Chrystian Colombo: “La clase política acompañó al gobierno de De la Rúa hasta que no pudo más”

Fue jefe de Gabinete del gobierno de la Alianza entre octubre del 2000 y el diciembre de 2001. Fue el último funcionario del gobierno en retirarse de la Casa Rosada el fatídico 20 de diciembre.

¿Te acordás qué estabas haciendo el 19 y 20 de diciembre? ¿En qué momento te diste cuenta que estaba pasando algo extraordinario?

Hubo acciones extraordinarias el 19 y el 20, pero el proceso de deterioro económico y político había empezado mucho antes. No es que me haya dado cuenta el 18, el 19 o el 20. Yo no creo que haya sido un solo detonante el producto de esos días. Ni siquiera los hechos de violencia. Los hechos de violencia y los problemas en las provincias habían empezado bastante antes. Quizás, el hecho políticamente importante fue que, después del corralito, hubo una movilización muy fuerte en la Capital Federal. Eso creo que fue el 19 a la noche. Nosotros estábamos reunidos con varios gobernadores en el Hotel Elevage mientras ocurría esto. Eso fue un detonante muy fuerte porque, la Capital Federal era el territorio que durante muchos años había votado al Dr. De la Rúa.  

¿Qué te acordás de esos dos días? 

Recuerdo todas las cosas que hice. Había habido una reunión de Cáritas el 19 de diciembre al mediodía. Ese también fue un hecho muy importante

¿Por qué? 

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Porque ahí es la última oportunidad que tuvo el Gobierno, y que tuvimos, de tener a todas las fuerzas sociales más los presidentes de los dos principales partidos (Eduardo Duhalde y Raúl Alfonsín), varios gobernadores, las dos CGT, tratando de ver si se encontraba una solución al tema. Una solución política, me refiero. Que pasaba, básicamente, por la renuncia del Dr. (Domingo) Cavallo. 

¿Ese fue el pedido de los sectores sociales en Cáritas?

Sí, un pedido si querés indirecto, pero fue ese. Esa fue una reunión que, en parte, fue el epílogo y, a su vez, el inicio de un trabajo que habíamos empezado con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) para encarar un diálogo posible en la Argentina que permitiera superar la situación. Esto comenzó allá por junio o mayo. Después lo continuó el Dr. Duhalde, que terminó siendo el Diálogo Argentino. Ahí fueron varios y había distintas posiciones, porque estaba la Sociedad Rural, que pensaba una cosa, los industriales que pensaban otra. Pero, básicamente, yo creo que ahí hubo un error de interpretación del Presidente, que fue un rato, porque no iba a ir. Yo le manifesté que iba a ir, que me parecía importante como reunión porque ya era muy difícil para el Gobierno juntar tanta representación. La poca que le quedaba a la dirigencia política porque estábamos en un momento en el que ya el “que se vayan todos” era generalizado. En ese momento, en dos distritos importantes, en Capital Federal y en Santa Fe, ganó el voto bronca. Había pocas oportunidades de reunir tanta representación para el Gobierno. Yo creo que ahí el Presidente interpretó que solamente querían devaluar. Finalmente, el devaluar no era el principal problema, sino cómo, y cómo se conservaban o no algunas cosas que eran importantes de la convertibilidad.  

¿Vos eras el único representante del Gobierno en esa mesa, hasta que llegó De la Rúa?

Del Poder Ejecutivo sí, pero había gobernadores radicales, Aníbal Ibarra (jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires), Ángel Rozas (gobernador de Chaco) y algunos mandatarios provinciales peronistas. 

Y cuando llegó De la Rúa a esa reunión, ¿qué dijo?

Escuchó algunas cosas que, como siempre, mientras no estaba el Presidente se decían de una manera y, cuando estaba, de otra. Se bajaba el tono. Hace muy poco, hablando con el Dr. Cavallo, él me decía que, cuando vinieron a pedirle la renuncia, nadie se atrevía a decírselo. Es lógico. Pero yo creo que ahí ya estábamos en una instancia en la que la iniciativa la teníamos que tomar nosotros. Era tarde, pero todavía, a lo mejor, había una rendija de tiempo. Yo creo que esa oportunidad se desaprovechó.

Y a la noche se produce una segunda reunión en el hotel Elevage, ¿ahí cuál era el planteo? 

Lo mismo. Si Cavallo se iba o no, quién iba a asumir. Ya con los hechos de violencia de fondo y el estado de sitio.  

Cuando se dicta el estado de sitio, ¿hay una consulta previa al gobierno de la provincia de Buenos Aires o al peronismo?

A nosotros nos llamaron varios gobernadores. A mí no me llamó el gobernador bonaerense. Creo, según lo que dijo el Dr. De la Rúa, lo había llamado a él. No sé si hubo algún otro tipo de diálogo con algún otro funcionario de la provincia de Buenos Aires.

¿Cuál fue el contenido de la conversación?

Sugerir que se pidiera el estado de sitio. En realidad, había habido varios gobernadores. Algunos llamaron al Dr. (Ramón) Mestre, alguno me llamó a mí.

¿Para pedir eso?

Sí.

¿Cuál era el objetivo de dictar estado de sitio? 

Yo creo que, visto desde ahora, finalmente, fue un error. Porque exasperó más a la gente. Uno, en ese momento, toma o sugiere tomar las medidas imprescindibles para garantizar el orden. Pero fue un error porque no implicaba nada en términos de distribución de tropas de las fuerzas federales, ni de aumentar la represión, sino que fue tomado por la gente que no podía hacer uso de las libertades que gozaba desde el inicio de la democracia. Entonces, creo que eso exasperó. Visto a la distancia, para mí fue un error.

¿Estaba la idea, al margen de si se emitió o no, de convocar al peronismo para que fuera parte del gobierno?

Sí, de hecho, los últimos dos discursos del presidente De la Rúa fueron un llamamiento a formar un frente. Creo que las decisiones políticas también tienen un tiempo y ya se había agotado. Fue a destiempo. Nosotros analizamos con el presidente, el 18 de mayo, las alternativas que había para la salida de la convertibilidad. Esto era producto de que ahí había habido dos cambios muy importantes. 

¿Cuáles?

Primero, que más allá de los hechos que sucedieron, como la renuncia de «Chacho» Álvarez, con la incorporación de Cavallo se incorpora quien había sido la tercera fuerza electoral. Era un cambio político muy importante que generó un sismo en el radicalismo. No tanto en el FREPASO, porque de hecho hubo una intención de que volviera Chacho Álvarez como jefe de Gabinete. Pero, más allá de eso, con la incorporación de Cavallo se había cambiado la alianza por la cual se había llegado al gobierno. 

Esa decisión, ¿quién, cuándo y con quién la toma De la Rúa? 

Sinceramente, me gustaría saberlo. Cavallo me dijo que De la Rúa le había ofrecido a él la Jefatura de Gabinete. Yo me hubiese corrido gustoso. Lo cierto es que no sé cómo se tomó esa decisión. Ignoro los mecanismos y con quién había hablado. Si ustedes recuerdan, el ministro de Economía era (Ricardo) López Murphy, quien va a una reunión del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en Chile y el Presidente me dice que lo acompaña para brindarle su apoyo. Antes de volar al país vecino, o en el vuelo, me llama por teléfono y me dice que organice una reunión porque López Murphy había renunciado y él venía con Cavallo. Sinceramente, desconozco cómo y por qué se tomó la decisión.

Por el relato que hacés, y por lo que describe mucha gente, De la Rúa era una persona indudablemente capaz, lo había demostrado en su vida académica y política. Pareciera como si, llegado a un momento de mucha tensión, la situación lo sobrepasara. ¿Fue así? 

En una entrevista me dijeron que, en ese momento, había un periodista que había dicho que el Dr. De la Rúa estaba como zombie o algo así. Me dijeron que había sido (Daniel) Hadad. Yo creo que estaba estresado. Teníamos enormes dificultades, con muchos frentes abiertos, con una alianza que había servido para llegar al poder pero que, claramente, era muy frágil desde el punto de vista de la gobernabilidad. Con un partido como el radical que, durante toda la época del gobierno del Dr. (Carlos) Menem, se había opuesto a la convertibilidad. El Dr. Alfonsín siempre lo manifestó públicamente. Yo tuve con él un cruce y recuerdo que me dijo: «¿Cómo va a estar prohibido en democracia que yo exprese lo que pienso?” Y tenía razón. 

¿Por qué?

Se había instaurado como una verdad única que esta era la forma de salir. Había servido, claramente, para salir de la hiperinflación, pero me parece que se había agotado. Y la forma en la que se salió no fue la mejor manera de preservar las cosas ni de evitar una gran redistribución del ingreso. Se olvidó que una parte importante de la convertibilidad era reconocer que, para los argentinos, existen dos monedas. Y la moneda de ahorro es el dólar. Este problema subsiste, sigue hasta nuestros días, más allá de devaluar o no devaluar. 

¿Ese contexto lo desbordó a De la Rúa?

El barril de petróleo salía 17 dólares, la tasa de interés estaba en el 14 o 15%, la soja valía 120 dólares en febrero de 2001. Había cambiado la administración norteamericana y asumió una con una visión distinta. Hablando mal y pronto: nos habían picado el boleto en términos de otorgar crédito. Había infinidad de problemas y era muy difícil estar permanentemente con la misma agilidad. De la Rúa tuvo que hacer siete planes de ajuste. Para los economistas, a veces, es muy sencillo. Para el presidente De la Rúa, más allá de todos los errores cometidos, fue un ejercicio político difícil de sobrellevar.

¿Ahí la política no debería conducir a la economía?

Sí, pero por eso yo hablo de que los tiempos fueron diferentes, porque no había habido una discusión sobre cómo salir de la convertibilidad. Casi estaba prohibido hablar del tema. Para darles una idea, en los cuatro o cinco pactos federales que nosotros firmamos hubo recortes para los gobernadores. Pero ellos exigían que se cumpliera con la convertibilidad, porque para la gente era una situación de confort, de comodidad. Para los que viajaban, para los que tenían que pagar dividendos al exterior, para los acreedores en dólares. Había una porción muy grande de la población que tenía una situación de confort con la convertibilidad. Pero, mientras tanto, el aparato productivo se estaba destruyendo.

Dijiste que, después de la reunión en el hotel Elevage, vos te vas a Olivos. ¿Fue para volver a llevarle la propuesta a De la Rúa?

Esa noche había empezado a circular la versión de la renuncia de Cavallo, pero no estaba el anuncio formal. Yo fui a Olivos a contarle al Presidente cómo había sido la reunión. Él, en ese momento, estaba descansando. Había habido un cacerolazo alrededor de Olivos, estaba todo bastante alborotado. Yo me fui y volví muy temprano, a la mañana siguiente. 

¿Estuviste en el momento en el que De la Rúa firma su renuncia?

Estuve en el momento en el que firma, no en el momento en que la escribe. El único que estaba ahí era (Adalberto) Rodríguez Giavarini. Ese fue un momento durísimo, visto en perspectiva. Ver renunciar a un Presidente a mitad de mandato fue muy duro y el presagio de un montón de cosas que pasaron en esos días que hablan de un gran desencuentro. No tengo un buen recuerdo de ese momento. 

¿Es el recuerdo del recuerdo o te acordás que en ese momento sentiste eso?

No, en ese momento lo sentí.

No es que, en la vorágine, no lo advertías

No. Es más, yo creo que De la Rúa eso lo había meditado mucho antes. 

¿Ya había hecho el duelo?

Simplemente por algunas expresiones suyas en la charla. Incluso, ese mismo día, habíamos hecho un plancito para ver con quién hablar, a quién ver, a quién nombrar. «Vamos a ver si salvamos esta situación», decía. Pero fue un momento muy duro. El detonante fue cuando le piden el juicio político, que se lo pide (Humberto) Roggero (NdE: presidente del bloque del PJ en Diputados). Yo creo que el tema más importante fue cuando nos enteramos de que hubo muertos alrededor de la Plaza. 

¿Cómo fue ese momento?

Fue muy duro para todos. Un momento que, históricamente, fue muy grave. Fue el fruto de un desencuentro. No estoy diciendo que fuera culpa de nadie, fue un poco culpa de todos y el principal culpable, claramente, fue el Gobierno. Después es fácil buscar un culpable, buscar una excusa salvadora en un solo hecho o hablar de complot. Yo no tengo pruebas para eso. Lo dije el primer día. La oposición, incluso el partido radical sin estar muy de acuerdo con esto, acompañó hasta donde pudo. Hasta la ley de déficit cero, nosotros sacamos todas las leyes que mandamos al Parlamento y no eran leyes fáciles. Era una circunstancia que devoraba dirigentes. Después puede haber vuelto pero, en ese momento, la clase dirigente no podía caminar por la calle.

Si el momento de quiebre fueron los muertos en la Plaza, ¿cuál te parece que fue el instante de quiebre de la sociedad? 

Yo creo que fue un proceso. Sinceramente, no creo que sea uno. Los hechos de violencia empezaron antes, el disconformismo de la sociedad también. 

¿Con hechos de violencia te referís a Mendoza y Entre Ríos?

Mendoza, Entre Ríos, la provincia de Buenos Aires, Santa Fe. Yo hablé con (Carlos) Reutemann. Hay varios trabajos de investigación que se refieren a un proceso creciente de actos de violencia, de disconformismo de la sociedad. La imagen del Gobierno era bajísima. No estamos hablando de un Gobierno que pudo mostrar demasiados éxitos. Y, si los hubo, no se notaban, porque eran más las cosas que salían mal que las que salían bien. Es fácil culpar y yo creo que hubo más de uno que se subió y aprovechó las circunstancias. Tampoco seamos ingenuos en no creerlo. Ahora, cuando es un hecho tan generalizado, que se da a lo largo de todo el país, en los dos distritos más importantes, uno no puede decir que fue obra de los punteros que se pusieron de acuerdo. A mí me parece una explicación infantil. No digo que no se pueda usar y que no quede en la historia como eso, pero a mí me parece que políticamente es muy difícil de hacer.

Foto: Paula Salischiker

Vos oficiabas de nexo entre De la Rúa y Alfonsín, ¿cómo era ese vínculo que públicamente parecía complejo?

Era complicado. No tanto personalmente, porque eran dos muy buenas personas que pensaban distinto. Ahora, claramente, en los alrededores de ambos estaban quienes fogoneaban contra el otro. Había gente que escribía un discurso para De la Rúa que atacaba a Alfonsín o viceversa. Yo creo que se armó una alianza para ganar las elecciones, no una alianza para gobernar. Creo que es un problema que nosotros tuvimos, pero que está muy vigente, porque lo que no hay son acuerdos mínimos de cómo generar un consenso, un acuerdo sobre disensos para llevar a cabo políticas de Estado. Nosotros esto lo discutimos. A raíz de eso, se intentó hacer un acuerdo el 9 de julio, entre todos. Incluso se denominaba Pacto del 9 de Julio. Ustedes pueden leer el trabajo de la Unión Industrial Argentina (UIA), de la Iglesia. Fuimos recolectando y viendo cuáles podían ser los denominadores comunes para salir de una situación extremadamente grave. 

¿Tenías una posición tomada respecto a la salida de la convertibilidad?

Sí. Para mí el principal tema no era la devaluación o no, sino evitar el extremo de irse a una dolarización, pero habría que haber salvado el bimonetarismo. Buscar alguna forma de poder devaluar sin tirar abajo todo. No era lo más fácil. Eso requería de un acuerdo político amplio. Incluso como hecho anecdótico, antes de asumir De la Rúa, yo estaba como presidente del Banco Nación y tuve la oportunidad de hablar con algunos fondos de afuera, brokers extranjeros que eran acreedores de la Argentina o del sector privado nacional, y lo que pedían era una garantía de que iba a seguir la convertibilidad. Esos mismos brokers, dos o tres meses antes, lo que te pedían era que se termine. No había, en realidad, ningún plan. Lo que permitió que esto no estallara fue un acuerdo político entre Duhalde y Alfonsín, que permitió salir de ahí. Después cambiaron los precios relativos, se había licuado el gasto público con la devaluación, habíamos pasado de 24 a 42 o 52% de pobreza. Fueron momentos dramáticos para todos.

¿El momento puntual de la represión lo recordás cómo fue?

Lo recuerdo, pero no era un tema que estuviera manejado por nosotros.

¿Por Jefatura o por el Gobierno?

Ni por Jefatura ni por el Gobierno. 

¿La justicia?

Y, claro, porque a cargo de todo el operativo de Plaza de Mayo quedó la jueza (María) Servini de Cubría. No fuimos nosotros quienes ordenamos la represión, ni mucho menos algunos policías.

¿Ve algún acto de injusticia histórica sobre que se hayan cargado tanto las tintas sobre el Gobierno y no sobre la justicia?

El Gobierno es responsable. Partamos de esto. No sé si es injusto o justo. Yo creo que lo que no se hizo fue separar lo que había sido la responsabilidad de cada uno de los distritos. No recuerdo, pero hubo algo así como cuarenta muertos, de los cuales alrededor de la Plaza fueron seis o siete. El resto ocurrieron en el interior del país. Lo cual no le quita gravedad al asunto. Esto lo investigó la justicia, además. Es lo que queda en la memoria colectiva. Lo único que puedo decir, honestamente, es que no escuché nunca al presidente De la Rúa ni a ningún funcionario de los que estaban alrededor nuestro dar una orden de reprimir. La Casa de Gobierno estaba sin rejas, sin absolutamente nada.

Cuando un dirigente político ve una situación de zozobra de esa naturaleza, ¿lo ve como si un mecánico va al taller, como parte del laburo? ¿Se putea? ¿Te agarrás la cabeza?

Te agarrás la cabeza y llorás. Una muerte es una muerte, es jodida. Cuando el Estado hace eso o alguien que está representando al Estado hace eso, es lo mismo que Kosteki y Santillán. Va a quedar en la memoria. ¿Vos te creés que alguien mandó a ese comisario o subcomisario a reprimir de esa manera? No. 

Mencionaste como un punto de quiebre las elecciones de octubre de 2001, ¿qué evaluación hicieron después de esa elección?

La gente votó en octubre y fue lapidaria. La Alianza, que había sacado 60% en Capital Federal, obtuvo, con un discurso en contra de la convertibilidad con (Rodolfo) Terragno, el 20%. Duhalde, que había sacado una equis cantidad de votos, obtuvo 900 mil votos menos. Neto, en la Capital Federal, el 40% fue voto bronca. Pero el Presidente había dicho que no era la elección de él. Marquémoslo como un error, finalmente. A lo mejor, en ese momento era una forma de desengancharse, pero era bastante difícil no leer el mensaje, hacerse el distraído. A mí me parece que el principal error que cometimos fue una falta de timing muy fuerte. Porque estábamos en el proceso de ir emparchando, de a poco, la convertibilidad para esperar el milagro. 

¿Cuál era el milagro que esperaban?

Que los precios internacionales, como sucedió en mayo del año siguiente, subieran. Que Anne Krueger y el FMI se tornaran menos belicosos con nosotros. Fijate que todas esas cosas no dependían de nosotros. Y en lo que dependía de nosotros, ¿cómo jugamos las cartas? Ahí me parece que hubo errores.

Tenés en la cabeza alguna decisión que vos decís «si ésta la tomábamos un mes antes» no te digo que salvabas el Gobierno, pero…

El Gobierno también tenía sus gurkas, gente que no quería ni siquiera dialogar con el otro. 

¿Quiénes?

No quiero dar nombres. Había gente que estaba tratando de defender -porque todos teníamos que defender- la convertibilidad. Pero teníamos que tener un juicio más crítico. Yo hablé muchísimo con el Dr. Alfonsín sobre este tema antes. Él debe haber hablado con Cavallo, con un montón de gente con respecto a esto. De hecho, tuvimos reuniones con gente allegada. El que no cambió fue el Gobierno, porque la clase política había acompañado hasta donde pudo y, después, no pudo más.

A 20 años, hay algunas cosas que son una musicalidad que seguimos teniendo. Coaliciones que se articulan para ganar y no para gobernar, deuda, pobreza, el FMI. ¿Qué continuidades y rupturas ves con ese momento?

Voy a empezar por las cosas que se dejaron y que me parecen un aprendizaje de la sociedad y una buena señal. La primera son las elecciones de medio término de 2021 comparadas con las de 2001. En 2001 ganó el voto bronca, el voto castigo y, ahora, por lo menos, ganó un voto positivo, aun cuando la participación sigue bajando. En segundo lugar, si vos analizás el último gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y el de Mauricio Macri, a los dos a mitad de término los medios les dijeron que se iban a ir en helicóptero. Esto no ocurrió, porque a mí me da la impresión de que la sociedad no quiere revivir esa situación. En la memoria colectiva ha quedado ese tema. En tercer lugar, aunque unidos por el espanto, se han mantenido dos coaliciones. Dónde van a ir a parar, no sabemos, pero han llegado juntas, con el folklore y con un relato futbolístico acerca de las peleas y los desencuentros. Pero me da la impresión de que, claramente, en estas dos coaliciones existe gente cuyo lucro está en tirar piedras para los dos lados. Esto no es solamente en la política argentina, sino que se ha globalizado bastante este tema. 

¿Y qué continuidades ves?

Creo que faltan muchos acuerdos. No hay acuerdo en cómo vamos a financiar la ampliación de derechos. Ni en qué es lo que podemos y no podemos hacer para adelante con el presupuesto que hay. Esto me parece un tema importante. Donde tampoco hay acuerdo es en qué tipo de justicia vamos a tener. Vayamos a un hecho: hace seis años que la Argentina no puede nombrar a un procurador. Ya no estoy hablando de acuerdos sobre la economía, donde hay distintas visiones. Tampoco hemos progresado en el tema de la pobreza. Año tras año, la pobreza en la Argentina aumenta. Para mí, los tres temas más importantes para hacer un acuerdo son la pobreza, la justicia y el gasto político. Poner todo bajo la égida de que terminemos con la pobreza. Eso puede ordenar el gasto público, cuáles van a ser las prioridades para crecer y, a partir de ahí, se puede formular un plan de crecimiento. Arreglar la justicia. No podemos seguir con juicios que duran una eternidad y después dicen que no hay pruebas, que están vacíos. A mí me parece que ahí hay que lograr un acuerdo político. El otro es el gasto político, por lo que significa como ejemplo.

Más como un tema simbólico que presupuestario.

Sí, porque el gasto político no puede estar para solucionar la pobreza o la falta de posibilidades de algún dirigente de encontrar un trabajo en el sector privado y hacer una fortuna dedicándose a la política. Me parece que eso es imprescindible. 

¿Nunca te dieron ganas de volver a hacer política? No, yo ya creo cumplí acabadamente mi ciclo y no estoy dispuesto a pensar en esos términos. La verdad, me interesa más la cosa pública que la cosa privada, pero no ejercer. Ya hice, durante dos gobiernos, mi aporte, malo o bueno. Es lo que hay.

Soy director de un medio que pensé para leer a los periodistas que escriben en él. Mis momentos preferidos son los cierres de listas, el día de las elecciones y las finales en Madrid. Además de River, podría tener un tatuaje de Messi y el Indio, pero no me gustan los tatuajes. Me hubiera encantado ser diplomático. Los de Internacionales dicen que soy un conservador popular.

Soy politólogo de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y director de la agencia de comunicación Monteagudo. Soy co editor del sitio Artepolítica. Nací en Olavarría, una metrópoli del centro de la provincia de Buenos Aires. Vi muchas veces Gladiador.