Investigar es trabajar

Aunque la ciencia pueda parecer un oasis de singularidad donde todo es novedad e innovación, a veces la noticia es que hay cosas que no cambian.

Holis, ¿cómo va? No sé si ya te conté, pero este news estaba pensado para ser quincenal. Como todos los planes 2020, lo arrasó la pandemia y acá estamos, la excepción sanitaria que requería una mayor frecuencia de información se volvió la vida misma y flasheo que esto fue siempre así y que armo news para cada lunes desde hace mil mientras me tomo un tecito y mis gatos juegan abajo del escritorio. ¿Vos qué onda? ¿Sos más team pánico y locura en cuarentena o keep calm and yoga virtual?

Estar viviendo una nueva normalidad tiene esto de adaptarse a cosas extraordinarias, pero también mucho de darnos cuenta que en el fondo nada cambia demasiado. Como están señalando casi todos los intelectuales de este planeta, la pandemia viene a recrudecer la precariedad preexistente, no a inventar desigualdades. Y aunque la ciencia pueda parecer un oasis de singularidad donde todo es novedad e innovación, a veces la noticia es que hay cosas que no cambian.

Todo sigue igual, todo sigue igual de mal

Durante los primeros días de mayo, la organización Jóvenes Científicxs Precarizadxs dio a conocer la campaña #CientíficxsEnEmergencia, con la que buscan generar presión para que el CONICET de respuesta ante las situaciones de emergencia generadas por la pandemia. Entre los reclamos se encuentran:

  • Negación de altas de nuevas becas e ingresos a carrera (sin el alta no se pueden empezar a cobrar y ya fueron obtenidas)
  • Despidos recientes (con las dificultades que conlleva la reinserción laboral dada la alta especificidad de la tarea de investigación) 
  • Repatriaciones de investigadores varados en el exterior (que mientras tanto deben solventar sus gastos en moneda extranjera)
  • Cobertura médica para grupos familiares de becarios

Sobre este último punto, es importante destacar que este no fue un beneficio retirado, sino que becarios y becarias no son reconocidos como trabajadores, por lo que no cuentan con derechos laborales completos. Quienes ejercen tareas de investigación en estas condiciones no pueden brindar cobertura sanitaria a sus hijos ni cónyuges en medio de una crisis de salud mundial. 

Por otro lado, en grupos de trabajadores de la Comisión de Investigaciones Científicas circularon cartas y comunicados en los que se manifestó preocupación porque no se han hecho anuncios respecto al calendario de informes, por lo que los plazos para presentar reportes (uno de los requisitos para sostener los proyectos de investigación) seguirían vigentes sin modificaciones a pesar de las restricciones para efectuar trabajo de campo. Por otro lado, entre los motivos que figuran en la solicitud de prórroga elaborada, se destacan aquellos ligados a las tareas de cuidado, dado que aún en los casos de quienes no requieren el uso de laboratorios, entrevistas in situ o extracción de muestras, la permanencia en el hogar desdibuja las fronteras entre el trabajo productivo y reproductivo, especialmente en el caso de aquellas personas con hijos en edad escolar.

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Esto resulta especialmente importante en un momento en el que se afirman cosas como que LA CIENCIA es una gran beneficiada por la pandemia dado que su valor está siendo reconocido, tanto popularmente al generarse conciencia sobre su rol decisivo en la gestión sanitaria, como institucionalmente al destinarse fondos extraordinarios para su desarrollo. Sin embargo, hay que tener cuidado con estas aseveraciones simplistas que reducen la actividad científica a ciertas disciplinas muy acotadas, ignorando las condiciones en las que se produce conocimiento en los sistemas científico-tecnológicos, donde también existen modas y tendencias que acaparan las líneas de financiamiento.

Por otro lado, las publicaciones son la medida de productividad por excelencia y esto genera varios problemas, como forzar conclusiones o descartar resultados negativos para que los trabajos sean publicados. A mí en lo personal me rompe la cabeza que se considere que alguien que pasó muchísimo tiempo trabajando sobre un supuesto y logró demostrar que su hipótesis era errada no produjo nada de valor. Me parece mucho más interesante leer un artículo bien fundamentado tipo “tal cosa no es así”, que explique por qué no y todas las pruebas que se hicieron para demostrar que sí y no funcionaron, que un mamarracho que sostiene que “tal cosa es así” y después lo leés y bueno sí, es así, pero en unas condiciones particularísimas y en una cantidad mínima de casos. El tema es que lo primero implica un “ok, ¿pero cómo es?” o un “con las herramientas actuales esto va a continuar siendo un misterio” y eso es mucho más peligroso para la idea de ciencia como proveedora de verdades que una certeza inútil. Si querés saber más sobre el funcionamiento de las revistas científicas, esta nota sobre ciencia en Chile explica bien el tema de las presiones para publicar y resume de forma clara la propuesta de la slow science, una corriente que proviene de la filosofía de la ciencia y que apunta a un modelo basado en la calidad y no en la cantidad.

Para cerrar, esto que dice Frédéric Lordon me encantó (la nota original completa está acá en francés, vale la pena usar traductor. Le Monde Diplomatique Argentina publicó una versión en español pero no está disponible sin suscripción. Se ve que al dueño del capítulo local no le alcanza con ser uno de los empresarios más ricos de la Argentina y se le hace imposible sostenerse sin los aportes de los lectores y no puede sumarse a la tendencia mundial de liberar información en estos momentos):

“El caso de la investigación, por supuesto, es diferente, pero no menos ilustrativo: leemos este testimonio de Bruno Canard, especialista del CNRS en coronavirus (4), que relata las maravillas de la gestión de la investigación «por proyectos»: incapaz de tener continuidad a largo plazo, sujeta a los caprichos de los sujetos «sexys» y a las fluctuaciones de la moda, sometiendo a los investigadores a la inepta burocracia de las licitaciones. En resumen: su investigación sobre el coronavirus, que comenzó a principios de la década de 2000, ha quedado en dique seco, privada de financiación por la inversión de las tendencias del glamour académico-institucional. Cuando se trata de la investigación, por definición, nunca se sabe lo que sale cuando se sabe cómo, pero aún así se dice que con quince años de continuidad, se sabrá un poco más. (…)Tan pronto como se cierre el paréntesis, continuará la destrucción administrativa, es decir: reaccionaremos exageradamente al poner el paquete en los coronavirus, pero secando otras investigaciones cuya utilidad perdida sólo estallará en una década”.

El mate, el dulce de leche, la birome, el test serológico

Vamos con el coronanews:

1. No es un invento argentino, pero sí un desarrollo local. En solo 45 días un equipo del Instituto Leloir desarrolló un test que permite saber si una persona estuvo en contacto con el coronavirus. Se llama CovidAr IgG y ya está registrado en ANMAT.

¿Cómo funciona? El testeo utiliza la técnica ELISA, la misma que se usa para la detección de VIH. Las muestras de sangre o suero entran en contacto con una solución y en cuestión de horas se produce una reacción que indica la presencia de Inmunoglobulina G, un anticuerpo que el sistema inmune produce específicamente para el coronavirus. Si da positivo, significa que la persona cursó la infección o lo está haciendo.

¿Está chequeado esto? Durante la investigación se hicieron 5 mil pruebas en distintos centros de salud con excelentes resultados.

¿Qué ventajas tiene? Hasta ahora los tests eran todos importados y estos son mucho más baratos. El equipo estima que se podrían producir 10 mil por semana de manera inmediata y que podría escalar a medio millón en un mes. 

De yapa... Los investigadores están armando una base de datos para centralizar el análisis de los resultados de los tests realizados en todo el país. Además, el equipo está liderado por Andrea Gamarnik, célebre viróloga y dueña del shor de todas las guachas científicas. ¡Amargo y retruco carajo!

2. No es coca, es metanol. Y cientos de personas murieron en Irán por tomarlo creyendo que curaba el coronavirus. El vocero del Ministerio de Salud Iraní dijo que entre febrero y abril 525 personas murieron por ingesta de metanol, otras 5.000 se intoxicaron y 90 perdieron la vista o sufrieron daños oculares. El gobierno iraní ordenó que los fabricantes de metanol le agregaran colorante para poder distinguirlo del alcohol común (etanol).

Si bien suele haber un pequeño número estable de intoxicaciones por metanol en Irán, dado que como por ley islámica está prohibida la manufactura de bebidas alcohólicas algunos fabricantes clandestinos lo usan para estirar el etanol, este pico de casos tuvo su origen en las redes sociales, donde empezaron a circular un montón de recetas de “remedios caseros”. 

Bien al estilo de Trump cuando sugirió inyectarse lavandina, el razonamiento fue el siguiente: ¿por qué si el alcohol mata al virus en las manos y en las cosas no lo va a matar adentro del cuerpo? Yo sé que si te suscribiste a este news es porque sos gente muy culta e informada, pero por las dudas te aclaro que una cosa es aplicar una sustancia tóxica en una superficie y otra es tener que digerirla. 

Sin embargo, hay una distinción piola que puede surgir de esto y es que una cura no implica sola o necesariamente la eliminación del virus. Por un lado, para que algo que mata al virus funcione una vez que te infectaste, tenés que poder procesarlo. Pero por otro, el lenguaje bélico que muchas veces se utiliza tipo “eliminar al enemigo”, en parte determina las posibles soluciones, ya que una estrategia posible podría ser buscar cómo lidiar con el virus una vez que ingresa al cuerpo para que no cause daños irreparables. El ejemplo clásico de esto es la contraposición de la búsqueda de una cura para el cáncer con preceptos como “luchar contra el cáncer” o “ganar la batalla” con el éxito que han tenido los tratamientos de VIH reduciendo la carga viral y transformándolo en una condición crónica.

3. Esta nota hermosa (que está en inglés) cuenta la historia de Shi Zhengli, una viróloga china que desde 2004 trabaja con coronavirus y murciélagos y encontró varios tipos de patógenos de esta familia con muchísima diversidad genética. Entre anécdotas de expediciones a cuevas y llamados de emergencia desde Wuhan, Shi explica que el virus que circula actualmente comparte un 97% de la secuencia genética con uno encontrado en murciélagos y que eso es lo que hace suponer que viene de ahí, pero que el vínculo no es directo. O sea, tiene que haber pasado varias cosas entre el coronavirus más parecido de los murciélagos y el que tiene al mundo en vilo y solo se encuentra en humanos. Por eso se habla de hospedadores intermedios, como aquellos que son objeto de la explotación industrial, cuyas condiciones de hacinamiento y estrecho contacto con personas podrían haber propiciado la transformación del virus de los murciélagos en este que nos tiene encerrados.

A pesar de ser precioso, el artículo tiene este problemita con el lenguaje bélico y habla de “cazadores de virus”. Durante estos días, estoy participando de un foro regional latinoamericano de periodismo científico y en una de las mesas escuché una reflexión interesante de Rodrigo Medellín, un ecólogo de la UNAM que dijo algo así: “¿Por qué el periodismo insiste en mostrar esta cosa épica de los cazadores de virus entrando a las cuevas de murciélagos en un relato de científicos héroes contra la amenaza mundial y no aprovecha la ocasión para informar sobre las funciones que cumplen los murciélagos en los ecosistemas? Hay muchísimos coronavirus que vienen de distintos animales y este que está circulando no pasó directo de murciélagos a humanos, sino que hubo varias condiciones que tuvieron que darse a lo largo del tiempo para que ese virus se transformara. Aún si fuera cierto que ese es su origen, esto sería solo un ancestro común y no una causa, dado que no basta el contacto con un murciélago para contagiarse. Esta simplificación mediática parece más un intento de buscar un culpable para calmarnos ante la incertidumbre, y los murciélagos funcionan muy bien porque ya tienen mala imagen. Al fogonear esta percepción negativa, se invisibiliza el rol fundamental de los murciélagos en la naturaleza como controladores de plagas, como dispersores de semillas y polinizadores y esto puede ser muy grave ya que al presentarlos como un enemigo a nadie le va a importar su conservación”. Juan Mayorga, un periodista ambiental mexicano agregó esto que me emocionó: “¿Por qué al pensar la relación del coronavirus con los murciélagos lo hacemos en términos de chivo expiatorio y no mostrando las relaciones complejas entre pandemias y ambiente resaltando la importancia de su papel en la biósfera? Después de todo hoy los trabajadores del campo son considerados esenciales en todo el mundo y, si fuéramos más conscientes de su rol fundamental en la producción de alimentos, tanto los murciélagos como las abejas podrían ser considerados trabajadores del campo”.

¿Te pareció que me puse un poco oscura hoy? Bueno, lamento avisarte que no va a parar, pues ahora que tomamos confianza, te cuento que decirte que soy Licenciada en Ciencias Ambientales y no que estoy haciendo el doctorado en Filosofía de la Ciencia fue una vil manipulación para hacerte poner cómodo y empezar a responder preguntas con preguntas mientras estabas distraído. Igual, supongo que si te informás sobre ciencia con una mujer joven tenés una inclinación por lo inesperado y te copa que esto no sea una explicación en lenguaje coloquial sino una invitación a pensar juntos.

Te mando un beso enorme y nos leemos el lunes que viene,

Agostina

Soy comunicadora científica. Desde hace tres años formo parte del colectivo Economía Femini(s)ta, donde edito la sección de ciencia y coordino la campaña #MenstruAcción. Vivo en el Abasto con mis dos gatos y mi tortuga. A la tardecita me siento en algún bar del barrio a tomar vermú y discutir lecturas con amigas.