En el nombre del padre

Así como ESPN retrató a Michael Jordan, HBO se sumerge al mundo más oscuro de Tiger Woods.


El momento era conocido, pero igualmente impacta. Es 1996 y Earl Woods afirma que su hijo, talento que hará historia, será “un puente entre Occidente y Oriente” y “hará más que cualquier hombre para cambiar la historia de la humanidad”. Más que “Mandela, Gandhi o Buda”. El hijo es Tiger Woods, que tiene apenas 23 años y está algo incómodo con papá. Sucede en Tiger. El documental flamante de HBO no habla solo del gran golfista negro, acaso el mejor de todos los tiempos, que revolucionó a un deporte de élites. Tampoco se reduce al vínculo padre-hijo, siempre complejo, pero más en este caso, porque el padre es un veterano de Vietnam y porque el hijo es un campeón.

Documental Made in USA, Tiger habla de gloria, caída y recuperación. De fama y prensa miserable. De sexo y de moralina. Y puede lucir más crudo que The Last Dance, el docu de ESPN sobre Michael Jordan, un buen amigo de Tiger. Si Jordan era adicto a las apuestas, Tiger se declara adicto al sexo. Cuenta alguna biografía que una noche, en un club de Nueva York, el golfista preguntó a Jordan de qué modo iniciaba él conversación con las chicas. Y que Nike Air le respondió cortito: “Andá y deciles que sos Tiger Woods”.

Eso, justamente, fue lo que hizo papá Earl. Llevó a su hijo a un popular show de TV para que el niño mostrara su talento. Tiger tenía apenas dos años. Otra imagen muestra cuando le ponen el micrófono. El niño dice que quiere hacer caca. Papá Earl lo tenía horas practicando en el garaje. Mamá Kutilda acercaba la comida. La maestra recuerda que sugirió a los padres que el niño practicara otro deporte. Para qué. La novia de la escuela, Dina Parr, recuerda la primera noche que, tras una fiesta, Tiger se quedó a dormir en su casa. “Mis padres y yo -le escribió Tiger al día siguiente- no queremos saber más de ti. Me estás manipulando”.

Ya estrella incipiente, los ejecutivos de Nike aconsejan a papá Earl contratar a un especialista para que ayude a Tiger a tratar con la prensa. “Ya lo entrené para hablar con los medios, está construido para soportar la presión”, le respondió Earl a la marca. Sí. Tiger nos confirma en el primero de sus dos capítulos que papá Earl fue un pequeño monstruo. Su hijo, claro, terminó ganando todo. Títulos y millones. “En sus manos, un palo de golf se convirtió en una herramienta artística.” El golf, escribió años atrás Thomas Friedman en The New York Times, hecho “física, geometría, geografía y sicología”. Los comerciales de Nike y hasta una Fundación enseñaban a “ser como Tiger”. Cuenta alguna leyenda que Tiger se negó a firmarle una camiseta a Diego Maradona porque no lo consideraba un buen ejemplo. Hasta que un día, claro, papá Earl murió.

Locura en Las Vegas

Tiger solía refugiarse en su yate llamado “Privacy” (decía que le gustaba pasar mucho tiempo allí “porque los peces no piden autógrafos”). Ya llevaba toda una vida ante las cámaras, pero su personalidad seguía siendo un misterio. Una sonrisa de tarjeta de crédito. Como el comercial que explotó su piel negra, pero sin convicción de negritud. La primera emoción pública, llanto descontrolado aferrado a su caddie, sucede en 2006 cuando gana el Abierto Británico. Poco antes había fallecido Earl. Llegaron tiempos de tristeza profunda y descontrol. Las Vegas. Prostitutas de hasta seis cifras. Diez al mismo tiempo, cuenta alguna madama en el documental. Sexo salvaje para escapar, como papá Earl, que también escapaba con un amigo en busca de otras mujeres. “Lo siento campeón, lo siento”, dice llorando en “Tiger” Joe Grohman, el amigo que escapaba con papá, a la vista del hijo. A Tiger, claro, algo más famoso que papá, y que ya era padre de dos hijos, lo persiguieron los perros de la prensa. Escapes vigilados. Notable cómo el editor de National Enquirer cuenta la persecución. Hubo silencio a cambio de una fotografía en portada y una entrevista exclusiva del campeón. Le dicen periodismo.

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La estrella del segundo capítulo de Tiger es entonces Rachel Uchitel, manager de night club, la principal de todas las amantes, reales y falsas, que le contaron los tabloides. Inevitable, Tiger explotó en 2009, cuando ya se había convertido en el primer deportista de la historia que superaba los mil millones de dólares de ganancias. Auto estrellado, esposa humillada y el campeón modelo expuesto a su Lado B. Pide disculpas por TV. Lo sermonizan dirigentes que se enriquecieron con él. Tiger se declara “adicto al sexo” y promete que iniciará tratamiento. Cámaras de la policía exponen el momento de un arresto, Tiger perdido en plena carretera, intoxicado de tanta pastilla. El campeón es lapidado. ¿Habría sucedido lo mismo con un golfista campeón blanco?, se pregunta alguien en Tiger. La “redención” llega con la vuelta al triunfo, el Masters de 2019, y la Medalla Presidencial de la Libertad que le entrega Donald Trump en la Casa Blanca. “God bless America.”

El golfista que invadió Afganistán

Tiger, que hoy tiene 45 años y está 44 en el ranking mundial, acaba de operarse por quinta vez en la espalda. Le quitaron ahora un fragmento de disco presurizado que pellizcaba un nervio. Lesión de golfista, claro, que lo tendrá algunos meses inactivo. Gira bruscamente su cuerpo desde los dos años. Hubo algún momento en que Tiger, que corría doce kilómetros diarios y hacía pesas, ni siquiera podía pararse solo. Pocas espaldas podrían haber soportado tanto peso. Cuando su padre murió, Tiger pensó en dejar el golf y castigó su cuerpo (también tiene cinco operaciones de rodilla).

Tiger jugó a ser Navy Seal, la principal fuerza de operaciones especiales del Ejército de Estados Unidos, como papá. El entrenamiento salvaje hasta simuló un ataque nocturno a un pueblo afgano. Ya había hecho un entrenamiento con esa fuerza dos años antes. Saltó con paracaídas. Tocó tierra y recibió un fuerte abrazo de Earl. “Ahora entiendes mi mundo”, le dijo su padre. Un mes atrás, Tiger jugó un torneo tradicional en el que los grandes jugadores forman pareja con un familiar. Tiger lo hizo con Charlie, 11 años, su hijo menor, fan absoluto de Leo Messi, pero que cambió fútbol por golf cuando vio ganar a su padre en 2019. Charlie también podría comenzar a entender ahora el mundo de papá. Tiger se lesionó jugando con su hijo.

“Solo me estoy asegurando que Charlie tenga el mejor momento de su vida”, dijo Tiger tras ese torneo. Inevitable, el swing de Charlie fue analizado en Internet “como si contuviera el significado de la vida”. El día del debut había más de doscientas personas y varias cámaras de TV observando al niño. Su juego fue más que correcto. De movimientos austeros, ajustados a la discreción del golf, Charlie, cuentan las crónicas, pareció una versión en miniatura de Tiger. Movimiento para descontracturar el cuello, manos en bolsillos si siente frío, agitó agua antes de beber y giró el palo para celebrar un buen tiro. Todo como papá. Lee Treviño, gloria veterana del circuito, participante a sus 81 años en el torneo, se cruzó con Charlie durante la primera ronda, luego de que el niño ya había lanzado sus primeros golpes. “Ahora –le dijo Treviño a Charlie- sabes cómo se sintió tu padre”.

Es periodista desde 1978. Año de Mundial en dictadura y formidable para entender que el deporte lo tenía todo: juego, política, negocio, pueblo, pasión, épica, drama, héroes y villanos. Escribió columnas por todos lados. De Página 12 a La Nación y del New York Times a Playboy. Trabajó en radios, TV, escribió libros, recibió algunos premios y cubró nueve Mundiales. Pero su mejor currículum es el recibo de sueldo. Mal o bien, cobró siempre por informar.