Hacia un consenso mínimo: no a la violencia

En la semana en que la Policía de la Ciudad asesinó al joven Lucas González, una reflexión sobre la importancia de acordar, al menos, en combatir las muertes a manos del Estado.

“La Argentina está polarizada”, escuchamos todos los días. Este país se va al tacho por las divisiones. Por la grieta, hay familias que no se pueden juntar a comer un asado sin pelearse. Todo esto se nos dice; en general, se lamenta esta división. Las encuestas marcan que más del 60% dice estar cansado/a y pide “que los políticos se unan y busquen soluciones”. ¿Cómo podría entonces entenderse la extensión de la grieta, cuando todo el mundo parece querer que desaparezca? 

Esta es la pregunta que intenta responder un libro de reciente aparición, Polarizados. Compilado por Luis Alberto Quevedo e Ignacio Ramírez y publicado por Capital Intelectual, presenta varios capítulos sobre las diferentes dimensiones de la polarización: su efecto en las redes sociales, en la economía, en los partidos políticos. Con Ignacio Ramírez hemos publicado un capítulo en el cual decimos que eliminar la polarización no es un soplar y hacer botellas de buenas intenciones, sino que en buena medida la grieta existe porque en la sociedad conviven, y se enfrentan, posiciones auténticamente dicotómicas sobre la realidad social, sobre las causas de los problemas que nos aquejan y (sobre todo) sobre sus posibles soluciones. Por ejemplo, los votantes macristas están mucho más a favor de una economía desregulada y de una mínima intervención estatal, mientras que los votantes del Frente de Todos están (en promedio) más cercanos a pedir una mayor regulación estatal y un Estado más fuerte como el medio adecuado para superar la pobreza. 

Esta dicotomía profundamente ideológica es aun más pronunciada a nivel de las élites políticas. En nuestro capítulo citamos un estudio de Gabriel Vommaro: “Las élites políticas en la Argentina democrática y el problema de la representación” (dentro de la compilación Elites en las Américas: diferentes perspectivas.) Los resultados hablan de una visión de mundo diferente entre legisladores porteños del FdT y de JxC. Voy a citar dos datos: el 89% de los legisladores de Juntos por el Cambios sostienen que Argentina debería adoptar medidas más estrictas para regular la llegada de migrantes, frente sólo el 17% de legisladores del FdT; además, ante la pregunta “en materia de derechos humanos, lo más importante es mirar hacia adelante y no hacia atrás”, el 8,6% de los legisladores peronistas dijeron que sí, frente casi el 71% de los macristas. Facundo Cruz analiza datos similares mirando los partidos.

La ciencia política tiene una dificultad: los clásicos de la literatura sobre el origen de los partidos políticos de masas sostenían otra cosa. Schumpeter, Smith, Polanyi estaban convencidos de que las masas pueden ser presas de furias ideológicas, pero que las elites políticas tienen inevitablemente la cabeza fría, una actitud más desapasionada y cínica sobre la política, y una mucho mayor predisposición a acordar, en una habitación con paneles de madera, con un buen cognac o un whisky escocés en la mano y (en otros tiempos) un cigarro. Para la concepción elitista de la política (que todes les politólogues hemos estudiado) la razón de ser de las elites era justamente menos ideológica que el votante medio. Sin embargo, hoy por hoy las elites partidarias (al menos en el espectro de la derecha, ya que la polarización es bastante asimétrica) son igualmente ideológicas, o más, que sus votantes.

El otro ingrediente es la acción de los medios de comunicación y redes sociales. Como bien describen Natalia Aruguete y Natalia Zuazo, tanto las redes como (esto es muy importante) los medios “viejos” de la radio, la tele y los diarios actúan como comburente de la polarización. El verosímil mediático es la indignación, y el grado cero de la retórica mediática no es la (falsa, por supuesto) neutralidad del comentarista sino el enojo de la persona “de a pie”. Bernardo Neudstad le hablaba a Doña Rosa, pero él no pretendía serlo; hoy el repertorio aceptado es performar uno mismo a Doña Rosa. Una Doña Rosa, además, constantemente enojada.

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No tengo respuestas a ninguno de estos interrogantes. No se trata tampoco de pedir un retorno a una supuesta época nostálgica en donde los políticos “se llevaban bien”. De hecho, está bien que se reconozcan y se discutan las diferencias abiertamente, que se vote en consecuencia, que el sistema tenga opciones claramente diferenciadas. La grieta organiza, hoy, el sistema de representación en Argentina y lo vuelve estable. 

Sin embargo, en varios temas se extrañan algunos consensos básicos. Al menos, diría yo, en lo que tiene que ver con la violencia estatal. Argentina pudo construir ciertos consensos sobre la democracia y la violencia política en 1983. Hoy, cuando todos estamos conmovidos y movilizados por el asesinato de Lucas González a manos de la Polícía Metropolitana de la CABA, que se suma a la desaparición de Facundo Astudillo por la Bonaerense, a la muerte de Santiago Maldonado en un operativo de Gendarmería, y un larguísimo etcétera, deberíamos ser posibles de decir, al menos, no más muertes a manos del Estado. Polaricemos en todo, pero tengamos un consenso mínimo.

María Esperanza

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Soy politóloga, es decir, estudio las maneras en que los seres humanos intentan resolver sus conflictos sin utilizar la violencia. Soy docente e investigadora de la Universidad Nacional de Río Negro. Publiqué un libro titulado “¿Por qué funciona el populismo?”. Vivo en Neuquén, lo mas cerca de la cordillera que puedo.