Las imágenes de ellas

En una cultura visual llena de estímulos y aturdimiento, este Hilo vuelve al pasado para recuperar el trabajo de un puñado de fotógrafas increíbles. Vivian Maier, Diane Arbus, Grete Stern, Annemarie Heinrich y Luisa Escarria en sus retratos icónicos, sus capturas callejeras y sus fotomontajes.

Hola, ¿cómo estás? Espero que lo mejor posible. Hace más de un mes que no escribo Hilos Conductores, y la verdad es que un poco los extrañé, pero necesitaba tomarme una pequeña vacación porque, no sé para ustedes, pero para mí este 2021 viene bastante intenso. Lo bueno es que ya tengo mi esquema de vacunación completo y entre los hitos del mes de julio pasado está mi entrada triunfal a Tecnópolis para recibir la segunda dosis de Sinopharm, y la breve charla de la simpatiquísima vacunadora que nos habló con franqueza. Gracias por eso. 

Hoy vamos a ocuparnos de uno de esos temas inabarcables que siempre traigo para acotarlo a partir de un puñado de referencias, armando un camino que las contenga. Vamos a hablar de fotografía. Pero no de la ahora omnipresente costumbre de sacarse selfies, sino del oficio de quienes saben hacer de esas imágenes algo más que un registro apurado y marginal de su existencia. 

Empecé a pensar en estas cosas hace dos o tres semanas, cuando salí a pasear un domingo de invierno. Primero fui a comer a un restaurante que hace rato quería conocer. ¿Y qué pasó? Cuando trajeron la comida –un plato vistoso con muchos ingredientes–, mi primer impulso fue fotografiarlo. Saqué el teléfono, clic, foto, lo volví a guardar y me dispuse a comer. ¿Volvería a ver esa foto alguna vez? ¿Quería guardar el recuerdo del sabor y por eso capturé la imagen, incluso antes de probarlo? ¿O solo quería conservar algún registro digital de que por fin estaba saliendo a pasear así sin más pretensiones que comer un rato algo rico en un lugar lindo? Ni siquiera me lo pregunté en el momento. Pero sí lo hice un rato más tarde, cuando fui caminando hasta FOLA (Fototeca Latinoamericana), en la calle Godoy Cruz del barrio de Palermo, a ver la muestra de Vivian Maier, una excelente fotógrafa norteamericana que no reveló en papel ninguna de sus imágenes. 

Antes de ponerme a hablar de Vivian Maier, confesaré que este hilo será puramente sobre fotógrafas de otras épocas. Y será arbitrariamente sobre mujeres, por un lado para reducir un poco más el universo, y por otro porque, como verán en varias de las historias que compartiremos, era bastante difícil en el siglo XX apostar, siendo mujer, a una carrera artística en la fotografía. Muchas veces eran ninguneadas por sus colegas o familiares, o tenían que tener otros trabajos y sacar fotos como hobby, o trabajar para algún medio que pagara poco y nada por cada toma con tal de ir haciéndose un nombre. Así que hoy le dedicaremos este Hilo a un puñado de fotógrafas que por distintos motivos pasaron a la historia a través de sus imágenes. Y vamos a ir ilustrando con muchas tomas de estas artistas, recomendando desde ya que si alguna les gusta, sigan buscando más imágenes.

Autorretrato de Vivian Maier

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Perdida y encontrada

Quizás hayan quedado tan subyugades como yo al ver el documental Finding Vivian Maier, de 2013, en el que se cuenta la historia de esta fascinante e ignota fotógrafa que capturaba, justamente, lo que escapaba a la mirada de todos. (Si no lo vieron, pueden hacerlo ya mismo por acá. Un planazo para el domingo, con subtítulos, claro.) Les resumo brevemente la trama porque es un flash: un joven llamado John Maloof, aficionado a pasearse por ferias y mercados de cosas usadas, encuentra en un galpón de remates una caja llena de negativos con fotos de Chicago. La compra por 380 dólares medio a tientas, pensando que el material podría servirle para una investigación. Se toma el trabajo de escanear algunos negativos, de subir 200 fotos a un blog, y ¡eureka! descubre a Maier como fotógrafa, un secreto guardadísimo. Es que ella nunca había ejercido como tal, sino que tuvo una existencia muy mundana trabajando como niñera en Nueva York y Chicago durante varias décadas, de los años cincuenta a los ochenta. Era, según la gente que la conoció, muy reservada, excéntrica y misteriosa. Se vestía con ropa de hombre y acumulaba distinto tipo de cosas. Y si bien las familias para las que trabajaba sabían que tomaba fotografías por gusto, Vivian nunca hizo nada con ellas. Entre los baúles, cajas y demás pertenencias que Maloof recupera de Vivian, porque logra dar con un depósito que las alberga, se topa con 100 mil negativos, 700 rollos color sin revelar y otros 200 en blanco y negro. O sea que ella no llegó a ver ni a apreciar las imágenes que hacía. Y había ahí un trabajo finísimo de observación urbana de una intensidad pocas veces vista. Es que Maier paseaba por la calle con su cámara colgando por debajo de las tetas y captaba gestos mínimos de la vida mundana: un diariero durmiendo en su puesto, un perro con la pata enyesada, muchos niños en situaciones de llanto o molestia, y muchas personas vistas de espaldas. Sí, de espaldas: no sé por qué le gustaba tanto el reverso de las cosas, pero agradezco mucho que nos dé esa perspectiva. Es impactante cuán diferente es la fotografía cuando nadie posa. Podemos ver pliegues, guiños, detalles puntuales que de otra forma buscarían ocultarse. La de Maier es una fotografía eminentemente callejera, pero de una época (y de un país) en la que no vivimos, por lo que tiene también un innegable valor documental y sobre todo artístico. Muy poca gente conoció y trató a Maier en vida (no tuvo marido ni hijos) pero muchas la conocemos ahora que ya no está a través de las miles de imágenes que dejó medio escondidas y medio a la vista, como esperándonos ahí agazapada a que llegue el momento y las valoremos. Una verdadera artista póstuma. Y conocemos su cara a partir de los autorretratos que se hizo; no son selfies tontas, sino tomas en las que un poco se evade. La vemos reflejada en vidrios, en espejos aumentados, como disimulando su talento. Como indicándonos que en las imágenes de otros ella desaparece y a la vez se multiplica.

Ya hubo en FOLA una muestra en blanco y negro de su obra, y ahora sigue hasta mediados de septiembre una exposición de sus fotografías a color (pidan turno y vayan, la entrada sale $200 y vale mucho la pena). 

Vivian Maier

Otra fotógrafa norteamericana con una gran impronta callejera fue Diane Arbus, contemporánea de Maier, aunque, claro, nunca se conocieron. La deriva de Arbus es muy distinta, porque ella sí pudo asumirse públicamente como fotógrafa y trabajar en un estudio que inauguraron con su marido Allan Arbus. Se dedicaron a la fotografía de modas, con encargos para Vogue, Esquire, y otras revistas de la época. Pero Arbus dio un vuelco –quizás debido a su depresión crónica, que la llevó a suicidarse con barbitúricos a los 48 años– y empezó a salir con la cámara al mundo y a capturar a aquellos freaks que Ted Browning había rescatado para su famosa película. Artistas callejeros, del under, personas perturbadas y solitarias, en estricto blanco y negro, pueblan una galería de personajes a veces tristes, a veces fantasmagóricos. Una mirada cruda pero también muy sensual de los cuerpos menos hegemónicos. (Hay una película en la que Nicole Kidman la interpreta llamada Fur: An Imaginary Portrait of Diane Arbus que NO les recomiendo.)

Diane Arbus

Y podría seguir y seguir con la sensibilidad tan norteamericana de otras fotógrafas de la generación siguiente, como la de Nan Goldin y su increíble mirada de la contracultura de los setenta, o la irreverencia de Cindy Sherman, quien llevó al paroxismo su rostro, encarnando a miles de personajes en sus imágenes, o la sobriedad creativa de los retratos de artistas de Annie Leibovitz, pero dejémoslo acá…

(Sí me permito un paréntesis: si van a FOLA, pueden ver ahí también la muestra de una fotógrafa argentina que no conocía y que me sorprendió mucho. Se trata de Romina Ressia, quien se especializa en el anacronismo en las imágenes. El clima de sus fotos recrea el ambiente del Renacimiento, pero todo se trastoca cuando incorpora ahí un elemento híper contemporáneo. El uso de la luz es también muy notable. Y hay una serie de desnudos femeninos de frente y dorso en tamaño casi real que me pareció genial.) 

Romina Ressia

Mujeres del mundo en suelo argentino

Pasemos ahora a algunas representantes nacionales de la fotografía. Digo nacionales y pienso en borrar y reescribir. Porque lo cierto es que tres de las más representativas fotógrafas que dio nuestro país no nacieron acá, pero sí desarrollaron en la Argentina su trayectoria y marcaron los hitos por los que serán siempre recordadas. Hablemos entonces de Grete Stern (Alemania, 1904), de Annemarie Heinrich (Alemania, 1912), y de Luisa Escarria (Colombia, 1929). 

Alumna de la escuela de Bauhaus y con formación en Londres, Grete Stern debió emigrar durante en nazismo y llegó a Buenos Aires junto a su pareja, el también fotógrafo Horacio Coppola. Su casa era una sede intelectual por la que pasaban artistas y personalidades de distinta talla (fotografió a Borges y a Bertold Brecht, por caso) y ella siempre estuvo muy conectada con el ambiente cultural. Su obra es absolutamente moderna: uno de los ejes centrales es la mujer en situación de conflicto, a la que trató en profundidad en sus famosos fotomontajes, que publicó entre 1948 y 1951 en la revista Idilio. Hasta ese momento, el fotomontaje en nuestro país no tenía pasado ni difusión; fue ella quien lo introdujo y lo desarrolló con total desparpajo y originalidad. Es que la revista Idilio, juvenil, femenina y popular, tenía una sección llamada “El psicoanálisis le ayudará” en la que distintas mujeres eran invitadas a enviar los relatos de sus sueños, que eran respondidos con la interpretación psicoanalítica del sociólogo Gino Germai (que firmaba con seudónimo) y con la interpretación visual de Stern desestructurando las convenciones de la mirada. Un arte conceptual y experimental que ponía en escena la desesperación, la culpa, la resignación, las ansiedades y los miedos de las mujeres de su época con una impronta muy propia. (Los textos y algunos fotomontajes están reunidos en el libro Los sueños, compilado por Syd Krochmalny y Marina Mariasch, y los fotomontajes solos están en Mundo propio. Fotografía Moderna Argentina, una publicación de Malba). Entre el dadaísmo y el psicoanálisis, ahí está Stern con su propio aporte, desmantelando las fobias y represiones en el arte.

Los sueños de escaleras, Grete Stern

“Un buen retrato es algo más que una foto carnet. Una cara debe expresar todo lo que un ser humano tiene dentro de sí, y eso lleva tiempo”, decía Annemarie Heinrich cuando le preguntaban cómo conseguía volver tan expresivos los rostros populares. Esta fotógrafa que vivió desde joven en el conurbano –y que montó su propio cuarto oscuro para revelar las tomas– fue una de las grandes artistas que dio nuestro país, en esa línea difusa entre lo culto y lo popular. Por un lado, Heinrich fue una gran pionera de la fotografía como profesión y fundó el Foto Club Argentino y el Consejo Argentino de Fotografía. Sus imágenes engrosan las colecciones de varios museos nacionales y su técnica se estudia en los cursos. Por otro lado, dedicó una vida a retratar a actores, actrices, políticos y demás personalidades para cumplir con los encargos de las revistas y periódicos de la época: de Norma Aleandro y Mirtha Legrand a Marilina Ross y Palito Ortega. Su manera de acercarse al cuerpo y a la sensualidad femenina era muy sutil y a la vez impactante. Muchas de las fotografías “oficiales” que asociamos a una persona muy famosa las tomó ella. Como este retrato clásico de 1944 en la que vemos a Evita elegante, risueña y con una mirada muy intensa, que parece que estaba colgado en el departamento de la calle Posadas que compartía con Perón. Heinrich fue una artista increíble, que conseguía hablar su propio lenguaje a partir de las expresiones que elegía de sus retratados.

Pasemos ahora a la tímida y simpática Luisa Escarria, más conocida como “Luisita”, dueña de un estudio de fotografía en plena calle Corrientes por el que pasaron artistas populares irresistibles. La de Luisita es una historia bastante asordinada, porque parece ser una mujer que prefirió siempre estar detrás de la cámara sin tener otro interés que hacer brillar a otres. En el documental Foto Estudio Luisita, dirigido por Sol Miraglia y Hugo Manso (disponible gratis en Cine.ar), se cuenta amorosamente el relato de cómo tres hermanas colombianas llegaron a Buenos Aires con su madre y muy de a poco y en el mismo departamento vivieron y desarrollaron una carrera rutilante en el mundo del espectáculo vernáculo en pleno auge del teatro de revista. Fotógrafa exclusiva del Maipo, y contratada por infinidad de artistas para promocionar sus espectáculos o discos, Luisita –bajita, sonriente, amante de los perros y un poco misteriosa–, junto a su inseparable hermana menor, le dieron vida a un estudio que se permitió experimentar con las técnicas de fotomontaje artesanal. Cortar y pegar negativos de manera manual y ver qué pasaba al revelarlos tiene todavía una magia y una alquimia extrañas, que ninguna técnica digital puede igualar. Y más si los personajes son Moria Casán, Susana Giménez, Alberto Olmedo, Jorge Porcel, Tita Merello o Atahualpa Yupanqui. ¿Cómo era que Luisita conseguía tan buenos retratos? Hay que ver el documental para entender su mundo, sus elecciones y también para emocionarse con ella cuando le llega el reconocimiento tardío. Les dejo el tráiler acá

Foto Estudio Luisita

Escritura y fotografía

Existen estrechas relaciones entre la toma de imágenes y la escritura. Entre lo que una foto evoca y lo que alguien es capaz de escribir sobre ella. Y también entre lo que una obra literaria pone a circular y la imagen con la que asociamos al autor o a la autora de un texto. Hay grandes retratistas de escritores y escritoras, que tienen la sensibilidad necesaria para transmitirnos el rostro exacto de la persona a quien leemos. La maestra en ese arte es la ineludible Sara Facio (Buenos Aires, 1932), una fotógrafa excepcional, autora de las fotos que conocemos de Alejandra Pizarnik, por caso. La compañera de María Elena Walsh durante muchos años, y una persona que sigue trabajando en mantener vivo su legado. Facio fue asistente de Annemarie Heinrich y supo despegarse a tiempo para tomar vuelo propio. En este documental de media hora en Canal Encuentro, cuenta de qué manera encontró su visión del mundo detrás de la cámara y también demuestra hasta qué punto la fotografía no era valorada como un trabajo hasta entrados los años sesenta. También narra el momento en que saca esta icónica foto de Cortázar. Parece que él no confiaba en la luz que había en la habitación ni en las asas del rollo que Facio tenía. “No te van a salir”, decía. Y ella le contestó: “Vos escribí, yo saco las fotos”. Años más tarde, posó divertida ante este retrato, ofreciéndole fuego.

Otra gran fotógrafa contemporánea argentina como Adriana Lestido, con una obra en blanco y negro en la que se destacan sus series Madres e hijas o Mujeres presas, se animó a registrar en palabras un viaje visual. En el libro Antártida negra. Los diarios, de la colección Rara Avis de Tusquets, dirigida por Juan Forn, narra día a día su accidentado viaje a la Antártida en busca del blanco absoluto, cuando quiso instalarse en la Base Esperanza pero terminó recalando en la Base Decepción (!!), una isla volcánica y helada en la que todo era puramente gris y negro. Lo que iba a ser una excursión interesante y preparada se termina convirtiendo en una experiencia de supervivencia pesadillesca ante la que solo queda resignarse. Para alguien que registra con tanto sentido la distancia entre el blanco y el negro en sus fotografías, perseguir un color, un tono, era todo un desafío. En un páramo frío y ventoso se encuentra rodeada de fauna extrañísima y de un tiempo detenido y monótono al que igual decide fotografiar. “¿Llego al hueso con lo que estoy haciendo? ¿Me transforma lo que hago? ¿Puede transformar al otro? ¿Puede sentir propias las imágenes?”, se pregunta Lestido en su cuaderno. La respuesta está quizás en este álbum con las imágenes de su proyecto. 

Inés Ulanovsky es también una fotógrafa y escritora que arma puentes entre las palabras y las imágenes con pocos artificios y mucha emotividad. Su libro Las fotos, editado el año pasado por Paisanita, es sencillamente hermoso. Ahí la relación entre sus textos y las imágenes tiene una respiración propia: primero leemos, nos imaginamos la fotografía de la que nos habla, y solo después damos vuelta la página y nos encontramos con la toma. Lo interesante es que Ulanovsky cuenta historias familiares a partir de fotografías a las que llega de distinta manera, y va armando una especie de relato colectivo que es también un testimonio de su capacidad de observación. María Moreno dijo que puede leerse “como un libro de misterio donde el enigma que se revela es siempre una foto”. Y pasa por ahí la cosa: por descifrar cuánto hay de casual y cuánto de misterioso en los cruces que las fotos provocaron. Como la historia del linyera que se reencuentra años después con una familia que lo estaba buscando y recupera sus vínculos, o la del hombre que se hizo sacar una foto un verano en el exacto lugar donde luego moriría. En general, Ulanovsky se encarga de fotografías amateurs. Incluso cuenta una historia a partir del encuentro y devolución de fotografías encontradas en la calle por un integrante del fascinante grupo de Negativos Encontrados (personas que levanta fotos descartadas de la calle, y trata de descifrar sus procedencias). Pero ella también es protagonista: para comprender mejor la alquimia que logra, les sugiero que lean “El hombre de enfrente”, el breve relato que abre el libro y que cuenta cómo encontró de casualidad el negativo de una foto en la zona de la AMIA que ella le había sacado en 1997 al hombre que fue su pareja muchísimos años después, el también fotógrafo Diego Levy.  

Inés Ulanovsky

Para ir terminando este Hilo, me interesa volver al principio: a la pregunta sobre por qué tenemos ahora la pulsión de fotografiar casi cualquier cosa, de manera apurada y sin premeditar, y cuál es la diferencia entre ese tipo de imágenes y las de nuestro pasado: las reveladas, que se convierten en objetos materiales que se pueden ver, tocar, perder, encontrar. “Tengo la sensación de que si todo es una foto, nada es una foto”, dice Inés Ulanovsky en una entrevista. Y un poco estoy de acuerdo con ella. Quizás el desafío pase por que el filtro sea nuestra mirada y por buscar recuperar los efectos de la vida analógica en relación con las imágenes más entrañables para nosotros. Que la inmediatez y la sobreabundancia no se lleven puestas la magia y la sorpresa de capturar y conservar un recuerdo de una vez y para siempre.

Ahora sí, me despido hasta dentro de 15 días.

Espero que este Hilo te haya dado curiosidad y ahora quieras saber más de aunque sea una de estas fotógrafas. O que decidas hacer el ejercicio de sacar solo una foto por día durante un mes, a ver qué pasa.

Gracias por leer.

Y por favor cuidate mucho.

Malena

Soy licenciada en Letras por la UBA y trabajo hace muchos años en la industria editorial. Fui editora en las revistas El Interpretador y Los Inrockuptibles. Formo parte del equipo de Caja Negra, una editorial psicoactiva y heterogénea. Tengo un ciclo de entrevistas con escritores y escritoras en el Malba. Si los libros fueran comestibles, podría alimentar a miles de personas con los que acumulo en mi biblioteca. Lo que más me gusta es viajar.