Enemigos íntimos

Argentina-Brasil juegan el martes en San Juan. Amores y rivalidades. Maradona-Pelé. Messi-Neymar.

Pablo Giuliano, corresponsal argentino desde hace diecisiete años en Brasil, abrió hace unos días la puerta de su domicilio, en la zona sur de San Pablo. Tenía puesta la camiseta de la selección, como volverá a hacerlo este martes cuando Argentina y Brasil se enfrenten en San Juan ambos en su marcha ya indetenible hacia el Mundial de Qatar. “¿Argentino?”, le preguntó el empleado de Comgás a Giuliano. El hombre le mostró entonces a Pablo una foto de su hijo de quince años. Y el nombre del adolescente: “Vitor Riquelme”. Y le mostró luego el nombre de uno de sus grupos de whatsapp. “Torcida Boca Juniors”, en el que él y sus amigos hablan “de fútbol argentino”. Nacido en una favela de Santos, el empleado de Comgás le contó a Giuliano que llamó “Vitor Riquelme” a su hijo deslumbrado por el juego de Juan Román Riquelme en las finales de Copa Libertadores que Boca ganó a Palmeiras (2000) y Gremio (2007).  

Hay muchas más señales que muestran que el caso del hijo del gasista no es aislado, sino una característica del hincha brasileño. Una característica, claro, que es absolutamente imposible de ver entre nosotros. ¿Qué hincha argentino impone a su hijo el nombre del crack rival? Lena, hija del mismo Giuliano, aprobó el año pasado un difícil ingreso a la Universidad de San Pablo (entraban 30 de 600). En la lista de alumnos había un “Riquelme” y otro “Rikelme”. En 2019, el fútbol brasileño vivió una de sus mayores tragedias. Diez juveniles muertos en un incendio nocturno en el predio de Flamengo, Ninho do Urubu. Uno de los pibes fallecidos se llamaba Rykelmo de Souza Viana. Un informe oficial de 2016 daba cuenta del nacimiento de 14.037 Riquelmes, Rikelme, Rikelmi, Riquelmo o Rykelmo. Todos nacidos a partir del año 2000, cuando Juan Román inició el reinado continental con el Boca que dirigía Carlos Bianchi. El nombre de Riquelme y sus variantes registraba un crecimiento de casi el siete mil por ciento y superaba los clásicos Ronaldo o Ronaldinho. Hace cuatro meses la selección jugó (y ganó) la Copa América en Brasil. Nos cansamos de ver hinchas brasileños con camisetas (de Argentina o de Barcelona) que tenían el nombre de Leo Messi. Messi parecía más querido que el propio Neymar.   

“BRASIL DECIME QUE SE SIENTE” 

Esta otra experiencia es personal y la viví con un grupo de colegas. En pleno Mundial de Brasil 2014, buscábamos un bar en San Pablo para ver “con clima brasileño” el partido de primera ronda que Argentina le ganó 3-2 a Nigeria, en Porto Alegre. Terminamos en Artilheiros, un bar de Vila Madalena, viendo de qué modo una decena de brasileños con camisetas argentinas celebraba cada jugada con canto de tribuna nuestra. “Tomala vos/ dámela a mí/ el que no salta es de Brasil”, cantaban Aparecido, Tiago, Vitor y otros, envueltos en una bandera que decía “Hinchada Argentina. Sao Paulo. Br”. Sí. Eran brasileños hinchando y cantando por Argentina en un barrio importante de San Pablo en pleno Mundial de Brasil. Me contaban su envidia por la pasión del hincha argentino. Se sumaban a nuestro himno, cantaban que “somos locales otra vez” y que “yo te sigo a todas partes”. Y, el colmo, coreaban el célebre “Brasil, decime qué se siente” y que “Maradona es más grande que Pelé”.  

Y ahí nos detenemos. Alex Sabino, editor en Folha, principal diario de Brasil, me cuenta que, solo para responder a esa provocación del Mundial 2014 (del “Brasil decime qué se siente” y que “Maradona es más grande que Pelé”), los hinchas de la selección brasileña dedicaron por primera vez un canto a Pelé. Fue aquella canción, no muy ingeniosa, que dice que “solo Pelé” tiene “mil goles” y que Maradona es “cheirador” (drogadicto). “Una canción horrible”, me dice Sabino. Alex tiene un programa (junto con sus compañeros Bruno Rodrigues y Sergio Trivelato) que se llama “No cabare de Blas Giunta” (En el cabaret de Blas Giunta, se puede escuchar por Spotify). ¿Blas Giunta? “Es que nos gusta la cultura de cancha, de más pasión, garra, es algo que para nosotros brasileños nos resulta fascinante del fútbol argentino”, dice Sabino. Y acota que justamente esa pasión del hincha argentino con la selección termina provocando entonces que el brasileño (para no ser menos) duplique su aliento solo cuando la verdeamarilla juega contra la blanquiceleste. Y lo hace en otra ocasión más: cuando llega el Mundial.   

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DIEGO VS O REI

Tanta pasión que los brasileños envidian, genera sin embargo entre nosotros un fútbol de excesiva alta tensión. Se combate más que se juega. Y se combate también afuera de la cancha, porque sufrimos desde hace décadas la violencia de quienes se sienten los dueños de esa pasión (las barras). Y genera también un fútbol ombliguista. Hace solo un mes, en el primer duelo Argentina-Uruguay de la eliminatoria, en el Monumental, el triunfo lucido, 3-0, con “olé” final, llevó a numerosos comentaristas de la tele a decir que la selección ya no tenía casi rivales en la región y que solo faltaba medirnos contra los más poderosos de Europa para confirmar nuestras pretensiones mundialistas en Qatar. Cuatro días después, Brasil dio un baile aun mayor a Uruguay (4-1 engañoso, debió ser más), pero el hecho pasó casi desapercibido. Por un lado, Uruguay no está bien y, si no mejora, es muy probable que ni siquiera se clasifique a Qatar. Y, por el otro, Brasil tiene un plantel más rico que Argentina. Basta ver la cantidad de jugadores brasileños que son figuras en varios de los equipos más poderosos del mundo. Real Madrid, Liverpool, Manchester City, Chelsea, PSG. Cuando Messi está ausente o liviano, Argentina, como sucedió el viernes en Montevideo, pasa a ser una selección-obrera. También la competencia regional registra esta temporada un amplio dominio de clubes brasileños. Tienen más dinero de inversores privados y sus equipos monopolizan las finales de Copa Libertadores y Sudamericana. Y, por último, la historia: Brasil ganó cinco Copas Mundiales.   

Brasil y Argentina son los dos países que venden más jugadores por el mundo. Calidad y adaptación. Están tan cruzados por el fútbol que Jair Bolsonaro y Alberto Fernández, sus respectivos presidentes, políticamente opuestos, solo pueden cruzar ironías y sonrisas cuando meten a la pelota en la conversación. Los que también fueron definitivamente distintos han sido Pelé y Maradona. El brasileño jugando para el Cosmos de Estados Unidos, de la mano de Henry Kissinger y los dólares de Warner y Coca Cola. El argentino amigo de Fidel Castro, Hugo Chávez y con aquella vincha que decía “Bush asesino”. Pelé amigo de Joao Havelange (solo lo enfrentó años después pero por razones comerciales). Diego diciéndole “dictador” al presidente de la FIFA. Pelé también reconoció una hija por intimación judicial y sufrió un hijo adicto, pero su vida pública fue siempre cuidada. La de Diego ya sabemos. Ambos saludados por dictadores (Pelé por Garrastazu Medici y Diego por Videla) cuando eran jóvenes y las dictaduras eran gobierno cotidiano en la región. Pero Pelé, ya grandecito, saludando también a Bolsonaro. Diego, kirchnerista. Los dos tuvieron sus documentales en 2021. Diego ni aparece en el del brasileño (“Pelé”, por Netflix). En “Sueño Bendito”, la serie de Amazon de Maradona, Pelé sí aparece y está injustamente retratado. Recibiendo a un joven Diego en una mansión estilo narco y con mujeres semidesnudas en una piscina. La reunión efectivamente se produjo. Pero fue cordial y familiar. 

Los tiempos han pasado. Hoy los nuevos reyes son Messi y Neymar. Ambos sin compromiso político público, más cerca sí de sus marcas y redes sociales, y de personalidades muy distintas, pero muy buenos amigos. Compañeros de equipo antes en Barcelona y ahora en PSG. El martes volverán a verse en San Juan. Por supuesto que son líderes indiscutidos en sus selecciones. Y que son los jugadores más desequilibrantes. Pero el Brasil del DT Tite, con más recursos y más años de trabajo colectivo, disimula mejor cuando le falta Neymar. Aunque pueda ganar, la Argentina de Lionel Scaloni, lo confirmamos el último viernes en Montevideo en el discreto triunfo 1-0 contra Uruguay, sufre en cambio más cuando Messi no está. En Sudamérica, Brasil y Argentina dominan cómodamente. Pero en los Mundiales manda Europa. Y a un año de distancia, Qatar sigue siendo una gran incógnita.

Soy periodista desde 1978. Año de Mundial en dictadura y formidable para entender que el deporte lo tenía todo: juego, política, negocio, pueblo, pasión, épica, drama, héroes y villanos. Escribí columnas por todos lados. De Página 12 a La Nación y del New York Times a Playboy. Trabajé en radios, TV, escribí libros, recibí algunos premios y cubrí nueve Mundiales. Pero mi mejor currículum es el recibo de sueldo. Mal o bien, cobré siempre por informar.