La verdad sigue siendo inconveniente

La producción científica en pandemia no desde su relación con el concepto de soberanía sino desde su vínculo con un problema que además de global, es transversal: el impacto ambiental de la actividad humana.

Holis, ¿cómo andas? Acá en AMBA esta fase ¿1,5? me está devolviendo algo de calma, ese no sé qué de la casa en invierno, ¿viste? El tecito al lado de la compu, los gatos acurrucados en la estufa, la noche temprana, el silencio de la calle. ¿O será que terminó el cuatrimestre y terminé de cerrar las planillas de calificaciones? 

En fin, sea por lo que sea, siento que esta semana es propicia para parar un poco la vorágine de información pandémica y volver a los básicos. La semana pasada el news se trató de pensar la idea de soberanía en tiempos de problemas globales. ¿La ciencia local es sinónimo de atender necesidades locales o está más bien motivada por la necesidad de participar en el mercado? ¿Un Estado soberano es necesariamente un pueblo soberano? ¿Estas preguntas plantean disyuntivas excluyentes?

Hoy, me gustaría que pensemos la producción científica en pandemia no desde su relación con el concepto de soberanía sino desde su vínculo con un problema que además de global, es transversal: el impacto ambiental de la actividad humana. Si te parece, además, podemos meter unas pinceladas de análisis de género y políticas públicas y seguir construyendo esta idea de que la ciencia no es algo que se hace en un entorno impoluto sino un producto cultural.

No culpes a la noche, culpá al extractivismo

  1. No sé si te acordás, pero el mes pasado charlé con Eyal Weintraub de Jóvenes por el Clima sobre esos memes y noticias que afirman que la pandemia está siendo beneficiosa para el ambiente. En esos días, en un ciclo de entrevistas de Revista DEF del que también participé yo, Inés Camilloni, investigadora del CONICET y directora de la Maestría en Ciencias Ambientales de la UBA hizo algunas declaraciones interesantes sobre el tema: “No se puede decir que lo que estamos atravesando sea algo positivo para el ambiente, cuando está vinculado a una enorme cantidad de pérdidas de vidas humanas. No hay forma de pensar en que esto sea una herramienta para combatir el cambio climático, pero sí demuestra que al frenarse las actividades económicas, las emisiones bajaron drásticamente, lo cual confirma lo que ya sabemos: que estamos siguiendo un modelo de desarrollo económico basado en las emisiones de gases de efecto invernadero, en emisiones de carbono en la atmósfera por el uso intensivo de combustibles fósiles para producir energía y que esto no es sostenible en el tiempo (…) Hay distintos números dando vueltas que hacen proyecciones sobre las disminuciones totales en todo el año. La cuestión es que la baja en las emisiones no es simultánea, porque algunos países han comenzado a reactivar sus procesos industriales -China, por ejemplo- y los niveles de CO2 empezaron a subir; la realidad es que la proyección ronda entre un 5 y un 15% a la baja, respecto a si se hubiera continuado con el ritmo habitual. Estas cifras no impactarían de manera tan fuerte en todo lo referido al cambio climático, debido a que se trata de un problema acumulativo. Los ingleses lo explican muy claramente con el ejemplo de una bañera y una canilla abierta de agua: la canilla vendrían a ser las emisiones y la bañera sería el planeta; entonces, el mundo ha seguido incorporando dióxido de carbono, pero lo que ha ocurrido ahora es algo similar a si se hubiera cerrado un poquito la canilla. Esto no detiene la acumulación del CO2 en la atmósfera, por lo que la temperatura continúa incrementándose y no vemos que este parate lleve a un enfriamiento, sino que es solo una pequeña desaceleración en todo el enorme proceso que se intenta revertir”.

    Según Camilloni, entonces, la baja de emisiones producida por el cese de la actividad económica no es ni una solución ni un alivio a un problema que tiene su origen en cómo producimos además de en cuánto lo hacemos. En sus palabras: “Tiene que haber un proceso de reconstrucción pospandemia, que debe tener como objetivo no repetir los errores que veníamos cometiendo hasta ahora. Tenemos que pensar en una economía que esté basada en la utilización de energías renovables, que no implique ablandar las normativas ambientales. Por eso, tenemos que recuperar el tiempo perdido e impedir que empeore la calidad del aire y del agua”.
  1. Si queremos un mundo mejor, tendremos que hacer un mundo nuevo. Por eso, un ensayo de la Chacra Experimental Integrada Barrow del Ministerio de Desarrollo Agrario de la PBA comparó la rentabilidad de la producción de trigo bajo dos modelos: uno de transición agroecológica y el actual. En el primer caso, si bien se presentaron mayores costos de labores, se disminuyeron notablemente los costos de insumos (entre U$S 133 y U$S 147 menos por hectárea). Como consecuencia, el trigo agroecológico presentó mayor margen bruto, mayor retorno por peso invertido y un menor rendimiento de indiferencia (esto último significa que se necesitaría menos producción por unidad de superficie para cubrir los costos de sembrar, cosechar y comercializar, yo no lo sabía). En síntesis, el modelo agroecológico aumentó la rentabilidad y bajó el riesgo productivo y el impacto ambiental.

Martín Zamora, referente Nacional de Agroecología del INTA señaló que: “Para producir una hectárea de trigo se necesita un rendimiento de 3.500 kilos sólo para salvar los gastos y esto es muy riesgoso, en especial, para los productores medianos y pequeños. Al sustituir insumos químicos y energía externa con procesos e interacciones naturales, se ahorran entre 39 y 49 % del costo directo total, con un mismo rendimiento”. Respecto a quienes sostienen que la agroecología solo es apta para pequeñas extensiones, Zamora afirmó que: “La agroecología se basa en principios, no en recetas y puede aplicarse tanto en pequeñas extensiones como en cultivos extensivos de trigo o maíz e inclusive en la ganadería. No es una vuelta al pasado, sino una tecnología nueva y superadora de lo, hasta ahora, conocido”.

Sin embargo, no basta con producir conocimiento sobre la rentabilidad de un modo de producción para efectivamente virar hacia él. Entre los ejemplos de aplicación en nuestro país, tenemos a la Unión de Trabajadores de la Tierra, que está coordinando la creación de una colonia para producción de verduras agroecológicas en Tapalqué, una ciudad bonaerense a 278 km de la Capital. El proyecto, que será el séptimo de este tipo para la organización, propone la utilización de tierras fiscales y requiere la coordinación del Estado nacional, provincial y municipal para la construcción de viviendas y tendido eléctrico. En este caso, el entrecruzamiento con el contexto de pandemia pone el foco en un tema central: la necesidad de descomprimir las grandes ciudades, ya que las familias que trabajarán en los terrenos se mudarán desde Florencio Varela.

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El establecimiento de la colonia viene a mitigar varios problemas: por un lado, la mayoría de las frutas y verduras que se consumen en Tapalqué vienen del Mercado Central y los fletes e intermediarios generan, además de contaminación, sobreprecios y por el otro, se busca aliviar la situación de las familias productoras de Varela, que hoy alquilan sus terrenos con mucha dificultad.

En la nota citada, Laura Vales apunta que: “Pensar en una nueva ruralidad, cuando el campo está dominado por el modelo del agronegocio, no parece posible sin que medien políticas públicas por parte del Estado. Requiere invertir fondos, acceder a herramientas y maquinarias, hacer una transición a otras formas de producir, montar una logística de comercialización. Incluso con esos condicionamientos, hoy hay sectores de la agricultura familiar que vienen logrando asomar la cabeza. La experiencia de las colonias agroecológicas es, por eso, algo notable en sí misma. Lo están haciendo, además, con la inteligencia puesta en zafar de la pinza que enfrentan todas las organizaciones nacidas de la pobreza: el silenciamiento y la demonización”.

  1. Además de las características propias del virus, otro factor de suma importancia determinó el desencadenamiento de la pandemia. Nunca antes los humanos nos habíamos trasladado tanto a través de distancias tan largas y eso hizo que el virus se esparciera a una velocidad vertiginosa. Este artículo de Nature, además, afirma que la movilidad creciente de las últimas décadas incrementó el uso de recursos y las emisiones polutantes mucho más rápido de lo que la tecnología ha logrado reducirlas. Te recomiendo leerlo todo aunque tengas que usar traductor, es muy claro y preciso y caracteriza la movilidad como un consumo, algo que no solemos tener en cuenta. Igual, te dejo este párrafo que resume muy bien por dónde va:

    “Dado que el nivel de consumo determina los impactos ambientales totales, es necesario abordar la cuestión de la riqueza reduciendo el consumo, no sólo haciéndolo más ecológico. Es evidente que los sistemas económicos capitalistas imperantes, desde la segunda guerra mundial, impulsados por el crecimiento, no sólo han aumentado la riqueza, sino que han provocado enormes aumentos de la desigualdad, la inestabilidad financiera, el consumo de recursos y las presiones ambientales sobre los sistemas vitales de la Tierra. Un concepto adecuado para abordar la dimensión ecológica es el marco ampliamente establecido de «evitar el cambio de turno» esbozado por Creutzig y otros. Su enfoque en el servicio de uso final, como la movilidad, la nutrición o la vivienda, permite un análisis multidimensional de las posibles reducciones de los impactos más allá del mero cambio tecnológico. Este análisis puede orientarse a la satisfacción de las necesidades humanas o a un nivel de vida digno, una perspectiva alternativa que se propone para frenar las crisis ambientales. De manera crucial, esta perspectiva permite considerar diferentes sistemas de aprovisionamiento (por ejemplo, los estados, los mercados, las comunidades y los hogares) y diferenciar entre el consumo superfluo, que es el consumo que no contribuye a la satisfacción de las necesidades, y el consumo necesario que puede relacionarse con la satisfacción de las necesidades humanas. Sigue siendo importante reconocer las complejidades que rodean a esta distinción, pero no obstante, empíricamente, un mercado orientado a la satisfacción de las necesidades humanas muestra rendimientos económicos rápidamente decrecientes en el consumo general”.
  1. Un estudio que rastreó la presencia de coronavirus en animales salvajes traficados en Vietnam (y que aún está en etapa de revisión) mostró lo que muchos suponíamos: la oportunidad que presenta para que los virus pasen de unos animales a otros.

    En ratas de los campos de arroz, un animal que se consume comúnmente en Vietnam y países vecinos, la cantidad de individuos que dieron positivo para al menos uno de seis tipos de coronavirus creció de un 20% en ratas salvajes capturadas por traficantes a un 30% en mercados grandes (el siguiente paso de la cadena de provisión) y, finalmente, a un 55% de las vendidas en restaurantes.

    Los tests de este estudio se hicieron entre 2013 y 2014, mucho antes de la pandemia actual y muestran cómo los distintos tipos de coronavirus se contagian fácilmente entre animales al ser transportados en condiciones de hacinamiento.

    Sin embargo, no es necesario irse a Vietnam para encontrar ataques contra la vida silvestre. En esta nota, Soledad Barruti afirma que durante la cuarentena se han desmontado 200 hectáreas de monte nativo, lo que representa 15 mil hectáreas en total, de las cuales el 40% está en áreas protegidas.

    El artículo cuenta con el testimonio de Deolinda, directora de comunicación del Movimiento Nacional Campesino Indígena, quien respecto a la situación en Santiago del Estero declara lo siguiente: “En estos días, aparte de todo el trabajo que tenemos nos tocó guarecernos de las fumigaciones y parar topadoras. Nos paramos en frente. Les pedimos que nos muestren los permisos. Nunca tienen. Prueban, y si lo logran siguen destruyendo la salud y la naturaleza. A lo sumo les ponen una multa que no les significa nada. Intoxican y desmontan nuestros lugares de vida. Y todo termina desapareciendo por su ambición. También la comida-, dice mientras ve pasar camiones llenos de granos que nadie querría comer, de animales que serán vendidos como carne a precios en euros, tan caros que en sus tierras, donde los crían, nadie podría pagar”.
  1. Durante los últimos años, organizaciones ambientalistas como Nature Needs Half (La Naturaleza Necesita la Mitad) vienen sosteniendo que es necesario que el 50% de la superficie continental del planeta se convierta en áreas protegidas para preservar la biodiversidad. Para saber si esto es posible, un equipo de la Universidad de California realizó una serie de mapas de todo el mundo en los que se observaba si la tierra había sido utilizada para vivienda, agricultura o minería. Al concentrarse en las superficies que clasificaron como con poca o muy poca influencia humana, observaron que alrededor del 50% correspondía a estas categorías (Muy poca influencia = poca o nada de gente y ganado, no establecimientos densamente poblados, no usos del suelo intensivos. Muy poca influencia = un poco más de gente y ganado pero no ciudades o plantaciones). 

    ¡Wow Agostina nos está dando una buena noticia, no puede ser! Alto ahí loca, pues no. Por un lado, por supuesto ninguna de estas áreas está libre de polución o de la influencia del calentamiento global. Por el otro, casi todas son muy frías, muy altas o desérticas. Los mapas tampoco muestran el estado de estos ecosistemas ni qué especies viven ahí. 

    Esto nos dice algo de los eslóganes muy generales o vacíos. ¿Qué quiere decir la mitad de la Tierra cuando la parte importante (conservar la biodiversidad) no tiene una relación 1 a 1 con la superficie a proteger? En un sistema que ha reducido la naturaleza a materia prima, no podemos preguntarnos qué es lo que queremos recuperar sin decidir qué vamos a resignar en el camino.

No culpes a la playa, culpá al patriarcado

Al principio de la cuarentena te conté que varias revistas habían reportado estar recibiendo menos papers de mujeres y que la causa pareciera ser el aumento en la carga de las tareas de cuidado como resultado de la pandemia. Bueno, ya tenemos números.

Según un informe publicado por Digital Science, una consultora londinense, la cantidad de papers aceptados con primera autora mujer cayó un 2% en abril y un 7% en mayo respecto a los mismos meses del año pasado.

El análisis tomó más de 60000 revistas especializadas de todas las áreas y muestra que la cantidad de papers firmados por mujeres empezó a caer más o menos al mismo tiempo que la mayoría de los países cerró las escuelas. Si bien los datos tienen algunos problemas, como la influencia del tiempo entre que se manda un paper y se acepta, cosa que afectaría principalmente la información de mayo, a la misma altura del año pasado el proceso de aceptación de trabajos era igual y no se observaba el mismo efecto.

Además, algo que llama poderosamente la atención es que la pandemia disparó la cantidad de trabajos en áreas médicas y de salud, que típicamente tienen sobrerrepresentación femenina, por lo que lo más lógico sería que hubiera más investigaciones a cargo de mujeres y no menos.

Esto nos presenta varios puntos. Por un lado, que cuando las tareas de cuidado no se pueden tercerizar son las mujeres de la casa las que dejan de lado sus trabajos remunerados para cuidar niños, acompañar la escolarización domiciliaria, hacer las compras, limpiar y atender a los adultos mayores y que esto no solo representa un perjuicio para ellas sino que es un beneficio para los varones que siguen produciendo y publicando, no solo sin tener que hacerse cargo de su soporte vital, sino quedando mejor posicionados en el ámbito profesional. Por otro, con que es necesario que esto sea tenido en cuenta por sus empleadores, por ejemplo, prorrogando la presentación a becas o suprimiendo el requisito de presentar informes.

Sin embargo, algo que siempre queda afuera cuando se piensa en estas cuestiones es que la exclusión de las feminidades no solo es un problema de justicia social, también lo es en términos de calidad en la producción de conocimiento, sobre todo en un contexto en el que tan liviana y masivamente se está afirmando que “es un momento extraordinario para la ciencia pues nunca se produjo tanta y tan rápido”. ¿Qué consecuencias tiene la ausencia de mujeres en los equipos de investigación? ¿Podemos sentirnos seguros de que lo que sabemos sobre el virus es lo mejor que podemos saber cuando las personas que tienen tiempo de pensar acerca de ello son todas iguales? 

No culpes a la lluvia, culpá a la indiferencia

Otro problema de pensar que la pandemia generó un gran momento para la ciencia es que muchas veces se dice que esto va a crear conciencia sobre su importancia. El tema con esto es que los desastres suelen generar respuestas inmediatas con soluciones inmediatas y no sistémicas. Qué pasa si, como se aventuró a hipotetizar mi compañero Juan en su último news, ¿cuando esto pase solo queremos olvidarlo lo más rápido posible? Revestir algo con importancia en un momento de emergencia implica que la asignación de recursos también es de emergencia.

Y otra cosa de la que venimos hablando hace mucho en nuestras cartas es de que los problemas para el desarrollo científico local son estructurales y mucho tienen que ver con las condiciones laborales de los investigadores. Esto conlleva reclamos históricos entre los que se destaca el reconocimiento de becarios y becarias como trabajadores y trabajadoras tanto como reclamos particulares como prórrogas de presentación a becas en contexto de pandemia.

En respuesta a esto, el 7 de julio el directorio del CONICET publicó una declaración en la que establece que: 

  1. Es necesario revertir el deterioro salarial en el sector público científico-tecnológico, en particular en el CONICET, mediante medidas de emergencia. Hoy hay salarios en el organismo que están por debajo o en el límite de la línea de pobreza, y la situación de los estamentos iniciales de la carrera del investigador/a, de muchos técnicos y administrativos es crítica.
  2. Es necesario relanzar un convenio colectivo de trabajo sectorial, incluyendo paritarias, que permita rediscutir las condiciones laborales en los distintos niveles y que tome al salario como una de las principales variables que garanticen la calidad e impacto del trabajo científico.
  3. Es necesario –la urgencia de la pandemia debería ser en este sentido nuestra urgencia– retomar con el Congreso la discusión y aprobación de una ley de financiamiento para la ciencia y la técnica en la Argentina, siguiendo el modelo de la ley de financiamiento educativo.

Este comunicado es llamativo por dos cosas: por un lado, por su mera existencia, ya que el directorio no suele expedirse públicamente sobre estas cuestiones. Por otro, por su vaguedad, dado que hay reclamos muy puntuales sobre estos tres puntos y no se nombra ninguno. 

Si bien hasta que no quede claro qué medidas se van a llevar a cabo para mejorar la situación laboral de los investigadores no podemos cantar victoria, la carta del directorio al menos muestra buena voluntad y un gesto hacia la reivindicación de la importancia de las ciencias de la que hablábamos hace un ratito. En el mismo sentido, podríamos pensar la marcha atrás del gobierno porteño en la rescisión de los convenios con la Facultad de Exactas para el monitoreo de los mosquitos que transmiten el dengue.

La cosa es así: el 23 de junio, el Ministerio de Espacio Público e Higiene Urbana aprobó una Resolución que cancelaba los convenios específicos de asistencia técnica y colaboración con la FCEN, que llevaban más de 20 años vigentes. Un par de días después, el 8 de julio, la Facultad anunció que la Resolución se iba a revertir.

El trabajo de estos grupos, a cargo de Nicolás Schweigmann, a quien Martín Waisman entrevistó para Cenital, son una parte fundamental para la toma de medidas de prevención tendientes a controlar las poblaciones de mosquitos (que btw ya llegaron a China). En un vivo que hicimos desde la cuenta de Cenital con Martín y Nicolás (y que te comenté en este news), el experto en mosquitos nos dijo que, respecto al dengue, ahora es cuando, pues si bien los mosquitos adultos no sobreviven al frío, los huevos que pusieron en verano sí y cuando haga calor van a empezar a eclosionar. Así que si se quiere evitar una epidemia como la de principio de año (de la que también hablamos en nuestras cartas), este es el momento para eliminar criaderos.

En fin, hasta acá llegamos hoy. Las novedades no son una herramienta de análisis si no tenemos en claro desde dónde las interpretamos. La perspectiva ambiental nos permite pensar un futuro, la perspectiva de género, un futuro justo. Poner en el centro de nuestra perspectiva a las políticas públicas, un futuro justo y posible.

Te mando un beso enorme,

Agostina

FE DE RATA: en el news anterior cité una nota de perfil y puse que era de Florencia Ballarino, pero es de Enrique Garabetyan.

Soy comunicadora científica. Desde hace tres años formo parte del colectivo Economía Femini(s)ta, donde edito la sección de ciencia y coordino la campaña #MenstruAcción. Vivo en el Abasto con mis dos gatos y mi tortuga. A la tardecita me siento en algún bar del barrio a tomar vermú y discutir lecturas con amigas.