El origen del fútbol según Netflix

“The English Game” (Juego de Caballeros) es una versión “Downton Abbey” en la lucha de clases de la pelota.

La idea es buena. Su ejecución es pobre. “The English Game” (Juego de Caballeros), la serie de Netflix sobre el origen del fútbol, muy difundida en estos tiempos de encierros forzados, fue destrozada en apenas una línea  por Lucy Mangan. “Es Downton Abbey para niños”, escribió la crítica del diario The Guardian. 

Ambas series fueron escritas por Julian Fellowes, un conservador pro Brexit que ayudó a la campaña del hoy premier Boris Johnson, y que ganó el Oscar en 2001 por su guión en Gosford Park. Downton Abbey registró hasta diez millones de espectadores por capítulo en el Reino Unido. Un éxito de seis temporadas. El mundo en un castillo de un siglo atrás. Hundimiento del Titanic, pandemia de gripe española y Primera Guerra Mundial. Y sirvientes que suelen amar a sus patrones. Trabajando veinticuatro horas sobre veinticuatro. Sin feriados, aguinaldo ni vacaciones pagas. Ni hablar de las horas extras. 

La lucha de clases, en modo Fellowes, se hace pelota de fútbol en “The English Game” desde el comienzo (aviso: esta nota tiene algo de spoileo, se hace inevitable). El primero de los seis capítulos abre con el aviso de que “en sus inicios” el fútbol era “un juego amateur dominado por las clases altas, que inventaron sus reglas” (en realidad, los pueblos jugaban desde antes un fútbol salvaje y popular, muchas veces prohibido por las autoridades). 

“The English Game” sigue diciéndonos que hasta 1879, en ese juego ya reglado por las élites, “ningún equipo de la clase obrera” había llegado siquiera a los cuartos de final de la FA Cup (la Copa más antigua del fútbol mundial). Acto seguido, aparece el jugador estrella del campeón Old Etonian, el goleador y capitán Lord Arthur Kinnaird, burgués con sombrero de copa que desciende del carruaje tomando la mano de su esposa, mientras un sirviente sostiene el paraguas. El Lord atiende gentil a los niños que le piden autógrafos y se reúne luego con su insensible padre. Es un banquero acaudalado, preocupado por la continuidad del negocio familiar, y que pregunta entonces a su hijo cuándo dejará de jugar al fútbol. Acto siguiente, es el turno del opuesto. Fergus Suter, albañil de Glasgow, “profesional” encubierto, fichado clandestinamente por Darwen, equipo del norte proletario, de una fábrica textil de Lancashire. Su patrón es un buen hombre. 

 Los dueños de la pelota

Como corresponde, los malos y los buenos tienen sus respectivos halcones y palomas (nadie es enteramente malo, nadie es enteramente bueno y, de paso, así la serie puede extenderse a seis capítulos). En sus cenas de gala, los ricos se enojan porque su rival es un equipo obrero y con dos jugadores sospechados de profesionalismo. Y porque el fútbol, dicen nuestros chicos ricos de Eton, fue creado por ellos y es de ellos (“nuestro juego”). 

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Fellowes tiene título nobiliario. Es barón de West Stattford. Y se le nota. Le cuesta describir las contradicciones de los jugadores obreros. Los más malos, algunos de ellos compañeros de equipo de Suter, se rebelan porque les recortan salarios y casi queman vivo al capo de la patronal (en medio del desastre, el pobre Suter pregunta por qué no seguimos jugando al fútbol). El fútbol, nos sugiere Fellowes,  “ayudó a sublimar el fervor revolucionario de la clase obrera británica”, como ironizó un crítico. “Tú -le dice su propio patrón a Suter- le has dado a la gente algo en qué creer”. El fútbol, unido, jamás será vencido.  

Hay algo aún más complicado, casi imperdonable si hablamos de una serie sobre fútbol. La crónica y las imágenes del primer partido. Al cine, hay que admitirlo, le costó siempre hacer creíble un partido. Es imposible coordinar en la ficción el juego real de ataque vs defensa. La “dinámica de lo impensado”, diría Dante Panzeri, no se adapta a Hollywood. Tampoco a Netflix.

 El atacante suele parecerse al Zorro. Y los defensores al Sargento García y su tropa. Demasiado hábil el primero. Demasiado torpes los segundos. En “The English Game”, tras un primer tiempo pésimo (1-5), Suter le dice en el descanso a sus compañeros de Darwen que no es necesario atacar corriendo todos juntos por el medio, que hay que jugar por las puntas y así crear espacios. Las palabras mágicas de Pep Suter hacen que Darwen se convierta instantáneamente en el Barcelona de Guardiola. Lo que sí es cierto es que el juego de pases escocés pregonado por Suter marcó, efectivamente, una evolución táctica respecto del sistema más atropellado y físico de los ingleses. No contaremos el resultado final de aquel partido. Pero sí diremos que el arquero de Eton (Francis Maridin, el más villano de los burgueses) era también el presidente de la Federación inglesa (FA). El dueño de la pelota. Y lo hace valer. “Mis reglamentos deben ser cumplidos”, exige el arquero-presidente. 

La clase obrera va al paraiso 

Ciertas situaciones y diálogos, excesivamente lineales, dieron pie a la crítica burlona de Mangan en The Guardian. “Omitiré los nombres de los coguionistas de la serie porque posiblemente son jóvenes y tienen familia”. 

Muchos lectores reaccionaron furiosos. Le enrostraron que, acaso por su condición de mujer, ella no comprendía el alma futbolera de la historia. Pero la serie tampoco le gustó a Jonathan Wilson, autor de “La pirámide invertida”, uno de los libros más notables sobre la historia de las tácticas en el fútbol. “El primer capítulo es realmente terrible -dice Wilson-, pero después mejora un poco”. Autor también de un libro sobre la historia del fútbol argentino (“Angeles con caras sucias”), Wilson cuestiona la mirada simplista, aunque no equivocada, sobre la evolución del juego. Afirma que la serie desaprovechó la oportunidad de decir que “El juego inglés”, en realidad, “se convirtió en el juego austríaco, el juego húngaro, el juego argentino y el juego uruguayo”. El fútbol, dice Wilson, “se convirtió en el juego de todos, interpretado de manera diferente por cada cultura que lo adoptó”. José Marial, escritor argentino, ironizó décadas atrás diciendo que “el fútbol es un deporte argentino practicado por primera vez en Inglaterra”. 

El Daily Mail publicó un “verdadero-falso” sobre la serie. El “falso” ganó por goleada. Fellowes alteró fechas, equipos (Blackurn Rovers y Blackburn Olympics), resultados y hasta situaciones. A Suter, por ejemplo, llegó a inventarle triángulos amorosos y hasta un padre borracho y golpeador (total, el buen hombre murió hace más de un siglo). El drama familiar le sirvió además a Fellowes para justificar la “traición” de Suter a Darwen. La realidad fue más simple: Blackburn le pagaba más dinero. 

Sabemos que no fue la primera ni será la última vez que se cambia o simplifica una historia. Además, todo esto no quita valor al sentido y contexto histórico de algunos diálogos de la serie. “¿Te parece justo que trabajando seis días desde las cinco de la mañana hasta las nueve de la noche por poco dinero compitamos contra ustedes que están descansados, bien alimentados y con mucha práctica?”, pregunta por ejemplo Suter a Kinnaird. Los señores ricos sancionan al profesional Blackburn, que amenaza con irse y formar su propia Liga. Discuten entonces Kinnaird (rico ya bueno) y Marindin (rico malo). “¿Acaso debemos entregarle el fútbol a la clase obrera?”, se queja Marindin. “No -responde Kinnaird- debemos compartir el fútbol con la clase obrera”. La final de la FA Cup todavía amateur de 1876 (Wanderers-Old Etonians) convocó a 3.500 personas. La de 1901 (Tottenham-Sheffield United), ya profesional, reunió a 114.815 espectadores. La pelota ya era imparable.  

 El primer lord y la «cristiandad muscular»

La historia dice que, en realidad, Marindin comprendió y apoyó el paso al profesionalismo. ¿Y Kinnaird? Tras su retiro, Kinnaird sucedió a Marindin como presidente de la FA durante treinta y tres años. El libro “Arthur Kinnaird: First Lord of Football”, de Andy Mitchell, lo describe como gran tenista, nadador, atleta y remero. Y también como un evangélico fervoroso que enseñaba a leer y a escribir a los niños pobres y donaba dinero de la banca familiar a caridad y misiones religiosas. El banco se fusionó con otros y terminó convirtiéndose en Barclays Bank, del cual Kinnaird fue director de la junta principal hasta su muerte. Es uno de los bancos que, un siglo más tarde, vaya ironía, terminó implicado en la corrupción de los dirigentes de la FIFA, el célebre FIFAGate. Toni Collins, uno de los mejores historiadores del fútbol británico, nos describe a Kinnaird como un “Alto Comisionado de la Iglesia de Escocia y de la Sociedad Nacional de Vigilancia”. Y que, en tal carácter, encarceló a un escritor por obsceno, por haber publicado textos de Emile Zola y Gustave Flaubert, y alentó además la persecución contra Oscar Wilde, homosexual.   

Kinnaird, figura fundacional del fútbol inglés, seguramente no formó parte del ala dura de la “Cristiandad Muscular”, como llamó la Inglaterra victoriana a la educación deportiva en las “public schools”, las escuelas de élite que debían “formar hombres”. Eran “caballeros” (gentlemen) que, a través del deporte debían transmitir al pueblo los “valores” de las clases altas. 

El 24 de marzo de 1877 había unas tres mil personas en la cancha de Kennington Oval, propiedad de los Duques de Cornwall (sur de Londres), en la final de la FA Cup entre Wanderers y la Universidad de Oxford. Kinnaird, ese día arquero de Wanderers, recibió la pelota de un córner, dio un paso atrás, cruzó la línea y, sin querer, se hizo el primer gol en contra en la historia del fútbol oficial. Kinnaird protestó duro, pero el árbitro Sidney Havell Wright marcó gol. Wanderers terminó ganando 2-1. Sin embargo, los libros oficiales de la FA dijeron 2-0. Borraron el gol en contra de Kinnaird. Recién después de 1980 la FA admitió el error y corrigió el dato.

 Para el pueblo futbolero, “The English Game”, es cierto, tiene momentos que ayudan a superar esta sequía de pelota. Pero, si me dan a elegir (estoy escribiendo jueves de madrugada) sigo viendo los partidos del Mundial de Italia 90 que transmite la TV Pública. No es lo mejor, es cierto. Pero es real. Y juega Diego, Lord de Villa Fiorito. 

Soy periodista desde 1978. Año de Mundial en dictadura y formidable para entender que el deporte lo tenía todo: juego, política, negocio, pueblo, pasión, épica, drama, héroes y villanos. Escribí columnas por todos lados. De Página 12 a La Nación y del New York Times a Playboy. Trabajé en radios, TV, escribí libros, recibí algunos premios y cubrí nueve Mundiales. Pero mi mejor currículum es el recibo de sueldo. Mal o bien, cobré siempre por informar.