Divididos en la unidad

Lo más importante es mantener la vista en la pelota: no, no es cierto que vivamos en un país inevitablemente fragmentado, y no, no es cierto que nos rodee el odio.

Una persona que haya leído los diarios y haya mirado la tele en el último mes habrá seguramente llegado a la conclusión de que la Argentina está a punto de la guerra civil. De que la sociedad está estructuralmente dividida en dos bandos, cada uno con su propio modelo mental del país que quiere, entre los cuales no hay diálogo posible. Si consumió una cantidad excesiva de medios seguramente pensará que uno de esos bandos es irremediablemente inmoral e irracional y que el país no podrá avanzar mientras pueda ganar elecciones. (En realidad, estará convencido de que el país fracasó justamente en el momento en que ese bando ganó la primera elección.)

Cuando las encuestas preguntan sobre los temas fundamentales de la democracia, los disensos son mucho menores. Dos tercios de los argentinos opinan que no hay mejor sistema de gobierno que el democrático. Según este relevamiento de Zubán-Córdoba alrededor del 80% piensa que los problemas de desempleo, pobreza y violencia son muy graves, mientras que sólo el 47% piensa que es muy grave la cuarentena y el 59% opina que lo es la grieta. Los principales problemas de la vida cotidiana son el desempleo, la inflación, la inseguridad y la salud. Cuestiones concretas, tangibles, que tienen que ver con la mejora o empeoramiento de la vida de la población.

No pretendo negar por supuesto que existan diferentes proyectos de país y divisiones de identificación política. Hay diferencias fuertes en relación al manejo de la pandemia, y han aparecido en la Argentina sectores que reflejan las nuevas modas de la ultraderecha mundial, como los que argumentan que la Tierra es plana o que el virus es una conspiración internacional. Pero el gobierno mantiene un porcentaje de apoyo importante (varía según los relevamientos), lo cual es lógico para un gobierno que asumió hace diez meses, aunque ha sufrido una pérdida en la valoración social recientemente, lo cual también es lógico en el contexto de pandemia y crisis económica. No aparece sin embargo la percepción de una crisis de legitimidad, y tampoco aparece una nostalgia por el macrismo: más bien, el juicio colectivo sobre su gobierno sigue siendo negativo. El oficialista con mejor imagen es el presidente (lo lógico) y el opositor con mejor imagen es Horacio Rodríguez Larreta (también lo lógico). Es todo muy lógico dado el contexto. 

La pregunta entonces que aparece es por qué todos tenemos la sensación de que vivir en este país es irrespirable. No tengo la respuesta, pero hay que decir que vivimos en este momento un proceso de desafección democrática de las élites en todos los países de las Américas. Mientras que la tesis de los autores clásicos de la sociología política que analizaba Latinoamérica en las décadas del cuarenta y el cincuenta (Lipset, por ejemplo) asumía que el problema era la falta de compromiso democrático de la clases populares (siempre disponibles para ser movilizados por los cantos de sirena de los demagogos populistas) hoy debemos admitir que la insatisfacción y sensación de victimización son más altos en los sectores con más recursos y más poder. Lawrence Glickman, historiador de Cornell, llama a este fenómeno “victimización de las elites”. Paradójicamente, en un momento en el que el capitalismo ha triunfado, cuando está ascendente la derecha en todo el mundo, en el que no existe una visión alternativa y desafiante como lo fue la URSS, en el cual las clases propietarias se apropian de un porcentaje casi récord de las riquezas, y en la cual la cultura popular ha adoptado la admiración hacia los ricos y famosos como default, esas mismas clases se sienten infinitamente amenazadas.

En estos días hemos tenido un ejemplo de esto: la discusión en el Congreso por el aporte extraordinario sobre los patrimonios mayores del país. Sobre esto, la sociedad no tiene grieta: entre el 64% (Analogías) y 73% (consultora Clivajes) declara estar de acuerdo, incluyendo un 30% de quienes votaron por Mauricio Macri. La medida en sí puede estar más o menos diseñada, pero no parece extraordinario pedirle un aporte a quienes más tienen y más si tenemos en cuenta que todos los demás sectores sociales han resignado recursos en la pandemia. Si Juntos por el Cambio se guiara por los focus groups, como se decía, no cabe duda de que debería apoyar la medida; sin embargo, su bloque de diputados votó en contra. Además, hemos escuchado en los últimos días reacciones que llamaban a “no estigmatizar a los ricos”, decían “defender a los argentinos de bien”, y sostenían que “decir que quien tiene 200 millones de pesos puede sobrevivir con 197 es falaz” (¿Really?). No se trata de que el enojo sea por la plata: el enojo es sobre todo por una sensación de pérdida de aprobación, por algo que se vive como una crítica social y una pérdida de autoridad inaceptable. 

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La desafección democrática de las elites es un fenómeno grave para la democracia, ya que las mismas tienen una influencia política mayor a su tamaño poblacional. Por supuesto, no son todopoderosas, pero tienen mucha capacidad de presión y de definir la agenda.

Por ahora, lo más importante es mantener la vista en la pelota: no, no es cierto que vivamos en un país inevitablemente fragmentado, y no, no es cierto que nos rodee el odio. Lo segundo más importante es apartar la vista de las redes sociales y de la televisión, respirar, y mirar a nuestro alrededor. Caminar un par de cuadras. Tal vez llamar a un familiar, un amigo o un vecino y preguntarle cómo está. Y recordar que la mayoría sigue pensando que la democracia es la mejor forma de vivir.

María Esperanza

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Soy politóloga, es decir, estudio las maneras en que los seres humanos intentan resolver sus conflictos sin utilizar la violencia. Soy docente e investigadora de la Universidad Nacional de Río Negro. Publiqué un libro titulado “¿Por qué funciona el populismo?”. Vivo en Neuquén, lo mas cerca de la cordillera que puedo.