El conflicto te lo tiran por la cabeza

En Argentina, gobernar no es evitar el conflicto sino, en el mejor de los casos, poder elegir qué conflicto y con quién.

La semana pasada fue una de las más atareadas desde el inicio del nuevo gobierno. En pocos días se sucedieron las noticias de que Argentina había logrado la participación de casi el 99% de sus acreedores en el canje de deuda, que técnicamente había salido del default, que se había colocado otro satélite en órbita y que el riesgo país estaba en baja. Es decir, por un lado fue una semana con algunas noticias buenas para el gobierno de Alberto Fernández, necesitado de las mismas en el contexto de la gris, inexorable pandemia del COVID y la cuarentena, en donde no hay buenas noticias. 

En este contexto, mentes inquisitivas se pueden preguntar por el timing de la protesta de la policía bonaerense que el miércoles pasado terminó con escenas de policías armados frente a la puerta de la Residencia Presidencial de Olivos. No es, claro está, que le falten razones a los miembros de la fuerza de seguridad provincial para estar insatisfechos: sus sueldos son bajos y, como resaltaron varios, el parate comercial y deportivo causado por la cuarentena eliminó el complemento salarial (que no debería tener necesidad de existir, aclaramos) de los adicionales.

Estos datos son indudables; sin embargo, existen algunos matices llamativos. Primero, las protestas de las fuerzas de seguridad no son frecuentes y no parecen estar necesariamente determinadas por la situación económica inmediata. Es decir, no necesariamente hay más protestas en años económicamente malos: los acuartelamientos y cortes de ruta de Gendarmería y Prefectura (por citar un caso cercano) en 2013 no se dieron en un contexto de crisis económica. Por otra parte, si uno escuchaba las demandas de aquellos agentes autoconstituidos en representantes de sus compañeros (lo cual es, para mí, siempre la mejor conducta: creerle a las personas lo que dicen), aparecían otros elementos de tipo político coyuntural: se escucharon desde apoyos a Chocobar hasta reclamos por la libertad de Lázaro Báez. 

Es cierto también que, al menos mirando los hechos por TV, no se notó un grado muy alto de organicidad ni de planificación en nada de lo sucedido; no apareció una única voz a negociar, las demandas no estaban claramente enunciadas, y la decisión de manifestarse en Olivos parecía más fruto de un impulso (¡vamos a Olivos con los patrulleros, compañeros!) que de un plan. Todo esto no quita, sin embargo, la gravedad del episodio, que debe ser un llamado de atención para este gobierno, y para todos los que le sigan.

En este momento histórico, las fuerzas de seguridad civil latinoamericanas se han convertido en un actor con capacidad de generar amenazas a la gobernabilidad democrática en la región. Cuarenta años de política democrática y la ausencia de hipótesis de conflicto reales “achicaron” real y simbólicamente el rol de las fuerzas armadas del continente. La policía bonaerense tiene más efectivos que el Ejército Argentino; la Ciudad de Buenos Aires es una de las ciudades del mundo con más policías por habitante. 

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La alta prevalencia del delito (América Latina es la región con la mayor incidencia de delitos violentos del mundo), la securitización del discurso público y la fragmentación y polarización espacial social que generó la necesidad de contar con una fuerza de seguridad que operara como “guardafrontera” entre los barrios ricos y sus vecinos los barrios pobres terminaron generando fuerzas de seguridad ciudadana de gran tamaño, militarizadas, acostumbradas a formas de policiamiento violento, con lazos estrechos con el delito, y aún así mal remuneradas y muy poco prestigiadas. Estas policías han mostrado la capacidad de ser un actor movilizado que puede poner gobiernos en vilo (lo hicieron en Bolivia, en Ecuador); sin embargo, no es un actor político capaz de actuar unificadamente como lo eran las FFAA de hace 40 años. Aún al menos.

En este contexto, los conflictos entre los gobiernos provinciales argentinos (que son de quienes dependen las policías) y las fuerzas de seguridad civil no son nuevas. En la provincia de Buenos Aires, en Santa Cruz, en Córdoba, en Neuquén se produjeron manifestaciones o acuartelamientos en el pasado. Nunca, sin embargo, había ido un conjunto de hombres armados a protestar directamente contra un presidente, rodeando una residencia federal. 

La imagen de civiles armados en las puertas de Olivos fue, tal vez, más de lo que el arco político pudo tolerar y terminó empujando al repudio casi generalizado. La Unión Cívica Radical expresó su rechazo a la movilización (aunque su solidaridad con el reclamo), así como el interbloque de Cambiemos en el Senado. Hubieron, sin embargo, dos silencios notables: ni Mauricio Macri ni María Eugenia Vidal dijeron nada. 

Frente a esto, Alberto Fernández respondió haciendo algo que hasta ahora se había negado a hacer: trazar una línea antagonística. Anunció que los fondos que Mauricio Macri había transferido por decreto a la Ciudad de Buenos Aires para el financiamiento de la policía de la Ciudad serían retransferidos (también por decreto) a la PBA para hacer frente a mejoras en la paga y el equipamiento policial. Hizo este anuncio rodeado de intendentes de la PBA y con el apoyo, documento mediante, de 19 gobernadores. 

Por supuesto, Horacio Rodríguez Larreta no se quedó quieto. Al día siguiente anunció que iría a la justicia para defender los intereses de la Ciudad de Buenos Aires, en una puesta en escena que pareció por momentos el lanzamiento de su candidatura presidencial.

Esta semana prueba dos cosas. La primera es que en Argentina el conflicto te sigue y te pisa los talones: gobernar no es evitar el conflicto sino, en el mejor de los casos, poder elegir qué conflicto y con quién. El conflicto te lo tiran por la cabeza. 

La segunda es que el gobierno decidió realizar una apuesta riesgosa: identificar a Cambiemos con porteño y recostarse en el sentido de grievance (desagrado) que las provincias (o al menos aquellas que son la base electoral de su coalición, el NEA, NOA, Patagonia y la PBA) tienen hacia la ciudad del puerto. Esta estrategia tiene sentido: uno de los mayores éxitos del PRO fue poder escapar a su perfil vecinalista y construirse simbólicamente como representación identitaria de la “Argentina del cinturón central” de Santa Fe, Córdoba y Mendoza. Ahora volverá a ser porteño. Además, Rodríguez Larreta venía hasta ahora recogiendo lo mejor de dos mundos: recibía elogios por su perfil moderado y acuerdista, y le pegaba al gobierno cuando le convenía. No es tanto que el gobierno lo haya “subido al ring”, como reconocer que ya estaba metido en él, en shorts y con los guantes puestos. 

También tiene, por supuesto, riesgos. No es casual que los dos presidentes no peronistas luego de Alfonsín hayan saltado a ese sitial desde la intendencia de la Ciudad de Buenos Aires. Con plata propia, con gestión, con buenos números, Rodríguez Larreta tiene ahora la posibilidad de encarnar la oposición al gobierno de Alberto Fernández, empezar a repartir piñas y, con un poco de suerte, ser así el tercer jefe de gobierno porteño en llegar a la presidencia. 

¿Qué opinará Mauricio Macri? Un enigma, salvo por el hecho de que horas después eligió hacerse ver en una conversación con el intendente de Pinamar, Martín Yeza, aún cuando debería estar en aislamiento a la vuelta de Francia. Cual un frenemy, en pocas horas desvió la conversación hacia su persona.

María Esperanza

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Soy politóloga, es decir, estudio las maneras en que los seres humanos intentan resolver sus conflictos sin utilizar la violencia. Soy docente e investigadora de la Universidad Nacional de Río Negro. Publiqué un libro titulado “¿Por qué funciona el populismo?”. Vivo en Neuquén, lo mas cerca de la cordillera que puedo.