La noche de Ringo

Se cumple medio siglo de la pelea cumbre de Bonavena. Perdió contra Alí, ganó eternidad.

Ni Showmatch ni Gran Hermano. Ni Pipo Mancera ni Marcelo Tinelli. Tampoco la final de México 86. El récord con picos de casi 80 puntos de rating en la historia de la televisión argentina cumple medio siglo de vida: la pelea que Muhammad Alí le ganó a Ringo Bonavena por nocaut técnico en el décimoquinto y último round el 7 de diciembre de 1970 en el Madison Square Garden de Nueva York, meca del boxeo mundial.

El registro solo sigue siendo superado por la semifinal que Argentina le ganó a Italia por penales en el Mundial 90 en Nápoles, dos décadas después, con más televisores y mediciones distintas en el país y con Diego Maradona como actor central esa noche en el San Paolo, ahora rebautizado con el nombre del 10. La Argentina de 1970 hizo noche larga para ver a Ringo contra Alí. Y se conmovió aún más seis años después, cuando Ringo, que había vuelto a Estados Unidos desesperado en busca de una revancha imposible, terminó asesinado en las puertas del Mustang Ranch, el prostíbulo ostentoso del mafioso Joe Conforte, que era dueño de su contrato. Ringo tenía apenas 33 años.

Bonavena había aprendido de Alí el show de la autopromoción cuando en 1964 hizo su primer viaje a Estados Unidos y fue testigo presencial de la aparición explosiva de quien terminaría siendo el campeón más resonante en la historia del boxeo mundial. En su viaje de seis años después, ya más experimentado, con peleas ante Joe Frazier, Jimmy Ellis, George Chuvalo y Zora Follley, entre otros, y ya popular en Argentina, Ringo confesó a un amigo que él mismo inventó una amenaza de bomba en el avión para asegurar buena prensa cuando el vuelo de Pan Am arribó a Nueva York el 27 de noviembre de 1970, apenas dos semanas antes de la pelea contra Alí.

El show de Ringo

En realidad, Ringo, que no era muy disciplinado para los entrenamientos, solo trabajó seriamente un mes para el combate. “Se tenía una fe ciega y creía que Alí no le duraría más de diez rounds”, me contó muchos años atrás, Juan Rago, entrenador de Ringo junto con su hermano Bautista, vínculo eterno que había nacido en el club Huracán, en Parque Patricios. En La Quema. “Somos del barrio de Ringo Bonavena”. Alí, por su parte, volvía a boxear tras una suspensión de tres años y medio que le habían impuesto por su negativa a combatir en Vietnam. Solo había peleado antes contra Jerry Quarry. Quería recuperar sobre un ring la corona de los pesados que le habían quitado desde un escritorio. Los promotores se asustaron cuando Alí anunció que la segunda pelea de su retorno sería contra Bonavena, rival mañoso, decían, y que podía arruinar el gran negocio posterior de la pelea contra Joe Frazier, entonces campeón.

La previa, revisación médica y pesaje, fue otro gran doble show de Ringo. Alí, el bocón imparable, que alternaba poemas con pronósticos del round que noquearía a sus rivales, se vio desbordado por la prepotencia porteña de Bonavena. El arsenal de Ringo apeló a lo peor. Que Alí era un “cobarde” por negarse a combatir en Vietnam. Que frecuentaba una calle de homosexuales en Nueva York. Y que olía mal porque era negro. Puro show, hoy igualmente imposible de repetir, no en aquellos años. Fue celebrado en Argentina, donde gobernaba, débil, el general Roberto Levingston, que había puesto fin a otro general (Juan Carlos Onganía) y que estaba cerca de ser derrocado por otro general (Alejandro Agustín Lanusse). El “Partido Militar” era un clásico en tiempos de dictaduras en la región. Ringo, que era gorila y tenía hermanos peronistas, admiraba a Lanusse -le decía “El Jefe”-. A Bonavena lo saludaba el establishment de Estados Unidos, que deseaba que ese blanco de apellido italiano pusiera fin al musulmán, negro y desertor.

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El peleador casi masoquista

Ex combatientes presentaron demandas y amenazaron con bombas. No soportaban que Alí, ya habilitado por la justicia, combatiera en Nueva York en el aniversario de Pearl Harbor. En la mañana del combate, Alí recibió en su habitación a un ciudadano negro, Judge Aron, que le rogaba que lo escuchara. Aron se bajó los pantalones para mostrarle su cuerpo mutilado por el Ku Klux Klan. Alí lo hizo sentar en primera fila y le dedicó la pelea. El Madison era una fiesta de gala para elites negras, con reclamos de Panteras Negras afuera del estadio y Dustin Hoffman y otros admiradores de Alí, presentes, apoyando la vuelta del gran campeón.

Ringo, algo intimidado, no era esa noche el charlatán del pesaje. A las 0.41, pasada la medianoche de lunes en la Argentina, comenzó la batalla. Alí 105 kilos y 1,92 metros vs Ringo, 93 kilos y 1,78 metros. El gran bailarín danzó poco. Se recostó en las sogas para amortiguar ataques frontales y piñas al cuerpo que lanzaba Ringo. “Bonavena -resumió una crónica en Estados Unidos- siguió siendo Bonavena, un peleador con una reserva infinita de determinación y paciencia y un desprecio casi masoquista por el dolor, pero sin la técnica requerida para liquidar a un maestro como Alí”.

Todos esperaban el noveno round, pronosticado por el poeta Alí para su nocaut.

“Before nine round is out/ The referee will jump and shout/ That’s all folks, this turkey is out” (Antes de que termine el noveno asalto/ El árbitro saltará y gritará/ Señores, se acabó, este pavo está muerto).

Pero en el noveno round el pavo enmudeció al Madison. Alí falló un swing y su propio impulso, más que una mano de Ringo, lo mandó fugazmente al piso. Ni siquiera hubo cuenta. Ringo casi lo tira luego. Gancho a la mandíbula. Alí capeó el temporal y retomó dominio, pero tuvo que esperar hasta el último round para tirar tres veces a Ringo en 26 segundos. El árbitro permitió que el vencedor no aguardara en su rincón. “Se quedó a dormir al lado mío”, diría Ringo, que sufrió el único nocaut en toda su carrera. Antes, en el rincón, los Rago consideraban triunfo el hecho de que Ringo terminara la pelea de pie. Cruzaron insultos con Gil Clancy, entrenador estadounidense que Bonavena sumó para esa pelea y que en la última vuelta mandó a Ringo al frente. A matar o morir. Fue muerte.

Ringo, orgulloso porque pudo mostrar su coraje, había recibido una paliza. Tanto que combatió apenas dos veces en los dos años siguientes. Tenía 28 años y su mano izquierda estaba cada vez peor. En el ’75 peleó apenas una vez. Y fue contra su amigo Reinaldo Gorosito, que entró al Luna Park en carroza, con traje negro y sombrero mexicano. Ya Juan Domingo Perón había vuelto al país. Y también ya había muerto. Y ya Ringo era personaje en teatro de revistas y en la noche porteña. Su última pelea fue en Estados Unidos, pero no contra Alí (sin revancha posible), sino contra Billy Joyner, guardaespalda de Conforte. La previa fue una pelea de enanos y gente que tiraba su comida al ring, cierre indigno para la trayectoria del peso pesado más famoso en la historia del boxeo argentino.

Tres meses después de esa pelea circense, el 22 de mayo de 1976, un Ringo desbordado confrontó con el mafioso. Le reclamó a viva voz en las puertas de su burdel y uno de sus custodios, Ross Brymer, respondió con un balazo que pegó de lleno en el corazón de Parque Patricios. Mejor recordar al Ringo del 7 de diciembre de 1970, al de la noche de gloria pese a la derrota. A la vuelta de la pelea contra Alí, el Círculo de Periodistas Deportivos premió con el Olimpia en boxeo a Carlos Monzón, que se había coronado campeón mundial en Roma ante Nino Benvenuti. El oro como mejor deportista argentino de ese año fue para el golfista Roberto De Vicenzo. La mayor ovación de la noche fue para Ringo.

Soy periodista desde 1978. Año de Mundial en dictadura y formidable para entender que el deporte lo tenía todo: juego, política, negocio, pueblo, pasión, épica, drama, héroes y villanos. Escribí columnas por todos lados. De Página 12 a La Nación y del New York Times a Playboy. Trabajé en radios, TV, escribí libros, recibí algunos premios y cubrí nueve Mundiales. Pero mi mejor currículum es el recibo de sueldo. Mal o bien, cobré siempre por informar.