Las redes del amor

Una exploración de las redes de relaciones amorosas y qué pasa cuando el algoritmo diseña tu deseo.

Hola, ¿cómo estás? 

Hoy vamos a hablar de las aplicaciones de citas. Traigo dos libros para pensar este tema. Uno lo tenía pendiente hace mucho, lo había empezado y dejado, y ahora lo terminé: Por qué duele el amor, de Eva Illouz. Es una exploración sociológica y bastante densa del amor. El otro es más ligero: El algoritmo del amor. Un viaje a las entrañas de Tinder, de Judith Duportail. Acá Judith cuenta su experiencia muy treintañera en Tinder y otras redes que se le parecen.

En este news, hago algunos puntos simples. El mercado del deseo está regido en la actualidad por algunas características básicas: demasiadas opciones, un proceso de cortejo privado y solitario, muchas exigencias y bastante incertidumbre. Las redes exacerban todo eso y agregan algunas dimensiones: la entrega de datos, la sumisión a un algoritmo misterioso y la sensación de vacío y soledad después de un atracón de swipes

Empecemos. ¿Qué son las aplicaciones de citas? Aplicaciones para encontrar pareja, entendiendo la pareja ampliamente como algo que incluye desde un breve encuentro hasta una vida compartida. Seguramente vos conocés casos de gente que se conoció por redes, se enamoró y formó una pareja duradera. También debés haber escuchado de varios casos de citas fallidas. Hay de todo. Como el resto de las aplicaciones, su uso aumentó durante la pandemia, impulsado por el aislamiento social y el parate de las reuniones sociales. 

Mi interés por este tema empezó hace un tiempo. Pocas semanas después de llegar a la ciudad en la que vivo ahora, una chica argentina conocida de conocidos me invitó a pasar la tarde con otras chicas argentinas. Cuando llegué, me di cuenta rápidamente que era una de esas situaciones donde mujeres muy distintas hablan sin pensar de lo único que tienen en común: el amor como un consumo tan obligado (Illouz dice que da “status social”) como irrelevante (¿por qué hablamos largo y tendido de una conquista x que realmente no va a significar nada en nuestras vidas?). Pero me sorprendió encontrarme con una variante de esa charla que he tenido varias veces y en varios lugares distintos: esta vez el amor era por redes -y cuando dije que jamás había tenido me miraron como si hubiera dicho que había llegado en el cohete de Bezos-. 

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En esa conversación, escuché por primera vez algunas historias más extensas de usos de redes. Luego me abrí yo misma una cuenta y seguí indagando en cómo navegarlas, porque me parecieron un lugar bastante extraño. Cerré mi cuenta al poco tiempo, pero seguí preguntando. Hace un mes, en otra cena de mujeres, escuché a dos que conocieron a su actual novio en la red. Una contó que anotaba a sus citas en un excel, con detalles de cada una, para constatar que salía con gente distinta (acá va el meme de “te observo, te analizo y te respeto”). Otra me dijo que tuvo 12 citas antes de encontrarse con el que ahora es su novio. Yo soy un poco obsesiva del uso del tiempo, de modo que 12 citas no fantásticas me parecieron una cantidad muy extensa de minutos preciosos “perdidos”. Finalmente, ayer hablé con una amiga que sale con un chico que conoció por redes. El chico quiere ponerse más serio y ella duda porque, me dice con culpa, “¿y si hay alguien mejor para mí?”. 

Lo más impresionante de estas situaciones de estos dos párrafos es que todas están relatadas de modo casi exacto por Eva Illouz -a pesar de que Illouz escribe fundamentalmente sobre el amor analógico-. Ella tiene un punto central: vivimos el amor de acuerdo a estructuras sociales y no individuales. Mientras que todes sufrimos y pensamos que nadie sufre como nosotres y lo contamos a amigues, analistas y quién quiera oírnos, Illouz viene a ofrecernos una explicación mucho más histórica y estructural. Ella dice que con la desregulación del mercado amoroso (que asimila a un proceso de desregulación neoliberal de un mercado de bienes y servicios), aumentaron las opciones, pero también la incertidumbre. En tiempos pasados (la autora usa mucho los libros de Jane Austen para ilustrarlos), el enamoramiento era un ritual estricto y muy transparente. En principio, el matrimonio era un acuerdo socioeconómico. Además, la elección de pareja estaba limitada (te casabas con alguien de tu misma clase social y en general muy parecido a vos) y el cortejo era público (o sea, sucedía en público, siguiendo reglas no escritas pero conocidas por todos). De ese modo, la elección de alguien y el rechazo estaban cantados -no sos vos, son las reglas-.

En cambio, ahora, es un despelote. Salió el acuerdo y entró el amor, mezclado además con la pasión. La elección de pareja es en principio ilimitada (en términos de clase, edad, raza, etc.; de allí el excel que mencioné y también la pregunta de mi amiga “¿y si hay alguien mejor?”) y ya nadie sale con una chaperona, de modo que la seducción es un proceso muy privado (12 citas sin que nadie te vea y solo vos para decidir cuál va y cuál no). ¿Qué hace todo esto? Entre varias otras cosas, que nos la pasemos dudando (¿Es el indicado? ¿Es el indicado por su carácter, su inteligencia, o por su apariencia?) y sufriendo por “amor” (¿Por qué no me escribe? ¿Por qué me escribe ese mensaje?), y que la elección y el rechazo sean sumamente personales -si cada uno elige por amor y sin restricciones, si no me elige es porque no me ama-. Acá Illouz resalta nuevamente el parecido con la economía de mercado, donde el fracaso económico es visto como el resultado de fallas individuales, y no de condiciones estructurales. Ahora bien, todo esto no es vivido igual por hombres y mujeres (nota, el libro es sobre parejas heterosexuales y orientadas al matrimonio, así que es limitado en eso). Los hombres conservan el poder en ese mercado desregulado del deseo por condiciones sociales y demográficas (tienen una muestra mayor de la cual elegir porque no les molesta salir con mujeres más jóvenes, menos educadas y con menos ingresos, y tienen más tiempo porque no hay “reloj biológico”), mientras que las mujeres tienen menos opciones (porque quieren salir con hombres pares o para arriba) y menos tiempo. De este modo, las mujeres vivimos tironeadas entre el mandato de autonomía (yo estoy bien sola) y las ganas de ser reconocidas (o sea, amadas) por otro. 

Hasta acá, Illouz. ¿Cómo cambia todo esto con la introducción de las redes? Diría que las redes exacerban la cantidad de opciones (swipe swipe swipe), hacen de la seducción un proceso todavía más privado (no hay referencias porque no hay entorno social en común) y aumentan de modo exponencial la incertidumbre (¿quién está realmente del otro lado?). Eso para empezar. Pero además, Tinder es una empresa tech como cualquier otra, y acá aparecen temas de concentración de mercado, privacidad, un algoritmo misterioso, violencia a partir del anonimato y adicción.

Judith Duportail documenta en su libro El algoritmo del amor haber tenido 870 matches en Tinder y haber obtenido sus conversaciones por escrito luego de pedirle sus datos a la empresa. Esas conversaciones fueron obviamente privadas y sus citas también fueron privadas, de modo que, cuando las pocas -poquísimas- relaciones que inició terminaron, la dejaron sumida en un mar de dudas -qué falló, qué hice mal, fui mucho o poco-. Duportail se obsesiona además con conocer su puntuación, dado que circula el dato de que la aplicación otorga un puntaje que categoriza y organiza a todos los que navegan esas redes. Lo interesante es que Duportail cita a Illouz pero no usa a Illouz: se pregunta por sus fallas y su angustia de modo individual y un poco cliché -“¿mis reacciones actuales ante el fracaso amoroso tienen que ver con que soy muy insegura porque de chiquita el médico me dijo que era gorda?”-. 

El análisis que hace Duportail sobre Tinder como empresa tech es quizás lo más interesante. Ella trae libros que ya hemos mencionado aquí como Capitalismo de vigilancia (Shoshana Zuboff) y Armas de destrucción matemática (Cathy O’Neil) para hablar de cómo las aplicaciones saben todo de nosotres y con esa información operan sobre nuestros deseos. 

En efecto, Tinder es como cualquier otra empresa tech. Primero: es un mercado concentrado. La empresa Match Group tiene Match.com, OkCupid, Hinge y Tinder. Segundo: es una aspiradora de datos. Confiando en encontrar el amor, o eso que se le parece, volcamos en la aplicación nuestro CV, nuestros gustos, nuestras maneras de pasar el tiempo y nuestros anhelos. La aplicación hace con esos datos lo que quiere. Tercero: está dominada por un algoritmo que desconocemos. ¿Cómo elige qué personas mostrarme? ¿En base a qué criterios? En otras palabras, ¿cómo se construye el amor? Cuarto: es anónimo. No vemos a las personas a la cara, y ya sabemos cómo actúan las personas cuando nadie las ve. Si en Twitter la gente es más violenta que en la vida real, también lo es en Tinder -más dada al insulto, los tipos mandan fotos de sus partes, la gente deja de contestar en cualquier momento, promete cosas que no cumple, miente, etc-. Quinto: es una adicción. La aplicación genera subidones y bajones, y tras pasar un rato absortos en el teléfono mirando foto tras foto nos sentimos más solos que antes. 

Dos cuestiones más sobre Tinder como empresa tech. Cuando a Sean Rad, CEO de Tinder hasta 2020, le preguntan sobre ciertas sensaciones que genera la aplicación, Rad contesta igual que todos los CEOs de todas las empresas: Tinder es como la sociedad, pasa eso porque eso pasa en la sociedad -negando de este modo al intermediario-. Lo otro es cómo los algoritmos reproducen la realidad. Decía arriba que hay un patrón empírico que es que a los hombres no les molesta salir con mujeres menos educadas o que ganen menos plata, mientras que las mujeres buscan parejas hacia arriba. Basado en eso, Tinder muestra ciertos perfiles a hombres y mujeres. ¿Tinder tan solo sigue la realidad o además la moldea?

Para terminar, una de cal y una de arena. Como todos los CEOs, los de las apps del amor también son mesiánicos. Rad dice que su aplicación termina con el rechazo porque solo hablás cuando hay match. Falso, hay rechazo, hay desazón, hay confusión. Wolfe Herd, la CEO de Bumble, dice que su aplicación crea relaciones heterosexuales sanas. Falso, las mujeres hablan primero, pero eso tiene poco que ver con lo que vendrá después. En otras palabras, Bumble tampoco terminó con el patriarcado. Sin embargo, Tinder y redes similares también habilitan eso que es lo que más me gusta de Twitter: la posibilidad de conversar con gente con la que una no se cruza (y quizás no se cruzaría) en la vida real. En ese sentido, efectivamente, estas redes amplían horizontes y generan encuentros más o menos random que pueden ser buenos y traer cosas nuevas y buenas. En aquella pesquisa inicial que hice entre usuarias de Tinder, una chica me dijo: “Lo que hace la aplicación es habilitarte la conversación, pero después es como la vida misma”. Es decir, después rigen las reglas generales del amor, con toda su belleza y su fealdad. Ahí vamos. 

El del estribo

  • La investigación de Duportail empezó con un artículo en el diario The Guardian que podés leer acá.
  • Acá podés ver a Eva Illouz en conversación con Rita Segato.
  • Acá podés conocer la historia de Wolfe Herd y su aplicación Bumble, caracterizada porque son las mujeres las que inician la conversación. Herd trabajaba en Tinder, pero tuvo que irse cuando se separó de otro ejecutivo de la empresa y él empezó a acosarla. 
  • La película Tienes un e-mail muestra el principio del online dating. Hace tiempo hablé de ella acá y un lector del news me contestó diciendo que cómo podía rescatar esa película. Lo siento lector, la peli me sigue gustando y es posible que vuelva a verla en los próximos días. De hecho, creo que ilustra muy bien el último punto de esta edición sobre cómo internet genera encuentros que a priori no sucederían. 

Cosas que pasan

  • Más material sobre cómo vamos a hacer para regular a las big tech. 
  • Acá sobre la relación entre publicidad y fake news. 

Gracias por llegar hasta acá.

Un abrazo,

Jimena

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Soy economista (UBA) y Doctora en Ciencia Política (Cornell University). Me interesan las diferentes formas de organización de las economías, la articulación entre lo público y lo privado y la relación entre el capital y el trabajo, entre otros temas. Nací en Perú, crecí en Buenos Aires, estudié en Estados Unidos, y vivo en Londres. La pandemia me llevó a descubrir el amor por las plantas y ahora estoy rodeada de ellas.