I am your man, tu novio es un robot

Una película sobre la relación romántica entre una mujer y un robot.

Hola, ¿cómo estás? 

Hoy voy a hablar de una película que vi la semana pasada (¡en el cine!). Se llama I am your man, y trata del ¿amor? entre una mujer, llamada no casualmente Alma, y un robot. La premisa de la película es simple: una empresa hace robots que te podés comprar para que sean tu pareja. Están programados en base a tus gustos y preferencias, son bellos y en teoría funcionan exactamente como querés. Alma debe “probar” un robot por algunas semanas y luego escribir una evaluación. Arranca con el pie izquierdo porque el robot se traba a los pocos minutos de conocerse (¿acaso le dieron una impresora?), pero pronto resuelven el problema técnico y ahí arranca realmente la experiencia. La película me dejó pensando tres cosas: qué es el deseo, el “ahorro” provisto por la tecnología y la persistencia del conflicto como rasgo humano. Vamos. 

La ley del deseo

Hace algunas semanas escribí sobre aplicaciones de citas, trayendo el libro Por qué duele al amor de Eva Illouz, y de ahí seguí leyendo sobre el tema pareja/feminismo (Labor of love de Moira Weigel y Claves feministas para la negociación en el amor de Marcela Lagarde, entre otros). El punto es que en estos libros aparece un análisis sumamente racional de qué es la pareja, cómo evolucionó en la historia y en base a qué “funciona”. Un punto de Illouz al que me interesa volver es lo difícil que es combinar la multiplicidad de deseos que tenemos. En particular, ahora la pasión es un componente muy importante, cosa fantástica, pero que opaca algunas cuestiones que quizás sean igual de básicas: desde si te gusta hacer las mismas cosas, hasta si es igual de limpio que vos. Entonces, estamos ahí, medio atormentados entre el amor irracional y el racional. De hecho, el libro de Lagarde ya te baja de un hondazo desde el título, que incluye la palabra “negociación”. Ahora bien, todo esto tiene muy mala prensa y creo que no forma parte de la educación emocional más o menos tradicional. ¿Salir con alguien porque es conveniente? ¡El amor no debería ser conveniente!

Esto más o menos es lo que aqueja a la protagonista de la película, una mujer en sus casi cuarentas, muy cool e interesante, además de exitosa profesionalmente. Una vez que se lleva la impresora reseteada a su casa vemos toda su incomodidad frente a exactamente esto: una pareja que es exactamente lo que vos deseás. Es cierto que al robot le lleva un tiempo ajustar y al principio dice unas cursilerías insufribles, pero rápidamente las saca de su repertorio y ahí está, casi perfecto y listo para el consumo. Pero claro, una cosa es tener deseos y otra cosa es ver tus deseos recitados por un robot -“hablo con acento porque sé que te gustan los extranjeros”-. De hecho, ella no quiere estar sola, pero ¿un robot? Tampoco está TAN desesperada.

La película parece inclinarse hacia el deseo como algo complejo porque el amor solo empieza a aparecer cuando el robot empieza a tomar decisiones más o menos “propias” (no te digo, cada vez más parecido a una impresora). La pregunta obvia es si el robot tiene personalidad o si simplemente está actuando -de modo muy inteligente- para generar interés en un ser humano que necesita exactamente eso para sentir cosas. No hay respuesta en la película porque no hay respuestas sobre nuestro deseo ni sobre los robots. En ese sentido, la siguiente pregunta obvia es: un robot que toma decisiones propias, ¿es un robot? O dicho de otro modo, si querés de pareja un robot que se parezca a un humano, capaz deberías ir directo a por un humano.

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Más fácil, más rápido, más barato

Otra cosa que me pareció interesante es la supuesta facilidad, rapidez y simplicidad que se supone trae la tecnología. En la película, estos robots vienen a “solucionar” el tema de la pareja para gente que no tiene tiempo, no tiene suerte, no tiene ganas de muchas complicaciones. 

Hace tiempo hablé acá de cómo Google nos hace creer que las respuestas son inmediatas. O sea, transforma el conocimiento, que es complejo, confuso y lleva tiempo, en algo simple y rápido. Quiero saber del pacto Roca-Runciman, googleo, sé. Pero no tan rápido, la historia no es lineal, lo que se firmó seguramente tuvo diferentes efectos a medida que pasó el tiempo e incluso hay varias interpretaciones de lo que pasó. Por lo tanto, no me va alcanzar con leer el primer resultado en diagonal para entender algo. 

Del mismo modo, ahora pedir comida está a un click de distancia. Nunca fue tan fácil, nunca fue tan rápido, nunca fue tan barato. Pero momento, porque la entrega no llega y no hay con quién hablar, el repartidor tiene un problema y del otro lado hay un bot, y lo que es barato para los consumidores es caro para los repartidores que cobran una miseria y para los restaurantes que pierden una gran tajada. 

Eva Illouz, analizando en su libro las aplicaciones de citas, se cree el mito de la tecnología. Ella dice que a partir de estas aplicaciones el emparejamiento es mecánico y racional, todo se simplifica, todo es más fácil -ojo, ella lo dice en sentido crítico-. Efectivamente, se supone que la plataforma trabaja en base a nuestra información, preferencias y gustos y, por tanto, a cambio de nuestra información, nos da una persona compatible. Y una relación con una persona compatible debería ser fácil. Pero lo cierto es que las aplicaciones han simplificado poco. Cualquiera que haya pasado un día en ellas sabe que reinan los malentendidos, los clavar el visto, los desvanecimientos en el espacio, varios comportamientos realmente irracionales y gente dedicada al arte del engaño. E, incluso si se pasan esas varias barreras, lo que hay luego es una relación con un ser humano y, como sabemos, pocas cosas más complejas que eso. 

El robot de la película podría pensarse como la versión máxima de lo que uno encuentra en las aplicaciones de citas y, por tanto, una solución fácil y rápida. Sin embargo, como dije arriba, la película parece inclinarse por el amor como algo complejo, porque el interés de Alma solo empieza cuando surgen las dificultades.

El conflicto

Un momento que me gustó mucho de la película es cuando Alma lleva al robot a conocer su trabajo. Mientras le están contando de una investigación de años que finalmente están próximos a publicar, el robot (que se ve que tiene incorporado Google Scholar) se da cuenta de que esa investigación ya existe -¡ha sido publicada en español en una revista académica argentina!-. Se lo dice a Alma y ella se pone a llorar. El le contesta, de modo sumamente racional, que su trabajo igual es importante y lo único que cambia es que ella ya no será la primera en decirlo. Ella sigue desesperada. “¿Entonces llorás solo por tu ego?”. Fuerte y al medio el robot. 

Hay otras escenas similares, donde Alma se hace la complicada y el robot interpreta la escena en pocas y precisas palabras. Pero eso no significa que el conflicto no exista o que no sea difícil de digerir. De hecho, en otro momento de angustia de Alma, cuando ella se avergüenza de ese dolor, él le dice que es perfectamente racional que esté triste. Creo que todos podemos identificarnos con esto: una situación que nos entristece, que tenemos totalmente analizada e incluso posiblemente “resuelta” y sin embargo no deja de doler. 

Termino con esto. Hasta ahora dije que la película presenta una visión tradicional de cómo sucede el amor, a través de las dificultades, la confusión y la complejidad. Sin embargo, la película también ofrece momentos donde Alma parece estar feliz de que finalmente tiene a su lado a alguien que va a hacer exactamente lo que ella quiere, sin mucha vuelta. Como hija menor y consentida por mis padres, no puedo negar ese atractivo. Es más, pensé luego, si bien suena feo eso de que el robot aprende lo que queremos y ajusta el algoritmo, ¿acaso no pasa eso también con las personas con las que nos relacionamos? ¿No se supone que cometemos errores, aprendemos en base a ellos y ajustamos nuestro comportamiento para no volver a herir al otro? Creo que por ahora me quedo con los humanos, pero la impresora, sinceramente, no es tan mala opción. 

De yapa, te dejo una fotito de la susodicha.

Gracias por llegar hasta acá.

Un abrazo,

Jimena

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Soy economista (UBA) y Doctora en Ciencia Política (Cornell University). Me interesan las diferentes formas de organización de las economías, la articulación entre lo público y lo privado y la relación entre el capital y el trabajo, entre otros temas. Nací en Perú, crecí en Buenos Aires, estudié en Estados Unidos, y vivo en Londres. La pandemia me llevó a descubrir el amor por las plantas y ahora estoy rodeada de ellas.