El antivacunas más famoso del mundo

El recorrido que transitó Novak Djokovic. Cómo llegó donde está hoy.

Hola, ¿cómo estamos?

Un Facebook Live. Segunda semana de abril de 2020. En su instantaneidad, las redes sociales suelen dejar margen para un comunicado posterior suplicando disculpas. A Djokovic se le escapó: “Personalmente, me opongo a la vacunación y no quisiera ser obligado a darme una vacuna para poder viajar”. Por esos días, el Covid se personificaba en los entierros en fosas comunes en Bérgamo, Italia. Al cocktail negacionista, el serbio lo poblaba con la organización de un torneo de tenis y de fútbol en los Balcanes. Un video de una fiesta nocturna elevaba el escándalo. Días más tarde, junto a  su compañera Jelena anunciaban que eran positivos. Habían violado los protocolos. Al escuchar su declaración en la tierra de Mark Zuckerberg, Andy Roddick le respondía: “Quiero ver si sigue pensando lo mismo cuando le prohíban jugar un Grand Slam”. Nole gambeteaba: “Estoy confundido”.

Madrugada en el aeropuerto de Melbourne. 2022. Un oficial de migraciones lo traslada a una sala. El primer escenario es un mambo burocrático. Djokovic justifica que el cuerpo médico del Grand Slam lo había habilitado a excusarse de los catorce días de cuarentena. Obligatorios para quien no se hubiera vacunado. La coartada autorizada por la Organización radicaba en que hacía menos de seis meses, de nuevo, había contraído la enfermedad. Una breve investigación lo exponía: las fechas en las que declaraba el contagio se chocaban con una entrevista concedida al medio francés L’Equipe. “Fue un error de juicio”, argumentaba. La preficha de su ingreso a Australia mostraba otro “error” de fechas, adjudicado a su representante. Toda la madrugada el tenista fue entrevistado por un oficial. Que tampoco cumplió con los protocolos que se le deben otorgar a un sospechoso -un clásico-. Pasó a estar detenido. Por las desprolijidades, luego, liberado. Ahora, en un tire y un afloje sobre si ser deportado o autorizado. La última novedad es que será expulsado. Primero, detenido. Quedará latente si puede apelar al Tribunal Federal. No deja de ser un hecho histórico que un tipo quede preso por no estar vacunado. Aunque esa no sea la causa que figure.

Para el tenis, la tensión se posa en un hecho histórico. Si obtiene el torneo, superará a Roger Federer y a Rafael Nadal en cantidad de torneos. Estadísticamente, será el mejor tenista de la historia. 

Para la crisis sanitaria, se transformó en un símbolo. De la confusión a la confirmación de que no estaba vacunado -se desprende de la conversación en el aeropuerto que él aceptó grabar y reproducir-, se erige la figura antivacuna más famosa del planeta. Es decir, para estas épocas tan polarizables: el bien o el mal.   

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Todo Nole es político

78 días. Él, once años. En las madrugadas, se encerraban en un subsuelo. A rezar que los bombardeos de la OTAN sobre Belgrado no les cayeran cerca. Los estruendos sonaban. El 10 de junio de 1999 corrió por las escaleras al ritmo de: “Nos salvamos, nos salvamos”. En su casa, había una posición tomada. Srdjan, su padre, nació en Zvecan. Una ciudad al norte del actual territorio de Kosovo. En la línea del conflicto. Tras la fractura de Yugoslavia, los kosovares pretendían separarse. Se percibían más albaneses que serbios. Si ese era el ajedrez, Serbia podía apabullar a los rebeldes. Pero recibieron el respaldo de la Alianza Atlántica. Estados Unidos, Reino Unido y Francia, sobre todo, dispusieron los capitales para atacar el corazón balcánico. Recién en 2008, el 17 de febrero, sin conflicto armado, Kosovo se autoproclamó Estado. Pristina, su capital, todavía exhibe una estatua de Bill Clinton y otra de George Bush como si se tratara de próceres locales. Veintiún días antes de la declaración, a los 21 años, Novak Djokovic ganó en Australia el primero de sus 21 Grand Slam. 

Hay un umbral en la carrera de un deportista. Se asume ser juzgado más allá del drive o del gol. Desde ese día de 2008, en Melbourne, y para siempre, dejó en claro que sería una estrella con voz y con voto: “Mi posición es simple. Voy a apoyar siempre que Kosovo sea parte de Serbia. Kosovo es el corazón del país, ¿puedes imaginar un país en el que una mayoría en un estado dice que quiere ser independiente y lo hace? ¿Cómo se sentirían? Nos quitan algo que es nuestra historia, nuestra religión, todo lo que tenemos”. 

Todavía latía la tensión sobre la separación. En 2010, Serbia se proclamaba campeón de la Copa Davis por primera vez en su historia. Djokovic le daba a su Selección el cuarto punto, superando a Gael Monfils, la esperanza francesa. En el momento de la celebración, el equipo entonaba Vidovdan, una melodía serbia sobre Kosovo, muy famosa en la época de la desintegración de Yugoslavia. Resultaba un desafío de corte nacionalista. Meses después, Novak impulsaba una gestión tan incomprensible como él: todos los años dona una suma importante de euros para kosovares en situación de pobreza. 

En agosto de 2011, Vladimir Petrovic, embajador de Serbia en Washington, declaraba ante la revista Sports Illustrated: «Novak es la figura más grande de relaciones públicas de nuestro país que jamás hemos tenido. Es la cara positiva de la nueva Serbia democrática». 

En julio de 2018, anunció que apoyaba a Croacia en la final del Mundial de Rusia 2018. Meses antes, había publicado en las redes sociales una imagen junto a Luka Modric y a Ivan Rakitic. Vladimir Djukanovic, diputado del Partido Serbio del Progreso, comentó sobre Nole: «Es un héroe nacional y le doy las gracias. Pero, ¿cómo no le da vergüenza apoyar a Croacia? Apoya al país que nos ha perseguido».

Djokovic y su familia profesan la religión ortodoxa rusa. El 6 de enero se celebra la Nochebuena. Srdjan, su papá, fue al fleje contra la detención: “Jesucristo fue crucificado, pero resistió y sigue viviendo entre nosotros. Novak también está siendo crucificado”. El presidente de Serbia, Aleksandar Vucic, se subía: “Estamos trabajando para que frene el acoso al mejor tenista del mundo”. La escala alcanzó al gobierno australiano: “No tenemos políticas discriminatorias”.

Son pájaros de la noche

Aunque haya moderado su discurso, Vucic ofició de ministro de Informaciones del gobierno de Slobodan Milosevic. Máxima autoridad serbia entre 1989 y 1997. Falleció detenido en La Haya, Países Bajos, acusado de crímenes contra la humanidad en su gobierno, especialmente en la limpieza étnica contra la población albano kosovar. 

De 2014 a 2017, Vucic ocupó el cargo de Presidente de Gobierno. Luego, se convirtió en el Presidente de la República. Sin abandonar el discurso nacionalista, embanderó la incorporación de Serbia a la Unión Europea. Sumarse al capitalismo global lo empujó a ese acercamiento. Incluso, con los disidentes de Kosovo. 

Pese a su acercamiento a la entidad con sede en Bruselas, nunca dejó de tirarle centros a Vladimir Putin. También intentó acercamientos con China. A esas dos naciones les compró sus vacunas para afrontar la pandemia. Con el problema de gobernar un pueblo que parcialmente descree del virus. El 48% de la población tan solo tiene una dosis contra el covid. No por falta de vacunas.

A Vucic, el conflicto con Nole le queda relativamente cómodo. Las políticas migratorias de Serbia son las mismas que las de Australia. Si el tenista hubiera intentado la misma excepción en su país, no la hubiera podido conseguir. Pero ese discurso no le convenía. Encajaba mejor asumir al tenista como una bandera nacional. Al punto de que salió a ladrar en sus redes sociales: «Serbia luchará por Djokovic y que el maltrato que vive no cambiará el respeto de su país hacia el pueblo de Australia ni hacia el mayor tenista de todos los tiempos, que siempre estará en nuestros corazones. Novak, estamos contigo».   

El oportunismo no sólo le encaja a Serbia. Scott Morrison es el primer ministro de Australia. Arribó al poder en 2018, tras un discurso catalogado por la oposición de racista por su política antimigratoria. Exacerbó esa postura en mayo de 2021 al deslizar que podrían ir hasta cinco años presas las personas que desembarcaran desde la India, tras el éxodo por covid. Su postura sobre la pandemia fue de las más estrictas: 265 días de confinamiento obligatorio. El caso Djokovic le sirve en bandeja una oportunidad para llevar a la praxis sus pensamientos. 

Yo no me caí del cielo

Su codo necesitaba una operación para seguir. Era 2017. Andre Agassi, su entrenador, no podía comprenderlo. Dos años después, tras dejar el puesto, el estadounidense declaraba ante The Guardian: “Esperaba que sanara solo, holísticamente”. Jelena confirmaba la hipótesis: “Una cirugía iba contra sus principios”. Tanto que pensaba en abandonar el deporte para evitar una intervención sobre su cuerpo. No pudo y tuvo que pisar el quirófano.

Djokovic heredó el fervor competitivo de sus progenitores. Su madre y su padre se dedicaban al alpinismo profesionalmente. Por eso, pasaba largos inviernos con su abuelo, un nacionalista serbio al mango. No solamente brillaba con la raqueta. Ganar era su utopía. Tanto que a los siete años apareció en un programa de televisión y respondió: “Mi objetivo es ser el número 1”.

Su cuerpo sufrió mucho en 2010. Le salían alergias y los músculos se le desgarraban. Hasta que dio con Igor Cetojevic, un médico bosnio, adorador de las técnicas chinas. Una serie de estudios concluyó que sufría alergia a las harinas. Le armaron una dieta de celíaco. Sin pizza ni pastas empezó a perder peso y a ganar despliegue en el terreno. El talento estaba. Su capacidad atlética le dio ventaja frente a Nadal y Federer, que sufrían lesiones que los marginaban del circuito. 

Ese puntapié lo inició hacia un mundo oscilante entre las ciencias y las pseudociencias. Las primeras lo llevaron a construir su alimentación desde los vegetales hasta los probióticos. Tanto lo apasionó el tema que junto a Arnold Schwarzenegger produjeron el documental Cambio radical. Un trabajo audiovisual que ejemplifica con deportistas que abandonaron la carne. Una manera de contradecir la idea hegemónica sobre la procedencia de las proteínas. Lo encuentran en Netflix y está realmente muy bueno.  

Las segundas lo acercaron a Chervin Jafarieh, que se autodefine como un gurú del bienestar. En 2020, realizaron juntos un Instagram live. Allí Djokovic lanzó una de sus opiniones más polémicas: “Yo he visto a gente que a través de esa transformación energética, a través del poder de la oración y de la gratitud, consiguen convertir la comida más tóxica y el agua más contaminada en las más curativas. Esto es porque el agua reacciona a nuestras emociones, a lo que decimos”.

Nole y Djokovic

Nole decidió desde el primer día subirse al ring del discurso público. Durante años, han intentado domarlo para que fuera Djokovic. Ser el número 1 y ser contracultural podría ser una contradicción. Su postura sobre las vacunas le marcará un asterisco durante una época: ser referente de un sector y ser repudiado por otro. Con un riesgo alto: en el medio, hay millones de muertes.

En Argentina, creemos en nuestro superhéroe. Nuestro mesías. Arriesgo a decir que no hay cuerpo más mágico y hermoso y productivo que el de Lionel Messi. Tras recuperarse del covid, aclaró en las redes sociales: “Buenas tardes! Como saben tuve COVID y quería agradecerles por todos los mensajes que recibí y decirles que me llevó más tiempo del que pensaba para estar bien pero ya casi me recuperé y estoy con muchas ganas de volver a la cancha”.  

In Messi we trust.

Así que, mejor, vacunate.   

Pizza post cancha

  • Con la Segunda Guerra Mundial de fondo, La Copa de Leopoldstadt es la flamante novela de David Vogel. La edita Sudamericana y pinta como una joya.
  • El comienzo de Maradona como técnico de Racing incluye una huelga de futbolistas. Vean por acá el informe.
  • El Turco Mohamed es el nuevo técnico de Atlético Mineiro. Acá la clásica entrevista del 100×100 de El Gráfico, a cargo de Diego Borinsky. Imperdible.
  • Pedro Troglio es el nuevo entrenador de San Lorenzo. Esta entrevista que le realizó Nahuel Lanzillotta en Clarín es una muy buena presentación. 

Esto fue todo.

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Un abrazo grande, 

Zequi

Soy periodista desde 2009, aunque pasé mi vida en redacciones con mi padre. Cubrí un Mundial, tres Copa América y vi partidos en cuatro continentes diferentes. Soy de la Generación de los Messis, porque tengo 29 y no vi a Maradona. Desde niño, pienso que a las mujeres les tendría que gustar el fútbol: por suerte, es la era del fútbol femenino y en diez años, no tengo dudas, tendremos estadios llenos.