Hermandades, destino y vocación

A veces tienen obras paralelas, otras veces se disputan el lugar de reconocimiento. Un Hilo de películas, libros y discos hechos por hermanos, en honor a ese vínculo familiar.

Hola, ¿qué tal? Espero que estés lo mejor posible. Yo bien, disfrutando de estos primeros días otoñales en los que todavía hay mucho verde por la calle. Es un lindo momento de transición climática. Las tardes se estiran, las frazadas empiezan a pedir suavemente que las saquemos de los armarios y apenas algunas hojas empiezan a desprenderse de los árboles. Me gustan las estaciones intermedias, sin esa estridencia del calor insufrible o el frío rotundo como opuestos irreconciliables. 

Hoy vamos a tratar un tema universal por presencia u omisión: los hermanos y las hermanas. Personas con las que compartimos el núcleo familiar, un historial de anécdotas, una complicidad o rivalidad específica. Hermanos y hermanas con las que disputamos el cariño o la atención de las madres y los padres, con roles asignados que suelen permanecer fijos aunque intentemos cambiarlos. Los hermanos hacen a veces la vida más llevadera, pero también pueden complicarla demasiado. Así que esta quincena hablaremos de hermandades que atraviesan la cultura, incluso para aquellos que no compartieron con nadie esta experiencia porque fueron hijos únicos (los hijos únicos son observadores agudísimos de las relaciones entre hermanos).  

Vamos a referirnos en particular a hermanos y hermanas que comparten un nexo biológico y también una profesión o un destino. Que eligieron el mismo trabajo o el mismo camino. Pero me gustaría ocuparme alguna vez de otro tipo de parentescos no necesariamente mediados por la sangre, la familia o la condición de humanos. Otra aclaración: no voy a mencionar ficciones que aborden las relaciones entre hermanos, porque esto sería extensísimo. Y aunque me cueste dejar afuera las novelas Claus y Lucas o Los hermanos Karamazov, y la película Fanny y Alexander, confío que en el futuro ya le encontraremos un lugar o lado B de la hermandad.

Para ilustrar este Hilo, y en vísperas de un nuevo aniversario del golpe militar del 76 el próximo 24 de marzo, elegí algunas imágenes de Gustavo Germano. Este fotógrafo nacido en Chajarí, Entre Ríos, tenía tres hermanos varones, y uno de ellos, Eduardo Raúl Germano, fue detenido-desaparecido el 17 de diciembre de 1976. Sus restos fueron identificados en 2014 por el Equipo Argentino de Antropología Forense. A través de diversas series, y de esta historia personal, Germano reconstruye zonas de la memoria de los desaparecidos y sus familias desmembradas, como una forma incisiva de recordarnos esa ausencia tan dolorosa y arbitraria. Es muy impactante el efecto que logra en la serie “Ausencias”, en la que se vale de fotografías de esa época y las contrapone con retratos más actuales en los que esas personas desaparecidas faltan. Y en otra serie que también usamos acá, “Búsquedas”, se ocupa más que nada de darle visibilidad a los reencuentros entre hermanos, que fueron posibles una vez que se les restituyó la identidad a muchos chicos y chicas secuestrados junto con sus padres. Ojalá sigamos encontrando a todos los nietos, hijos y hermanos que faltan. (Si tenés dudas sobre tu identidad, o tenés información sobre un posible nieto, podés contactarte con Abuelas de Plaza de Mayo acá).

El fotógrafo Gustavo Germano y sus tres hermanos. (Serie Ausencias, 2006)

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El fotógrafo Gustavo Germano y sus dos hermanos.  (Serie Ausencias, 2006)

Compartir un destino literario

No me voy a referir acá a las famosísimas Brontë, pero si les interesa esta hermandad literaria pueden devorar la biografía que escribió Laura Ramos sobre esas muchachas. Me ocuparé en cambio de ciertas parejas de hermanos y hermanas argentinos que se dedicaron –o se dedican– a la literatura. Tampoco hablaré de los Fernández Moreno, César y Baldomero, porque no los tengo muy leídos, disculpen. Pero sí de otras tres duplas rutilantes por motivos muy diversos. Empecemos.

Muchos creen que las hermanas Ocampo eran solo dos, pero en verdad eran seis mujeres: Victoria, Angélica, Francisca, Rosa, Clara y Silvina. Victoria y Silvina Ocampo eran la mayor y la menor, respectivamente, y las que ganaron notoriedad como figuras públicas. Provenían de una familia patricia y aristocrática y se dedicaron desde muy temprano al arte y a las letras, gestionando, en el caso de Victoria, la fortuna familiar con fines culturales, y, en el caso de Silvina, construyendo una larga carrera como escritora a contrapelo de cualquier moda. Se puede hablar largo y tendido de ellas (de hecho, las hemos mencionado en el Hilo sobre la comida, por las veladas que tenían lugar en la casa de Silvina y Bioy Casares), así que a los fines de la hermandad me limitaré a dejarles por acá un video de siete minutos que recorre los interiores y exteriores de la hermosa Villa Ocampo, la casa familiar de Béccar en la que vivió Victoria y donde recibió a una gran cantidad de invitados, y a recomendarles una vez más la biografía La hermana menor. Un retrato de Silvina Ocampo, escrito por Mariana Enriquez, en la que desmonta varios mitos y tematiza los conflictos que tenía con su hermana famosa.

Los hermanos Leónidas y Osvaldo Lamborghini son quizás mi dupla de hermanos favorita, porque soy muy lectora de sus obras. (Cuando formé parte de la revista digital El Interpretador, allá por los tempranos 2000, nos dedicamos a investigar las trayectorias de los hermanos Lamborghini y los hermanos Viñas y produjimos un número especial que por esas cosas de internet ya no se encuentra en ningún lado…). Cuestión que Leónidas vivió 82 años (de 1927 a 2009) y su hermano menor, Osvaldo, solo 45 (de 1940 a 1985). Trece años de diferencia se llevaban, que es casi la misma distancia que separa al primer libro de cada uno: El saboteador arrepentido es de 1955 y El fiord de 1969. 

¿Fueron rivales? Sería un poco fuerte pensarlo así. Pero lo cierto es que no se llevaron muy bien, por lo menos en el plano público. Son pocas las veces que Leónidas se refirió a Osvaldo después de su muerte. Y Osvaldo, que sí hablaba de él en su correspondencia, lo hacía de maneras algo polémicas. Sus obras tampoco tienen mucho que ver. La de Leónidas es mayormente poética y muy extensa. Él trabaja con la tradición europea y la nacional a partir de la reescritura. Pone en tensión los registros de la gauchesca, del tango, incluso reescribe el Finnegans Wake de Joyce y un diálogo entre Lewis Carroll y Alicia. Se diría que Leónidas revisa los materiales existentes de la literatura y los resignifica. Es una especie de recolector de los restos que el canon dejó afuera, a los que transforma en obra propia. Algunos lo consideran un escritor de vanguardia por la ruptura que establece con las convenciones estéticas, sintácticas, fonéticas, al deconstruir la estructura del lenguaje en sus poemas. Osvaldo, por su parte, lleva esos materiales a un campo que disuelve el sistema de representación. Trabaja al nivel de la frase, del fragmento. Desestructura por completo las convenciones en cuentos corrosivos y explosivos como “El fiord” o “El niño proletario”, y también en sus poemas o en la novela póstuma Tadeys

Quizás lo que más los unió fue el peronismo. Su pertenencia al movimiento. Un movimiento que puede contener pero ante el cual, desde la literatura, ambos tienen que reaccionar. La lectura política de sus obras excede por mucho este humilde newsletter, pero ahí hay sin dudas una clave interesantísima para pensar su vínculo y sus vidas. Otra clave, más personal e íntima, la da Ricardo Strafacce en su monumental libro Osvaldo Lamborghini. Una biografía, cuando invita a leer una de las “Escenas del paciente” de Leónidas y contraponerla con algunas cartas de su hermano menor. Les dejo un pedacito de esta carta de 1980 que Osvaldo le escribe a Fogwill (quien se dio el lujo de publicar libros de los dos en su pequeña editorial Tierra Baldía, y que años más tarde escribió también necrológicas muy sentidas a ambos hermanos):

Fue, es y será difícil. Leónidas y yo quisiéramos apenas, muy tenues, sin esperanza (es imposible, lo sabemos) que nos dejaran tranquilos en nuestro mismo agujero (que no es el mismo), tranquilos con nuestra lamentable aunque irreversible historia fraterna.

Sencillamente, hay un pacto entre Leónidas y yo. Hay un mutuo cheque en blanco, firmado antes de tener la certidumbre de que ambos desembocaríamos en la literatura. El pacto: éramos dos genios. Con nuestras obras (“inmortales”, por supuesto) mandaríamos a la mierda, A La Misma Mierda, a ese padre que fabricaba tanques… ¡contra nosotros! El apellido sería nuestro. ¿Te das cuenta? Cosa de chicos (¡esto es vida!) Y hasta aquí todo anda bien. Y, en algún sentido, sigue bien. Porque el “cheque” no se refiere a ningún libro en particular, lo entendimos.

Saltemos al presente y hablemos de un último par: Ezequiel y Manuel Alemian. Ezequiel es escritor, crítico, periodista cultural, y su hermano menor Manuel es poeta, narrador, carpintero y tallerista. La obra de ambos es muy chispeante, como si tuvieran libertad total a la hora de escribir. Hacen siempre lo que quieren y parece no importarles mucho nada (ni los géneros, ni las modas, mucho menos el canon). Ambos son lectores sagaces y autores muy originales. Tuvieron juntos un proyecto editorial experimental llamado Spiral Jetty que ya se discontinuó. Fabián Casas tiene un ensayo bonsai sobre Ezequiel que se llama “Me gustaría ser un Alemian”, en el que dice esto: “Leer a Ezequiel Alemian es una experiencia singular. De golpe parece que nos encontráramos en una de esas cabinas de entrenamiento que usan los astronautas para acostumbrarse a estar sin gravedad. Entonces las historias flotan en el aire junto a nosotros”. Y encontré esta declaración de Manuel que me pareció muy esclarecedora también: “Nunca me dediqué a algo, tampoco a la literatura. Quiero decir que hice muchas actividades en mi vida, pero en ninguna hice carrera. La escritura sin embargo fue y es una de las pocas cosas en las que he sido más o menos consecuente. Hace más de veinte años que escribo y en lugar de aburrirme, me estimulan constantemente nuevas ideas relacionadas con los textos. Hay obra, en consecuencia, porque me gusta escribir y sigo haciéndolo, no porque trabaje conscientemente en generar obra, en mantenerla o en aumentarla; simplemente, escribo”. 

Por suerte, los dos hermanos son bastante prolíficos. Así que en vez de recomendarles obras viejas de ellos, les dejo acá sus libros más recientes. Ezequiel Alemian acaba de publicar la novela El sueño de la vaca y el tatuador de camellos en Blatt & Ríos, y Manuel Alemian la nouvelle La intemperie, en la editorial Palabras Amarillas. 

Sebastián y Sabrina son hermanos por parte de madre. Ella y un mellizo nacieron en un parto clandestino en el Hospital Militar de Paraná (Entre Ríos, Argentina), en 1978. Sabrina recuperó su identidad en 2009. Desde entonces ambos buscan a su hermano mellizo. (Serie Búsquedas, 2015)

La ausencia más terrible

Perder a un hermano es horrible y tristísimo. Las heridas que dejan esas muertes tardan muchísimo en sanar, si es que sanan del todo alguna vez. Por suerte, varios escritores y escritoras que pasaron por esa experiencia aterradora pudieron ponerle palabras con resultados conmovedores y muy bien escritos. Son obras que se involucran con la pérdida y la miran de frente. Que no temen hablar de un duelo tan profundo, quizás porque escribir sobre esas muertes es una forma de tener presentes a sus hermanos y de honrar su paso por la vida.

Por orden de aparición, empecemos con Crónica de mi familia, del escritor italiano Vasco Pratolini. Si bien el título dice “familia”, es, como dijo su autor, “un soliloquio con mi hermano muerto”, casi todo escrito en segunda persona. Es increíble la historia de ellos. Juan Forn, que reeditó hace poco este título en la colección que dirigía en Tusquets, la cuenta mejor que yo:

La madre murió dando a luz al menor de sus dos hijos, el padre estaba en la guerra, la abuela no podía alimentar a los dos nietos, así que al bebé se lo quedó el mayordomo del patrón, que no podía tener hijos. Vasco vio cómo su hermanito crecía criado como un niño rico hasta que se escapó a Florencia, donde aprendió a leer solo, hizo la nocturna, se enfermó de tuberculosis, lo mandaron a un sanatorio de montaña, se curó, volvió a Florencia, consiguió trabajo de periodista y una noche, en un bar, reconoció a su hermano, que lo estaba buscando hacía meses. Vasco lo culpaba desde siempre de la muerte de la madre; el hermano veía a Vasco como el único vínculo que le quedaba con la madre muerta (y en cierto momento le decía: ‘Pero tú quieres ser escritor. Tú eres el único que puede ayudarme a imaginármela viva’). La guerra había dejado sin trabajo al mayordomo y el hermano de Vasco era para entonces tan pobre como Vasco. Por fin eran iguales. Tan iguales, que el hermano se enfermó igual que Vasco. Pero no tuvo la suerte de Vasco. Murió jovencito. Era enero de 1945.

Triste y duro, es un libro que lucha contra el desconcierto y la impotencia con una escritura potente, difícil de olvidar. Acá pueden leer el prólogo de Forn y también el comienzo de la novela. 

Y saltamos de Europa a Uruguay para hablar de El hermano mayor, de Daniel Mella (Montevideo, 1976), en el que el autor aborda la muerte de su hermano Alejandro, alcanzado por un rayo mientras dormía en una casilla en Playa Grande, donde trabajaba como salvavidas el 9 de febrero de 2014. Acá la memoria y las anécdotas se cruzan con la ficción para armar un gran relato sobre cómo se procesan los duelos al interior de las familias. Es que cuando muere un hermano los roles se trastocan y cambian. Y todos los recuerdos felices pasan a teñirse de una tristeza insoportable. ¿La muerte cambia el pasado? ¿Se puede racionalizar ese dolor? Mella elige el camino de la literatura como salvación, y escribe un libro oscuramente luminoso. 

Una de las sorpresas de 2021 fue el debut de Dolores Gil con Parte de la felicidad, publicado por la nueva editorial Vinilo. Fuerte, contundente y brevísimo, comienza narrando el fatal accidente doméstico en el cual muere su hermana menor, una niña de 6 años, Manuela, cuando Dolores tenía 11. A la luz de su propia maternidad, y de la pérdida de su madre, es que ella empieza a necesitar hablar de este hecho y de sus emociones al respecto, porque hasta entonces lo había mantenido en silencio; era un tabú demasiado doloroso para abordarlo. Al igual que Mella, Dolores se pregunta por qué no le tocó a ella. Como si ambos hubieran preferido su propia muerte a la de sus hermanos. Como si alguien pudiera elegir en qué momento morir, o de qué manera intercambiar el padecimiento. En estas sesenta páginas, una pérdida irremediable empieza a convertirse en otra cosa: en registro, en relato. Y al transformarse en libro, se libera parte de ese sufrimiento y se comparte con otras personas que pasaron por algo similar. Lo que era una herida privada es también ahora literatura y reconciliación.

Gastón y Manuel Gonçalves son hermanos. Su padre fue desaparecido durante la dictadura. Manuel fue dado en adopción ilegalmente luego de que su madre fuera asesinada, junto a la familia Amestoy, en la ‘Masacre de la calle Juan B. Justo’ (San Nicolás de los Arroyos, Argentina). Recuperó su identidad en 1995. (Serie Búsquedas, 2015)

Juntos detrás de cámara

Me llaman mucho la atención las películas que tienen dos directores. ¿Cómo harán para tomar tantas decisiones específicas a cuatro manos, con cuatro ojos? Desconozco cómo trabajan detrás de cámara estas tres duplas de hermanos cineastas que visitaremos a continuación. Pero parte de esa intriga me parece fascinante.

Los hermanos Joel y Ethan Coen tienen una filmografía larga en la que se destacan Fargo, El gran Lebowski, Sin lugar para los débiles, Simplemente sangre, Quémese después de leerse, y un etcétera laaaargo. El suyo es un cine en el que el absurdo de la existencia está expuesto en primer plano y es abordado a partir de las costumbres y limitaciones de la cultura y la sociedad norteamericanas. Al principio eran un poco outsiders (judíos del Midwest, porque nacieron en Minnesota), pero con el correr de los años y de las películas los Coen se ubicaron cómodamente en un mainstream que los necesita para inyectarle un poco de imaginación crítica. Joel se formó como cineasta y se casó en 1984 con la inmensa actriz Frances McDormand, con quien sigue en pareja. Ethan, por su parte, se graduó en Filosofía con una tesis sobre los últimos escritos de Wittgenstein y después dio sus primeros pasos como guionista. Ya van por las cuatro décadas de carrera juntos, y en su filmografía conviven las tramas complejas mezcladas con dosis de violencia y de humor negrísimo. Sus protagonistas suelen ser hombres y mujeres frustrados, desangelados o mediocres, que tratan de achicar la distancia que existe entre sus deseos y limitaciones, y eso los vuelve, cuándo no, un poco excéntricos. 

Y hablando de excentricidades, comentemos brevemente la carrera de las hermanas Wachowski, Lana y Lilly. Ambas son directoras, guionistas y productoras que nacieron en Chicago y transicionaron, siendo ya adultas, bastante después del éxito de sus películas Matrix y Matrix Reloaded. De hecho, Lana se convirtió en la primera directora que se asumió como mujer transgénero en la industria del cine, declaración que no estuvo exenta de escándalos, como el que protagonizó con una dominatrix y un actor porno. Para una industria tan cerrada y codificada como la del cine de Hollywood, que un director famoso dijera en 2003 que quería ser mujer fue casi una revolución. Más allá de sus elecciones sexoafectivas nada opinables, ellas siguieron filmando juntas hasta 2015, cuando estrenaron Jupiter Ascending, pero ya no compartieron la última Matrix: Resurrection, que fue dirigida solo por Lana.

Jay Duplass y su hermano menor Mark Duplass forman otra dupla aceitadísima a la hora de dirigir, producir y protagonizar películas. Nacieron en Nueva Orleans en los setenta y son parte del llamado “mumblecore”, un subgénero dentro del cine indie que se aleja del estándar de comedia yanki exitista para hacer foco en historias con otro tipo de sensibilidad. En general los suyos son proyectos con presupuestos acotados y equipos pequeños. Y sus películas están protagonizadas por personajes que dudan, que son inseguros, que no aspiran a casarse y pegarla, sino que tienen la sensación de estar perdidos y solos en el mundo. Todo esto mostrado de una manera muy directa, sin artificios ni escenografías, con escenas en las que incluso recurren a la improvisación. En la delgada línea que separa al drama de la comedia, los Duplass filmaron algunas películas muy bellas entre las que me interesa destacar The Do-Decapentatlon, de 2012, porque justamente trata sobre la relación entre dos hermanos que, oh casualidad, se llaman igual que ellos. En este film, Jeremy y Mark son adultos que están bastante alejados, casi no se hablan. Por un tema familiar se vuelven a encontrar en la casa materna y deciden retomar una vieja competencia que los enfrentaba de chicos, un decapentatlón en el que tienen que hacer un montón de pruebas extremas. La rivalidad y la ridiculez van ganando terreno hasta que ya no entienden bien por qué se están peleando así. (Otras de sus películas igualmente recomendables son Baghead, The Puffy Chair, y la serie Togetherness, busquen por ahí su filmografía que no creo que los vaya a decepcionar).

Ángela Urondo Raboy y Javier Urondo son hermanos. Ella fue secuestrada junto a su madre el 17 de junio de 1976 cuando tenía 11 meses de edad. Su padre, Paco Urondo, fue asesinado durante el secuestro. Ángela recuperó su identidad en 2012. (Serie Búsquedas, 2015)

Sí hay banda

Antes de terminar, vamos con tres grupos formados íntegramente por hermanos y hermanas.

¿Se puede tener tanta onda? Eso es lo que pienso cuando veo los videos de The Jackson 5, la banda de Michael Jackson y sus hermanos mayores, que se mantuvo en actividad entre 1968 y 1975. Soul, funk, R&B, todo bailado y cantado por ellos con la hermosa voz de Michael al frente, coreografías de la época y zarpados peinados afro. Si quieren moverse un poco, miren la interpretación de “I Want You Back” en vivo en el show de Ed Sullivan en 1969 (se re nota el playback, pero qué importa), o la de “Blame It On the Boogie”, con Michael ya más adolescente (un temazo que después se apropió Luis Miguel en “No culpes a la noche”). 

Ustedes eran muy chiquitos (?), pero en los 90 había un trío de hermanos rubiecitos, púberes y de cachetes colorados llamados los Hanson que hacían temas pop muy pegadizos. Pues bien, los he gugleado y encontré este video en el que replican su viejo hit “MmmBop” de manera acústica en el presente y hay que decir que el tema sigue siendo malo, pero ellos envejecieron dignamente. (Acá tienen la versión vieja para comparar.)

Si vieron Licorice Pizza de Paul Thomas Anderson, tal vez se enteraron de que Alana, la protagonista, tiene una banda bastante exitosa con sus dos hermanas llamada Haim, en la que toca el piano, la guitarra y canta. Parece que las Haim son muy amigas de los Anderson, y de ahí que la menor haya debutado en el cine en esta película (la rompe como actriz, realmente). Les dejo un video de Haim en el que las tres chicas van caminando por la calle sacándose la ropa, y también este Tiny Desk hecho en pandemia, en el que se las ve mucho menos arregladas, tocando de entrecasa. 

Ahora sí, me despido hasta dentro de quince días. 

Este Hilo se lo dedico a mis hermanos menores Sebastián, Patricio y Mariano. Y sobre todo a Mariano, porque lo extrañamos mucho.

Gracias por leer. 

Y por favor cuidate mucho.

Malena

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Soy licenciada en Letras por la UBA y trabajo hace muchos años en la industria editorial. Fui editora en las revistas El Interpretador y Los Inrockuptibles. Formo parte del equipo de Caja Negra, una editorial psicoactiva y heterogénea. Tengo un ciclo de entrevistas con escritores y escritoras en el Malba. Si los libros fueran comestibles, podría alimentar a miles de personas con los que acumulo en mi biblioteca. Lo que más me gusta es viajar.