Izquierdoz, el que no abandona

Perfil del referente de Boca.

Hola, ¿cómo estamos?

Es un ejercicio que no logro entender cuándo empezó, pero si estoy triste cierro los ojos e imagino un estadio lleno. Estoy por llegar a los treinta, ya soy papá y todavía tengo ganas de llorar cuando mi equipo pierde. Disfruto de la cancha: juegue quien juegue. Admito algo que puede asumirse como una traición, pero sin ser hincha de Boca ni de River grité abrazado a gente que ni conocía goles como el de Darío Benedetto a Palmeiras o el de Juan Fernando Quintero a Independiente. No puedo explicarme por qué lloré en la cancha de General Lamadrid, cuando Victoriano Arenas ascendió a la C. Me pasa, no sé, el fútbol me puede. 

Deseo para el 2021 que vuelva el público a las canchas. Quizás, hasta sea momento de barajar las cartas y trabajar como sociedad para que también puedan regresar los visitantes. No podemos seguir siendo tan boludos y boludas. 

Este newsletter, entonces, va con el objetivo de contar a un personaje que nunca abandona. Va a seguir haciendo falta que pongamos todo lo que tenemos para seguir aguantando y seguir soñando.

Izquierdoz: el que no abandona

El problema empezó cuando el pibe que tenía auto ya no quiso ir. Fue en 2009. Lanús y Atlanta habían firmado un convenio por el que los juveniles granates que no jugaban se iban a préstamo a Villa Crespo. Él se negaba y la cosa empeoró cuando el desafío se amplió: “Llegaba tan cansado que no me daban ganas de entrenar”. Era un bondi que lo llevaba al tren que iba a Constitución para tomarse la línea C y combinar con la B del subte. Ya andaba por los 21 años y, al menos, era la oportunidad de jugar profesionalmente. Aunque fuera en la tercera categoría, todavía Carlos Izquierdoz recuerda con orgullo los días con vestuario sin agua caliente y los 4 goles que marcó en 31 partidos jugados.

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No era fácil en su cabeza. Sus compañeros de la categoría 88 no sólo jugaban en Primera sino que habían salido campeones: Lautaro Acosta, Sebastián Blanco y el Pulpo González estaban consolidados en el mítico campeón de Ramón Cabrero. “Si no funcionaba, iba a agarrar los libros. Pero no lo vivía como un karma, no tenía problema”, pensaba. Fue y se anotó en el CBC de la UBA para ser contador. Sabía que tarde o temprano los tiempos iban a superponerse, pero ahí estaba intentándolo. Para Izquierdoz, hasta ese momento, la formación en la vida había sido más simple: “Fui feliz jugando de pibe con mis amigos. Éramos seis o siete locos jugando, allá en Salto, horas y horas y nos divertíamos. Nos preocupaba sólo eso”. Aun así le daba pelota a la escuela: su mamá no le exigía, pero le recomendaba que no desatendiera las clases.

El origen del Cali es disputado. Los medios zonales, cada vez que surge una noticia suya, dejan bibliografía para que algún día quien busque sepa de dónde realmente vino. Nació en Bariloche. Su papá se había radicado allá porque vivían de organizar viajes de egresados. Al tiempo, sus viejos se separaron. Él migró con su mamá y con su hermana a Salto, provincia de Buenos Aires. Su progenitor se quedó en el sur: militaba en el Partido Provincial Rionegrino, fundado por Roberto Requeijo, gobernador durante la dictadura. 

Salto lo parió futbolísticamente. A los 15 años, debutó en la Primera de Compañía General. Le costó muchísimo, pero no por su talento: lo pusieron de volante por izquierda contra Rivadavia de Lincoln, el equipo que capitaneaba Fabio Schiavi -hermano de Rolando-, y perdieron 7 a 0. Hasta que en 2005, en edad de sexta, quedó en Lanús. Lo que le cambió el rumbo de su vida: de los picados a la pensión del Granate.

“Siempre fue un tipo muy serio”, recuerda el Laucha. Cuatro señoras los cuidaban y armaron una biblioteca en el club del sur. Descubrió la literatura el día en que agarró Asesinato en el expreso oriente, de Agatha Christie. A veces, mecha con biografías históricas o con un algún libro de fútbol, pero su género es la ciencia ficción. Hasta el fundamentalismo. En las concentraciones se ven muchas series y se puso con Game of Thrones. La dejó. Enojado. “El libro es mucho mejor. Yo la saga me la leí dos veces”, aclara, refiriéndose a la novela de George Martin. 

De tanto leer, le pasó una de ese género. Había sido expulsado con roja directa y había riesgo de que lo sancionaran con dos fechas. Se iba a perder el clásico contra Banfield. Era 3 de noviembre, cumplía 23 años y, cuando llegó el momento de la torta, cerró los ojos y le pidió al dios de los cumpleaños: “Por favor, que sea sólo una”. Terminó de saludar, miró el celular y tenía un mensaje de un dirigente que le avisaba que el Tribunal había resuelto habilitarlo. Devolvió con alma y vida ese guiño celestial: a los 35 minutos del segundo tiempo, Diego Valeri tiró un córner al segundo palo y el 24 -dorsal que continúa usando- la hundió en el arco de Cristian Lucchetti. 

“Guillermo me cambió la forma de ver el fútbol”, admitió con el tiempo. La llegada de los Mellizos al banco de Lanús lo consolidó como deportista. En 2013, le ganaron la final de la Sudamericana al Ponte Petra. Compartía saga central con Paolo Goltz, con quien convivió en Boca. Tan marcado estaba su destino bostero que el volante central de aquel conjunto era Leandro Somoza, hoy ayudante de campo de Miguel Ángel Russo. 

Fue en esos días granates en que le aconteció una linda vergüenza deportiva. En La Bombonera, de visitante, Lanús perdía 2 a 1. Tiraron un pase hacia adentro y él quiso presionar a Juan Román Riquelme, que jugaba su último partido con la camiseta de Boca. Ocurrió una de esas cosas que satura la matrix. El 10, ahora vicepresidente, abrió las piernas para dejarla pasar y la redonda le pasó entre los tobillos al defensor. Un lujo imperdible. “La tuve que ver por TV después para poder entenderla. Igual, cuando mis amigos o mis excompañeros me mandan la jugada por WhatsApp yo les respondo: ¿Vos de qué te reís si ni siquiera lo enfrentaste?”.

Su alto rendimiento en Lanús lo depositó en el fútbol mexicano. En el Santos Laguna, se encontró lejos de casa, pero acompañado: compartió plantel con el Pulpo González y con Agustín Marchesín, también surgidos de la misma institución y parte de la categoría 88. No hay todavía ninguna explicación científica que aclare por qué entre 1987 y 1989, en Argentina, surgieron una cantidad infinita de talentos: desde Messi para abajo. Luis Zubeldía, de nuevo entrenador de Lanús, hizo debutar en aquellos años a una camada excepcional. Con este director técnico, en este aspecto, bien vale sacarse el sombrero: ahora está en semifinales de la Sudamericana y eliminó a Independiente con siete futbolistas surgidos de la cantera en el once titular. Algo que no es excepcional en su liderazgo: en Racing, fue el responsable de consolidar a Ricardo Centurión, Luciano Vietto, Rodrigo de Paul y Bruno Zuculini. 

En México, Izquierdoz se volvió figura: conquistó dos veces la liga mexicana y una la copa mexicana. Es cierto que el punta Javier Orozco era imparable, pero Santos Laguna, conducido por el portugués Pedro Caixinha, se transformó en el mejor equipo de la liga. Mientras, el Boca de Guillermo se desangraba tras una eliminación inesperada: en la semifinal de la Libertadores, frente a Independiente del Valle, caía 3-1 en La Bombonera. El resultado llevó al éxodo de dos referentes: Agustín Orión y Cata Díaz. Hacía falta una renovación en la última línea. Ese verano, Cali estaba de vacaciones en Barcelona, con su familia. Sacó un tour para conocer el Camp Nou, dejó de lado un rato su condición de turista y le susurró a su compañera: “Qué lindo sería poder jugar acá un día”. No sabía que, tiempo después, los bosteros disputarían la Copa Joan Gamper en ese mismo escenario y él sería protagonista de un cruce contra Lionel Messi. 

En los días en que el Boca de Daniel Angelici disparaba dólares para armar un plantel millonario, Izquierdoz curó la herida de Barros Schelotto, que pedía a los gritos a Gustavo Gómez, el paraguayo figura del Palmeiras que ahora se cruzará con River. Más de siete millones de dólares invirtieron en Cali. Su talento y su perfil de liderazgo tentaban. Un puñado de partidos más tarde, ya hablaba en el vestuario y era el contrapunto de Carlos Tevez. Todavía mantiene ese registro: en estos días sin público en los estadios, se lo escucha dar indicaciones constantemente, marcándole la altura de presión a Jorman Campuzano, siendo una brújula para Frank Fabra y sosteniendo el ánimo de un conjunto que reposa en su manera de conducir. Su lema es: “Hay que manejar un perfil bajo porque cualquier cosa que hacés por ahí tiene repercusión. Lo que menos querés hacer es afectar la vida familiar o algo por el estilo”. Su referente en ese rubro fue Manu Ginobilli, un deportista al que admira por su talento y por su forma de ejercer la vida.   

Izquierdoz tenía doce años cuando se pegó a la televisión y gritó como loco el cabezazo de Walter Samuel en la semifinal de la Copa Libertadores contra América de México. Ya hacía tiempo tenía de referente al Muro. Por eso, al llegar a Boca, apenas pudo charlar con Fernando Gago le pidió anécdotas del central que obtuvo la Champions League con el Inter. Aunque los últimos encuentros arriesga más con la pelota, Cali es de la vieja escuela de defensores y ahí está la razón de su idolatría al central zurdo. “Nuestra función es destruir el juego. Obvio que después si se puede salir jugando e intentar, bárbaro. Pero tenemos que ordenar al equipo, darle solidez y ser buenos en el mano a mano. Una vez hecho eso, después vemos el resto. Somos razas”, le detalló a Sebastián Varela del Río, en una entrevista en Enganche.

En mayo de este año manifestó que su sueño pendiente es jugar en la Selección. Está haciendo méritos: su corte para comenzar la jugada con la que Boca le convirtió el 1 a 0 a Racing por los cuartos de final de la Libertadores fue fundamental. La misma excelencia tuvo su cierre contra Yuri Alberto, cuando Inter peloteaba a los xeneizes en La Bombonera, por los octavos de final. Ahí también agarró la redonda desde los doce pasos y sumó en la definición de la serie.

Es vicio de esta época relatar sólo al vencedor. Lamentablemente, no es algo que ocurra únicamente en el fútbol. O en el deporte. Izquierdoz tuvo un gesto que lo ennoblece como tipo dentro de una cancha. Probablemente sea una imagen que no quiere recordar. Fue corriendo el Pity Martínez en Madrid y él rápidamente se dio cuenta de que no podría impedir el tercer grito del Millonario, en la famosa final. Sin embargo, no abandonó: «Cuando salió el pase y empezamos a correr ya me llevaba una ventaja, era muy difícil que lo pudiera alcanzar. Para eso, iba a tener que sufrir un calambre o algo por el estilo. Teniendo en cuenta las características del Pity, con lo rápido que es, iba a ser casi imposible alcanzarlo, pero había que correrlo igual y entregar lo poco que me quedaba por respeto al hincha, a mis compañeros y a toda la gente que siempre nos apoya. Analizándolo después, creo que fue lo más correcto que pude haber hecho”.

El palpitar popular pide otra final de Libertadores entre Boca y River. Uno enfrentará a Santos y el otro a Palmeiras. No será fácil para los argentinos ni tampoco para los brasileños. Poco más tarde después de perder en Madrid, Izquierdoz se prometió el desafío: “No resultó como queríamos y, sin embargo, nosotros tenemos que seguir viviendo, seguir creciendo y pensar en nuevas oportunidades. Eso es lo que pensamos. Nuestro nuevo desafío es ganar la Libertadores”. De eso se tratan estos días.

Pizza post cancha

Imagino que seguís atragantado de vitel toné y sidra. Suelen sugerir soluciones como hepatalgina o tomar mucha agua. Te recomiendo otra variante: ventilador en la cara y este videazo de los 700 goles de Messi.

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Abrazo grande,

Zequi

Soy periodista desde 2009, aunque pasé mi vida en redacciones con mi padre. Cubrí un Mundial, tres Copa América y vi partidos en cuatro continentes diferentes. Soy de la Generación de los Messis, porque tengo 29 y no vi a Maradona. Desde niño, pienso que a las mujeres les tendría que gustar el fútbol: por suerte, es la era del fútbol femenino y en diez años, no tengo dudas, tendremos estadios llenos.