Flamengo, el bastión de Bolsonaro

El gigante de Río de Janeiro va por su segunda Libertadores en tres años.

Hola, ¿cómo estamos?

Hay una parte que no le podemos comprender a Gallardo. Algo no se condice con los espíritus de la época. Como ese run run de por qué no se va a Europa. O por qué expone lo ganado a la opción de perder. O el desgaste de un club en Argentina. O la devaluación del peso. Quizás, esta sea la última vez. El adiós. O no. Pero hay un mensaje. El ejercicio del disfrute del presente. Disfrutar no es reírse. Es hacerse cargo con cabeza y corazón del camino.  

Por qué la pasión debe ser siempre nueva. Por qué la experiencia debe ser irrepetible. Por qué alguien no elegiría un amor perfecto. El River de Gallardo es el título de una época. Esa estampida que hace que a los rivales el piso se les mueva y se les escape la pelota. Ese veloz ataque en que uno la tiene en el pie, se la pasa a otro y el tercero hace rato está corriendo para recibir una jugada tan calibrada como para llamarla estilo. Ese proceso de futbolistas que se van, que llegan y que al tiempo se parecen al ciclo anterior.

Por qué alguien renunciaría a entrar a un césped y a tener que agarrarse el corazón para saludar a la multitud que lo corea. Por qué querría abandonar los frutos de un proceso futbolístico que saca cracks moldeados a su gusto. Por qué se iría si va camino a llegar a una década en la que su equipo es, en secreto o a viva voz, el orgullo de la pelota argentina.

No lo sé.

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Pero ojalá estas razones le alcancen a Gallardo para no alejarse de nuestra tierra. Que nos hará falta.

Flamengo: el bastión de Bolsonaro

Así amanecieron. De las sillas de algunas oficinas del Palacio Nereu Ramos, colgaban camisetas de Flamengo. Avanzaba septiembre. Se sesionaba por la Lei do Mandante. Que habilitaba a los clubes a negociar sus contratos televisivos individualmente. Para Jair Bolsonaro representaba un poker. Una disputa dentro de un relato más grande. La cadena Globo, su corporación enemiga, perdería el monopolio del Brasileirao. El gigante de Río de Janeiro era el más interesado en que saliera. Posee 45 millones de hinchas. No solo cariocas. Cada tanto, modifica su localía y explota el Mané Garrincha de Brasilia. El mandatario del Mengao se la había propuesto al presidente de Brasil en un almuerzo. La impulsó. Le dio los votos. Unos días más tarde a que se sancionara, declaró que Rodolfo Landim, su interlocutor, sería un buen candidato a vicepresidente.

La tribuna alzaba las manos. Todavía Gabigol no había metido los dos goles para liquidar el partido contra River. Landim pisó el campo de juego del Monumental de Lima. Un delirio. Hasta un tema dedicado para él. El presidente agitaba. Desde 2009, esa gente no obtenía un Brasileirao. Desde 2013 no se quedaba con la Copa de Brasil. Desde 1981 no conquistaba la Libertadores. Coreaban a su líder político. La pelota no se mancha pero cuando entra puede elevar el poder de quien sea.

Más si ese club es Flamengo. Un gigante adormecido que comenzó la segunda década del siglo XXI arrasando contra todos. Hoy, juega su segunda final de Libertadores en tres ediciones. Desde las 17, se enfrentará contra Palmeiras. El anterior campeón. En una competición continental que parece indiscutidamente controlada por los brasileños. 

Como un lenguaje popular. Una forma de interacción. Bolsonaro es camaleónico. Su primera camiseta es Palmeiras. Según qué ocurra. En octubre de 2019, antes de aquella final con River, se reunió en el Gran Palacio del Pueblo de Beijing con Xi Jinping. De una bolsa sacó un suéter rojinegro: “Ojalá haya 130 mil millones de hinchas nuevos para Flamengo”. El encuentro de Lima se disputó a las 17 para que pudiera emitirse en 191 países. El fútbol es un episodio en busca de espectadores.

Aunque algunos públicos no sean los más pulcros. En una de las fechas en que Flamengo fue local en Brasilia, Bolsonaro cayó al estadio con Sergio Moro. El juez que condenó a Lula a nueve años de prisión por el caso Lava Jato. Que, luego, fue convocado como ministro de Justicia y Seguridad. Que renunció deslizando que el máximo mandatario pretendía un oficial a quien utilizar como servicio de inteligencia. Que fue acusado por el Supremo Tribunal Federal de Brasil por ser “parcial” en el juicio contra el líder del PT. Que, ahora, hace campaña careteándola como un candidato de centro. Asegurando que es distinto a Lula y a Bolsonaro.

Flamengo funciona como un acontecimiento ingambeteable para la política brasileña. Wilson Witzel fue gobernador de Río de Janeiro entre 2019 y 2021. El ex marinero, ex juez y cabeza del Partido Social Cristiano nació en Sao Paulo. Aprovechó la fiebre bolsonarista. Se impuso en las urnas bajo el discurso de mano dura. A pesar de ser hincha de Corinthians, siguió la campaña de Flamengo desde los estadios. Festejó el Campeonato Carioca de 2019 en el césped. Fotografiándose con los futbolistas. Cuando al entrenador Jorge Jesus le robaron en Brasil, declaró que intentaría convencerlo de quedarse. “Tendrá toda la paz que necesita”, declaró. Ni ese falso sello lo salvó. Este año el dirigente debió dejar su cargo. Tras un impeachment por corrupción en insumos para el Covid-19.  

Ladim se recibió de ingeniero en la Facultad de Río de Janeiro en 1979. Al año siguiente, fue contratado por Petrobras. Metió un carrerón. En 2003, lo nombraron presidente de la compañía petrolera. Llevaba una cálida relación con la secretaria de Energía, Dilma Roussef. Creció olímpicamente por su talento para navegar las relaciones políticas. Hasta que comenzó a tener cruces con Lula. Que, en un discurso, catalogó de hipócrita al presidente de Flamengo por algunas declaraciones sobre los salarios de los políticos. En 2006, se marchó. Como opositor. 

Con un pasado que ya lo subía al ring. Porque su nombre aparecía en la causa Lava Jato. Situación con la que lo acorrala la oposición flamenguista de cara a las próximas elecciones. En su cargo como titular de Petrobras, quedó pegado a las denuncias por recibir sobornos. El mismo recurso se había utilizado en los comicios de 2018. También atraviesa una causa por lavado de dinero entre 2011 y 2016, pero sin condena.

Stuart Jones era un estudiante de Economía. Militaba en el Movimiento Revolucionario 8 de octubre. El 14 de junio de 1971 lo secuestraron y lo desaparecieron. Competía como remero de Flamengo. Para los grupos antifascistas del Mengao, se transformó en una bandera. Una peña asociada al club realizó un acto para recordarlo. La institución emitió un comunicado afirmando que no había sido algo oficial y que no se involucraban en política. 

Resultan bastante curiosas esas expresiones. Cuando Palmeiras ganó el Brasileirao de 2018, Bolsonaro apareció en el estadio y levantó el trofeo como si fuera un futbolista. Igual que en la Copa América 2019 de Brasil. Mauricio Gallote, presidente del Verdao, aclaró en esa situación: “No lo invitamos como parte de un partido político de derecha, nosotros no hacemos política, lo convocamos porque es el presidente y es palmeirense”. Aunque no se definen públicamente como bolsonaristas, a los directivos del gigante de Sao Paulo les caen simpáticas algunas políticas oficiales. Sobre todo, la sanción de la ley que permite las sociedades anónimas en el fútbol brasileño. Crefisa, el banco de los jubilados, es prácticamente el dueño de la institución. Por si quedan dudas, la próxima presidenta será Leila Pereira. La propietaria de la entidad bancaria.

No le esquiva al bulto. A Landim le seduce el alto perfil. Cuando asumió, contrató a Abel Braga como entrenador. Lo anunció primero en su propio Twitter. Según transfermarket, Flamengo tiene el plantel con mayor valor de mercado del continente. Sus delanteros están valuados en 70 millones de euros. El contrato de patrocinio con Mercado Libre arranca en 6 millones en moneda europea. En el pecho, tiene las siglas de BRB, a cambio de 7 palos. En menor tamaño, aparecen Sportsbet y Total. En total, levantan 20 millones de euros sólo por la casaca. Sin contar a Adidas. Las cifras de una potencia europea.

Sin embargo, nada de lo anterior está a la altura del espaldarazo que Landim le dio a Bolsonaro en uno de los momentos más complejos de su gestión. La pandemia estaba haciendo estragos en Brasil. El presidente tiraba hasta chistes sobre el Covid. Alentaba a salir a la calle. Incluso frente a las determinaciones de gobernadores locales. No estaban autorizados los entrenamientos, pero Flamengo se encerró en su propio predio. Autoridades de sanidad quisieron ingresar para revisar las condiciones de la actividad. No se lo permitieron. Siguió como si nada. El respaldo del Planalto protegía. Los cuatro grandes de Sao Paulo convocaron a sus hinchadas a la calle y a las redes sociales para repudiar la actitud de los rojinegros. 

No le fue gratis a Landim: al día siguiente, mandó a sus empleados de mantenimiento a tapar las decenas de pintadas que decían “fascistas”.  

Pizza post cancha

  • El 28 de noviembre de 2016, el avión que transportaba al Chapecoense, el equipo brasileño que era finalista de la Copa Sudamericana, cayó sobre el suelo de Colombia. Murieron 71 personas y sobrevivieron 6. La película Por siempre Chape documenta esa historia. Acá el trailer.
  • Ayer el mítico Roberto Fontanarrosa habría cumplido 77 años. Más de una vez recordamos por acá algún cuento suyo. Esta vez, te propongo que te mires la serie que hizo Canal 7 hace unos años.
  • En Montevideo, se jugaron las finales de Libertadores masculina, Libertadores Femenina y Sudamericana. Para quien quiera conocer un poco de la cultura futbolera de Uruguay acá va un clip.

Esto fue todo.

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Abrazo grande,

Zequi

Soy periodista desde 2009, aunque pasé mi vida en redacciones con mi padre. Cubrí un Mundial, tres Copa América y vi partidos en cuatro continentes diferentes. Soy de la Generación de los Messis, porque tengo 29 y no vi a Maradona. Desde niño, pienso que a las mujeres les tendría que gustar el fútbol: por suerte, es la era del fútbol femenino y en diez años, no tengo dudas, tendremos estadios llenos.