Orgullosa de estar

Trabajar menos, trabajar todos, producir lo necesario, redistribuirlo todo. Algunas investigaciones y datos para alimentar el deseo de cambiar el sistema.

Holis, ¿cómo andás? Yo acá, estrenando mis 34 años. Los cumplí en un día de sol formidable entre latas de cerveza, pizzas y empanadas de mis lugares favoritos. Me encanta mi cumple. Siempre fui de festejar, de ponerme contenta cuando empieza el mes y esperar la fecha, de pensar con anticipación qué contestar si alguien me pregunta qué quiero de regalo (nada más molesto que preguntárselo a alguien y que te diga: “Nada, no sé, lo que quieras, no hace falta, con tu presencia es suficiente”) y pensar qué me voy a poner. ¿Vos qué onda? ¿Te gusta cumplir años?

Aun con toda esa planificación y entrega a la ocasión, hay un momento que me cuesta siempre: el de pedir deseos. No los pienso antes porque siento que si son espontáneos van a ser más auténticos, como si la reflexión previa me fuera a hacer menos honesta respecto a lo que verdaderamente quiero, tipo como esas participantes de concursos de belleza que cuando les preguntan cuál es su mayor anhelo contestan: “La paz mundial”. También de repente pasa que un día antes de soplar las velitas la política nacional te mete un capítulo que parece un crossover entre House of Cards y Arrested Development y tenés que definir qué querés sin haber procesado la información. Todavía no entendiste bien qué pasó pero ya hay que hacer diagnóstico y, además, tener una propuesta superadora.

Cuando las cosas son así, siempre es bueno volver a dónde una fue feliz. A los lugares que nos hicieron sentir cómodas, que encendieron la chispa del deseo. Uno de ellos, para mí, es siempre el feminismo. No tengo que volver porque nunca me fui, pero siempre puedo entrar más. En ese sentido, la última edición del newsletter de Celeste Murillo, “No somos una hermandad”, me sirvió un montón para calibrar la brújula respecto a lo que pienso sobre los cambios de gabinete. Te podés suscribir acá y, más allá de esta edición, te lo recomiendo siempre.

Otro de esos lugares es el cuerpo. Para no sucumbir a las tantas razones que se ofrecen para transformarlo en un alojamiento del sufrir, suelo pensar que no es poca cosa poder disfrutar comidas deliciosas, usar la bici para trasladarme, recibir el abrazo de un perrito para dormir la siesta, oler el desodorante ajeno en mi almohada. Transitar el día a día sin la presencia acuciante del dolor es un goce que pocas veces reconocemos como tal. Recordar que soy un cuerpo a través de desandar el camino de las delicias cotidianas.

En ese plan, la ilusión es un placer que también se lleva en el cuerpo. En mi caso, las huellas son literales. La primera vez que vi esta foto lloré sonriendo. Era un momento sombrío, pero sentí que estábamos pensando juntos cómo hacer para que de la tragedia no surgiera resiliencia sino responsabilidad. Vislumbré un atisbo de esperanza y, para no olvidarme de que eso sucedió, pero sobre todo de que ser un cuerpo puede dejar de sentirse como una falibilidad efímera y puede encarnar el territorio común, me tatué las consignas.

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Así que hoy, en esta edición cumpleañera, no pido tres, sino cuatro deseos, los de esa bandera y te propongo empezar a desearlos juntos con algunas lecturas. No es una propuesta de reflexión profunda o compleja, más bien un compendio de cositas que pueden alimentar el ímpetu necesario para que un cuerpo sea un pueblo.

Mi vida se consume soportando esta rutina – trabajar menos

Mi brindis cumpleañero es, desde hace años, el mismo: “Dado que todo lo que me divierte y alegra depende de la explotación ajena, es un placer compartirlo con ustedes”. Entre los que chocan copas, siempre hay quienes lo escuchan por enésima vez y quienes lo hacen por vez primera. Me parece muy importante al final de cada cumple ver a quién conozco que el año pasado no conocía. Una de mis formas de monitorear mi salud es chequear cada tanto haberme hecho amigos nuevos. Así que este apartado, este deseo, va para una novedad amistosa que tenemos en común: Lauti.

No hace falta que te diga que me muero por tener una semana laboral de 4 días. Esta bandera enarbolada por No culpes a la noche es también un reclamo de los trabajadores del mundo. Tal vez hayas escuchado que, luego de un estudio desarrollado entre 2015 y 2019 en Islandia, se vio que con igual salario, reducir la jornada laboral mejoró o mantuvo los niveles de productividad. Los ensayos fueron utilizados por los sindicatos para la renegociación de las condiciones de trabajo y hoy el 86% de los trabajadores islandeses o bien cambió a una modalidad con menor carga horaria por el mismo sueldo o ganará el derecho a hacerlo. A raíz de estos resultados, España anunció el lanzamiento de un programa piloto de 3 años en el que 200 compañías reducirán las jornadas de miles de trabajadores a 32 horas semanales. Esto se suma a iniciativas similares que también mostraron beneficios, como las de Microsoft en Japón, la inmobiliaria neozelandesa Perpetual Firm y la cadena de comida rápida Shake Shack.

Hasta acá, todo más o menos conocido y reportado por Cenital estos meses. Ahora bien, concluido que no hay perjuicios para los patrones y haciendo la crítica correspondiente a que eso sea lo primero a establecer a la hora de otorgar un beneficio laboral, ¿cuáles son exactamente las mejoras en la calidad de vida cuando se reduce la jornada?

1-  Para explicar cualquier cosa, la navaja de Ockham es un recurso útil: la explicación más simple es la más probable. Entonces, si queremos saber por qué no se produce menos cuando se trabaja menos, tal vez tengamos que aceptar que pasar menos horas en comisión de servicio no implica necesariamente que se trabaje menos. Esta encuesta de 2016 de Reino Unido, por ejemplo, muestra que, en el curso de una jornada de 8 horas, el empleado promedio trabaja alrededor de 3 y el resto del tiempo lo pasa mirando redes sociales, leyendo noticias, charlando con compañeros, haciendo infusiones o saliendo a fumar. 

La cosa es que resulta que esto, lejos de aliviarnos, tiene el efecto contrario. Pasar tiempo en el trabajo porque es lo requerido genera culpa y resentimiento, ya que no hay un motivo real para no estar pasando esas horas cultivando nuestras relaciones u otros intereses. La reducción de la jornada implica un mejor balance entre el trabajo y otras actividades vitales reduciendo el estrés y la incomodidad en el trabajo, transformando ese momento en algo menos desagradable y sin sentido de lo que hay que evadirse continuamente.

2- ¿Escuchaste hablar del síndrome de burnout? Básicamente es la palabra médica que describe eso que conocemos como estar quemado. En los últimos años, el burnout se reconoció como un síndrome diagnosticable y fue tipificado en varios países como enfermedad profesional. Para evitarlo, es importante contar con lo que los investigadores llaman “time affluence”, o la sensación de “ser rico en tiempo”, que no es otra cosa que tener tiempo para hacer cosas que queremos, que no es lo mismo que tener dinero para comprar cosas que deseamos. Al acortar la jornada laboral, se previene el burnout y aumenta la sensación de bienestar.

3- Jornadas laborales más cortas implican menos consumo de energía y emisiones de gases de efecto invernadero. Algunos números: 

Sanguijuelas, los que me roban mi dignidad – trabajar todos

Cierro los ojos y aprieto la cara con fuerza, segundo deseo: “Que se vuelva inmoral ser millonario”. Leo de nuevo ese lavorare tutti y creo que lo que enuncio no está a la altura de mi ilusión. ¿Qué es, después de todo, vivir del trabajo ajeno? 

“Eso que llaman amor es trabajo no pago”, dijo Silvia Federici sobre las tareas de cuidado, y le dio un slogan potente a la herramienta de análisis más fundamental de la economía feminista. Lavar, planchar, llevar y traer, ayudar con la tarea de la escuela y tantas cosas más no solo son trabajo porque sus productos cubren necesidades vitales -literalmente, sostienen la vida-, sino también porque posibilitan esas jornadas laborales remuneradas que no dejan tiempo para nada más. En el primer caso, es efectivamente trabajo no pago; en el segundo, es trabajo que se le paga a otro.

*El meme dice: opresión de las mujeres por razones religiosas/opresión de la mujeres explotándolas laboralmente

Este gráfico elaborado por mis compañeras de Ecofemidata forma parte del informe “La desigualdad se puede medir”, que se actualiza con cada Encuesta Permanente de Hogares y muestra la distribución de las tareas domésticas.

Con los colorcitos alcanza para entender el panorama, pero te tiro los números: del total de personas que realizan tareas domésticas el 72% son mujeres y el 28% son varones. Ahora bien, superpongamos este dato con las horas trabajadas.

Hay algo que no cierra, ¿no? Si bien decimos y sostenemos que el trabajo doméstico no remunerado es un factor decisivo a la hora de entender por qué las mujeres trabajan menos horas que los varones y esto es importantísimo a la hora de explicar la famosa brecha salarial, también vemos que en ningún grupo demográfico la brecha de horas semanales trabajadas se iguala con la que existe al evaluar si se hacen o no tareas domésticas. Es decir que, si bien el tiempo disponible para trabajar remuneradamente es muy importante para explicar disparidades en la distribución de ingresos, el tiempo disponible para trabajos de cuidado no termina de explicar las diferencias en su distribución. Dicho en criollo, la carga laboral doméstica no es directamente proporcional a las horas de trabajo remunerado, o sea que hay muchos tipos que se hacen los boludos.

Y acá vuelvo a esa consigna de trabajar todos, porque, respecto a esto, muchas veces se reducen las propuestas feministas a que queremos la misma participación laboral que los varones mediante la tercerización de las tareas de cuidado. O sea que lo de trabajar menos se aplique solo a las mujeres, que podrían delegar tareas domésticas, en el mejor de los casos, mediante un sistema integral de cuidados. Por supuesto, esto sería una mejora respecto al hoy y no hay dudas de que hay que impulsarlo, ¿pero no te parece que estos números que pasamos a vuelo de pájaro nos hablan de una incompatibilidad entre la supervivencia mediada por la obtención de dinero y el sostenimiento de la vida posibilitado por las tareas de cuidado?

El slogan de la Campaña por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, “educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”, viene muy al caso para cerrar este punto. Como bien dijimos tantas veces, no es una consigna etapista, no viene primero una cosa, después otra y el aborto como última instancia. Es una consigna integral, que mediante tres ejes manifiesta qué creemos que es el acceso pleno a la salud sexual. Lo mismo con trabajar menos, trabajar todos. 

Las feministas hemos identificado el trabajo doméstico como un factor central a la hora de explicar la desigualdad de género en los indicadores laborales, pero también como un elemento fundamental a la hora de pensar la sociedad que queremos. ¿Buscamos que las mujeres trabajen más horas por más dinero o que todos tengamos tiempo para cuidarnos a nosotros mismos y a quienes nos rodean?

Para ganar nuestro pan – producir lo necesario

Abro los ojos para mi parte favorita del deseo porque es algo tan lejano a lo que conozco que no puedo ni visualizarlo. ¿Cómo sería un mundo en el que solo se produjera lo necesario?

Primer instinto: enroscarme. ¿Qué es una necesidad? ¿Cómo y quién lo definiría? ¿Habría lugar para lo bello en el mundo de lo necesario? Y así sucesivamente. Me desenrosco: está claro que producimos cosas innecesarias, pero, ¿producimos también las necesarias?

Vuelvo a lo último que escribí. La consigna no es etapista. Las tareas de cuidado son necesarias, no tengo dudas. Me doy cuenta que cuando pienso en esta parte reduzco lo necesario a las mercancías. ¿Todo producto del trabajo debería mercantilizarse?

Este artículo lo leí hace un tiempo y me encantó, se llama Los socialistas tienen que dejar de usar el término ‘trabajo emocional’ y no le da respuesta a ninguna de las preguntas que me hice acá arriba pero me parece una buena punta de ovillo para empezar a tirar respecto a la relación entre mercado y trabajo de cuidados. Va un resumen:

  • El término “trabajo emocional” suele usarse para visibilizar la carga que supone para las mujeres la gestión de sentimientos y emociones ajenas, la carga mental que implica ser las que tienen en la cabeza qué cosas de la casa hay que hacer o la carga de ser quienes deben educar a los varones en temas feministas o, si se es negra, a la gente blanca en temas de racismo estructural.
  • Sin embargo, la expresión fue acuñada en 1983 por la socióloga Arlie Hochschild para describir los modos en los que las trabajadoras deben manejar sus emociones durante la jornada laboral y en qué tipo de trabajos se espera tal cosa. 
  • En una entrevista de 2018, Hochschild define el trabajo emocional como «el trabajo, por el que te pagan, que centralmente implica tratar de sentir el sentimiento adecuado para el trabajo. Esto implica evocar y suprimir sentimientos. Algunos trabajos requieren mucho y otros poco. Desde el auxiliar de vuelo, cuyo trabajo consiste en ser más amable de lo natural, hasta el cobrador, cuyo trabajo consiste en ser, si es necesario, más duro de lo natural, hay una gran variedad de trabajos que requieren esto».
  • El cambio entre la acepción original y la actual podría explicarse en parte por la popularización de ideas individualistas sobre el cambio social en el surgimiento del neoliberalismo, representadas paradigmáticamente en la famosa frase de Margaret Thatcher: “No existe tal cosa como la sociedad”. En un contexto en el que se buscan soluciones para problemas sociales en conductas atomizadas, no sorprende que un concepto elaborado para analizar las condiciones laborales haya mutado en un argumento para decirle a un amigo varón que te debe plata por bancarlo cuando se separó.
  • El trabajo asociado a la reproducción social está altamente feminizado y devaluado, ya sea pagándole muy poco a quienes lo hacen de manera rentada o invisibilizándolo como trabajo, pero que involucre emociones no quiere decir que sea trabajo emocional. 
  • “Un marco teórico que incluya el trabajo emocional podría aportar información a las luchas laborales de los trabajadores sociales y los terapeutas: con trabajos emocionalmente agotadores, estos trabajadores merecen recibir una compensación justa y tener una menor carga de trabajo para poder recuperarse de las intensas jornadas laborales. Podría servir de base para las luchas de los trabajadores de los servicios de comida: si no tuvieran que depender tanto de las propinas y tuvieran un salario regular por hora, se reduciría la cantidad de trabajo emocional que tendrían que realizar en el empleo”.
  • La categoría y la diferencia importan porque nos permiten precisar el análisis de nuestras condiciones laborales, quiénes son los opresores y dónde reside nuestro poder para cambiarlo.

A tu estado del bienestar ¡arriba! – redistribuirlo todo

Llego a mi último deseo sin entender si pedí varios o si es uno solo, y pienso que es hora de soplar las velitas y charlar con los amigos para salir un poco de mi cabeza. Va a ser difícil encarar la conversación hablando de redefinir las necesidades productivas con base en considerar que el trabajo más necesario tal vez debiera estar por fuera del mercado, así que digo: ¿che, vieron el tuit de Errejón sobre el estudio de los impuestos a los ricos?

No es que crea que redistribuirlo todo se refiere a seguir como hasta ahora pero repartir mejor. Que se aparte de una consigna que incluye trabajar menos, trabajar todos y producir lo necesario lo deja bastante claro, pero siempre es bueno empezar a charlar desde lo que podemos entender. Y en la recaudación fiscal hay bastante de lo que comprendemos como distribución.

Entonces, va el titular: “Adiós al mito fiscal: bajar los impuestos a los más ricos ni impulsa el PBI ni baja el desempleo, sólo aumenta la desigualdad”.

Va acá también un resumen:

  • Un equipo de economistas revisó 441 estimaciones incluidas en trabajos publicados sobre efectos de las rebajas fiscales y ajustaron las variables para que sean comparables entre sí. Al hacerlo, concluyeron que bajar las cargas impositivas de las corporaciones no tiene efectos en el crecimiento económico.
  • Se detectó que cuando alguno de los autores de la investigación es colaborador de la OCDE, la publicación aumenta la estimación de efectos positivos de recortar estos impuestos.
  • En los países de la OCDE, los impuestos se redujeron sistemáticamente entre los 60 y los 90. Según un cálculo hecho por investigadores británicos, la tributación del 1% más rico se redujo más de un 30% en esas décadas.

¡Resistencia! ¡De-so-be-dien-cia!

Pasó mi cumpleaños y me gasté los deseos sin pedir que Racing salga campeón. Hace rato que no lo pido ya, no porque haya abandonado la ilusión, sino porque es un deseo que me habita permanentemente, que no necesita ocasión especial. Lo que te conté hoy es un poco lo mismo, pero con una diferencia fundamental: para que salga campeón Racing no puedo hacer nada, para que se cumpla lo que dice la bandera, por ahora puedo: trabajar más, trabajar con feministas, producir lo anhelado, redistribuirlo siempre.

Te mando un beso enorme,

Agostina

p/d: las refes de esta canción son de ese himno que cantamos a grito pelado en los tempranos dosmiles cuando no venía ninguna otra banda ni había trabajo para disminuir o producción para redistribuir.

Soy comunicadora científica. Desde hace tres años formo parte del colectivo Economía Femini(s)ta, donde edito la sección de ciencia y coordino la campaña #MenstruAcción. Vivo en el Abasto con mis dos gatos y mi tortuga. A la tardecita me siento en algún bar del barrio a tomar vermú y discutir lecturas con amigas.