Diferencia y repetición

Los días en pandemia se repiten con mínimas variaciones. Pero no siempre la repetición fue mala. Acá rastreamos obras fundadas en ese recurso: desde películas con bucles temporales a recuerdos literarios de Perec y Martín Kohan, pasando por las instalaciones de Yayoi Kusama y los covers de Johnny Cash.

Hola, ¿cómo estás? Espero que lo mejor posible, tomando recaudos y tratando de salir lo menos posible. Por acá experimenté otra vez lo que implica el aislamiento estricto en la vida cotidiana. Volví a quejarme mucho de mi conexión a Internet, de la cantidad de veces que hay que lavar los platos por día, de lo aburrido que es no poder estar con amigas –sobre todo cuando una de ellas cumple años–, y de lo difícil que es trabajar desde casa y establecer rutinas y cortes que no atenten contra nuestra salud emocional. 

Muchas seguramente sintieron, como yo, que todo esto ya pasó, como un déjà vu pesadillesco, y que ahora retorna como un fantasma que no terminamos de espantar. Hace quince meses que vivimos en pandemia, y el hecho de sentir que hay una especie de loop que nos retrotrae a comienzos de 2020 es espeluznante. Todo se repite pero sin el factor sorpresa ni el efecto de desconcierto sobre nuestras vidas de la fase 1. Ya no vemos nada emocionante en probar con la masa madre, o en consultar tutoriales para hacer barbijos con medias. Tampoco esperamos las filminas del presidente, que nos hablaban de la situación epidemológica como si estuviéramos en una clase. Asimilamos datos y hábitos que no teníamos un año atrás y los naturalizamos. Y sin embargo, el Covid sigue entre nosotros, con más virulencia que nunca.

Hecha esta introducción, se me ocurrió esta semana dedicarle El Hilo Conductor a la repetición. Y a qué tipo de variantes se inmiscuyen para que lo mismo no sea tan tan igual. Además, no siempre tuvo mala fama la repetición: las niñas y los niños la utilizan para fijar ciertas conductas, para sentirse más seguros en un mundo que están recién conociendo. Por eso quieren escuchar mil veces la misma canción, o tirarse catorce veces seguidas del tobogán, o leer quinientas veces el mismo libro, o esconderse y que los volvamos a encontrar siempre en el mismo lugar. La repetición puede generar confianza. Y en otro orden, las repeticiones muchas veces nos salvaron: por algo siguen cada tanto en la tele los capítulos de El Zorro, El Chavo y Los Simpson. Al volver a ver algo que ya vimos, se reactiva un tipo de recuerdo que nos conecta con las personas que fuimos. Una fibra emotiva chispea, y ahí estamos, como si fuéramos niñas otra vez, escuchando los mismos chistes desde otra perspectiva. 

Adentro del patrón

Hoy vamos a revisar obras literarias, musicales y audiovisuales que trabajan con el principio de la repetición. Y para ilustrar este Hilo, vamos a usar obras basadas en patterns, o patrones. Los patterns fueron al principio un tipo de arte decorativo que fue creciendo hasta encontrar su lugar: de los empapelados de las paredes a los museos. Una de las exponentes más interesantes del uso de patrones es la artista japonesa Yayoi Kusama, de quien se hizo una retrospectiva impactante hace algunos años en Malba. Kusama ya cumplió 92 y vive desde 1973 de manera voluntaria en el Hospital Seiwa para enfermos mentales. Va y viene de su taller, que queda a pocas cuadras. Las suyas son obras abstractas pero llenas de detalles, porque genera patrones ópticos que, por supuesto, no tienen el mismo efecto en estas pantallas que en una sala. Su unidad de sentido es el lunar. Una circunferencia insistente, que puede tener distinto tamaño y emplazamiento. Porque además de cuadros, Kusama arma instalaciones para que podamos meternos en sus mundos repetitivos y un poco psicodélicos, como se ve en la foto de acá abajo. 

¿Cuántos puntos se necesitan para que sintamos que estamos ahí dentro de ellos, para que nos convirtamos nosotras mismas en un punto?

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“Un día estaba viendo el patrón de flores rojas de un mantel en la mesa, y cuando miré hacia arriba vi el mismo patrón cubriendo el techo, las ventanas y finalmente todo el cuarto, mi cuerpo y el universo. Sentí como si me hubiera empezado a autodestruir, a dar vueltas en el infinito del tiempo y lo absoluto del espacio, mientras me reducía a nada. Cuando me di cuenta de que estaba sucediendo realmente y no solo en mi imaginación, me asusté. Tenía que huir a riesgo de ser privada de mi vida por el hechizo de las flores rojas. Subí las escaleras corriendo desesperada. Los escalones comenzaron a desmoronarse y me caí de las escaleras”, cuenta Kusama, y un poco nos invita a visitar sus alucinaciones, o a conocer los motivos por los cuales estos patrones retornan obsesivamente. Les dejo en este Hilo distintas fotos de instalaciones, porque si bien no podemos ir a ningún museo, no está de más hacer el ejercicio de pensar cómo nos sentiríamos encerradas ahí. 

Esto ya lo viví

Pasemos al cine: a películas que usan el recurso del bucle temporal, ese efecto por el cual los protagonistas, por algún hecho fortuito, vuelven al comienzo y todo se repite con algunas variaciones hasta que consiguen –o no– salir del rulo. Suelen ser películas que tienen tono de comedia –porque de lo contrario podrían ser híper angustiantes o terroríficas– y que buscan de alguna manera generar en los y las espectadoras una reflexión sobre el paso del tiempo, sobre la importancia de aprovechar o no el presente y sobre cuánto determina la existencia cualquier casualidad que se tope en nuestro camino y nos haga cambiar de planes. El film por excelencia sobre esto –debe haber tesis y papers sobre él– es, claramente, El día de la marmota (o Hechizo de tiempo) con un joven Bill Murray hastiadísimo. Como seguro ya la vieron, pasemos a ocuparnos de otras tres que hacen lo propio con este mismo procedimiento.

Una que me da mucha ternura es la comedia romántica Como si fuera la primera vez (conocida también como 50 primeras citas), estrenada en 2004 con la dupla estelar de Adam Sandler y Drew Barrymore en el rol protagónico. Situada en Hawai, es la historia de amor de ellos: él es un biólogo marino ridículo y ella una profesora de arte que sufre una rara variante de amnesia por la cual cada mañana olvida todo lo que le sucedió el día anterior. La aventura pasa por la reconquista cotidiana, y por todos los artilugios que él tiene que poner en práctica repetitivamente para que ella lo vuelva a elegir y empiece a recordarlo de la manera que pueda. Además, en la película suena varias veces este temazo de los Beach Boys que no me voy a privar de dejarte por acá. Es de esas comedias que levantan el ánimo entre las playas, el calor, el amor y la ingenuidad. 

Nos ponemos un poco más oscuras para hablar de la serie de ocho episodios Russian DollMuñeca Rusa, disponible en Netflix–, de 2019, protagonizada por Natasha Lyonne (ex Orange is the new black). La premisa está buena: en la fiesta de cumpleaños número 36 de Nadia, la protagonista, organizada en el coqueto departamento de una amiga, ella muere accidentalmente y vuelve a despertarse en la misma fiesta y en el mismo lugar (¡un baño!). Uno de los puntos más fuertes es el gran sentido del humor –negro, ácido– que manejan para hacerla morir una y otra vez. Y el perfil desencajado de Nadia: bocona, drogona, autodestructiva. Ella es muy hábil para empezar a sospechar por dónde viene ese bucle temporal. Sin acercarme a ningún spoiler, diré que la serie aprovecha bien el recurso de la muerte y la resurrección como repetición tan graciosa como insoportable. 

Palm Spring es la última película que aborda el loop temporal y, por esas casualidades ridículas, fue estrenada en enero de 2020, justo antes de que la humanidad entrara en confinamiento y viviera los días de manera monótona y repetitiva. Acá lo novedoso es que al bucle temporal no entra un solo personaje, sino dos, y en medio de un casamiento. Y sobrevuela la pregunta sobre cómo hacer para vivir con alguien siempre en la misma circunstancia. La experiencia de a dos está abordada de manera un poco canchera, para mi gusto, a través de la explosiva relación de un jovencito y una jovencita que tienen que elegir constantemente si vivir ese loop juntos o separados. Una película que sirve para distraerse un rato y para compartir la sensación de repetición con los personajes.

Habla, memoria

En materia literaria, hoy me gustaría hacer foco, más que en un libro, en un procedimiento. Es el que encontró el autor norteamericano Joe Brainard cuando publicó en 1975 su célebre libro Me acuerdo, donde –como su nombre un poco lo indica– recoge una gran cantidad de recuerdos sin ningún tipo de orden cronológico. De lo que se trataba, para él, era de dejar que la asociación hiciera lo suyo y solo registrar por escrito cómo un recuerdo llamaba al otro. Les doy algunos ejemplos de Brainard para que entiendan el tipo de asociaciones que provoca:

Me acuerdo de que me daba vergüenza sonarme la nariz en público.

Me acuerdo de hacer trampas en el solitario.

Me acuerdo de, a veces, jugando, dejar ganar a alguien.

Me acuerdo de cruzar los dedos atrás de la espalda cuando decía una mentira.

Me acuerdo de arrepentirme por cosas que no hice.

Me acuerdo de haber deseado saber entonces lo que sé ahora.

Y podría seguir mucho más. El efecto de lectura, lejos de agotarnos, se revela muy fresco, como si accediéramos a una memoria minimalista. Y a medida que avanzamos, nos encontramos con una especie de mapa de su personalidad y de sus hábitos, que a su vez nos hablan de un tipo de sensibilidad, de su crianza, de una generación, de un país y de una ciudad. Paul Auster es uno de los fanáticos declarados del libro de Brainard, y escribió un prólogo poniéndolo por las nubes que puede leerse en la edición de Eterna Cadencia, con traducción de Ariel Dilon: “Me acuerdo, es a la vez increíblemente divertido y profundamente conmovedor… Uno de los pocos libros completamente originales que he leído”, dijo.

Muy atento a este tipo de ejercicios estaba Georges Perec en Francia. Ni bien leyó el libro de Brainard, se sintió contagiado por el impulso de esta escritura, y así confeccionó su propio catálogo en su Me acuerdo, publicado en 1978, cuando trabajaba de bibliotecario en París. Este inventario tiene 480 anotaciones y por él desfilan una serie de personajes de la época y referencias muy concretas como ciertas canciones, héroes del deporte: pequeñas evocaciones evanescentes que gracias a ser recordadas no se pierden para siempre.

Muchos años después, la gran escritora Margo Glantz levantó la mano en México y dijo: Yo también me acuerdo. Así es como publicó un libro muy largo, lleno de anécdotas de distinto calibre –con más detalle que los dos libros anteriores–, que puede funcionar perfectamente como su autobiografía. Margo –que ahora tiene 91 años– leyó mucho, viajó mucho, conoció a muchísima gente interesante, y toda esa experiencia se destila en este hermoso libro que empieza así:

Me acuerdo que hasta los treinta años creí que era fea y tonta.

Me acuerdo que solo tuve una muñeca en mi infancia, a lo mejor es un recuerdo falso.

Me acuerdo de cuando era niña: en el Valle de México aún había lagos: Texcoco, Chalco, Xochimilco.

Me acuerdo que mi papá tenía una colección de pipas. 

Me acuerdo que en los Estados Unidos no se puede fumar, pero sí portar armas.

Me acuerdo que en 1940 asesinaron a Trotski.

Y sigue enhebrando recuerdos, como pequeños bordados en un tapiz gigante y multicolor.

En nuestro país, el año pasado, nada menos que Martín Kohan se prestó al juego y publicó en la editorial Godot su Me acuerdo con algunas licencias: él no repite “me acuerdo” en cada nueva entrada, y agrega fotografías de cuando era pequeño, sumándole una dimensión visual que reafirma la veracidad de todo lo que cuenta. Justo la semana pasada tuve la oportunidad de entrevistarlo para el ciclo Conversaciones del museo Malba y le hice una pregunta sobre este libro puntual. Si les interesa, pasen por acá para enterarse cómo es que relaciona el abordaje de sus recuerdos con los participantes de Masterchef (!!!). Entre otras cosas, me dijo que para él no arman para nada la narración literaria de su memoria, sino que usó el dispositivo para coleccionar recuerdos con discreción. Les dejo algunos “Me acuerdo” de Kohan:

Mi primera bicicleta era roja.

La segunda era amarilla.

La muñeca a la que llevaba a pasear en la parte trasera de mi bicicleta roja se llamaba Margarita.

La bicicleta amarilla fue comprada con dinero que yo había ganado haciendo publicidades en la televisión. Con el resto del dinero nunca supe qué pasó.

Luisito de la vuelta fue el primero en tener televisión a color en su casa. 

No teníamos teléfono en casa. 

Pedíamos prestado el de los vecinos del fondo.

El número era 70-9188.

Teníamos que hablar delante de ellos.

Les recomiendo conseguir el libro. Y también espero que todos estos ejemplos y reapropiaciones hayan despertado en ustedes las ganas de agarrar un cuaderno o archivo de Word para empezar a escribir sus propios “Me acuerdo”. Acá tengo un anotador dedicado solo a eso que siempre está cerca del escritorio y cada tanto lo abro y sumo nuevos. Como un archivo de recuerdos que año a año se va engrosando. 

Estribillos, motivos y reversiones

Antes de despedirme, quería dejarles un punteo de algunas obras que repiten motivos, estribillos o se reapropian de otras canciones.

  • “Hay cadáveres”. En el impactante poema de Néstor Perlongher aparece como mantra machacón este estribillo desgarrado. Por suerte existe Internet: acá está la grabación en cassette del poema declamado por su autor. Son 18 minutos en los que entendemos por qué la poesía necesita ser leída en voz alta. Igual, si prefieren leerlo, acá va también.
  • Las Gymnopédies del compositor y pianista francés Erik Satie, que datan de 1888. Sutiles y suaves, sin estridencias, con silencios. Son de esas melodías que nos conmueven y acompañan, como si ya las conociéramos de otra vida. Fueron realizadas por medio de motivos que se van repitiendo con variaciones. Ideales para escucharlas y relajarse o concentrarse. Acá hay una interpretación bastante digna. Y muchas versiones más en Spotify.
  • Johnny Cash es un artista que no necesita en lo más mínimo de mi presentación. Pero no quería dejar de mencionarlo, porque a lo largo de su carrera reversionó muchísimas canciones de artistas bien diversos, y encuentro en esos covers los efectos positivos de la repetición con variaciones. Podría hacer un Hilo entero sobre covers –anoto–, pero acá me interesa dejarles nomás una lista de 4 horas de música en la que se encuentran los álbumes de la serie American Recordings, que Cash fue alimentando desde 1994 hasta su muerte en 2003. Pasen y escuchen la interpretación de clásicos como “In My Life” de The Beatles, “Bird on a Wire” de Leonard Cohen, “Personal Jesus” de Depeche Mode, “Hurt” de Nine Inch Nails, y “I Won’t Back Down” de Tom Petty, entre varias otras gemas. 

Ahora sí, me despido hasta dentro de dos semanas. 

Espero que este Hilo no te haya parecido tan repetitivo. Y que puedas encontrar pequeñas cosas que te ayuden a quebrar la monotonía de los días. 

Recuerden que, si les gusta lo que hacemos, pueden ayudar aportando para Cenital.

Gracias por leer. Y por favor cuídense mucho.

Malena

Soy licenciada en Letras por la UBA y trabajo hace muchos años en la industria editorial. Fui editora en las revistas El Interpretador y Los Inrockuptibles. Formo parte del equipo de Caja Negra, una editorial psicoactiva y heterogénea. Tengo un ciclo de entrevistas con escritores y escritoras en el Malba. Si los libros fueran comestibles, podría alimentar a miles de personas con los que acumulo en mi biblioteca. Lo que más me gusta es viajar.