Es un newsletter de emergencia baby

Encontremos un respiro a la infodemia.

Holis, ¿cómo andás?

Soy Agostina, si me seguís en redes tal vez me conozcas como La Barbie Científica, pero mis amigues me dicen Pitu.

Nos está tocando conocernos en un momento raro. La idea de este newsletter es hablar de políticas públicas, producción de conocimiento y derechos. Y no es que ahora no se pueda, claro, de hecho vamos a intentar hacerlo, pero la agenda está como limitada, ¿no?

Así que como si fuéramos adolescentes que se conocieron el mes pasado y flashearon cuarentena en compañía, mientras dure la pandemia te voy a escribir todas las semanas. Y, por supuesto, vamos a hablar de coronavirus.

Al aislamiento, paz y ciencia

A esta altura de los acontecimientos, seguro tengas el teléfono lleno de audios, videos, memes, notas y capturas de pantalla apocalípticas. En este contexto, se hace difícil saber qué es verdad y qué no, por eso es importante difundir cierta información clave que nos permita generar un piso de conocimiento y desde ahí profundizar. Si todavía no la leíste, te recomiendo esta nota de Flor Halfon con tips para prevenir contagios y un buen resumen sobre la capacidad de respuesta de nuestro sistema sanitario. También podés leer esta entrevista de Pablo Esteban al virólogo Juan Manuel Carballeda en la que se explican algunas cuestiones básicas sobre la estructura del virus y lo que hace en nuestro cuerpo. Y si seguís teniendo dudas podés seguir la cuenta @coronaconsultas en redes sociales, donde científicos y científicas locales responden preguntas e inquietudes.

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Un nueva palabra: infodemia. Describe este fenómeno de sobredosis de data y poca confianza que estamos viviendo y que muchas veces genera ansiedad. Leemos, escuchamos y vemos informes contradictorios mientras estamos encerrados en nuestras casas y no entendemos bien por qué nos estamos privando de ver nuestros seres queridos o de salir a caminar. Por eso, lo primero que hay que entender es que la cuarentena es una decisión de política sanitaria y no de acumulación de evidencia. ¿Qué quiere decir esto? Que al ser un virus nuevo hay mucho que desconocemos sobre él y que, así como toda nuestra vida se está dando en condiciones extraordinarias, la ciencia también.

Sobre otras enfermedades tenemos información acumulada durante años en las más variadas condiciones y territorios y para muchas existen vacunas y medicamentos. En este caso no tenemos estudios específicos que nos permitan saber con exactitud cuál es su comportamiento ni contamos con tratamientos especiales. Por eso, las políticas públicas se valen de la experiencia de otros países, ponderación de los efectos sobre la economía, comparaciones con epidemias similares y otro tipo de información que no es solo la que se produce en los laboratorios. Entonces, dado que no tenemos los medios para hacer que el virus sea menos contagioso o generar inmunidad colectiva, el foco está puesto en no saturar el sistema de salud.

La idea de este newsletter es que encontremos un respiro a la infodemia y podamos incorporar información de calidad y discutir qué hacer con ella. Como nos estamos conociendo, te cuento que una de mis formas preferidas de hablar de ciencia es refutar mitos. No sé si soy comunicadora científica tanto por una vocación de servicio comunitario como por lo mucho que disfruto los debates que se arman en las sobremesas cuando niego un refrán o la eficacia de un remedio casero. Así que acá van dos mitos sobre coronavirus.

¿Es cierto que el virus se desintegra con el calor?

Cuando sale de las células de nuestro cuerpo, el coronavirus se lleva un pedazo de membrana celular. Eso le brinda consistencia pero lo vuelve menos resistente en el ambiente. El frío en general ayuda a que los virus se conserven por más tiempo, pero esto no quiere decir que a altas temperaturas se mueran todos. A veces lo que pasa es que si hace calor resisten menos tiempo a la intemperie.

Lo importante: saber que el virus no está en el aire, está en las personas y en las cosas que tienen contacto con las microgotas de saliva.

¿Es verdad que es un virus creado en un laboratorio?

No. Al analizar el genoma del virus, los investigadores vieron, entre otras cosas, que cuando el coronavirus se une a la célula lo hace en el mismo lugar que el virus del SARS, pero que su estructura hace que este agarre sea 10 veces más fuerte. Cuando en los programas de computadora que los científicos suelen usar para predecir el comportamiento de un virus se introducen las características de la “corona” (que es la parte que se une a la célula) y de su receptor, indican que no serían tan compatibles, pero sin embargo lo son. Entonces ¿por qué alguien al crear un virus hubiera elegido esa estructura si con las herramientas disponibles no podía predecir su éxito? Por otro lado, para crear un virus hay que usar otro de modelo y hacerle modificaciones, pero el virus más cercano a este nuevo coronavirus es uno presente en los murciélagos y no fue descubierto hasta después del brote.

Lo importante: antes de creer en teorías conspirativas sobre el origen del coronavirus, tal vez sea mejor preguntarnos sobre su relación con nuestras prácticas. Al haberse transmitido de animales a humanos, vale la pena cuestionar la influencia de factores como la deforestación y cómo las consecuencias del cambio climático están cambiando los hábitos de las especies y sus relaciones.

Crónica de una pandemia anunciada

Siguiendo con el tono primera cita de este newsletter, te cuento que allá lejos y hace tiempo estudié ciencias ambientales (sí, soy científica posta). Cada vez que agarraba un apunte, en el top 5 de resultados del cambio climático aparecía la palabra pandemias. Y aunque sabemos hace tiempo que las causas del cambio climático son antropogénicas (derivadas de la actividad humana), las cuestiones relacionadas con ecosistemas, fenómenos meteorológicos o animales muchas veces se presentan como algo fuera de nuestro control o inevitable.

Desde la vaca loca hasta el coronavirus, un camino pavimentado por la gripe aviar y la porcina nos lleva a reflexionar sobre la relación entre personas y animales. Durante los últimos años, las zoonosis (enfermedades transmitidas de animales a humanos), ocuparon los titulares más apocalípticos, las mentes más brillantes y las gestiones de salud pública más urgentes. Hoy, el mundo está en vilo por una pandemia que no se sabe exactamente de dónde viene aunque la evidencia apunta al contacto con murciélagos.

Tal vez la primera pregunta pertinente sea acerca de qué cambió en la relación entre especies durante las últimas décadas. Y si bien es algo complejo y multifactorial, poner el foco en la deforestación y sus consecuencias puede ayudarnos a ordenar algunos pensamientos.

Se estima que entre 1990 y 2016 se han perdido 1.3 millones de kilómetros cuadrados de selva y bosque. Esto no solo quiere decir que muchos animales viven en nuevas áreas por pérdida de su hábitat, sino que como consecuencia de la actividad económica, ahora muchos humanos están en zonas otrora deshabitadas por nuestra especie. Mientras que los árboles que aún quedan en pie albergan tanto especies autóctonas como desplazadas que antes no se cruzaban, las fronteras de eso que llamamos civilización se extienden cada vez más sobre los ecosistemas, generando interacciones nuevas y abruptas en las que no hay tiempo de adaptación entre organismos.

Las zoonosis surgen también como consecuencia de estas nuevas relaciones, en la que microorganismos que se desarrollaron durante muchísimo tiempo en ciertos huéspedes se encuentran de repente con otros sin respuesta inmune y encuentran una oportunidad única de propagación.

Por otro lado, la deforestación tiene efectos concretos sobre el cambio climático, principalmente al aumentar las emisiones de gases de efecto invernadero por la combustión de biomasa (o sea cuando se queman los árboles) aunque también hay otros factores como el cambio en el balance de dióxido de carbono y oxígeno y la reflectividad del suelo. Si bien la tala indiscriminada no es la única causa del aumento de las temperaturas, no es difícil trazar una relación entre ella, los climas cambiantes y la modificación en los hábitos de las especies. En nuestro territorio, por ejemplo, observamos que los casos de dengue se multiplican en zonas que antes no eran endémicas en las que hoy la reproducción de mosquitos se facilita por el calor.

Además, hay que tener en cuenta que en muchos casos la deforestación está ligada a la ganadería. Esto implica no solo el desplazamiento de unas especies para la introducción de otras, sino condiciones muy especiales derivadas de la explotación intensiva del suelo, de los animales para consumo y de las personas que trabajan en este sector. Monocultivos para la alimentación del ganado, uso de agrotóxicos, hacinamiento, residuos patogénicos, trata de personas con fines de explotación agrícola y vulneración de derechos laborales son algunos de los factores a considerar respecto a la relación actual entre humanidad, el resto de los animales y el entorno.

Sobre esto, entonces, vale pensar que el rol de nuestros gobiernos respecto a la ciencia no tiene solo que ver con utilizarla como herramienta para frenar la propagación del coronavirus, sino con articular las políticas en función de los diagnósticos, ya que hace rato que las investigaciones acumulan evidencia sobre los efectos del modelo extractivista.

Viveza criolla al servicio de la comunidad

Fiel a la noble tradición de atarla con alambre, Argentina va a liderar un ensayo clínico en el que una droga que se usa para otra cosa se probará en el tratamiento de cuadros graves causados por infecciones de coronavirus. Esto se suma a una tendencia mundial, ya que además de invertir en el desarrollo de nuevos fármacos y vacunas, muchos países están probando drogas indicadas para otras enfermedades. En este caso, será la colchicina, un antiinflamatorio que se le administra a los pacientes con gota.

El ensayo, que ya está aprobado por ANMAT, enrolará hasta 3.000 pacientes graves hospitalizados que quieran participar. A una parte se les administrará el tratamiento actual y a otros se les agregará una dosis de colchicina durante 14 días. La idea de esto es poder ver las diferencias para saber si el fármaco mejora el cuadro o no de una manera que no recarga al personal de salud, ni en cuanto a las tareas de atención (solo hay que sumar una droga más) ni en las administrativas (el enrolamiento y el reporte de seguimiento fueron diseñados de manera simple).

Como te conté antes, la hipótesis más difundida sobre las causas de los cuadros graves es la de una respuesta exagerada del sistema inmune. La colchicina, al ser un antiinflamatorio potente, moderaría esta respuesta al no permitir la hinchazón desmedida de las vías respiratorias.

Bonus track: ¿y la vacuna para cuándo?

Estamos en un momento en el que la investigación sobre el virus prolifera a una velocidad vertiginosa y hay una inversión de recursos extraordinaria para encontrar curas y tratamientos. Así como Argentina lidera los ensayos con colchicina, otros países también están probando qué pasa cuando se expone al coronavirus a drogas que comúnmente se usan para otras cosas. Y además, hay más de 20 vacunas en desarrollo.

Después del escándalo que desató Donald Trump al ofrecer 1000 millones de dólares a una firma alemana para que le vendiera la vacuna contra el coronavirus y usarla solo en Estados Unidos, un equipo de la ciudad de Seattle anunció en marzo que iba a iniciar los primeros ensayos clínicos en humanos, un paso necesario para autorizar la producción y distribución de un medicamento. Lo inusual de este estudio, es que saltearon la etapa de testeo en animales.

En Australia, en cambio, están inyectando hurones con dos vacunas preliminares y esperan pasar a la fase humana a fines de abril. Es importante tener en cuenta que aunque estos procesos se están dando rápidamente, entre el éxito de un ensayo clínico y la producción en masa de un fármaco hay una diferencia bastante significativa y que los expertos señalan que habrá que esperar como mínimo hasta la segunda mitad de 2021.

Muchas vacunas conocidas funcionan con micro exposiciones, es decir que tienen virus o bacterias debilitados, o inclusive partes de ellos, que lo que hacen es generar una respuesta del sistema inmune, los famosos anticuerpos. La idea es que el cuerpo aprenda a reconocer estos patógenos y sepa cómo defenderse, para que al exponernos a los microorganismos tal como existen en el ambiente podamos activar estos mecanismos y que la infección no pase a mayores.

En el caso del coronavirus, el enfoque es otro. Como ya conocemos la secuencia genética del virus, lo que muchos grupos de investigación están haciendo es insertar partes de este código genético en otros virus inofensivos. Así, infectando a alguien con estos organismos inocuos, se podría dar cierta inmunidad también en caso de contacto con el coronavirus. Otros, lo que están probando es la inyección directa de fragmentos de material genético para que una vez dentro del cuerpo comiencen a producir algunas proteínas virales y el sistema inmune genere mecanismos de defensa a partir de ellas.

Por ahora, lo único que podemos hacer es lavarnos las manos, toser en el pliegue del codo y evitar tocarnos la cara. Aún en el caso de que se logre desarrollar una vacuna, falta para que esté disponible y es probable que en las etapas tempranas se priorice que la reciban ciertas poblaciones como personal de salud o personas que realizan tareas de cuidado para ancianos.

Si la información de este newsletter hizo que empezaras a considerar que la ciencia es importante para pensar la coyuntura, ya es un montón. Y si te copás y me mandás opiniones, dudas, desacuerdos y elogios y lo pensamos juntes, es un montonazo y, además, hermoso.

Te mando un beso enorme y nos leemos el lunes que viene,

Agostina

Soy comunicadora científica. Desde hace tres años formo parte del colectivo Economía Femini(s)ta, donde edito la sección de ciencia y coordino la campaña #MenstruAcción. Vivo en el Abasto con mis dos gatos y mi tortuga. A la tardecita me siento en algún bar del barrio a tomar vermú y discutir lecturas con amigas.