Dejar caer la ropa

Entramos sin prisa pero sin pausa al verano, la estación más suelta de cuerpo. Este Hilo se ocupará de la ropa como presencia intermitente en la literatura, el cine y la música, para descubrir qué tienen en común Cortázar, Proust, Natalia Ginzburg y Truffaut, entre otros. Además, una lista de canciones sobre los efectos románticos de la vestimenta.

Hola, ¿cómo estás? Espero que lo mejor posible. Yo contenta por la media sanción de la Ley de interrupción voluntaria del embarazo que tanto esperamos, pero también cautelosa por lo que viene en el Senado. Este 2020 no deja de desconcertarnos. Se supone que todo se termina en unos días y empezamos a contar de nuevo la historia en 2021, pero también hay cosas que recién están empezando, como ciertos reencuentros, el verano, las salidas nocturnas, pequeñas rutinas que se acomodan. 

Este Hilo va a tratarse de una constancia: la del uso de la ropa en nuestras vidas. Vamos a hablar de la vestimenta como esa presencia dada por sentado, que no nos sorprende ya. Sorprendente sería prescindir de ella y andar desnudas. Seguramente durante esta pandemia ordenaste placares, te quedaste días o semanas enteras con las mismas prendas puestas mientras los trajes de fiesta juntaron polvo como estatuas en su percha. 

Este Hilo se ocupará de la ropa como presencia en la literatura, el cine y la música, pero no ahondaré en la moda ni tampoco en el vestuario y la interpretación de los estilos. Me interesa que nos detengamos en la ropa a partir del uso duro y parejo que le damos a algunas prendas en detrimento de otras. Y a cómo se cuelan con naturalidad en varias obras.  

La culpa no es del suéter

Además de la gran distinción entre ropa para todos los días y ropa para situaciones especiales, está la división climática: la vestimenta de abrigo no tiene el mismo estatus que la de verano. El peso de las telas, la capacidad de darnos cobijo, de ocultar el cuerpo debajo, son determinantes a la hora de guarecernos del frío y cubrirnos por medio de sus capas y capas. Claro que la literatura se ocupó de ellas. “El frío complica siempre las cosas, en verano se está tan cerca del mundo, tan piel contra piel”, dice, sin ir demasiado lejos, el comienzo de “No se culpe a nadie”, un famoso cuento de Cortázar de menos de tres páginas, con esa efectividad tan suya para situarnos en una escena llena de códigos ya desde las primeras líneas. Si no lo conocen, lo pueden leer acá. No les llevará más de 4 o 5 minutos. Es un ejemplo de cómo puede narrarse una situación en apariencia muy cotidiana y sencilla -un hombre poniéndose un pulóver azul- por medio de complicaciones inesperadas. La paciencia pierde terreno ante la desesperación. ¿Una de las manos intenta asesinarlo? ¿Se trata de un hombre tranquilo, o de un suicida en potencia? Además de estos interrogantes, el cuento es un ejemplo de cómo narrar los movimientos físicos necesarios para ponerse o sacarse una prenda. ¿Probaron describirlos todos alguna vez? Parece sencillo pero es complicadísimo hablar con gracia de esa danza entre la anatomía y la tela. 

Y hablando de ropa de abrigo, pasemos a un libro breve y delicioso: la crónica de la escritora napolitana Lorenza Foschini, traducida por Hugo Beccacece, llamada justamente El abrigo de Proust. Cuenta la historia de un fetichismo: el de Jacques Guérin, un magnate parisino de los perfumes que en 1929 conoce de casualidad al hermano de Marcel Proust y desde ese momento vive obsesionado por coleccionar todo el mobiliario del autor de En busca del tiempo perdido. La reconstrucción de la vida de Guérin es interesante, porque además de codearse con grandes personalidades de la época como Picasso y Genet, fue quien salvó del fuego muchos manuscritos, cartas, borradores y fotografías de Proust que su cuñada tenía intenciones de destruir para que no mancharan el decoro de la familia ventilando sus deseos homosexuales. Pero una cosa es conservar para la posteridad los escritos de un autor tan determinante para la literatura del siglo XX y otra es atesorar sus peines, sus broches, sus sillas, su cama y sobre todo un abrigo raído, pesado, usado hasta el desgaste por Marcel. Parece que el sacón en cuestión -forrado de piel de nutria- mantuvo la elegancia de su dueño e incluso lo abrigó al interior de su casa, cuando se negaba a calefaccionarla por sus ataques de asma, mientras escribía sin parar de día y de noche. “Desde que era muchacho, Proust se vestía con mucho cuidado, pero con un estilo harto particular. Como cuenta Léon Pierre-Quint, tenía el refinamiento del dandi combinado ya con cierto descuido de viejo sabio medieval. (…) Hasta en los días más calurosos del verano usaba ese pesado abrigo forrado de piel, convertido en leyenda para quienes lo conocieron”, cuenta la autora. Y llama la atención cómo la obstinación de Proust por abrigarse se toca con el fanatismo del coleccionista por conseguir la prenda y almacenarla durante años (hoy todo ese acervo puede visitarse en el Museo Carnavalet). 

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Proust y su abrigo de piel de nutria hacia 1905

No tan sueltas de cuerpo

“Creo que el vestido/ es la mejor vestimenta/ para el espíritu/ y más si es liviano/ largo/ lánguido/ hay vestidos/ que son espíritus/ ellos mismos”, dice un bello poema de Roberta Iannamico, una escritora argentina que siempre sitúa la mirada sobre las cosas aparentemente simples para hacerlas decir un poco más de lo aparente. Y esta relación que plantea entre vestidos y espíritus me interesa en particular y me da pie para hablar de una película macabra con un vestido como protagonista: In Fabric, de Peter Strickland.

¿Y si ese vestido rojo que tanto atrae en la tienda tuviera algún tipo de maleficio y quisiera asesinar a las mujeres que lo llevan puesto? Esa es la premisa de esta original y algo espeluznante película inglesa que se estrenó en San Sebastián en 2018, se dio en el Festival de Mar del Plata -donde la vi yo- y que ahora está disimulada en el catálogo de Amazon Prime. Es difícil decir si se trata de una comedia horrorosa, o de una inquietante película de terror con buenas bromas, pero sí queda claro que tiene un clima bastante distinto a lo que estamos acostumbradas a encontrar. Parece que es un homenaje a algunas películas de terror clase B (que no tengo nada vistas). En un aparente caos narrativo, la película explora sensorialmente las perversiones de algunos personajes que, como el poema de Iannamico, parecen sencillos pero son más complejos. 

In fabric

Y hablando de vestidos y secretos, ahí tenemos recién llegada a Netflix la película de Paul Thomas Anderson, El hilo fantasma, con el elegante y apuesto Daniel Day-Lewis en el rol de un modisto exigente, meticuloso y algo reprimido, que esconde mensajes en los pliegues de sus prendas. Una de las ideas que plantea la película es que detrás de un negocio mundial como la moda puede haber un trasfondo artístico intrincado funcionando como contracara de la frivolidad. Y otra idea que desliza es que la soledad que atormenta a los grandes genios se traduce muchas veces en extremas dificultades para relacionarse afectivamente con otres (y de ahí al drama hay solo un paso). Se destaca -tal vez demasiado- la música de Jonny Greenwood (multiinstrumentista de Radiohead, que ya había colaborado también con el director en Petróleo sangriento).  

Si de películas inquietantes o dramáticas se trata, no puedo dejar de mencionar La novia vestía de negro, dirigida por Truffaut y Moreau (La apropiación cultural de los vestidos de novia darían para un Hilo Conductor entero…). Este thriller de 1968, segunda película en colores del director, es un claro ejemplo de la admiración que Truffaut sentía por Hitchcock y está organizado a partir de la venganza que emprende una joven y bella Jeanne Moreau al enviudar en pleno casamiento. Cuando matan accidentalmente a su amado a la salida de la iglesia, jura perseguir a los culpables y para eso se vuelve camaleónica: va cambiando de look para sorprender a los hombres y asesinarlos con distintos artilugios. De hecho, cada vez que cumple con su cometido, tacha el nombre de una lista, como hace también el personaje de Uma Thurman en Kill Bill, aunque Tarantino confesó no haber visto este film antes (mmm… no sé si le creemos).  

La novia vestía de negro

Con esa facha, adónde vas

Ahora que lo pienso, los zapatos también darían para toooodo otro Hilo Conductor. Así que me guardo algunas referencias para el futuro. Pero no quiero dejarlos pasar por completo, porque la vestimenta no sería tal si no usáramos algo en los pies. Hay zapatos famosos en la historia del cine y de la literatura, como los de Cenicienta, o los rojos y brillantes de Dorothy en El Mago de Oz. En los relatos autobiográficos quizás es más difícil encontrarlos. Así que les dejo acá un texto hermoso y conmovedor de la escritora italiana Natalia Ginzburg, a quien ya mencioné varias veces porque es de mis preferidas. Incluidas en Las pequeñas virtudes, estas páginas condensadas hablan de los zapatos rotos, y a partir de ellos se despliega también una reflexión hermosa sobre la amistad entre mujeres, la maternidad, los cuidados tan determinantes en la infancia, las proyecciones que una puede hacer sobre el futuro. 

Empieza así:

“Yo llevo rotos los zapatos y la amiga con la que vivo en este momento también lleva rotos los zapatos. Si le hablo del tiempo en que yo seré una vieja escritora famosa, ella inmediatamente me pregunta: «¿Qué zapatos llevarás?». Entonces yo le digo que llevaré zapatos de gamuza verde, con una gran hebilla de oro a un lado.

Yo pertenezco a una familia en la que todos llevan zapatos buenos y nuevos. Mi madre, incluso, tuvo que encargar que le hicieran un armarito especial para guardar los zapatos: tantos eran los que tenía. Cuando vuelvo con ellos, lanzan gritos de indignación y de dolor a la vista de mis zapatos. Pero yo sé que también con los zapatos rotos se puede vivir.”

Si quieren, pueden leerlo completo acá. Y si les tienta conocer más detalles de la vida y la obra de esta escritora, les recomiendo la biografía que acaba de publicar Siglo XXI: Natalia Ginzburg, audazmente tímida, de Maja Pflug, en la que se detallan los tormentos varios y los detalles íntimos de esta mujer que fue madre, esposa, diputada, editora, mejor amiga de Cesare Pavese, entre otras cosas, en pleno ascenso del fascismo y estallido de la Segunda Guerra Mundial. 

El efecto romántico de la ropa

Antes de despedirnos, escuchemos un poco de música. Es que la relación entre ropa y composición musical es extensísima. Quizás sea porque las prendas evocan los cuerpos de las personas amadas, o por el poderoso erotismo de lo que insinúan. Va un picado de canciones que tienen a la ropa como protagonista.

  • Blue Velvet: esta canción sensual cantada en un escenario por Isabella Rossellini en plena película de David Lynch, mientras Kyle McLachlan la mira primero embelesado y después preocupado, es genial. Y ahora me entero de que Lana Del Rey grabó un cover, tan sexy como la versión original. Hermosa la sensación de que las voces transmitan ese terciopelo azul. 
  • “Hoy tu pollera gira al viento/ quiero verte bailar”, dijo y me conquistó. “Qué ves el cielo” de Invisible, incluido en El jardín de los presentes, es un tema fresco sobre cómo ver bailar a alguien puede transportarnos hasta las nubes. Gracias, polleras, por generar ese efecto. Y gracias Spinetta por hacerlo canción. Como si fuera poco, el Flaco también compuso la delicada “Fina ropa blanca”: acá una versión en vivo de 2010. 
  • De las faldas y lo que muestran, ocultan o hacen flamear también se ocupó Zitarrosa en “Pollera azul de lino” para hablar no tan sutilmente de la infidelidad: “Cuando venga la mañana/ tu pollera de lino azul/ colgadita en la ventana/ bandera al sol amarillo dirá/ que tú no has dormido con tu marido”. 
  • “Un vestido y un amor”. De esa caterva de hits que es El amor después del amor, destaco este clásico de Páez sobre el hecho de encontrar al amor de tu vida ahí cuando no se buscaba a nadie, en la simpleza de un vestido, fumando unos chinos en Madrid. Todo lo que diga está de más
  • “Guantes de piel” de Suárez: un tema del segundo álbum de la banda liderada por Rosario Bléfari en 1995. Este es el video original, bastante experimental, de una canción que cuenta la historia de un hombre extraño que se sube al tren, mira por la ventana y todo lo que ve es desconocido o extraño, como esos guantes de piel del título.
  • “Ropa cae”, una canción pegadiza del dúo Susi Pireli, que integran Paula Trama (de Los Besos) e Inés Copertino (de Amor Elefante) con este video que hicieron en plena pandemia. Para tararear todo el día.

Ahora sí, me despido hasta dentro de quince días.

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Gracias por leer. Y por favor cuídense mucho,

Malena

Es licenciada en Letras por la UBA y trabaja hace muchos años en la industria editorial. Fue editora en las revistas El Interpretador y Los Inrockuptibles. Forma parte del equipo de Caja Negra, una editorial psicoactiva y heterogénea. Tiene un ciclo de entrevistas con escritores y escritoras en el Malba. Si los libros fueran comestibles, podría alimentar a miles de personas con los que acumula en su biblioteca. Lo que más le gusta es viajar.