El abuso de las niñas de oro

El documental “Atleta A” shockeó al deporte mundial. Pero algunos adultos siguen ciegos, sordos y mudos.

“Si usted quiere oponerse al abuso infantil discutamos entonces una reforma real”. La que habla es Rachel Denhollander, voz clave del documental de Netflix “Atleta A”, dura denuncia sobre las cientos de gimnastas abusadas en Estados Unidos, incluídas campeonas mundiales y olímpicas. Denhollander le está respondiendo ahora al senador conservador de Estados Unidos Ted Cruz porque el político acusa de “pornografía infantil” a “Guapis” (o “Cuties”, su nombre original), nueva película también en Netflix, que suscita polémicas. A Rachel no le gustó “Guapis” (según ella, “no podés denunciar la hipersexualización de las niñas hipersexualizando a las niñas”), pero le pide a Cruz que no sea hipócrita y lo invita a hablar entonces del Comité Olímpico y Paralímpico de Estados Unidos (USOPC). Denhollander le dice a Cruz que el USOPC, casa de varios de los atletas más importantes en la historia universal del deporte, está ahora bajo supervisión del Congreso de Estados Unidos y, aún así, su funcionamiento sigue “ayudando al abuso de cientos de niños cada año”. 

Denhollander es una de las voces más potentes contra la estructura deportiva que impone a los menores maltratos y abusos físicos y sicológicos. Todo por una medalla. Y que, más grave, permite monstruos como Larry Nassar, el médico que durante tres décadas abusó de por lo menos 265 niñas gimnastas de entre seis y diecinueve años de edad. Treinta años sin que lo frenaran, pese a que recibieron avisos al menos catorce funcionarios, la Federación de Gimnasia, el Comité Olímpico, la Universidad Estatal de Michigan y hasta el FBI. Hábil para cazar a dirigentes corruptos de la FIFA o dopados rusos, el FBI demoró más un año para frenar al depredador. Un período (de junio de 2015 a setiembre de 2016) durante el cual Nassar, según estimó The New York Times, abusó de por lo menos cuarenta niñas. 

La “Atleta A”, así llamada inicialmente porque su denuncia fue anónima, es Maggie Nicholls, la gimnasta que afirma que Nassar, invocando un tratamiento médico, le mete los dedos dentro de su vagina. Es 2015 y Maggie tiene quince años. Su madre se lo dice primero a Steve Penny, el presidente de la Federación que Gimnasia que pide discreción y promete que intervendrá. Sin respuesta, los padres de Nicholls van entonces al FBI. La Federación responde dejando a Maggie afuera de los Juegos Olímpicos de Río 2016.

Como en “Spotlight” (la película que ganó el Oscar sobre abusos de la Iglesia Católica denunciados por el diario Boston Globe), “Atleta A” resalta la investigación del “Indianápolis Star”. La iglesia y el deporte, supuestos refugios seguros, bajo códigos de la “omertá”. Silencio mafioso que la prensa ayuda a romper. Nicholls, en rigor, era apenas “la punta del iceberg”. Nassar, miembro distinguido de su comunidad, llevaba años cometiendo abusos. Y seguía haciéndolo. 

La moda Comaneci

La narración, impecable, muestra de qué modo la gimnasia femenina cambió a partir del fenómeno de la rumana Nadia Comaneci en los Juegos Olímpicos de Montreal 76. La perfección a los quince años. La chica diez del régimen de Nicolae Ceausescu, también abusada ella por el hijo del dictador. El boom rebajó la edad de las nuevas campeonas. Más jóvenes y de cuerpos más flexibles. Y más dóciles. Más vulnerables. Niñas con trastornos alimenticios y menstruaciones retrasadas utilizadas cuando los Juegos Olímpicos se convirtieron en un apéndice más de la Guerra Fría. Estados Unidos, deseoso de medallas, contrata al matrimonio rumano de Bela y Martha Karoly, que forma campeonas bajo una disciplina severa, bofetazos e insultos incluídos. Llegan las medallas. La TV que pone en horario central los vuelos y acrobacias de las niñas. Y con las medallas y la TV llegan los patrocinadores. El nuevo dinero. El negocio que nadie debe cuestionar. 

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Fui testigo del boom de la gimnasia femenina de Estados Unidos en los Juegos Olímpicos de Atlanta 96. El momento en el que Kelli Strug, 18 años, 1,41m, tiene que repuntar para ganarle a Rusia, porque su compañera Dominique Moceanu, 14 años, víctima de un ataque de pánico, tuvo una performance fallida. Kelli se lastima el tobillo en un apoyo. “¡Vos podés hacerlo! ¡Vas a hacerlo!”, le grita Bela Karoly. El nuevo salto le da el oro a Estados Unidos. Suena Gloria Estefan, himno oficial de los Juegos. Strug, heroína olímpica, tapa de Sports Illustrated, es recibida por el presidente Bill Clinton. Una promoción oficial de los próximos Juegos de Tokio sobre grandes momentos olímpicos recuerda esa escena. Karoly llevándola alzada para la premiación en el Georgia Dome. Strug ya tiene un yeso en su pierna izquierda. Hoy da escalofríos. El médico que la consuela cuando está en la camilla es Nassar. “¿Por qué celebramos esto?”, se pregunta en “Atleta A” la ex campeona Jennifer Sey. Strug, dice Sey, “no tenía otra opción. Era saltar o saltar. La línea entre el entrenamiento duro y el abuso infantil se vuelve borrosa”. 

El ejército de sobrevivientes

Nassar era el “bueno” en el Rancho Karoly de Texas, concentración del equipo nacional de gimnasia de Estados Unidos que se preparaba para Mundiales y Olímpicos. El cuartel donde los Karoly imponían disciplina militar y Nassar sus procedimientos osteopáticos, tan celebrados que los difundía por Youtube, tan mínimos, cuenta Denhollander, que los mantenía aún con padres presentes, con una toalla que tapaba la perversión. Nassar atendía también en la sala del sótano de su casa (donde la policía le descubrió pornografía infantil) y en su consultorio de la Universidad de Michigan. Madre de dos hijos, Denhollander fue la primera que denunció a Nassar ofreciendo su nombre y apellido, tras enterarse que una “Atleta A” (Maggie Nicholls) acusaba al médico de modo anónimo. Los primeros meses perdió iglesia y amigos. Evitó supermercados. Abogada, Denhollander se preparó para el proceso y la argumentación. “Pero no para el dolor”. Su testimonio judicial de treinta y seis minutos fue devastador. Pero ya no estaba sola. Fueron 156 testimonios. Todas gimnastas abusadas por Nassar, algunas liberadas luego de tres décadas. “Armaste un ejército de sobrevivientes, sos la persona más grandiosa que hemos visto en esta sala”, la felicitó la jueza Rosemarie Aquilina, que en 2018 impuso a Nassar entre 40 y 175 años de años de prisión. 

El primer testimonio del juicio fue de Jamie Dantzscher. “No somos víctimas sino sobrevivientes que estamos aquí para decirte que tu manipulación terminó”, le dijo a Nassar. Los Karoly no creían sus lesiones. Jamie vomitó cinco días seguidos para perder peso. Cuando tenía 13 años, Nassar le dijo que curaría su dolor de espalda. Metió los dedos en su vagina y movió su pierna en círculos. Hay un momento conmovedor de su relato: “odio decir esto, pero esperaba con ansias el tratamiento porque Larry era el único adulto agradable en ese lugar”. Pero hay otros testimonios que no están en “Atleta A”. Donna Markham habló en nombre de su hija Chelsea, que sufrió abusos desde los diez años y se suicidó a los veintitrés. Kyle Stephens contó que Nassar, amigo de su familia, la abusó desde los seis años. Habló cuando tenía doce, pero no le creyeron. Su padre se suicidó. “Las niñas pequeñas no son niñas pequeñas toda la vida”, le dijo a Nassar mirándolo a la cara. “Crecen y vuelven para destruir tu mundo”. 

La senadora que no se enteró de nada

Nassar pidió a la jueza que lo liberara de asistir a la sala. No tuvo suerte. Padre de tres hijos, miembro del Consejo escolar, fundador de una organización para niños autistas, Nassar luce derrumbado en “Atleta A” cuando un funcionario de la Universidad de Michigan le advierte sobre la primera denuncia. Tartamudea. Llora. “Por favor, arruinarán mi familia”, le dice también al Indianápolis Star. “No sientas lástima por él, sino por las víctimas”, cuenta que se dijo a sí misma la periodista Marisa Kwiatkowski. Cuando todo estalló, hubo renuncias en todos lados. Patrocinadores espantados. La Federación quebrada por indemnizaciones que aún hoy debe seguir pagando. Los Karoly retirados y su rancho cerrado. “Atleta A” alentó a formular denuncias similares a deportistas de todo el mundo, Argentina incluída, una desgracia también para maestros que dedicaron toda una vida para formar buenos deportistas. Y aún hoy lo siguen haciendo. Y que, en muchos casos, suelen ser clave para miles de niños.    

Increíble, o no, Nassar continuó con sus abusos en plena competencia de Juegos Olímpicos. En los últimos de Río 2016, millones celebraron las piruetas extraordinarias de Simona Biles, ganadora de cuatro medallas de oro. Dos años después, Simona, ya con veinte años, contó que ella también había sido abusada por Nassar. “Se que no soy culpable por no haberme animado a hablar antes y se que esa experiencia horrible no me define, que soy mucho más que eso y que no dejaré que nadie robe mi amor por la gimnasia”. En marzo pasado, cuando todavía se creía que los Juegos de Tokio eran posibles para 2020, Simona afirmó que todavía seguía esperando una investigación independiente en la Federación y también dentro del Comité Olímpico. 

 “Solo están tratando de esconderlo y esperando que la gente se olvide cuando vuelva a mirar los Juegos”, acompañó la protesta la gimnasta Aly Raisman, también ella víctima de Nassar. Esta misma semana, la senadora conservadora Kelly Loefler presentó un proyecto de ley para dejar sin dineros estatales a las universidades que permitan la competencia deportiva de estudiantes transgénero. “El sexo se reconocerá basándose únicamente en la biología reproductiva y genética de una persona al nacer”, dice el proyecto, que abre la posibilidad de exámenes genitales a los estudiantes. Indignados, muchos ciudadanos preguntaron a Loeffler si acaso pensaba en sacar de la prisión a Larry Nassar para que el médico perverso se hiciera cargo de esos exámenes.

Soy periodista desde 1978. Año de Mundial en dictadura y formidable para entender que el deporte lo tenía todo: juego, política, negocio, pueblo, pasión, épica, drama, héroes y villanos. Escribí columnas por todos lados. De Página 12 a La Nación y del New York Times a Playboy. Trabajé en radios, TV, escribí libros, recibí algunos premios y cubrí nueve Mundiales. Pero mi mejor currículum es el recibo de sueldo. Mal o bien, cobré siempre por informar.