Incluso los niños

El regreso a clases presenciales en pandemia desespera a madres, padres y docentes con cronogramas y protocolos complicadísimos. ¿Alguien le preguntó a los niños y niñas qué piensan de todo esto y escuchó lo que tuvieran para aportar? Este Hilo quiere ocuparse de su perspectiva en algunos espacios y objetos culturales para darles el lugar que se merecen. Proyectos urbanos lúdicos, poesía precoz, y películas que retratan la niñez en su inocencia y complejidad.

Hola, ¿qué tal? Espero que lo mejor posible en una semana calurosa y movidita -por lo menos en Buenos Aires-. No sé ustedes, pero yo por un lado tengo la impresión de que hay una circulación y una cantidad de actividades ya cercana a la “normalidad” que me entusiasma, y por otro lado me cuesta muchísimo asimilar que haya gente que piense que la pesadilla terminó, y que se pasee sin barbijo ni cuidados por la vida, poniendo en riesgo a los demás.

Una de las cosas que más está costando también es la adaptación personal, familiar y social al retorno de las clases presenciales. No voy a entrar en demasiados detalles, pero puedo afirmar que cada madre o padre tiene una historia complicadísima para narrar sobre las rutinas y horarios incompatibles de las escuelas con la organización familiar que hacen casi imposible el establecimiento de la rutina, ese mal que siempre criticamos pero que también nos da calma y acomoda. Cronogramas cruzados o hiperreducidos, semanas enteras de niñes que no van a las aulas o que cambian de turno porque le toca a la otra burbuja, protocolos extremos para jardines de infantes y sobre todo mucha falta de previsión sobre qué hacer ante un caso de Covid positivo nos carcomen la energía, nos aplastan, nos sacan las ganas de seguir probando. Los docentes también tienen mucho para decir sobre cómo los estamos descuidando poniéndolos al frente de grados y grupos sin tener la vacuna corriendo por su torrente sanguíneo. 

La contracara de todos estos problemas de adultos, ¿cuál sería? El disfrute de los niños y niñas, su bienestar, que debemos promover y asegurar. Ante tantos inconvenientes, me está desvelando mucho el darme cuenta de que nadie les consultó nada a elles. ¿Qué pasaría si los incluyéramos en el debate, si los dejáramos proponer sus alternativas en vez de imponerles estos cambios de manera arbitraria? No me parece descabellado consultarle a un grupo de alumnos de, digamos, 8 años para arriba, cuáles consideran que deben ser los cuidados más frecuentes o la mejor forma de garantizar para todos la enseñanza. Me desespera no saber la opinión de elles, porque creo que nos sorprenderían, que tal vez podrían proponer soluciones superadoras a los protocolos burocráticos excesivamente controlados por autoridades que después no pueden hacerse cargo de las condiciones que proponen porque cada escuela es un mundo y cada grado o sala en algún punto también. Así que con esta idea de darles voz y voto en las cosas que están específicamente pensadas para elles es que quiero dedicarle este Hilo a la perspectiva de los niños en algunos espacios y objetos culturales. A ver qué sale.

Gobernar con los niños

En vez de referirme a un libro, una película o una canción, quiero empezar hablando de un proyecto que tiene sede en la ciudad de Rosario: el fabuloso Tríptico de la Infancia. Si no lo conocen ni tuvieron oportunidad de visitarlo (cosa que les recomiendo enfáticamente), les cuento que se trata de tres espacios públicos destinados al juego y a la convivencia: El Jardín de los Niños, La Isla de los Inventos y La Granja de la Infancia. Cada uno funciona en una sede específica de la ciudad, en espacios que se recuperaron específicamente para ese fin, tienen una entrada simbólica de $40 y proponen que los chicos entiendan la ciudad como un territorio de aprendizajes alejados de esa idea de “se mira y no se toca” con la que fueron criadas varias generaciones. Acá disfrutan, despliegan su energía y aprenden a su ritmo interactuando con sus pares.

La máquina de volar

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La del Tríptico es una experiencia completamente interactiva y lúdica. El Jardín de los Niños, por ejemplo, queda en medio de un parque público y fue pensado a partir de la idea de la imaginación: entre sus atracciones está La Montañita Encantada para escalar y pedir deseos, las Máquinas de Volar (con arneses), de Trepar y de Sonar (con juegos de plaza que pueden tocarse como instrumentos), La Calle de los Sucesos (en homenaje a la Bauhaus) y una instalación que recorre la vida de Leonardo da Vinci. En la Granja de la Infancia -que queda apenas retirada de la ciudad-, se pueden conocer distintos animales, amasar pan y juntar lombrices para hacer compost. Mi espacio preferido es sin dudas La Isla de los Inventos, que funciona en la vieja Estación Rosario Central, frente al río Paraná, y como su nombre lo indica, ahí les niñes pueden deambular por distintos sectores en los que aprenden a soldar, a hacer papel, a encuadernar, a realizar tejidos y teñir telas. Pero también a interpretar mapas antiguos, a entender cómo funciona el 3D y hasta tienen un Archivo de Miedos, montado con biblioratos y oficina de admisiones, para dejar ahí sus temores infantiles. No hay visitas guiadas: cada uno elige su propio recorrido. Es difícil resumir en pocas líneas lo que genera estar ahí y ver cómo se despliega con naturalidad la creatividad y el juego. Parte del éxito de este tipo de propuestas es sin dudas haber incluido a los niños en su planeamiento: los espacios fueron fundados por la gran Chiqui González, secretaria de Cultura de la ciudad Rosario durante el gobierno del socialismo (que llegó a ser Ministra de Innovación y Cultura del Gobierno de la Provincia de Santa Fe), una de las funcionarias que más cosas hizo por las infancias en las últimas décadas (si les interesa saber cómo concibieron este proyecto pedagógico y sus particulares dispositivos lúdicos, les recomiendo mucho leer sus palabras). 

La isla de los inventos

Otra de las iniciativas modelo de su gestión fue la creación de Consejos de Niños por distritos descentralizados y de grupos de Niños Proyectistas para la Planificación Urbana. Es que no se trata de gobernar para los niños, sino de gobernar con los niños, creando espacios institucionales que garanticen el derecho a ser escuchados y a participar activamente en la vida democrática y la transformación de la ciudad que habitan. Un ejemplo de esa escucha es el Manifiesto de los chicos, escrito por muchos de ellos en Congresitos de la Lengua y de la Educación y Consejos que tuvieron lugar en el Tríptico de la Infancia durante sus primeros 10 años de existencia. Algunos de sus puntos son estos:

  1. Cuidemos lo público porque para algunos es lo único.
  2. Es el momento de mezclar todas las ideas para que salga una mejor.
  3. Comer te calma el hambre, aprender es viajar con el cuerpo y la imaginación. Tener hambre no te deja ser libre.
  4. Nadie sabe todo. No nos mientan.
  5. Los chicos les enseñamos a los grandes a ser grandes, a ser padres, a amar mejor. Tu hijo puede ser el maestro de tu vida.
  6. Sueños tenemos todos, lo que falta es un sueño común.

Y no sigo porque me voy a emocionar.

Crecer delante de todos

Pasemos al relato puntual de algunas infancias que se destacan por fuerza propia. Esas a las que algunos llaman “prodigio”, pero que en general tienen componentes tan intensos como fugaces y trágicos. La que me interesa comentar hoy es la vida y la obra de Nika Turbiná, una niña nacida en la Unión Soviética en 1974 que escribió su primer poema completo a los cuatro años, que publicó su primer libro a los siete y que a los once recibió el Premio León de Oro (solo conseguido anteriormente por la poeta Anna Ajmátova a sus 60 años). Cuenta la leyenda que la pequeña, jugando en su casa, usó la estatuilla para abrir nueces. Nika tenía un espíritu atormentado y a su vez era talentosísima. ¿De qué hablaban sus versos? Justamente, de ser una niña, de tratar de entender el mundo en su cruel complejidad, del rol de la poesía para describir las sensaciones más dolorosas. Este poema, por ejemplo, lo escribió a los seis años.

 ¿Quién soy?

¿Quién soy?
¿Con los ojos de quién
miro este mundo?
¿Con los de mis amigos? ¿familiares?
¿de los árboles? ¿las aves?
¿Con los labios de quién
capto el rocío de la hoja
caída a la carretera?
¿Con los brazos de quién
abrazo este mundo,
que es tan indefenso y frágil?
Pierdo mi voz entre las voces
de los campos, las lluvias, los bosques,
de las tormentas de nieve y de las noches.
Pues ¿quién soy?
¿En qué he de buscarme?
¿Cómo respondo a todas las voces
de la naturaleza?

Si quieren leer un perfil bastante completo de su corta vida (se suicidó a los 27 años en Moscú), pueden consultar esta nota de JotDown. Y si quieren leer más poemas, pueden pasar por este enlace y buscar el libro La infancia huyó de mí, editado en Argentina por Llantén, con traducción directa de Natalia Litvinova.

Otro ejemplo de una infancia a la vista de todos, pero ficcionalizada, es el largometraje -de casi tres horas- Boyhood, de 2014, dirigido por Richard Linklater (el mismo de Antes del atardecer, etc.), con las actuaciones de Ethan Hawke y Patricia Arquette, que está disponible en Amazon Prime. Lo más novedoso de la película es que fue rodada durante 39 días en un lapso de 12 años (de 2002 a 2013), siguiendo la vida de Mason (interpretado por Ellar Coltrane), un niño que crece junto con el resto de los actores en una década llena de cambios para él y su familia. Boyhood comienza cuando él tiene 6 años y empieza la primaria, y se extiende hasta que ya es un jovencito de 18, que abandona la casa materna para vivir en la universidad. Me parece increíble esto de seguir a los personajes en el tiempo en vez de caracterizarlos para que simulen la edad que el director o el guión necesitan. La educación sexoafectiva, las mutaciones en los modelos familiares contemporáneos, el amor y el odio hacia los progenitores y las relaciones con su hermana son el eje de la película, que no plantea un solo conflicto y lo resuelve, sino que tiene una perspectiva mucho más existencial, como Linklater nos tiene acostumbradas (sí, también tiene muchos diálogos). Una suerte de retrato sensible de la clase media norteamericana de la década de los 2000. 

El protagonista de Boyhood según pasa el tiempo.

La indefectible mediación

No puedo dejar de mencionar en este Hilo algunos ejemplos de libros escritos emulando la perspectiva de un niño o niña. Claro que hay que tener presente la paradoja de que cualquier aproximación a esa voz infantil está mediada por un adulto que trata de recuperar esa experiencia, de hacerla verosímil, porque ya no la puede vivir de manera directa. Estos libros que voy a mencionar están narrados por adultos que intentan con mayor o menor eficacia escribir haciendo que son niños los que nos están hablando. 

El primero, y quizás uno de los más impresionantes, es Metafísica de los tubos, de la escritora belga Amelié Nothomb. Leí muchos libros de Nothomb -saca religiosamente uno por año- y en general comparten dos características, aunque versen sobre temas muy diversos: son fáciles de leer, y tienen un humor desencajado. Esta novela está narrada por un bebé superdotado que se cree Dios, hiperlúcido y autoconsciente. En verdad, debo decir que no está narrada exactamente por un bebé, sino por una criatura anfibia que al probar a los dos años el chocolate blanco se convierte en un ser animado. Rarísimo, pero interesante, ¿no? (No diré que se puede conseguir por acá para que la compren en una librería).

Otro de los libros es de… oh, sí, César Aira. Ya sé que hablé varias veces de él, pero es que se le puede entrar por muchos temas que voy tocando en el Hilo. Yo era una niña de siete años, un libro de 2004, está narrado, como su nombre lo explicita, por una niña que es la hija de unos reyes, y que tiene costumbres bastante tiranas y desubicadas. Con una gran imaginación y presentada desde una inocencia que no es tal, esta niña es mitad Alicia, mitad monstruo. 

Y si les interesa su obra, ahí está Cáscara de nuez, de Ian McEwan, un libro contado desde la perspectiva de ¡un feto! que es testigo de una relación adúltera de su madre. Un experimento literario raro, como encendido.

Niñeces en el cine

Antes de despedirnos, vamos con este popurrí de películas sobre lo que piensan y sienten los niños y las niñas.

  • El cineasta iraní Abbas Kiarostami abordó la infancia como tema recurrente. El recreo, su segundo cortometraje, de 1972, sin diálogos y en blanco y negro, sigue en 12 minutos el trayecto de un niño que vuelve a la casa de la escuela. Se puede ver en YouTube.
  • Mi vida en rosa, de 1997. Una película de Alain Berliner pionera en narrar la vida de un niño transgénero, con tono de comedia dramática, buenas intenciones y actuaciones.
  • Una semana solos, de la directora argentina Celina Murga, estrenada en 2009 y disponible en Cine.ar. Cuenta las historias de un grupo de chicos y chicas de 7 a 14 años durante los días que pasan sin adultos al interior de un barrio cerrado. Un retrato certero de la subjetividad y los vínculos de les niñes criados en countries. 
  • Crónica de un niño solo, primer largometraje de Leonardo Favio, de 1965, y un clásico indiscutible del cine argentino, que cuenta la cruel infancia de Polín, un niño “malo” abandonado por su familia que vive en un orfanato, donde debe enfrentarse a distinta clase de abusos físicos y psicológicos. Una denuncia sobre cómo la sociedad desprecia -¿o despreciaba?- a los más vulnerables: los niños.

Ahora sí, me despido hasta dentro de dos semanas, no sin antes agradecer tu lectura. 

Este es El Hilo Conductor #20 ya. Impresionante que hayamos llegado a tanto. Si querés buscar alguna de las entregas anteriores, acá están todas completas. 

Te dejo este tema de The Who, “The Kids are Allright”, con un video adorable en el que se los ve jovencísimos (y a Roger Daltrey sin saber qué hacer con las manos) para amenizar la jornada. 

Ojalá que este Hilo te haya dado ganas de escuchar a les niñes, a ver qué tienen para aportar acerca de esta pandemia que también padecen.

Recuerden que si les gusta lo que hacemos, pueden ayudar muchísimo aportando para Cenital.

Por favor cuídense mucho.

Malena

Soy licenciada en Letras por la UBA y trabajo hace muchos años en la industria editorial. Fui editora en las revistas El Interpretador y Los Inrockuptibles. Formo parte del equipo de Caja Negra, una editorial psicoactiva y heterogénea. Tengo un ciclo de entrevistas con escritores y escritoras en el Malba. Si los libros fueran comestibles, podría alimentar a miles de personas con los que acumulo en mi biblioteca. Lo que más me gusta es viajar.