Libertad de mercado para los pobres, socialismo para los ricos

Los estados que hicieron fabricar aviones por miles no pueden fabricar vacunas. No es cierto que se pida intervención cero de los estados en los mercados. Lo que se pide es socialismo hacia arriba y libertad de mercado hacia abajo.

Si algo demostró la crisis global causada por la pandemia de COVID son los límites del modelo de gobernanza basado en la creencia de la ampliación infinita de la libertad de mercado. Los mercados funcionan bien para muchas cosas, pero tienen problemas de coordinación y planificación. En especial llama la atención la ausencia de imaginación política de los estados para resolver las cuestiones más urgentes suscitadas por la pandemia. 

Esto es más llamativo porque las soluciones necesarias están claras (¡fabricar más vacunas!), y, por otro, no son inalcanzables. En un éxito sin precedentes, la ciencia mundial desarrolló no una sino varias vacunas que resultan ser efectivas contra el coronavirus en menos de un año. El desafío ahora es producir una cantidad suficiente de vacunas, distribuirlas en el menor tiempo posible, y vacunar a la mayor cantidad de gente lo más rápido posible. Sabemos hoy que la capacidad de producción de las compañías que desarrollaron y venden las vacunas es limitada: todas ellas están con problemas para cumplir la cantidad de dosis que habían prometido. Pfizer, AstraZeneca, Gamaleya: todas estas compañías están con demoras importantes en el cumplimiento de sus contratos de venta. 

Esto no es un problema moral. No se trata de denunciar la maldad de la big pharma (¿cuál es la small pharma? No hay). La producción de vacunas requiere de una cantidad de procesos muy complejos, de insumos altamente especializados. Hay múltiples cuellos de botella (por ejemplo, en la capacidad de producción de los frasquitos de vidrio en los que se envasan las vacunas). Es perfectamente entendible que hayan surgido imprevistos. El tema no es encontrar el culpable, sino pensar cómo expandir radicalmente la capacidad de producción. 

Quiero señalar que este es un tipo de problema “viejo”, es decir, el tipo de problema para el cual se inventaron los estados. ¿Cómo escalar rápidamente la producción de un bien socialmente necesario lo más rápidamente posible? Para eso, justamente, se crearon oficinas enteras, sólo que en ese momento el bien socialmente urgente no eran vacunas sino tanques o aviones. Como muestra la foto, las automotrices de Detroit pasaron a fabricar tanques durante la segunda guerra mundial.

La mayoría de los países desarrollados tienen legislación específica para este tipo de emergencias. Por ejemplo, la Ley de Producción para la Defensa, sancionada en 1950 en Estados Unidos en el inicio de la Guerra Fría, le da facultades al gobierno norteamericano para ordenar a las empresas que produzcan ciertos bienes en una emergencia, para apropiarse de materias primas o insumos estratégicos, y para fijar precios de producción y venta de los mismos. Esa ley fue usada en tiempos pasados para regular la producción de acero, para financiar la investigación en áreas determinadas como estratégicas (como la informática) y para forzar a empresas de telecomunicaciones a darle información al gobierno para combatir el ciberespionaje (durante el gobierno de Obama). Sin embargo, ni Trump ni, hasta ahora, el presidente Biden han utilizado esta ley para coordinar un esfuerzo planificado para aumentar la cantidad de vacunas disponible. 

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Carlo Cottarelli, economista italiano y exdirector de Finanzas Públicas del FMI, dijo recientemente que le resultaba “increíble” no ver un “esfuerzo de guerra” de los países europeos para aumentar dramáticamente la tasa de vacunación. Algunos objetan que sería “caro”. Con buen criterio, Cottarelli señaló que cualquier gasto público en vacunación sería por definición más barato que lo que el mundo entero va a perder en términos económicos si la pandemia sigue sin control. 

Se trata más bien de una incapacidad autoimpuesta de pensar procesos de planificación estatal a gran escala. La actitud es una especie de “no se puede”. ¿Por qué? Porque no. Porque es caro. Porque implicaría reducir la libertad de mercado de las empresas proveedoras, que podrían hacerle juicio a los estados. Todos sabemos que no se puede. Entonces no se puede. 

Una última cuestión para contrastar. Hace unos días se vio un episodio en el cual un grupo de usuarios del sitio de internet Reddit decidieron empezar a comprar acciones de un número de empresas para que subiera el precio. Varios fondos de inversión de riesgo (hedge funds) de Wall Street habían apostado a que esas acciones iban a bajar, y cuando empezaron a subir vieron que podían quebrar. Lo interesante es que los CEOs de esos fondos se lanzaron a la televisión para pedir unánimemente que el Estado interviniera para parar la compra especulativa de acciones y para sancionar a los responsables. La presidenta del NASDAQ pidió más regulación estatal para evitar el uso de redes sociales para “manipular” las acciones. Leon Cooperman, el billonario dueño de un hedge fund, lamentó en la CNBC que «gente que está sentada en su casa, cobrando los planes del gobierno, juegue en la bolsa» como «solo una manera de atacar a los ricos.» 

Mientras tanto, el partido republicano anunció que no votaría en el Congreso el proyecto de ley de asistencia económica para los hogares que promueve Biden. La pieza central de este paquete es una asistencia de 1400 dólares por mes a los hogares estadounidenses, en un año con caída del PBI y aumento del desempleo. 

Se trata, en síntesis, de un estado de cosas en la que parece “natural” que el gobierno no pueda intervenir para aumentar la fabricación de vacunas pero sí pueda hacerlo para asegurar la salud financiera de las entidades “too big to fail”. No es cierto que se pida intervención cero de los estados en los mercados. Lo que se pide es socialismo hacia arriba y libertad de mercado hacia abajo. 

María Esperanza

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Soy politóloga, es decir, estudio las maneras en que los seres humanos intentan resolver sus conflictos sin utilizar la violencia. Soy docente e investigadora de la Universidad Nacional de Río Negro. Publiqué un libro titulado “¿Por qué funciona el populismo?”. Vivo en Neuquén, lo mas cerca de la cordillera que puedo.