Daños colaterales

Estados Unidos y Rusia reviven la Guerra Fría en los Juegos Olímpicos que cierran el domingo en Beijing.

El martes próximo Estados Unidos celebrará un nuevo aniversario de su mayor gesta en La Guerra Fría del Deporte. El 22 de febrero de 1980, en los Juegos de Invierno de Lake Placid (un pequeño pueblo de 2.500 habitantes a casi 400 kilómetros de Nueva York), su selección de jugadores universitarios superó 4-3 al superpoderoso equipo de la URSS y se coronó campeona olímpica. “¿Creés en los milagros? ¡Sí!”, exclamó Al Michaels en la trasmisión de la cadena ABC. Dio a Hollywood el título para “Milagro en el hielo” (Miracle on Ice), película discreta de 1981. Hubo otro filme algo mejor en 2004. Se llamó “Milagro”.

En 2014, en honor a sus sesenta años de vida, Sports Illustrated, revista mítica del deporte de Estados Unidos, preguntó a sus lectores por “la portada más icónica” de toda su historia. Ganó por goleada la del 3 de marzo de 1980. Era la foto de los jugadores de Estados Unidos celebrando eufóricos el triunfo. Sin más. “No hacía falta ni una letra. Todos en Estados Unidos sabían lo que pasó”, dijo Heinz Kluetmeier, autor de la foto. Hubo celebraciones y banderas agitadas en todo el país. Televisores en los hospitales. Y hasta se inventó un “cóctel Craig”, por Jim Craig, arquero-héroe, que detuvo 36 de los 39 disparos contra su arco.

MILAGRO EN EL HIELO

La primera de las películas (Milagro en el hielo) apenas aludió al clima de la Guerra Fría con imágenes de protestas por la invasión de la URSS a Afganistán, que había sucedido apenas semanas antes. Las manifestaciones tenían como escenario al Madison Square Garden de Nueva York, donde la selección de Estados Unidos jugaba su último partido de preparación previo a los Juegos y perdía 10-3 justamente contra la URSS, que venía de ganar el oro en los tres Juegos previos. Eran tiempos del equipo conocido como “The Red Army” (La Armada Roja), vencedor de ocho de diez campeonatos mundiales entre 1978 y 1988 y seis de siete Juegos Olímpicos. “Milagro”, la segunda película, sí resalta, en cambio, las tensiones entre Oriente y Occidente y dice también que Estados Unidos tenía baja autoestima tras el Watergate, los rehenes en Irán y la crisis energética.

Estados Unidos precisó de otro documental (“Red Army”, 2014) para ver que los jugadores soviéticos no eran robots sino personas y que su juego, lejos de ser mecánico, era artístico y elegante, inspirado inclusive en movimientos de ballet. “Yo vi Rocky. Hollywood ganó mucho dinero haciendo malos a los rusos”, dijo Slava Fetisov, uno de los jugadores de la Red Army, que luego, ya caído el Muro, fue a jugar a la millonaria Liga del Hockey sobre Hielo de Estados Unidos (NHL), igual que muchos de sus compañeros. El Muro cayó, pero la tensión, casi medio siglo después, está reabierta. El tema Ucrania domina hoy la escena. Y los Juegos Olímpicos de Invierno que terminan este domingo en Beijing sufren su versión renovada de “Guerra Fría”.

KAMILA VALIEVA

La primera crisis de los Juegos de China era su sede: Beijing (el discurso oficial no cuestiona Guantánamo, pero sí la represión china de los uigures). Estados Unidos, junto con otros países, acusó a China de violar los derechos humanos y no envió representación política a la capital del gigante asiático (sí a los atletas). Pero China es Guerra Fría nueva. Y el tema aquí es Estados Unidos vs Rusia. La Guerra Fría vieja en su versión Juegos Olímpicos 2022. Y tiene nombre propio: se llama Kamila Valieva, acaso la mejor patinadora de la historia, una niña de apenas quince años de edad. El lunes 7 de febrero, Valieva lideró el triunfo del equipo ruso en el patinaje artístico. Al día siguiente (con seis semanas de retraso y por supuesto con los Juegos ya iniciados), arribó la notificación de un laboratorio antidoping de Estocolmo de que Valieva había dado positivo en un control que le había sido efectuado en diciembre en San Petersburgo.

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Rusia apeló la suspensión ante el Tribunal Arbitraje del Deporte. El TAS (algo así como una Corte Suprema del deporte con sede en Suiza) avaló que Valieva siguiera compitiendo. Habló de “impacto emocional”. De “atleta protegida” porque es menor de edad. Occidente estalló indignado. El diario conservador inglés The Daily Telegraph, furioso, decretó la muerte de los Juegos Olímpicos. Letras catástrofe en portada deportiva. César Torres, filósofo del deporte, docente en Nueva York, acaso el argentino que más sabe sobre la historia olímpica, me dice que escucha esa frase “desde el inicio mismo de los Juegos”, en 1896 en Grecia, bajo un ideal de paz y fraternidad del barón francés Pierre de Coubertin.

PAINT IT BLACK

Pero allí están los Juegos de 1936 que el Comité Olímpico InternacionaI (COI) regaló a la Alemania nazi. La matanza de atletas israelíes en Munich 72. Ben Johnson y otros numerosos escándalos de doping. Y los boicots políticos y deportivos en Juegos anteriores. El olimpismo pretende el paraíso, pero vive en este mundo. Valieva dista de ser la primera o el primer atleta autorizado a seguir compitiendo tras un caso positivo. Pero sucede que Rusia está bajo la mira, suspendida desde hace años, acusada de “doping de Estado”. Sus atletas pueden competir, pero sin el nombre “Rusia” (usan “ROC”, acrónimo de Comité Olímpico Ruso). Sin bandera rusa (usan la del COI). Y sin himno nacional (Rusia eligió el concierto para piano número uno de Tchakovski).

Obligado por el TAS, el COI debió aceptar entonces que Valieva siguiera compitiendo en Beijing, pero aclaró que si la rusa volvía ganar el jueves en la prueba individual del patinaje libre, como indicaban todos los pronósticos, no habría podio ni himno. La presión fue insoportable. Y Valieva se derrumbó del mismo modo que le había sucedido unos días antes a la patinadora local Zhu Yi, que estalló en llanto tras sufrir caídas inesperadas y hasta se estrelló contra una pared en saltos que habían perdido toda gracia y terminaron en comedia negra, a tono con la música Stone que la deportista china había elegido para una de sus pruebas: “Paint it black”.

Valieva, argumentó Rusia, dio positivo culpa de una contaminación de una medicación que consumía su abuelo cardíaco. Pocos lo creyeron. Peor aún, los periodistas británicos que dieron la primicia del doping recibieron amenazas de muerte. Las amenazas, anónimas y en las redes, carecían de entidad. Pero fueron título gigante en la prensa británica. El jueves, tras su prueba fallida, apenas terminó de sonar el Bolero de Ravel, Valieva, ganadora de ocho títulos mundiales y de múltiples oros, y con solo 15 años (bueno es recordarlo) tropezó y estalló en lágrimas, abrazada a su conejito peluche. “¿Por qué dejaste de pelear?”, le reprochó de inmediato Eteri Tutberidze, entrenadora dura, ahora ella misma bajo investigación de las autoridades. “Ver ese trato tan frío fue escalofriante”, afirmó Thomas Bach, presidente alemán del COI. Dmitry Chernyshenko, viceprimer ministro ruso, lo acusó de “tejer su propia narrativa ficticia sobre los sentimientos de nuestros atletas”.

QUIERO SER TU PERRO

Los saltos cuádruples de Valieva, de medio metro y seis segundos eternos en el aire, hasta entonces inéditos en la escena olímpica, habían terminado en el suelo. Fueron cuatro minutos y veinte segundos de puro sufrimiento. “La crueldad básica del deporte de élite, la crueldad del mundo digital y la crueldad que se esconde detrás de estos circos de propaganda industrializada” del olimpismo moderno, graficó Barney Ronan en The Guardian. Hasta médicos de Estados Unidos aseguran que la Trimetazidina (la droga prohibida y detectada en el control de diciembre) ejerce efectos nulos para las patinadoras. “Cero probabilidad”, afirmó a The New York Times Benjamin Levine, médico especialista de la Universidad de Texas (no todos coinciden con su mirada, otros dicen que puede aumentar artificialmente la resistencia).

Las rusas son excelencia histórica en el patinaje artístico. Se confirmó ese mismo jueves. La prueba fue ganada por Anna Shcherbakova, seguida de Alexandra Trúsova, rusas, ambas de 17 años. “Odio este deporte. Patino desde los cinco años y no lo haré más, solo quiero llorar”, lamentó su segundo puesto Trúsova. Su prueba, la mejor técnicamente, pero acaso menos artística, según los especialistas, eligió la música de Cruella “I wanna be your dog” (Quiero ser tu perro).

Estados Unidos, cuyas principales Ligas deportivas son las únicas que no adhieren a los códigos antidoping mundiales, amenaza con aplicar ahora una ley flamante (Ley Rodchenkov) que la refuerza paradójicamente como policía universal para encarcelar a culpables de doping, sean de la nacionalidad que fueren. Washington creó su propia normativa tras el escándalo de doping ruso en los Juegos de Invierno de Sochi 2014. La ley lleva el nombre del médico arrepentido ruso que denunció el doping, bajo protección del FBI y que inspiró el documental “Icarus”, de Netflix, premiado con un Oscar. Buena parte de la prensa estadounidense habla estos días de atletas rusos y chinos presionados por métodos de Estados opresores. Mismo discurso de medio siglo atrás, de los tiempos en los que Ronald Reagan, textual, hablaba de “atletas libres vs atletas del Estado comunista”.

Curioso, pero fue en Estados Unidos donde el médico federativo Larry Nassar abusó de cientos de niñas gimnastas, medallistas incluídas, de Juegos de Verano y sometidas a maltratos por los entrenadores del equipo nacional. Y fue también en Estados Unidos donde estalló el escándalo de Tonya Harding, la patinadora cuyo entorno lastimó con un palo en una rodilla para dejar afuera de la competencia a Nancy Kerrigan, su principal competidora interna. Sucedió seis semanas antes de los Juegos de Invierno de Lillehammer de 1994. Hollywood, claro, también lo hizo miniserie, documental y película. El filme se llamó “Yo soy Tonya”. Y fue estrenado en 2017. Prefiero leer una crónica sobre “atletas-víctimas”. Que habla de “daños humanos colaterales en el juego del deporte como geopolítica”. Y víctimas también, podríamos añadir, de la locura por un podio olímpico.

Soy periodista desde 1978. Año de Mundial en dictadura y formidable para entender que el deporte lo tenía todo: juego, política, negocio, pueblo, pasión, épica, drama, héroes y villanos. Escribí columnas por todos lados. De Página 12 a La Nación y del New York Times a Playboy. Trabajé en radios, TV, escribí libros, recibí algunos premios y cubrí nueve Mundiales. Pero mi mejor currículum es el recibo de sueldo. Mal o bien, cobré siempre por informar.