mucho en el periodismo y su belleza. Escribo sobre política internacional y otras cosas que me interesan, que suelen ser muchas. Soy politólogo (UBA) y trabajé en tele y radio. Ahora cuento América Latina desde Ciudad de México.