Es una guerra

Armenia y Azerbaiyán vuelven al combate en Nagorno-Karabaj.

¡Buen día!

Es un placer volver a escribirte después de una semana de respiro. Quiero llevar tranquilidad: no fui invitado a la fiesta Covid en la Casa Blanca. El motivo de mi ausencia se debe a una mudanza, así que hoy estoy nervioso por partida doble. Interrumpir la gimnasia de los correos semanales produce vértigo. Uno siente que se olvida de cómo se hace y que faltar a los compromisos se paga con la página en blanco. Y es doble, decía, porque es la primera vez que te escribo desde que vivo acá. ¿Cómo se siente? Raro. 

Para el bautismo de hoy quiero que dejemos por un rato lo que está pasando en Estados Unidos y viajemos al Cáucaso sur, donde Armenia y Azerbaiyán han regresado al conflicto armado. 

GUERRA EN NAGORNO KARABAJ

–¿Es una guerra? –le pregunté. 

–Pues claro que es una guerra, hombre. Se están dando con todo, artillería pesada, hay aviones. A cada rato cae una bomba. Muchísima gente se ha ido a Armenia. La que se ha quedado se refugia en sótanos. Las calles están vacías –me respondió Pablo. 

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Pablo González me atiende desde Stepanakert, la capital de la República de Artsaj, o región de Nagorno Karabaj, un Estado no reconocido por la comunidad internacional que en la práctica opera como una provincia de Armenia, de donde provienen casi la totalidad de sus 150 mil habitantes (la mitad vive en la capital). El motivo principal por el cual no es reconocido por el resto del mundo –ni siquiera por Armenia– es que se trata de un territorio que le corresponde, según el derecho internacional, a Azerbaiyán. Esta, con el apoyo de Turquía, ha emprendido una ofensiva militar para recuperar territorio, que se encuentra en una zona plagada de montañas. Ambas partes –Azerbaiyán y Armenia– se acusan de haber instigado el conflicto y de matar civiles, al igual que de atacar otras zonas además del territorio disputado. Como mínimo, 200 personas han fallecido, pero los reportes en el terreno indican que las bajas podrían superar las mil. Si bien en los últimos años han sucedido otros episodios bélicos, este estallido es el más grave desde 1994, cuando terminó una guerra que dejó 30 mil muertos. 

En Stepanakert, me dice Pablo, que es periodista español, la cosa empeora con el correr de los días. Cada día es más intenso que el anterior. Desde que llegó hace más de una semana, ya vio heridos y muertos, se trasladó hacia ciudades que fueron bombardeadas de forma exhaustiva y divisó tropas. También ha conversado mucho. Dice que la gente teme por los jóvenes que están movilizados y cree que los azeríes están dispuestos a romper la línea de frente y avanzar hasta recuperar todo el territorio. Pero también muestran un espíritu combativo y tienen esperanza. La mayor parte de esa esperanza se basa en un solo país: Rusia. “Se la espera. Se la espera mucho”, repite. 

¿Cúal es el trasfondo del conflicto?

Como cuenta en Cenital el periodista especializado Ignacio Hutin, desde la caída del Imperio Ruso hasta 1921, el territorio estuvo en disputa, como buena parte del Cáucaso, hasta que el Partido Comunista local decidió cederle la región de Nagorno-Karabaj a la República Socialista Soviética de Azerbaiyán, a pesar de que la mayoría de los habitantes de la zona eran armenios (Armenia también era parte del bloque sovietico). Pilar Bonet, otra gran periodista que de esto sabe mucho, apunta que el origen de esta disputa se encuentra precisamente en la política de divisiones territoriales de la Unión Soviética, trazada por Stalin y encuadrada en la estrategia de desnacionalización. Divide y controlarás mejor. 

El capítulo que estamos viendo ahora se inicia en 1988, cuando los habitantes de Nagorno-Karabaj reclamaron la transferencia del territorio de Azerbaiyán hacia Armenia. Con la disolución de la Unión Soviética en 1991, y al calor de los nacionalismos puberterianos de aquella época, el conflicto armado entre ambos países estalló. Nagorno-Karabaj declaró su independencia en plena guerra, con la intención de ser incorporada eventualmente a Armenia. El enfrentamiento terminó en 1994 con la victoria armenia, que no solo quedó controlando de facto el territorio de Nagorno-Karabaj sino también otros territorios –puntualmente siete distritos– azerbaiyanos, donde no vivía, como en el primer caso, población armenia.

¿Viste el mapa de la BBC que está unos párrafos más arriba? Bueno, ese territorio que te mencioné recién es el de las rayas blancas y rojas. Hoy, Azerbaiyán ya ha recuperado algunos de esos territorios, que Armenia considera un cordón de seguridad entre su país y la región de Nagorno. Acá abajo te dejo un mapa, actualizado hace unos días, con el estado de situación según reporta Azerbaiyán. En azul los supuestos avances azaríes. 

Esta distinción entre la región de Nagorno-Karabaj, donde viven más de cien mil personas de origen armenio bajo el gobierno de una república autónoma dependiente de Armenia, y los distritos de alrededor, algunos de los cuales se encontraban despoblados, es importante para entender el devenir del conflicto actual. Azerbaiyán, con el apoyo de Turquía, está bombardeando toda la zona, pero hasta ahora solo ha recuperado una parte de estos distritos. 

Volvamos a 1994. Te decía que la guerra terminó con un descalabro humanitario y un cese al fuego que fue humillante para Azerbaiyán. Dos años antes se había formado un espacio diplomático – crucial para el fin del enfrentamiento– llamado Grupo de Minsk, que está co-presidido por Rusia, Francia y Estados Unidos. Desde entonces este grupo ha intentado llegar a una solución pacífica en el reclamo territorial entre ambas partes (o tres si contamos al gobierno autónomo). Las negociaciones nunca se tradujeron en un éxito concreto, definitivo, pero sí fueron importantes para interrumpir y matizar los enfrentamientos armados que sucedieron, en mayor o menor medida, después de la guerra de los noventa. En 2016, por ejemplo, hubo un estallido fuerte, que se prolongó durante 4 días y dejó más de 200 muertos. En ese entonces, Estados Unidos, en pleno ocaso obamista, jugó un papel importante, junto con Moscú, para encauzar el conflicto por vías diplomáticas. El contraste ayuda a entender parte de las condiciones de posibilidad externa del choque de estos días: en el episodio actual Estados Unidos fue el último país en emitir un comunicado pidiendo el cese al fuego y la vuelta a las negociaciones. 

En julio pasado hubo un enfrentamiento que terminó con decenas de muertos. El académico ruso Sergei Markedonov nota que este último episodio fue distinto a los anteriores porque no estuvo seguido de un acercamiento diplomático. El conflicto, entonces, podía volver en cualquier momento. Y en julio también hubieron otros movimientos. Protestas masivas irrumpieron en Azerbaiyán pidiendo abiertamente por una guerra contra Armenia. Por otro lado, el canciller azerí, una figura que insistía en la vía diplomática para lograr avances, fue destituido. Su salida se interpretó como un cambio en la posición hacia el conflicto. Unas semanas más tarde, Azerbaiyán y Turquía comenzaron un ejercicio militar en conjunto que también fue interpretado como un mensaje hacia el territorio disputado. Según detalla la periodista turca Amberin Zaman, parte del armamento utilizado por el ejército de Erdogan durante el ejercicio se quedó en el país. 

Si bien ambas partes se acusan de haber iniciado el último episodio, parece haber cierto consenso en el análisis internacional de que fue Azerbaiyán, empoderado por Turquía, quien comenzó la última ofensiva. Además de los elementos citados previamente, es Azerbaiyán, no Armenia, el que tiene incentivos para un cambio en el statu quo territorial. La asimetría militar también invita a la cautela: el gasto en Defensa de Azerbaiyán es entre 5 y 6 veces mayor al de Armenia, según datos del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI). Y esto sin contar la situación global. 

Abramos un poco más el lente. 

El ajedrez externo

La vinculación de jugadores externos en el conflicto es importante, en primer lugar, porque de ellos depende el desenlace, pero también por las consecuencias geopolíticas del enfrentamiento. 

Los dos protagonistas principales son Rusia y Turquía. Erdogan siempre ha tenido una postura favorable al reclamo territorial azerí, pero la retórica empleada en las últimas semanas (“Hasta que Nagorno-Karabaj no sea liberada de la invasión la lucha va a continuar”), la provisión de armamento y guía militar y el presunto envío de mercenarios sirios al territorio hacen que el involucramiento hoy sea uno de los factores de quiebre en el conflicto. Si esta vez es diferente es en gran parte por la vocación de Turquía de participar activamente. Y es lo que ayuda a entender la percepción de los armenios ante un conflicto que, para ellos, no es únicamente con los azaríes sino también con el país que perpetuó su genocidio a principios del Siglo XX. “Esto es la continuación del genocidio”, me dijo un dirigente de la comunidad armenia cuando le pregunté si era posible separar ambos capítulos.

Turquía está mandando un mensaje. El Cáucaso es desde hace más de un siglo una zona de influencia de Rusia, que en cada uno de los estallidos ha jugado el rol de máximo mediador. Moscú tiene una importante base militar en Armenia y ambos países comparten el Tratado de Seguridad Colectiva, que los obliga a salir en defensa de la otra parte en caso de un ataque externo. Rusia por ahora ha decidido esperar, pero no ha violado el tratado: como la República de Artsaj/región de Nagorno Karabaj no es per se un territorio armenio, la obligación, por ahora, no corre.

Pero ese no es el punto. Cada día que pasa, y ante la evidencia cada vez más abrumadora de que Turquía no solo manda drones sino también aviones y soldados al territorio, el dilema para Putin crece. Erdogan, con el que ya tiene roces en Siria y en Libia, lo está provocando. El presidente turco ha decidido volver a testear a Rusia, esta vez en su patio trasero. Por eso lo que haga –o no haga– Putin tiene relevancia por fuera del Cáucaso. El problema de las líneas rojas es que solo existen cuando el que las traza está dispuesto a hacerlas cumplir. 

Una lectura posible sobre la pasividad de Rusia hasta el momento es que el Kremlin está dispuesto a que Azerbaiyán recupere algunos territorios para luego volver a ocupar el lugar de árbitro y gestionar un nuevo cese al fuego y statu quo territorial, ante la impotencia manifiesta del resto del Grupo de Minsk, que quedaría debilitado. Esto también puede ser un mensaje, en modo de tirón de orejas, hacia el actual gobierno armenio, que ha tomado distancia de Moscú desde que llegó al poder en 2018 tras una ola de protestas que mostró elementos similares a las revoluciones de colores –aunque sin el componente marcadamente europeísta y antirruso– que azotaron al vecindario en los últimos años. 

El Kremlin, por otro lado, también le vende armamento a Azerbaiyán y ha intentando mantener buenas relaciones con el país, que es rico en gas y petróleo y se encuentra estratégicamente localizado en las puertas del Mar Caspio, uno de los corredores de exportación a Europa. Esto último vale tanto para Rusia, un competidor en la materia, como para Turquía, un importador. Y explica el por qué de la brecha económica –que se traduce en el gasto de Defensa– entre Azerbaiyán y Armenia, superior a la que había en la guerra a principios de los noventa. Esta es otra de las condiciones de posibilidad para recuperar territorios. 

Azerbaiyán combina el armamento turco –principalmente drones– con el que le compra a Israel, otro país con el que goza de buenas relaciones y al que le vende petróleo. El intercambio no es solo comercial: como bien apunta Ezequiel Kopel, ambos comparten canales de inteligencia respecto a Irán, el Gran Otro de Israel en el mapa regional con el que Azerbaiyán comparte frontera. Teherán, por otro lado,  también tiene incentivos para que la guerra no se desboque. “Irán parece apoyar militarmente más a Armenia pero debe fluctuar entre un apoyo real y declaraciones de mesura debido a que posee una gran población azerí dentro de sus propias fronteras”, escribe Kopel. Hay más azeríes viviendo en Irán que en la propia Azerbaiyán. 

Volviendo al dilema para Putin, otra lectura posible es que Rusia simplemente no esté dispuesta a enfrentarse a Turquía militarmente en el Cáucaso o quiera postergar ese escenario todo lo que pueda. En cualquier caso, la maniobra de Ankara, miembro de la OTAN, es una demostración más de que la erosión de las reglas del orden liberal contra el cual Putin ha rivalizado también produce efectos –y amenazas– colaterales, como se puede observar en el caso del aventurismo militar turco. Es un jugador no occidental quien ahora está cuestionando las ambiciones regionales de Rusia. Y occidente lo sabe: por algo Emmanuel Macron, con mejor olfato global que doméstico, propone volver a tender puentes con el Kremlin. Detrás de esa corazonada se encuentra otra certeza de mediano y largo plazo: el ascenso –en todos los planos– de China. 

Rusia y Turquía ya han sabido acomodarse en otras zonas de roces. ¿Hay lugar acá para eso? ¿Cuáles serán las consecuencias de esta tensión? La pregunta por las líneas rojas importa.

El futuro inmediato del conflicto armenio-azerí

“Estados Unidos está abocado a su contexto electoral y no se muestra interesado en el conflicto. Rusia está lidiando con una intensa agenda interna, marcada por el regreso de Navalny y protestas masivas en el país y alrededores (esta semana se sumó Kirguistán). Armenia está solo, y eso le conviene a Azerbaiyán”, me explica Paulo Botta, director del Programa Ejecutivo en Medio Oriente de la UCA y quien me ayudó a comprender el contexto del conflicto. Azerbaiyán, me apunta Paulo, ha ocupado hasta ahora tierras bajas. El esfuerzo militar ahora es mayor, al centrarse en las alturas y a meses del invierno, pero las posibilidades están. “La diferencia militar es tan grande que Azerbaiyán, contando con el apoyo de Turquía e Israel, y ante la pasividad de Rusia, tiene chances de lograr avances significativos”. En el medio de ese cálculo hay cerca de cien mil personas en la zona que se encuentran amenazadas, si bien una gran parte ha abandonado el territorio. 

Para Paulo hay tres escenarios posibles. El primero es que Azerbaiyán se conforme con avanzar y recuperar algunos territorios –principalmente los distritos– para ofrecerle el regreso a los azeríes desplazados en la guerra de los noventa y su presidente lo capitalice domésticamente. El segundo es que este avance sea la excusa para una nueva negociación diplomática donde el país parta desde una posición más fuerte y empuje a un nuevo statu quo. Ambos países mostraron disposición a negociar un alto al fuego, pero Azerbaiyán reclama un nuevo arreglo territorial que para el Primer Ministro armenio sería muy difícil de vender hacia dentro. El nacionalismo corre para ambos lados. El tercer escenario, según Botta, es que Azerbaiyán avance hasta ocupar la totalidad del territorio. 

La diplomacia del cese al fuego no debe subestimarse. Lo que queda cada vez más claro para los armenios con el correr de los días es que el statu quo territorial va a ser otro. Pero es difícil, sino imposible, trazar cálculos en medio de un conflicto como el de ahora. Armenia está en desventaja militar pero tiene con qué defenderse y ya lo ha hecho. Misiles lanzados desde Nagorno-Karabaj han alcanzado Ganja, la segunda ciudad más importante de Azerbaiyán, que ha reportado civiles muertos. Eso quiere decir que el conflicto ha desbordado oficialmente la región en disputa. La cosa ya escaló. 

En Ereván, la capital de Armenia, se respira preocupación. “Casi todas las familias tienen a alguien sirviendo, o que forma parte de la reserva militar y fue llamado, o que se registró como voluntario. Eso marca una preocupación mayor. Para cada familia, esto es personal”, me cuenta Betty Arslanian, corresponsal de Diario Armenia en Ereván. Ya se han anunciado medidas de prevención por si los bombardeos alcanzan la capital. Betty dice que el clima está marcado por la tensión, pero que la sociedad está comprometida y movilizada para asistir a los soldados y a las familias de Artsaj. 

–El devenir de la guerra lo va a marcar la diplomacia –dice Pablo González, seguro,  desde Stepanakert. 

PICADITO

  1. Trump asegura que contagiarse de coronavirus “fue una bendición de Dios”.
  2. Qué dicen las dos resoluciones sobre Venezuela aprobadas en el Consejo de DDHH de la ONU.
  3. Una ola de protestas irrumpe en Tailandia; hay olor a fin de ciclo.
  4. Parlamento Europeo: así como está, el acuerdo Mercosur-UE no se aprueba; dardos a la política ambiental de Bolsonaro.
  5. La Justicia griega sentencia que el partido neonazi Amanecer Dorado es una organización criminal.

QUÉ ESTOY LEYENDO 

En los últimos días el New York Times publicó dos especiales muy buenos. El primero, en inglés, es una investigación sobre cómo los republicanos están intentando limitar el voto de cara a la elección, usando como excusa el discurso –falso– del Presidente acerca del fraude. El segundo, con textos en español, es una serie interactiva sobre el futuro del Amazonas. Una radiografía robusta sobre un espacio vital en la crisis climática.  

LO IMPORTANTE

No quiero ni mencionar el debate de candidatos presidenciales en EEUU y menos aún el de vicepresidentes. Solo quiero que veas este fragmento de la parodia a cargo de Saturday Night Live, donde Jim Carrey hace de Biden. Una buena noticia de esta semana es que va a haber más.

Por último, te dejo un buen resumen gráfico del escándalo que estalló en Reino Unido, que no pudo registrar 16 mil positivos en su lista de contactos porque el Excel donde cargaban los datos no admitía más filas. 

De todas maneras, un inutil como yo, antes que juzgar a la administración británica, comprende y banca. Al Excel no se le debate, mucho menos se lo busca domesticar. Al Excel se lo combate hasta la extinción.

Esto fue todo por hoy. Como dije, es una alegría volver a escribirte. 

Nos leemos el jueves.

Un abrazo, 

Juan

Cree mucho en el periodismo y su belleza. Escribe sobre política internacional y otras cosas que le interesan, que suelen ser muchas. Es politólogo (UBA) y trabajó en tele y radio. Ahora cuenta América Latina desde Ciudad de México.