Gabriel Milito, el retador

Argentinos desafía a River en la Libertadores. La historia del entrenador del Bicho.

Hola, ¿cómo estamos?

Tengo muchos amigos que el jueves empezaron mirando la final del femenino desprestigiando el campeonato y terminaron colgados del televisor por los penales. No quiero ser soberbio: admito que antes también me pasaba. Me empezó a llamar la atención por la misma razón que me interesó el masculino: alguien de mi familia me transmitió la pasión.

Cómo vamos a ser tan boludos de privarnos esa aceleración del corazón y la boca en forma de asombro cuando Sindy Ramírez clavó un gol agónico para que San Lorenzo fuera a los penales y campeonara. Qué más queremos que jugadas y una ídola así.

La pelota suele dar muchas lecciones. Tiene algo que atrae. Sea quien sea que la patee. No sólo merecen todas y todes la chance de jugarlo. También tenemos que darnos lugar -es mucho decir derecho- a emocionarnos, a hinchar por un equipo y a terminar en descontrol por una definición por penales.

Nos explicaron que las minas no podían jugar ni hablar de fútbol. Lo reproducimos. Lo asumimos. Lo vivimos. Las ignoramos. Quizás, sea hora de aceptar que fuimos parte de que ellas se sientan sin ese derecho y que nos gusta el fútbol que juegan las mujeres. 

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Gabriel Milito: el retador de River

Su paladar le pedía otra cosa. Con la voz rasposa de una vida de ladrar indicaciones, movía las manos sobre un escritorio y arrancaba un pensamiento: “No tiene sentido dedicarse a esta hermosa profesión sin agarrarse de lo que uno siente”. Estaba en La Paternal, en su presentación como entrenador de Argentinos Juniors. Una casa que le permitía su manual. En una práctica de pretemporada, hasta se había enojado con un arquero suplente por elegir dividir la pelota antes que juntar pases. El equipo iniciaba y construía. El problema comenzó en los resultados. Tres dolores al hilo: 1-2 con Rosario Central, 0-1 con Platense y 0-2 con Vélez. El trampolín hacia el abismo era visitar el Monumental, contra River. La respuesta radicaba en otra parte de aquella conferencia inaugural: “Eso no impide que si algún rival nos impide hacer lo que queremos tengamos que cambiar. Eso es la táctica y la estrategia”. Movió el esquema de 4-4-2 a 5-2-3. Le edificó un embudo a Marcelo Gallardo. Vencieron 1-0. Sobrevivieron y despegaron. Sin saber que apenas andaban viviendo el capítulo 1.

Un mes y medio después, comenzó la Libertadores. Si la tesis era salir jugando todas las pelotas y la antítesis tirársela a los 188 centímetros del paraguayo Gabriel Ávalos, la síntesis la gritó Milito en un ejercicio cuando obligó a juntar diez pases hasta llegar al arco rival. La conclusión la asumieron juntos: Lucas Chávez es un iniciador del carajo, Kevin Mac Allister un entendedor de los tiempos, Franco Moyano un volante central con talento para ver espacios y Gabriel Florentín es el 10 por el que pagamos entradas. El rendimiento fue tan alto que en el anteúltimo partido ya se habían clasificados a los octavos de final, asegurándose el primer puesto. En el camino, superaron a Universidad Católica -tricampeón en Chile-, a Nacional de Montevideo -campeón en Uruguay- y a Atlético Nacional -el más poderoso de Colombia-. Su nuevo problema apareció en el sorteo para las fases finales. River. La bestia pop de las últimas ediciones de la Copa. Con una ficha boxística letal en torneos internacionales: de 35, superó 28. No hay regla sin excepción y estadísticamente hay un talismán: el entrenador de los Bichos acumulaba cuatro partidos contra Gallardo, tres victorias y apenas una derrota. Cifra que acaba de acrecentarse con la ida, empatada en 1-1. 

Milito aterrizó el último miércoles en el Monumental con un leitmotiv tan naif como inteligente de que juntos son mejores. Salió a apretar a River, en fase de eliminación directa, como pocos lo intentaron en estos siete años de reinado del Muñeco. El promedio de recuperaciones de pelota en la Libertadores es 62 por partido. Argentinos elevó la vara a 77, su récord. Lo curioso es el lugar donde ocurrieron: 9 fueron en los 40 metros más cercanos al arco de Franco Armani. En esa zona, hasta la ida de octavos, los de La Paternal llevaban una media de 4,5 quites. Duplicaron la producción y el esfuerzo. Mostrar carácter era el árbol de los frutos.

En el fondo de la casa de Bernal, está la razón de esta historia. La tradición bonaerense de la década del 80 indicaba que se almorzaba y se salía a jugar. En los fines de semana, el dos contra dos dividía un hermano para cada lado. Las macetas hacían de arcos. Diego era dupla con el abuelo Antonio. Jorge formaba equipo con su hijo menor. El mayor prendía la mecha. Había un penal y empezaba a relatarlo: “Va Barberón. Se prepara para patear. Toma carrera y… va Trossero”. Los niños y las niñas, de ayer y de hoy, sueñan con hacer goles. En Independiente, los hacía La Porota, un punta en el que José Pastoriza confió para obtener la Libertadores y la Intercontinental de 1984. Le enojaba que lo vieran como defensor. Le fastidiaba como para un día revolearle un ladrillo a la pierna de su compañero de cuarto y enemigo de cuadro. Tanto se molestaba que el papá, el Milito original, tiene la hipótesis de que se volvió defensor de tantas patadas que aprendió a tirar ahí.

Antonio nació en España, cerca de Osasuna. El día en que Milito se retiró del Rojo le devolvió el amor de toda la vida: “Gracias por hacerme de Independiente”. Todavía es socio vitalicio y no se perdió ninguna de las Libertadores del Rey de Copas. Pero no sólo fue el evangelizador del club del infierno o un futbolista indispensable en los picados del fondo de casa. El abuelo es la caja de donde salió la forma de vivir la pelota de los hermanos. Cuando Gabriel quiso entender de qué iba la filosofía de buen fútbol de su club, se la relató, aclarándole que también había sido muy bueno el Estudiantes de Osvaldo Zubeldía, en las antípodas de su corriente ideológica. Cuando Diego quiso saber de qué se trató el Racing de José Pizzuti, campeón de la Libertadores y de la Intercontinental en 1967, acudió a él para que se lo detallara. Le transmitió los valores de aquella época en que se aplaudía un logro de la Academia como si fuera de toda Argentina. Le enseñó, de fondo y para siempre, que al rival se lo respeta. 

Las vueltas de la vida dispusieron que Trossero pasara de ser karma familiar a ser el entrenador de Independiente en 1999. “Realmente un gran tipo”, admite Milito. Que en esos días tenía 19 años y parecía ya comportarse como un veterano. Ya era titular, ya se lucía y lo invitaron una noche al programa Tribuna Caliente. La fauna periodística de ese período exhibía en su esplendor a Ernesto Cherquis Bialo, a Guillermo Nimo y a Julio Ricardo. Eran días en que el público rojo estaba ensañado contra el defensor Sebastián Pena. Compañero de saga de Gabriel. Pero el entrenador había declarado: “El error del otro día fue de Milito”. La prensa lo quiso meter en el juego. El árbitro y panelista Guillermo Marconi lo provocó: “Te tiró abajo de un tren”. Serio. Sin dudarlo, mostrando las cartas de su compañerismo, contestó: “¿Por qué? Si yo lo estaba marcando y me cabeceó. Fue un error compartido con Marcelo Pontiroli. Lo aclaro porque muchas veces se critica de más a Seba”. En el vestuario, no era una sorpresa esa firmeza: a los 18 años, Daniel Garnero ya lo había llevado como compañero a una discusión con los dirigentes. En febrero del 2000, en una victoria de 8 a 1 contra Argentinos, por primera vez, le tocó la cinta de capitán.

Por ser menor, a Gabriel le tocó seguir los pasos de su hermano. Su mamá y su papá, para ordenar la agenda, los anotaron en infantiles de Racing. A los 12 años, no aguantaba tener los sentimientos cruzados y se fue a Independiente. Esa escuela de fútbol fue la primera que le afinó el paladar. Ricardo Bochini, el ídolo de Maradona, era el San Martín que marcaba el camino. Su segundo maestro, al que pone por encima de todos, fue José Pekerman. Por destino, también Bicho de La Paternal. Con él construyó los gajes de ser profesional. La vida por el fútbol se personificaba, a los 17 años, en una gira de la Selección, soplando las velitas en Alejandría, Egipto, muy lejos de su apegada familia. Su tercer referente resultó ser Pep Guardiola, con el que compartió los días en el mejor Barcelona. La versión suprema del juego con la redonda por el piso. Esos tres bloques son los que lo impulsaron a decir, el 19 de enero de este año, en su presentación como entrenador de Argentinos Juniors, que toda la vida se había sentido identificado con la filosofía de esos colores.

Milito tiene apenas cuatro décadas. Puede sonar mayor porque debutó en Primera en diciembre de 1997, con apenas 17 años, y empezó a jugar frecuentemente. Por lesiones en las rodillas, se retiró cerca de cumplir 32, todavía bastante joven. Así como era un adolescente del que todas las inferiores argentinas hablaban como el heredero de Daniel Passarella, le sucedió lo mismo en su carrera de entrenador. Menudo subtítulo le colgó Guardiola cuando en Buenos Aires, en el teatro Gran Rex, afirmó: “Es uno de los futbolistas más inteligentes que he dirigido”. Era mayo de 2013. Recién en septiembre arrancaría como técnico de un selectivo de inferiores de Independiente.

Algo olió Guardiola sobre la sapiencia del defensor. Un caso extraño porque, cuando asumió el catalán, Milito acababa de ser operado de la rodilla. Pep se presentó en el hospital y le dijo: “Concentrate en recuperarte que cuento con vos para diciembre”. Algo olía que iba más allá de lo que lo usara dentro del césped. Barcelona se enfrentaba contra Zaragoza. El entrenador rival era Víctor Muñoz. Que lo había dirigido en el club del noreste español. El defensor estaba trabajando en su recuperación con el gimnasio cuando el técnico irrumpió: “Gaby, hoy olvidate de esto, quiero que me digas cosas de ellos”. En su despacho, le mostraba imágenes de otros partidos y le pedía una justificación de por qué ejecutaban cada jugada.

Ingresó a la sala de videos del Barcelona. Se sentó, como siempre, al lado de Lionel Messi. Con el 10 pasaba largos ratos hablando de fútbol. En la previa de la final de la Intercontinental contra Estudiantes, había una disposición diferente. Delante de todos, una silla de más. Guardiola le pidió a Milito que pasara al frente. Quería que le precisara a sus compañeros con qué se iban a topar. Contó que al rival lo habían despedido 5 mil personas en el aeropuerto. Que Juan Sebastián Verón había declarado que era el encuentro más importante de su carrera. Que los rivales eran argentinos, pinchas y que harían lo que fuera para ganar. Tanto como para empujar al suplementario a una delantera temible: Messi, Ibrahimovic y Henry. 

Estudiantes tiene su propia casta. No entra al corazón pincha cualquier filosofía. Menos la opuesta. Milito condujo al club de La Plata en dos oportunidades. La primera la cerró con un 62% de puntos obtenidos. La segunda, más abajo: 47%. La familia Verón es un sinónimo del club de 1 y 57. Juan Sebastián, expresidente y actual vicepresidente, ha podido pararse sobre el paladar y tratar de modificarlo. La apuesta por Gabriel detectaba su rechazo en el paradigma bilardista. Su primer respaldo residía en la cancha. Una de esas noches calientes de rugidos, Mariano Andújar encontró una argumentación: «La culpa es nuestra, es uno de los mejores entrenadores que tuve en mi carrera. Si te muestran mil veces las cosas y cometemos los mismos errores, o no estamos capacitados o somos boludos». Su última salida pareció querer decirle que ese no era su lugar en el mundo. Aunque le agradecían que le hubiera ganado, de visitante, al Gimnasia conducido por Diego Maradona.

“Ojalá éste sea su lugar en el mundo”, sintetizan desde su entorno. El dónde está no le transforma su proceder. Milito cree en la didáctica como metodología. Reconoce que entre su pensamiento y la recepción del futbolista debe haber tres etapas de explicación. La primera, el mano a mano. La segunda, el análisis a través de videos. La tercera, la justificación dentro del campo. No por eso considera que todas las cabezas son iguales. Pero sí que el esfuerzo y las reglas deben obrar colectivamente: “Mi premisa es que si todos corremos, corremos menos”. Lo otro le resulta imperdonable. Tanto que, en Estudiantes, a un jugador sudamericano ya consagrado, no lo puso nunca más tras demostrarle que cada vez que perdía la pelota, regresaba trotando, como si no le importara.

Argentinos le abrió las puertas a Milito para su primer gran hito como entrenador. Se llevó un 1-1 de Núñez que hasta le da el gol de visitante. El problema de sacar a un gigante es convencerse de poder hacerlo. River ha dado señales suficientes de su aptitud cuasi mutante de saber respirar bajo el agua. El arte de convencer de Gabriel parece ser la justificación desde el juego. Si no se la creen, es probable que no sobrevivan al entrenado apetito de Gallardo. 

Los Milito son un caso difícil de igualar en el mundo de hermanos exitosos en la pelota. En la previa de la semifinal de la Champions League de 2010, mientras Gabriel defendía los colores del Barcelona de Guardiola y Diego los del Inter de Mourinho, les realizaron una entrevista cruzada con las mismas preguntas. Al defensor, le consultaron la virtud de su hermano y contestó: “Sus desmarques y sus amagues”. El delantero respondió: “Su capacidad de nunca rendirse”. Habrá que ver si de eso se trata esta historia.     

Pizza post cancha

  • Lucas Leonel Campos acaba de publicar su bien futbolero libro Lo que hay en juego. Una mirada de la vida desde el fútbol o del fútbol desde la vida. Lo consiguen escribiendo a Tinta Libre.
  • El viernes que viene comenzarán los Juegos Olímpicos. El tercero de la foto es un texto bellísimo de Juan Forn.
  • Chariots of Fire es la única película de los Juegos Olímpicos que obtuvo un Oscar. Es la historia de dos corredores en París 1924. 

Esto fue todo.

Cenital siempre te necesita.

Abrazo bien grande,

Zequi

Soy periodista desde 2009, aunque pasé mi vida en redacciones con mi padre. Cubrí un Mundial, tres Copa América y vi partidos en cuatro continentes diferentes. Soy de la Generación de los Messis, porque tengo 29 y no vi a Maradona. Desde niño, pienso que a las mujeres les tendría que gustar el fútbol: por suerte, es la era del fútbol femenino y en diez años, no tengo dudas, tendremos estadios llenos.