Hacerme sentir este fuego violento

Cruzar feminismo y comunicación científica para hablar de eso que lo atraviesa todo: la ciencia misma.

Holis, ¿cómo andás? Yo acá, un poco desconcertada con nuestras cartas. Durante más de un año estaba claro lo que tenía que hacer: darte información confiable sobre la pandemia para que construyéramos juntos algún tipo de sistematización que nos permitiera forjar un criterio sobre la política sanitaria. La pandemia no se terminó, pero la información que necesitás ya no debe ser decodificada, tiene más que ver con el día a día: anuncios, noticias. Siempre hay lugar para ejercitar el pensamiento crítico, obvio, pero entendés lo que te quiero decir, ¿no?

Además de que me moría de ganas de escribir de otra cosa y vos, como muchas veces me dijiste, de leer sobre otra cosa, me copa la parte de sentir que esta relación epistolar es un gusto que nos damos. Leer sobre ciencia, entender qué onda los datos, los desarrollos farmacológicos, las políticas de financiamiento ya no es cuestión de vida o muerte. Es cuestión de vida o vida. De qué vida. 

Así que hoy te voy a escribir a partir de dos cosas que hacen de mi vida un ejercicio de vitalidad: feminismo y comunicación científica. No sé si sabías, pero el 28 de septiembre es el Día Internacional de Acción por la Salud de la Mujer y también el Día Internacional de la Cultura Científica. El primero fue establecido en 1987 durante el V Encuentro Internacional de Salud de la Mujer de la Red Mundial de Mujeres por los Derechos Reproductivos, en el que 600 mujeres decidieron fijar una fecha para “reflexionar y discutir sobre las políticas y programas, así como para proponer acciones a favor de la salud de la población femenina mundial”. El segundo, una iniciativa para visibilizar la importancia de la cultura científica y el trabajo de comunicadores y divulgadores, rememora la primera emisión de Cosmos, la mejor producción de comunicación pública de la ciencia de la historia.

*El meme dice: ¿Y si Carl Sagan hizo Cosmos para tener algo piola para ver fumado?

Y así como la jornada junta mis pasiones, yo no las vivo por separado. No soy por un lado feminista y por otro comunicadora científica. Y aunque a veces sea un perjuicio porque eso de que no estén por separado se transforma en un todo junto que es un nicho, “la comunicadora de ciencia feminista”, la mayoría de las veces es un beneficio, porque la ciencia que hay que contar se hace en un mundo en el que la desigualdad de género es estructural. Así que hoy, una vez más, te propongo charlar de estas dos cosas, que son el feminismo y la comunicación científica, hablando de una sola, que es la producción de ciencia.

En Cenital nos importa que entiendas. Por eso nos propusimos contar de manera sencilla una realidad compleja. Si te gusta lo que hacemos, ayudanos a seguir. Sumate a nuestro círculo de Mejores amigos.

Tu invierno me está congelando el infierno

La semana pasada hablamos de las tareas de cuidado como un trabajo doblemente invisibilizado: por un lado, para quienes lo hacen gratuitamente, muchas veces no es tenido en cuenta como parte de la jornada laboral, por otro, quienes lo hacen de manera rentada, se enfrentan a condiciones laborales precarias, con honorarios dentro de los más bajos del mercado laboral.

Hace pocos días, la ministra de las Mujeres, Géneros y Diversidad y el ministro de Trabajo presentaron el programa “Registradas”, un incentivo para la formalización y permanencia en el empleo destinado a trabajadoras de casas particulares y empleadores que registren una nueva relación laboral. Básicamente, el programa funciona así: ante el registro de una trabajadora en AFIP, el Estado abre una cuenta gratuita para la trabajadora y le transfiere entre el 30 y el 50% del salario durante 6 meses. En ese tiempo, la parte empleadora paga los aportes y contribuciones y la parte restante del salario y después pasa a pagar todo.

Hasta acá, todo claro, sobre las cartas la mesa. Una podría discutir, como se discutió en Twitter, si en este contexto es pertinente dar un “subsidio para las clases medias”, si esa visión es reduccionista respecto al beneficio que constituye para las trabajadoras domésticas, si realmente es un incentivo para aumentar la tasa de registros o si, mientras no haya mecanismos para impedir los despidos, lo que va a suceder es que la relación laboral se va a terminar vencido el plazo y varias cosas más. 

Todas esas son discusiones válidas, claro, pero hoy me interesa traer otra. Resulta que poco antes del anuncio de “Registradas”, el Centro de Estudios para la Producción del Ministerio de Producción (CEP XXI) publicó un documento titulado “La densidad de la estructura productiva y el empleo” en el que se analiza la estructura del trabajo argentino a partir de las relaciones entre sectores (quién provee a quién de qué). En el mismo, se afirma que “en el sector de servicio doméstico se genera un puesto en el total de la economía que corresponde al propio sector y ningún puesto indirecto. En otros términos, registra una nula capacidad de traccionar empleos hacia el resto de la economía debido a que, por definición, no tiene encadenamientos productivos con el resto de los sectores”.

Si vamos al anuncio del “Registradas”, vemos que el foco estuvo puesto en la inclusión. Se habló de la perspectiva de género en la inclusión económica y de lo relevante de tener en cuenta el sector de trabajadoras domésticas para tal fin, dado que es la segunda rama de ocupación entre las mujeres y que se perdieron más de 350 mil puestos de trabajo durante la pandemia. Todo cierto, todo confirmado. Entonces, ¿cuál sería el problema? Porque hasta acá no hay incompatibilidad, ¿no? Por un lado, se afirma que estos puestos de trabajo no multiplican empleo pero igual se reconoce la importancia de sostenerlos.

Bueno, un primer problema es cómo queda representado el rol de las ciencias en ambas instancias. En cuanto a la creación del programa, son una herramienta de diagnóstico para la implementación de medidas de reparación social. En el informe, en cambio, son un medio para discutir la matriz productiva y definir qué sectores deben ser estimulados para el crecimiento económico. En un caso, un testimonio argumental, en el otro, un operador de la definición de algo tan importante como lo que se entiende por desarrollo. ¿Un poco estereotípico no? Las ciencias económicas aplicadas a políticas con perspectiva de género facilitan la justicia social y las ciencias económicas aplicadas a informes generales de caracterización del mercado laboral aplicadas a políticas productivas son el motor del desarrollo.

Un segundo problema es que, si el empleo doméstico tiene “una nula capacidad de traccionar empleos hacia el resto de la economía”, las políticas destinadas a él siempre serán paliativas. Si un sector no es considerado valioso en la estructura productiva es muy difícil que se mejoren sus condiciones estructurales. En todo caso, lo que sucede es que mediante “últimos recursos” se implementan instrumentos destinados a alcanzar un mínimo indispensable, ya sea de derechos o de ingresos.

Me interesa entonces abordar ambos problemas analizando el informe del CEP XXI mediante la discusión de sus afirmaciones desde una rama de las ciencias económicas que se ha ocupado extensivamente del tema del trabajo doméstico: la economía feminista.

Veamos:

– “El documento toma como punto de partida la idea orientadora de que las políticas productivas no resultan neutrales en cuanto a la composición de la fuerza de trabajo. (…) De no mediar políticas específicas dirigidas a reorientar el perfil del empleo creado, es razonable suponer que los incrementos de empleo resultantes de un aumento del nivel de empleo directo tenderán a reproducir la composición de empleo sectorial previa. (…) El potencial de creación de empleo de un sector no debe evaluarse sólo en términos del empleo directo que genera, sino también del empleo que tracciona en otros sectores”.

Sin embargo, un postulado básico de la economía feminista es aquel que señala que las tareas del hogar y de cuidados en los hogares son un prerrequisito básico para el funcionamiento de todos los sectores productivos. De hecho, la pandemia dejó en evidencia que cuando la gestión de las tareas domésticas y de cuidados se dificulta esto repercute directamente en el desempeño de la población activa en el mercado laboral. Además, como la carga de estas tareas está distribuida inequitativamente al interior de los hogares, y es absorbida principalmente por las mujeres, es en su inserción laboral que repercute en mayor medida.

En ese sentido se puede argumentar que la contratación de servicio doméstico es una de las vías por las cuales las mujeres de clases medias y altas pueden resolver las demandas de cuidado de sus hogares (porque los varones no se hacen cargo) a la hora de incorporarse al mercado laboral. Dicho de otra manera, el servicio doméstico tiene encadenamientos con todas las actividades en las que se insertan las mujeres (y varones) que lo requieren.

– “Los sectores de capital intensivos registran multiplicadores elevados porque cada puesto de trabajo nuevo implica un fuerte incremento del VBP (Valor Bruto de la Producción). Si, por ejemplo, un determinado sector, además de registrar un alto VBP en comparación con el resto de los sectores, presenta alto grado de encadenamientos hacia atrás, mayor será el multiplicador de empleo. A diferencia de la mayoría de los servicios, las actividades manufactureras son menos intensivas en empleo y tienen mayor grado de encadenamientos, por lo cual el multiplicador de empleo directo a empleo total es necesariamente más elevado”.

Hoy, esto es cierto, pero a la hora de pensar en un plan de desarrollo económico hay que tener en cuenta el futuro. Y el futuro trae consigo el fantasma de la automatización, frecuentemente aplicada a los sectores más intensivos en capital, que consecuentemente requerirán cada vez menos empleo.

Hace unos años, en una charla que compartí con Erica Hynes, actualmente diputada provincial por Santa Fe, la escuché decir algo que voy a tratar de reproducir lo más fielmente posible pero que me voló la cabeza. “Ojo con que la desfeminización de las tareas de cuidado nos la termine resolviendo el mercado, eh. En un escenario en el que la automatización va a producir muchísimo desempleo hay que poner el foco en los trabajos que no se pueden automatizar. El cuidado es uno. Tal vez cuando no tengan otro trabajo que hacer y la eminencia de su carácter esencial mejore las condiciones en las que se hace remuneradamente, los varones empiecen a querer hacerlo”.

– “En el siguiente cuadro se presentan los multiplicadores de empleo, cuyo valor está expresado en cantidad de puestos de trabajo generados por cada incremento de 1.000 millones de pesos corrientes (año 2015) en la demanda final de cada sector. Asimismo, se aporta el dato del coeficiente de encadenamientos totales hacia atrás normalizado respecto del promedio de la economía. Los multiplicadores de demanda final de empleo se expresan como cantidades absolutas de puestos generados en toda la economía ante el incremento de la demanda final de cada sector en 1.000 millones. Además, se descompone el peso de los efectos entre el directo (barras azules) y el indirecto (barras grises) en el total (…) Cada sector fue shockeado en 1.000 millones de pesos corrientes de 2015 y los puestos generados son directos e indirectos. A modo de ejemplo, cuando la demanda final del servicio doméstico se incrementa en 1.000 millones de pesos corrientes se generan 30.716 puestos de trabajo en toda la economía (directos e indirectos)”.

Si observamos los números, vemos que el servicio doméstico tiene el multiplicador de empleo más alto, con la creación de más de 30716 puestos de trabajo, con un 100% de efecto directo. Según el informe, “la totalidad de su VBP está conformado por masa salarial, al igual que su demanda final; de ahí que sea tan sensible en términos de empleo a un incremento en la demanda final ($1.000 millones implican el 2,2% de su demanda final). El bajo nivel de salarios del sector también es relevante para comprender este resultado, ya que esa masa salarial se explica por una cantidad de puestos de trabajo mayor que en los demás sectores”.

Pero esta no es la única medición de impacto de una inversión pública en el empleo. Este informe, también gubernamental, sostiene que “la infraestructura vinculada a salud, cuidados, educación y agua y saneamiento genera más del doble de cantidad de puestos de trabajo en relación a otras obras de infraestructura”, un sector con enorme generación de empleo indirecto. Por otro lado, resulta un poco arriesgado desestimar tanto la creación de empleo directo cuando se ve que el servicio doméstico más que triplica al segundo sector que más empleos totales crearía con un shock de 1000 millones de pesos.

Por último, si bien es cierto que el servicio doméstico tal y como existe hoy replica las condiciones de escaso registro y baja calificación y que el impacto potencial de un shock es muy alto porque el sector tiene salarios bajos, es decir, la misma cantidad de dinero sirve para contratar muchos trabajadores (cuestión para la que hay que tener en cuenta que es un sector de mano de obra intensivo en el que cada trabajadora requiere muy poco capital), hay que tener en cuenta que el cuidado puede ser profesionalizado para mejorar su calidad.

Inflando mi cuerpo

Sería lindo decir que, en el subtítulo anterior, dimos por tierra con el mito de que el trabajo doméstico no es una rama de empleo que incentive la productividad, pero la verdad es que no es así. Son discusiones complejas que implican definiciones complejas. Hay que arremangarse y darlas y aprender la lección: las refutaciones en ciencias no son encontrar un dato que contradice al anterior.

En ese sentido, algo que hoy nos resuena como posible mito a desterrar encarna también una definición compleja. Cuando se dice que “los varones son naturalmente más fuertes que las mujeres”, ¿qué se quiere decir con fuerza?

No seas pelotuda Agostina, me dirás, es obvio que la fuerza física. Y yo te diré que soy pelotuda pero tampoco para tanto. La fuerza física también puede ser definida de varias maneras.

En este artículo, la periodista científica Ángela Saini revisa la cuestión de la fuerza física. Empieza por un hecho bastante conocido: las mujeres solemos vivir más que los hombres. En 2017, cuando se publicó la nota, el Grupo Global de Investigación Gerontológica tenía registro de la existencia de 43 personas mayores de 110 años, de los cuales 42 eran mujeres. Claramente, el sexo es un factor decisivo a la hora de explicar la longevidad, sin embargo, no hay mucha investigación para explicar las razones biológicas detrás de esto.

Se ha observado que entre bebés que reciben exactamente el mismo cuidado neonatal, los varones tienen un 10% más de riesgos de morir (qué problema referirse a varones cuando estamos hablando de recién nacidos de los que lo único que conocemos respecto a su género son sus genitales, ¿no?). Una investigación de 2014 sugiere que la placenta podría comportarse diferente segun el sexo del feto, haciendo un esfuerzo mayor para sostener el embarazo y aumentando la inmunidad contra infecciones para las nenas. ¿Por qué? No se sabe.

En 2010, los indicadores de Estados Unidos mostraban que las mujeres morían menos que los varones de 12 de las 15 causas de muerte más comunes, incluyendo cáncer y enfermedades cardiovasculares. De las 3 restantes, las probabilidades de morir de Parkinson o un infarto eran más o menos las mismas. Solo en Alzheimer las mujeres superaban a los hombres. A partir de esto podemos inferir una mayor resistencia femenina a las enfermedades más riesgosas.

En cuanto a otras enfermedades menos graves, tipo resfríos y gripes, las mujeres también tenemos respuestas inmunes más robustas. Sobrevivimos mejor a las infecciones severas y nos recuperamos más rápido de todas. Una posible explicación podrían ser las hormonas. Niveles más altos de estrógeno y progesterona podrían no solo hacer nuestros sistemas inmunes más fuertes, sino también más plásticos, ya que esto favorecería embarazos saludables, lo que explicaría por qué el sistema inmune femenino es más activo en la segunda mitad del ciclo menstrual.

Esto también podría ayudarnos a entender por qué las mujeres somos más propensas a las enfermedades autoinmunes, como la artritis reumatoide o la esclerosis múltiple. Somos tan buenas batallando infecciones que atacamos nuestras propias células. 

Por supuesto, hay factores sociales que influyen, como que las mujeres somos más propensas a hacer consultas médicas a tiempo, alimentarnos más saludablemente o tener trabajos menos riesgosos, pero esto no quiere decir que no haya factores biológicos en juego.

Al analizar sociedades de cazadores-recolectores, contrario al relato oficial,  vemos que nuestros predecesores en la Tierra compartían la responsabilidad de reunir alimentos, armar refugios y criar individuos. La evidencia indica que las mujeres realizábamos un trabajo físico muy similar al de los varones y, además, paríamos. Por la cantidad de gente que integraba un grupo y las tareas que había que llevar a cabo, hubiera sido imposible sobrevivir con una división taxativa de las tareas.

Durante un larguísimo periodo de la historia humana, las migraciones desde África al resto del mundo implicaron viajes larguísimos en condiciones extremas que las mujeres tuvieron que hacer también, muchas veces embarazadas, lactando, transportando niños, lo que nos hace más vulnerables. Una tasa de mortalidad elevada ante tales circunstancias podría haber disparado mecanismos evolutivos para fortalecernos.

Quiero cambiar, quiero crecer

Si en la ciencia que se hace queremos hacer feminismo y sobre lo que hacemos queremos armar un relato que lo dé a conocer y lo nutra de distintas experiencias y puntos de vista, dónde lo hacemos importa y mucho.

En respuesta a una de nuestras cartas, las investigadoras Ana Valenzuela y Mariana Viglino me mandaron esta columna que publicaron en la sección de carreras de Nature que se llama “Cómo los investigadores latinoamericanos sufren en la ciencia”. Hay varias secciones, pero te voy a resumir las dos que creo más cercanas a esta edición: el idioma y el género.

Respecto a la lengua, Ana y Mariana dicen: “Se espera que los investigadores latinoamericanos y de otros países no angloparlantes publiquen en inglés, el idioma estándar de la ciencia (incluso en esta publicación). Sin embargo, no suele enseñarse en muchas escuelas de nuestra región. Muchos investigadores latinoamericanos no pueden acceder a cursos de inglés hasta que tienen puestos remunerados, los cuales, a su vez, son difíciles de conseguir sin un sólido historial de publicaciones científicas en inglés, lo que crea una situación de huevo y gallina.

Durante el proceso de revisión por pares, editores y revisores suelen hacer comentarios negativos sobre el manejo del idioma y solicitan revisiones por parte de personas cuya primera lengua es el inglés. Pero estas peticiones no suelen tener en cuenta las correcciones ya realizadas por los coautores de países de habla inglesa antes de su presentación. Esto agrava la impresión de que los manuscritos con autores principales de países no anglófonos son de alguna manera menos profesionales. Además, el pago de servicios profesionales de traducción y edición impone una carga financiera adicional a los autores latinoamericanos.

En nuestros países, estos servicios pueden costar el equivalente a un mes de alquiler, lo que los hace inaccesibles. Por lo tanto, las herramientas gratuitas de traducción en línea, combinadas con la generosa ayuda de amigos no académicos, así como de colegas, e innumerables horas de auto-lectura y edición son clave para superar esta barrera y publicar nuestro trabajo en inglés”.

Sobre esto, me viene siempre a la mente la apertura de Diana Maffía en un Congreso de Ciencia y Género que compartimos en Santa Fe, donde dijo que esta fragmentación idiomática también nos crea una diferencia categórica. Ejercer nuestras profesiones en inglés nos lleva a considerarlo el “lenguaje de la ciencia”, mientras que nuestra lengua nativa queda asociada a las emociones y vivencias personales, tradicionalmente asociadas con lo no científico.

En cuanto al género, señalan: “Los manuscritos escritos por mujeres son rechazados con mayor frecuencia y tienen menos probabilidades de ser publicados en comparación con los de los hombres, lo que perpetúa un ciclo de invisibilidad: cuando los trabajos son rechazados, esto se traduce en menos oportunidades científicas en el futuro y, por tanto, en menos trabajos y quizás más rechazos a largo plazo.

Incluso cuando las investigadoras superan estos obstáculos y finalmente publican en revistas con revisión por pares, existe una barrera adicional: la falta de reconocimiento por parte de los pares, incluyendo menores tasas de citación.

Un mayor número de citas significa ser considerado más a menudo para presentar trabajos en conferencias y tener mayores oportunidades de establecer redes, lo que cimenta el camino hacia el éxito académico. Las contribuciones de las mujeres se consideran menos relevantes que las de los científicos varones, lo que se traduce en un menor número de citas, reforzando la ‘invisibilización’ de las investigadoras.

Cuando pensamos en los autores más citados o publicados, en los conferenciantes más frecuentes o en los científicos más distinguidos internacionalmente en nuestros propios campos de investigación, ¿cuántas investigadoras latinoamericanas nos vienen a la mente? (Des)sorprendentemente, casi ninguna.  Esto no se explica por la falta de investigadoras latinoamericanas, sino más bien por las consecuencias de las barreras que se entrecruzan y que hemos comentado anteriormente”.

Voy a parar, quiero aprender

Termino esta carta pensando si existe dejar de hablar de lo mismo. ¿Cuántas cosas importantes puede haber? Tal vez en algún momento no digamos más la palabra pandemia, ¿pero acaso no estamos desde siempre hablando de alguna u otra forma de desigualdad y de qué puede hacer una u otra forma de la ciencia con ello? El desafío se acaba de volver más difícil: ya no es escribirte todas las semanas con un tema distinto, es que no te aburras.

Te mando un beso enorme,

Agostina

p/d: las refes de esta edición son de este tema de una artista joven que me encanta.

Soy comunicadora científica. Desde hace tres años formo parte del colectivo Economía Femini(s)ta, donde edito la sección de ciencia y coordino la campaña #MenstruAcción. Vivo en el Abasto con mis dos gatos y mi tortuga. A la tardecita me siento en algún bar del barrio a tomar vermú y discutir lecturas con amigas.