En busca del fútbol perdido para volver a ganar un Mundial

La gambeta y la rebeldía sudamericana para alzar la Copa.

En Brasil, desde hace seis años, los juveniles de las divisiones inferiores de clubes como el Palmeiras entrenan una vez por semana en un terrão, canchas de polvo con piedras en las favelas. El fútbol, notaron, se había robotizado, se había vuelto académico. En los terrão, los equipos emulan un juego más libre, como el de la selección de Brasil campeona del mundo en México 1970, con cinco N° 10. Los entrenadores perciben que los juveniles se divierten, mejoran el control de la pelota, desarrollan la personalidad e incluso valoran jugar en un club. Bajan a tierra.

En la estructura de las selecciones de Argentina trabaja Pablo Aimar, hoy ayudante de Lionel Scaloni, pero entrenador de la Sub 17 desde 2017. Scaloni y Aimar se formaron bajo el ala de José Pekerman, que había entrado en 1994 a la AFA después de haberse curtido en las inferiores de Argentinos Juniors, en “El Semillero del Mundo”, cuna de Diego Maradona. De los 15 mediocampistas y delanteros de la selección argentina en Catar, apuntó el periodista Carlos Arasaki, 11 jugaron alguna vez con la N° 10 (sin contar a Giovani Lo Celso, el gran ausente, y a Aimar, sabemos, también). En sus pies está el destino de la selección.

Brasil y Argentina volvieron en busca del fútbol perdido, a sus orígenes, para intentar devolverle un Mundial a Sudamérica después de 20 años de dominio europeo: Italia (Alemania 2006), España (Sudáfrica 2010), Alemania (Brasil 2014) y Francia (Rusia 2018). Europa abrevó en las fuentes sudamericanas para dar el gran salto hacia adelante luego del pentacampeonato de Brasil en Japón-Corea del Sur 2002. Italia fue el último vestigio de un fútbol siglo XX. España, Alemania y Francia ya combinaron el pase, la gambeta y el juego callejero con el orden y la eficacia. Solventaron los títulos con los proyectos centrados en el fútbol base. También Bélgica, semifinalista en Rusia 2018 tras eliminar a Brasil (13 de los últimos 16 semifinalistas fueron europeos). “En Bélgica, a los cinco años juegan uno contra uno y dos arqueros -explicó Kris Van Der Haegen, director de formación de la Asociación Belga desde 2000-. A esa edad, lo único que quieren es la pelota y gambetear. Empezamos a ver el juego a través de los ojos de los niños. No más padres gritando alrededor de las canchas para que pasen la pelota. No tienen que pasar la pelota: tienen que gambetear. En el proceso del aprendizaje, la gambeta está antes que el pase”.

La gambeta argentina es hija de la necesidad. Nació como oposición a los pelotazos de los ingleses, mimetizados a principios del siglo XX con las clases altas argentinas: en los campitos había que evitar el choque y, sobre todo, cuidar la pelota. Colgarla o perderla significaba una erogación. El antropólogo Eduardo Archetti habló de “una tríada potrero-pibe-gambeta”. En las últimas dos décadas, Europa incorporó la gambeta a su juego más estándar. El arte del engaño, patrimonio orgulloso de Sudamérica. No sólo lo captó de los hijos de los inmigrantes: lo culturizó, lo programó. En Rusia 2018, Francia fue el campeón de la Banlieue, de la periferia de París. Días después de la eliminación histórica en primera ronda en el último Mundial, Oliver Bierhoff, director de selecciones de Alemania, había advertido: “No producimos suficientes futbolistas porque el entrenamiento se ha formalizado demasiado. Necesitamos espacio para los individualistas. Incorporar de nuevo el fútbol callejero a los clubes. Necesitamos crear más espacio para la creatividad y el disfrute”. Lo dijo en una jornada de la Federación Alemana en Frankfurt: “Regreso a la cima del mundo”. Contra ese plus compiten las selecciones de Sudamérica.

Andrés D’Alessandro fue campeón Sub 20 en el Mundial de Argentina 2001 con Pekerman. Jugó 14 años en el fútbol brasileño. Ídolo del Inter de Porto Alegre, retirado este año a los 41, tiene nacionalidad argentina y brasileña. “Los admiramos no sólo por la calidad, sino por la alegría de jugar. Los argentinos sabemos sufrir más, y los brasileños se divierten más que nosotros en la cancha -dice D’Alessandro-. Brasil tiene un poco más de trabajo, con Tite, pero Argentina acortó esa distancia con los resultados y una estructuración muy rápida. No tengo duda: son favoritos a ganar el Mundial, junto a algunos equipos europeos que demostraron en los últimos años tener equipo. Quiero que Argentina gane el Mundial, pero si no lo gana, quiero que lo gane Brasil, obvio”. Brasil es la selección líder en el ránking FIFA, clasificó invicta en las Eliminatorias y perdió cinco partidos de los 76 con Tite. D’Alessandro se crió en La Paternal (aunque nunca jugó en Argentinos, visita siempre la cancha) y patentó una gambeta, “la boba”. En el Día de la Danza en Brasil, el Inter lo homenajeó con un video-recopilación de sus bobas. Jogo bonito.

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Opta Analyst, un medio de narraciones a partir de datos, ubicó antes del inicio del Mundial a Brasil (16.3%) y Argentina (13.1%) con más probabilidades de ganar el Mundial que Francia (12%). “Brasil y Argentina”, los nombró de candidatos Luis Enrique, DT de España, y se hizo el pillo: “No hay nadie en el mundo que los elimine”. En Catar -en las calles, en el subte, en el desierto- abundan las camisetas de Argentina y de Brasil. En Asian Town, barrio de obreros inmigrantes de Doha, hay desfile y aliento para Argentina y Brasil. En Kerala, uno de los estados más futboleros de la India, se golpean entre los que hinchan por Argentina y Brasil. Son las selecciones de Messi y de Neymar.

Soy periodista especializado en deportes -si eso existiese- desde 2008. Lo supe antes de frustrarme como futbolista. Trabajé en diarios, revistas y webs, colaboré en libros y participé en documentales y series. Debuté en la redacción de El Gráfico y aún aprendo como docente de periodismo. Pero, ante todo, escribo. No hay día en la vida en que no diga -aunque sea para adentro- la palabra “fútbol”.