Con rastreos de contactos no se le gana al virus. La evidencia es clara.

La herramienta es relativamente eficaz pero inconsecuente donde hay pocos casos, e imposible donde hay muchos.

En meses de pandemia aprendimos que hay cosas que funcionan, cosas que no funcionan y cosas que no funcionan pero ojalá lo hicieran. El contact tracing (“rastreo de contactos”) parece una herramienta extraordinaria hasta que se la necesita.

¿Qué es el rastreo de contactos?

En esencia, es actuar rápidamente para encontrar y aislar a personas que están o estuvieron en contacto con alguien que dio positivo para el coronavirus. Idealmente el rastreo de contactos encontrará no solo a los contactos directos triviales (familia, compañeros directos de trabajo) sino aquellos indirectos que no saben que estuvieron en contacto con un infectado (vecinos, gente que usa el mismo gimnasio, gente que compartió transporte público, etc.). Para alcanzar a estos últimos hay que tener grandes recursos humanos y tecnológicos, y en donde se lo hace se logra solo con una agresiva intrusión en las vidas privadas. Por eso hay que distinguir lo que significa rastreo de contactos en la mayor parte del mundo (poco más que contactos directos) y lo que significa en lugares como China y Corea del Sur (donde, con pocos casos, se rastrea contactos indirectos extensiva e intrusivamente)2.

¿Sirve el rastreo de contactos? 

No mucho.

El rastreo de contactos como lo conocemos no produce beneficios tangibles en la práctica en casi ningún lugar, es más una idea y una puesta en escena que una solución al verdadero problema de encontrar y aislar infectados como prevención. Para hacer funcionar un verdadero contact tracing hacen falta recursos técnicos y humanos casi ilimitados.

En estos días se publicó un estudio sobre rastreo de contactos en Corea del Sur, quizás el único lugar en donde, por recursos y capacidad técnica, se puede hacer seriamente. En un análisis de rastreos de casi 60.000 contactos de 5.700 infectados originales entre los meses entre enero y marzo, el rastreo de contactos encontró 11,9% de positivos en la casa del infectado original, es decir los contactos triviales directos, y apenas un 1,9% entre los contactos fuera de la casa, es decir, contactos en lugares de trabajo, gimnasios, lugares de asistencia cotidiana. Los meses de enero a marzo fueron los de altos números de casos en Corea, así que ese 1,9% seguramente incluye infectados por otras vías que las del contacto investigado y el número real esté más cerca del 1%. Es decir, casi nada lo que el rastreo encontró fuera del entorno trivial fue significativo para la contención de la epidemia local.

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[El rastreo de 60.000 contactos en Corea del Sur encontró poco más de un 1% de nuevos casos positivos]

El contact tracing que funciona son los padres, la familia, compañeros cercanos de trabajo, contactos directos a quienes la persona infectada naturalmente comunica su contagio. Es poco lo que se puede hacer para identificar y contactar eficazmente a otros infectados fuera del entorno, y es improbable que su rastreo resulte en la identificación significativa de nuevos casos por varios motivos:

  • Es difícil rastrear contactos cuando son muchos los infectados diarios.
  • Es fácil conocer a los contactos directos, difícil contactar a la mayoría de los indirectos (contactos circunstanciales de trabajo, vecinos en el ascensor) y es casi imposible identificar los contactos indirectos más lejanos (gimnasio, negocios, transporte) sin tecnología intrusiva de las personas.
  • Es difícil llegar eficazmente a los contactos indirectos si los resultados de los tests se demoran, y cuando hay miles de casos diarios, inevitablemente se demoran (¡en gran parte de EEUU hoy se demoran hasta 7 días!). Cuando se llega a ellos ya es tarde.
  • Los datos demuestran que es improbable que los contactos más indirectos hayan sido contagiados por el sujeto.

Las dificultades para conseguir resultados con rastreo de contactos son evidentes en el mundo. No hay historias de grandes éxitos en su uso, pero sí muchas de sus fracasos.

A screenshot of a cell phone

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Nueva York, que en lo peor de su crisis no pudo hacer uso de la metodología, en junio, con pocos casos y un mini- ejército de varios miles de trazadores e investigadores, rastreó contactos de 7,584 casos de COVID-19. Entre los problemas para localizar los casos positivos, conseguir sus contactos y lograr dar con esos contactos, solo consiguieron contactar a un 20% de ellos, en su mayoría negativos. Es decir, miles de rastreadores, rastreando no más de 200 casos por día pudieron encontrar solo un puñado de nuevos positivos. Un puñado es más que nada, pero el costo es alto. 

Logramos poco con el rastreo de contactos porque es relativamente eficaz pero inconsecuente donde hay pocos casos, y es imposible e ineficaz donde hay muchos. Invertir mucho para encontrar -con suerte- un nuevo caso sobre 50 casos diarios donde hay pocos, o 100 casos donde hay miles, cambia poco la dinámica de contagios y la progresión de la pandemia local.

Por eso los epidemiólogos más famosos no son muy optimistas con los rastreos. Según Marc Lipsitch, de la Escuela de Salud Pública de Harvard y uno de los epidemiólogos más importantes del mundo:

“Hay que tratar de crear la infraestructura para rastreos de contactos porque ayudará en los ‘márgenes’ y detendrá algunos contagios. Pero DEBEMOS dejar de pensar los rastreos como la bala mágica (no lo fue en ningún lugar, salvo quizás unos pocos lugares con baja incidencia del virus). Debemos empezar a pensar en otras formas imaginativas (o aburridas, como los barbijos) para frenar el virus y mantenerlo lejos de los vulnerables. Tanto esfuerzo puesto en rastreos ha desviado esfuerzos y la creatividad para producir otras soluciones”

Lipsitch ya planteaba el problema con contact tracing a comienzos de marzo cuando había pocos casos en New York, antes de que desencadenara lo peor en abril: 

“Los esfuerzos por hacer rastreos de contacto abruman hasta a los departamentos de salud más importantes del país. En esta etapa, es equivocado usar grandes recursos en esta estrategia.”

Michael Osterholm, otro de los más prominentes epidemiólogos del mundo dice que:

“Hoy por hoy no sabemos cuántas infecciones pueden prevenir estos ambiciosos programas (se refiere a contact tracing), o cuánto cambiarán del curso de la pandemia en distintos estados. Además, la implementación de los programas de rastreo de COVID-19 tendrán un serio costo fiscal, sobre todo si los casos siguen creciendo en algunos lados y encontrar los casos positivos recientes y sus contactos es un esfuerzo enorme” 

La discusión en Argentina

Paradójicamente en Argentina el “testeo, rastreo y aislamiento” emergió como eslogan-bandera de muchos que no aceptan el recurso del aislamiento y hasta niegan o relativizan los peligros del virus. De alguna manera encaja con las soluciones tecnocráticas que el liberalismo moderno plantea para problemas que no le interesa resolver (‘Señor, señora, aquí tiene una app para recorrer supermercados y vencer la inequidad económica caminando’). Más allá de las intenciones -en muchos es una aspiración honesta- el eslogan termina funcionando más que nada como un recurso de distracción o eliminación de las políticas que funcionan y como alta vara, muchas veces usada como látigo político.

Pero no aceptemos la manipulación y tiremos al bebé con el agua sucia: lo que sí necesitamos es más tests e inmediato aislamiento de sospechosos y contactos directos.

Focalicemos la discusión en la promoción de políticas efectivas para enfrentar la emergencia. Hacer rastreos significativos requiere de gran inversión en recursos técnicos y humanos, recursos que hoy sería mucho más práctico asignar a otras tareas, como acelerar los tiempos de los resultados tests y de análisis de clusters, la producción y distribución de equipamiento de protección para personal de salud, campañas masivas de educación y la promoción y -quizás- distribución gratuita de barbijos.

Científico y biólogo molecular. En Estados Unidos dirige el desarrollo de anticuerpos monoclonales en una empresa de biotecnológica internacional.