No toda es vigilia la de los ojos abiertos

Las fronteras entre sueño y realidad están siendo cada vez más porosas en esta cuarentena, y el insomnio y las pesadillas cobran una fuerza inusitada. En este Hilo Conductor, recorremos sus representaciones culturales a través de películas, libros y música para calmarnos.

Hola, ¿qué tal? Espero que lo mejor posible en esta semana llena de incertidumbre. Por acá contenta de volver a escribirte. Le estoy tomando el gustito a esto. 

Hoy vamos a trazar nuestra deriva por un tema muy universal y que, como los anteriores, suma nuevos matices durante la pandemia: el sueño o la falta de él. Me encanta la frase de Macedonio Fernández que elegí como título, porque es muy así. Las fronteras entre sueños y vigilia son cada vez más porosas, y se acentúan en este momento en el que todo podría ser perfectamente una pesadilla con agentes patógenos invisibles y personas a las que no se les ve del todo la cara. 

Arriesgo a afirmar que durante esta extensa cuarentena todes vimos modificados nuestros ritmos vitales y hábitos de sueño. El descanso ya no es lo que era. Hay días que transcurren en un estado de jet lag permanente. Y también arriesgo que si lleváramos un registro de sueños, seguramente no nos sorprenderían algunas recurrencias. ¿No soñaron ustedes también con políticos? ¿No se asustaron en una pesadilla porque había gente que no llevaba el barbijo reglamentario? Como sea, el ensueño, el insomnio y las pesadillas son tópicos muy transitados culturalmente. Acá los revisitaremos tratando de acariciar los fantasmas mentales. 

Quién sueña a quién

La potestad de los sueños no le pertenece a nadie: es patrimonio de la humanidad. Hay tantos sueños como narraciones posibles de ellos. Repasemos algunas incursiones audiovisuales en ese antro llamado Netflix, que a veces nos muestra un loop infinito de basura, y a veces depara pequeñas sorpresas. 

La primera es On body and soul, una película húngara poco pretenciosa, que mezcla un planteo mundano con otro más existencial. Su directora Ildikó Enyedi parte de una premisa muy inquietante: dos compañeros de trabajo, que a priori no tienen nada que ver entre sí, descubren gracias a un cuestionario de la empresa que sueñan con las mismas cosas. Sus protagonistas –una mujer y un hombre muy solitarios y un poco deprimidos– de a poco van mostrando las hilachas de su sensibilidad (húngara). Es difícil filmar sueños y que estén buenos, y la película se arriesga con eso. 

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La segunda sorpresa es de quien mejor filma ese sendero difuso entre la vigilia, el sueño y lo pesadillesco: David Lynch. No estoy siendo nada original, ya sé. Así que solo diré que también está en Netflix What did Jack do?, un corto de 17 minutos en el que el mismo Lynch, con esa elegancia desgarbada y ese jopo majestuoso, interroga a un mono tití –llamado justamente Jack– acusado de asesinato. La actuación del mono es espectacular (y el traje y la corbata le quedan muy bien). Estas son las cosas que me gustaría soñar, definitivamente. 

What did Jack do?, de David Lynch

La tercera está en la frontera dudosa entre ser un corto o un videoclip de 15 minutos. Se trata de Anima, un experimento que emprendió Paul Thomas Anderson con Thom Yorke (el cantante de Radiohead en su faceta más danzarina). Anima tiene una estructura muy onírica: empieza en un espacio archiconocido como el subte que se enrarece de pronto (los pasajeros, semidormidos, empiezan a hacer una coreografía muy contemporánea). Todas sus escenas son bastante alucinatorias y paranoicas también, con una oscuridad bien trabajada. Pero lo que empieza vertiginoso y sombrío, termina por suerte más romántico y calmo. La música es de Yorke y Nigel Godrich, y la actriz que también lo protagoniza es la italiana Dajana Roncione, pareja de Thom. 

Bonus track fuera de la plataforma de streaming: Waking Life, una película un poco olvidada de Richard Linklater de 2001, que transcurre justamente dentro de un sueño. ¿Cuán real es la realidad? es quizás la pregunta que intenta contestar este film hecho con actores, pero animado después, como para reforzar ese extrañamiento. El dato cholulo es que están Ethan Hawke y Julie Delpy como pareja ahí –los protagonistas de Antes del amanecer, Antes del atardecer, etcétera–. 

Tráfico de influencias

Según el psicoanálisis, los sueños se alimentan, entre otras cosas, de elementos tomados de días anteriores, incluso de detalles que podrían ser intrascendentes para nuestra mente despierta. Ese tráfico de influencias entre el día y la noche, entre el registro consciente y la deriva inconsciente, es una de las cosas más inquietantes y maravillosas de la humanidad. 

¿Pero qué pasa cuando se cae en las garras del insomnio, en esa ansiedad por dormir que no se puede concretar? Una manera de conjurar el sueño podría consistir en hacer un ejercicio de memoria emotiva y anotar la lista de camas en las que recordamos haber dormido plácidamente –tanto solas como acompañadas–.

Eso se propone el escritor francés Georges Perec en el comienzo de Especies de espacios, y también lo encontré en el reciente libro Insomnio, de una escritora británica a la que no conocía llamada Marina Benjamin, editado por la interesante editorial Chai. Benjamin repasa su histórico trastorno de sueño dosificando la reflexión y la literatura sobre el tema con su propia experiencia desvelada. Habla de la feroz conciencia de la precariedad que la ataca durante esas noches, de la danza de los cuerpos que comparten la misma cama (parece que su marido duerme como un tronco), y de los fantasmas que pueblan la mente de los insomnes. También del sueño como un collage en el que se funden figuras, sentidos y diversas ideas: el inconsciente como un artista que recorta, pega, yuxtapone y poliniza, dice ella. Y habla de los cuadros de Magritte de la serie “El imperio de las luces”, profundamente perturbadores porque alteran la separación categórica entre la claridad del día y la oscuridad de la noche. Es como ver un cielo insomne, ¿no?

René Magritte, El imperio de las luces II

Otro libro que disecciona nuestras vidas nocturnas es justamente La noche, un ensayo literario de Al Alvarez, un autor inglés muy versátil que murió el año pasado. Rescatado hace poco por la editorial Fiordo con traducción de Marcelo Cohen, es un estudio íntimo y subjetivo sobre el lenguaje de la noche, el sueño y los sueños: del miedo infantil a la oscuridad a los laboratorios que estudian la actividad onírica, pasando por los ritmos de las ciudades, la historia del arte y hasta ¡las lechuzas! Una hoja de ruta llena de conexiones para evitar perderse en tanta tiniebla.

Y como quien no quiere la cosa, llegamos a Fogwill, un escritor bastante díscolo de nuestra literatura. Fogwill tiene un cuento largo llamado Restos diurnos (que da nombre a su libro de 1993) en el que la vigilia y el sueño se enroscan de forma narcótica (el cuento está lleno de puchos y de cocaína), tanto que no sabemos cuánto de lo que leemos es un sueño narrado o la realidad de los protagonistas.

El argumento es sencillo: un hombre va de visita a la quinta de su amante con sus hijos. Agotado después de tres días de gira, se duerme en el entrepiso. Pero se despierta sobresaltado porque llega el marido de ella y se escapa. ¿O está soñando que llegó el marido? Todo el relato nos deja con una sensación incómoda pero también vaporosa. Y al ser del año 93, incluye al pasar costumbres casi desaparecidas, como la de despertarse a la mañana con el sonido de los diarios pasando por debajo de la puerta. Ahora nos despiertan las notificaciones del teléfono… Bueno.

Además de este, hay un libro póstumo de Fogwill llamado hermosamente La gran ventana de los sueños en el que se compilan sus experiencias oníricas. Parece que él llevaba registro en una libreta de todos sus sueños para no olvidarnos –práctica muy recomendable– y en este libro los ordena, los compara, los revisa. ¿Hay algo más íntimo que escuchar o leer los sueños de alguien?

La orquesta de la noche

¿Cuál es la banda de sonido de los sueños? O, mejor, ¿qué música podría ayudarnos en la vigilia a tener un pasaje hacia los sueños que sea confortable? Una escucha acolchonada, que en vez de competir con el día con sus estridencias nos invite amablemente a relajarnos. 

Los discos del músico argentino Federico Durand están en esta sintonía, y no tienen absolutamente nada que envidiarles a clásicos del ambient como Music for airports de Brian Eno. Durand, que vive en La Cumbre, ya tiene editados doce álbumes como solista en los que inventa espacios de introspección y ensueño con melodías mínimas y la naturaleza como inspiración constante. 

“Siempre me interesó mucho ese estado casi de duermevela, donde hay muchas ideas recurrentes o recordás de a poco los sueños que tuviste. Y me gusta trabajar con repeticiones, donde hay mucho de azar también, improvisando melodías que se sostengan y resuenen en el ambiente”, dijo en una entrevista en Radar. Y si no vean cómo se llaman sus álbumes –que están en Spotify–: Jardín de invierno, La estrella dormida, La niña junco, El idioma de las luciérnagas, El libro de los árboles, El éxtasis de las flores pequeñas. Dan ganas de irse a pasar la cuarentena ahí.

Otra experiencia de escucha también argentina que bien podría poblar nuestros paisajes imaginarios son los discos de los Jackson Souvenirs. Este dúo instrumental es muy escurridizo: solo sacaron dos álbumes, buenísimos ambos, y musicalizaron algunas películas. Tanto Pista cero (de 2004) como el homónimo Jackson Souvenirs (de 2013) están hechos a partir de grabaciones electrónicas y analógicas y bellas melodías. Algunas piezas son más suaves, para ir cerrando los ojos en la siesta, y otras son más aventureras, como para mecerse un poco, flotar por la galaxia o soñar que estamos corriendo como tigres. Es música con vuelo y fantasía, para colgarse un rato y pasear en libertad por espacios sonoros que no requieren nada de nosotros ni de otras presencias físicas. 

Bonus para ma-padres

El tema del sueño y las pesadillas tiene mucha literatura infantil asociada. Van solo dos recomendaciones al paso. Nocturno. Recetario de sueños, de Isol, es un libro que brilla en la tan temida oscuridad. El dibujo se completa con tinta fluorescente y aviva la imaginación para que nosotres completemos los relatos. Y Ramón preocupón, del genio de Anthony Browne, un cuento sobre un niño medio neurótico que se preocupa por todo hasta que descubre a los quitapenas, esos amuletos guatemaltecos que se esconden debajo de la almohada, y a partir de entonces puede conjurar las pesadillas. 

Ahora sí, me despido. Espero que hayas disfrutado de este Hilo tanto como yo. 

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Te deseo muy buenos sueños y muy buenas noches. 

Un abrazo,

Malena

Soy licenciada en Letras por la UBA y trabajo hace muchos años en la industria editorial. Fui editora en las revistas El Interpretador y Los Inrockuptibles. Formo parte del equipo de Caja Negra, una editorial psicoactiva y heterogénea. Tengo un ciclo de entrevistas con escritores y escritoras en el Malba. Si los libros fueran comestibles, podría alimentar a miles de personas con los que acumulo en mi biblioteca. Lo que más me gusta es viajar.