Chile: por qué ganó el Rechazo

Tres claves para entender un resultado que reordena el escenario político.

¡Buen día!

Espero que te encuentres bien. Esta es una edición express dedicada a lo que ocurrió ayer en Chile, donde la propuesta de la nueva Constitución sufrió una derrota categórica. El Rechazo se impuso por el 61,8% contra el 38,1% del Apruebo, un margen superior al que pronosticaban las encuestas y lo suficientemente abultado para sumergir al país en otro pozo de incertidumbre.

La novedad del voto obligatorio, la principal esperanza del Apruebo para desconfiar de las encuestas, terminó siendo favorable al campo contrario y es el primer dato para entender el resultado: votaron 13 millones de chilenos, lo que equivale al 86% del padrón y casi el doble que en el plebiscito de entrada en 2020. Esos nuevos votos se sumaron mayoritariamente a la campaña del Rechazo, que se impuso en todas las regiones del país y en diferentes segmentos, incluidas las comunas populares que le dieron a Boric el triunfo en segunda vuelta.

Es una cifra espesa y en cierto modo incómoda, que narra por su propia consistencia: votó más gente por el Rechazo (7,8 millones de personas) que los que votaron por el Apruebo en el plebiscito de entrada (5,8 millones), en el cual se impuso la propuesta de una nueva Constitución por un margen de 80–20.

Las olas que produjo el flamante voto obligatorio confirman algo que hemos dicho en este correo. En Chile, antes que una polarización entre la derecha y la izquierda hay una, más aguda, entre los que votan y los que no. La incapacidad del proceso constituyente para incorporar desde el inicio a esos ciudadanos da cuenta de una falla estructural, que se vincula con la larga derrota de los partidos políticos en Chile y la profunda crisis de representación que anuda en toda la sociedad. De eso se trató (también) el estallido de 2019. Esta es, para mí, la principal conclusión de esta noche, y si me apuran de los últimos años. Pero, además, es lo que ilumina el enorme problema que se viene ahora, cuando la batuta pasa al gobierno y al Congreso.

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Pero no quiero pasarme de pillo con esto porque todavía no soy formalmente politólogo y porque Cenital tiene al profe Facu Cruz, que lo va a explicar mejor. Como también entraron en juego otras variables, te propongo tres claves más para leer lo que pasó ayer.

1. El punto de partida

Si bien las encuestas lo venían anticipando desde hace meses, el estupor que generó la derrota del Apruebo –a ambos lados de la cordillera– radica en la comparación con el plebiscito de entrada, que rozó el 80%. Pero ese número era un espejismo, y no solo por la baja participación y la heterogeneidad de sectores que lo habitaban. La nueva Constitución apareció como la única canalización posible al estallido social. Ese era su principal atractivo. De hecho, las calles solo se vaciaron con el acuerdo, que fue firmado y conducido por la mayoría de los partidos políticos (con la excepción del Partido Comunista y el Partido Republicano, de Kast).

Esa cifra, sin embargo, también reflejaba que la Constitución vigente, redactada en dictadura, había perdido toda legitimidad, en parte porque sus principales pilares coincidían con los núcleos del malestar social, vinculados a la mercantilización de servicios que los chilenos ya juzgaban como derechos: pensiones, salud y educación, entre otros, a los que se le suma la cuestión del agua y la tierra, de mayor relevancia fuera de Santiago. De hecho, fue bastante sintomático que el Rechazo sólo se impuso en cinco comunas en todo el país, entre ellas Las Condes, Vitacura y Lo Barnechea, que componen el mítico barrio alto.

¿Cómo puede ser, entonces, que después de votar de manera abrumadora contra la Constitución de Pinochet los chilenos ahora se inclinen hacia el Rechazo? Hechas las aclaraciones anteriores, hay algo más simple: la nueva propuesta no convenció. Así como la mayoría no quiere más la Constitución de Pinochet, tampoco quiso la que le ofreció la Convención. Más allá de todo lo que se quiera ensayar –rol de los medios, fake news, época de pasiones tristes, posverdad, que se yo, elige tu propio kiosco– lo cierto es que el nuevo texto no convenció. El resultado es tan contundente que empezar por otro lado es engañarse.

2. Ahora sí: la Convención

Acá voy a hacer algo grosero, algo que no me gustaría repetir nunca más pero es de madrugada y en definitiva terminaría escribiendo lo mismo. En abril, en un correo dedicado a Chile, puse esto:

El órgano perdió la batalla comunicacional hace varios meses. En septiembre del año pasado el diario La Tercera reveló que un constituyente de la Lista del Pueblo, por entonces el colectivo de independientes más grande y significativo, había fingido tener cáncer. El episodio derribó al conglomerado y marcó el inicio de una cobertura mediática cada vez más intensa, que hacía hincapié en presuntos lujos de convencionales –como transporte privado u hoteles caros cuando se movían fuera de la capital– mientras destacaba la falta de acuerdos y las propuestas más radicales en el marco del debate en las comisiones. Así, se construyó una imagen de la Convención como un circo identitario dominado por la izquierda, que gastaba el dinero de contribuyentes para tratar de imponer pequeñas causas antes que trabajar en un nuevo pacto social.

Poco ayudaba el hecho de que muchas de las propuestas que circularon en las comisiones eran en efecto radicales y el tono del debate, en varios casos, tenía rasgos televisivos. Se señalaron también problemas en el diseño de la Convención, que dejó para los últimos meses la discusión y votación del articulado más sensible, como derechos sociales. Lo que quiero decir es que la imagen y apoyo del órgano ya venía en caída desde antes de las elecciones (presidenciales).

(…)

“Hay un distanciamiento de la ciudadanía que es preocupante”, me dice Patricio Fernandez, constituyente de centro-izquierda y hombre cercano a Boric. “Efectivamente la Convención ha generado ruido, pero también es difícil seguir los detalles. Las cosas que un convencional dice son tomadas como algo mayoritario, se pasa por alto que cuando una comisión aprueba una norma no es lo mismo que la apruebe el pleno. No es fácil entender lo que está pasando. Y lo que ha aprobado el pleno no es nada radical, ninguna locura, pero eso no genera ruido. Por otra parte, hay un clima en la Convención que no ha sido lo suficiente generador de acuerdos y tranquilizador como uno desearía. La derecha ha sido poco incorporada en diálogos, pero a la hora de aprobar normas ha sido determinante. La parte luminosa son esas normas que se ven en el pleno”.

A eso podemos agregarle un par de cosas. Lo primero es que la idea de que la Convención se había alejado de “lo que pedíamos” ya circulaba en paneles de opinión con casos de gente que había votado Apruebo en 2020 y avisaba que podía votar por el Rechazo en 2022.

Fuente: Plataforma Telar.

Juan Pablo Luna, quien coordinó el panel que está citado acá arriba y es uno de los académicos que mejor está leyendo este escenario, advirtió que la Convención, a pesar de contar con una gran cantidad de independientes, comenzó a sufrir del mismo descrédito que padecen otras instituciones como el Congreso. Los constituyentes se convirtieron en políticos. El famoso“más de lo mismo”.

Luego, si bien es cierto que las normas en el pleno contaban con votos de la derecha y que el texto final era todo menos una Constitución bolivariana, la propuesta no gozaba de un amplio consenso. Redactada de manera paritaria y con representación de pueblos originarios, el texto incorporaba muchas de las demandas de los últimos años, consagradas en la figura del Estado Social y Democrático de Derecho, la principal ruptura con la carta magna de la dictadura. Pero también hubo propuestas que generaron ruido y que la Convención no quiso o no supo enmendar a tiempo, sobre todo las vinculadas a la aplicación del concepto de plurinacionalidad en el sistema judicial. Que haya sido el gobierno el que se comprometió a revisar alguno de los artículos, acuñando la idea de “Aprobar para Reformar”, visibilizó el problema y le restó todavía más épica a la campaña.

A eso se le suma otro factor para nada desdeñable.

3. Los cambios en el escenario político

La campaña del Apruebo tuvo un problema que se resume así: la izquierda jugó dividida y la derecha unida.

Esto es lo contrario a lo que sucedió en 2020, cuando varias figuras de la centroderecha –entre ellas el mayor aspirante a La Moneda por entonces, Joaquín Lavín– se mostraron a favor del Apruebo. Hasta el propio Piñera se subió al resultado. Los referentes de la coalición conocida como Chile Vamos tenían entonces más incentivos para montarse al tren reformista antes que atrincherarse en el Rechazo, una posición que asumió, con pocos acompañantes, José Antonio Kast. Ese es, de hecho, el puntapié de su candidatura presidencial. Para que se den una idea del clima que se respiraba en la centroderecha, tengan en cuenta esto: los cuatro candidatos que compitieron en primarias en 2021 habían hecho campaña por el Apruebo.

¿Qué pasó, entonces? Hay dos lecturas. La primera tiene su origen en la elección para conformar la Convención Constitucional, en mayo de 2021, donde se destacaron los independientes y la izquierda, mientras que la derecha no llegó siquiera al tercio de la representación, que le aseguraba poder de veto. Al volverse prescindible para llegar a acuerdos, la derecha se alejó paulatinamente de la rosca constituyente, que terminó dominada por distintos sectores de izquierda, algunos de ellos independientes y de cepa más intransigente.

Hay otra lectura, sin embargo, que asegura que la derecha –o su mayoría– nunca apostó al proceso constituyente, en parte porque implicaba renunciar a una Constitución que consideraban propia. Según esta visión, la derecha justificó su Rechazo en la narrativa de la exclusión y la redacción de un texto partisano, pero se hubiese opuesto de todas maneras, dado que el proceso no representaba a sus intereses.

Sea como sea, el Rechazo fue una gran oportunidad para que la coalición se volviera a reunir, luego de una elección en la que quedó fuera de la segunda vuelta y sumida en un intenso festival de acusaciones cruzadas. Además, los eventos de los últimos años, en los que se destacan el ascenso del outsider de ultraderecha Kast y el fin del hechizo del estallido social, amputaron los incentivos para defender el texto. Esta unidad, por cierto, también incluyó a los principales grupos empresariales y medios de comunicación, históricamente representados por la coalición, que contribuyeron a debilitar el proceso constituyente.

Fuente: Cicad

Por si esto fuera poco, el Rechazo contó con otro aliado imprevisto. Los principales rivales del Apruebo no fueron los pinochetistas sino las figuras de centroizquierda que pedían por una nueva Convención. Estos referentes, nucleados en movimientos desnutridos pero con alto alcance mediático como “Amarillos por Chile”, fueron importantes para instalar la idea de que el texto tenía problemas. Los protagonistas fueron sobre todo los miembros del ala más conservadora del sector, que no se integraron al gobierno como la mayoría del Partido Socialista y que tenían otros intereses a defender: el nuevo texto consagraba, entre otras cosas, la eliminación del Senado, una línea roja para varios.

Por último, la deriva del proceso no se puede escindir del gobierno de Gabriel Boric, que tuvo un arranque difícil, como contábamos en el correo citado (perdón, otra vez por eso). Tironeado por las dos alas de la coalición –el Partido Comunista y los satélites perdidos de la ex Concertación–, el presidente no logra hacer pie ante una coyuntura asediada por la inflación y la epidemia de hechos de inseguridad y violencia en distintas zonas del país. Fue notable cómo la popularidad de Boric y la de la Convención cayeron casi en paralelo.

Es posible que ahora venga un cambio de gabinete brusco, como respuesta al resultado. Boric dio un discurso al comienzo de la noche, donde pidió “escuchar la voz del pueblo” y llamó a continuar el proceso constituyente, con mayor amplitud.

La discusión pública también quedará invadida de preguntas: ¿Hace falta un nuevo plebiscito para entrar a un siguiente proceso constituyente? ¿Quién redactará la nueva Constitución? ¿Es necesaria? ¿O es mejor reformar una vez más la que está vigente? ¿En qué plazos?

Así, el proceso vuelve a ser conducido por los actores que fueron impugnados en la movilización, y que proyectan, cuanto menos, una profunda desconfianza y desarraigo. Como si se volviera al inicio del laberinto.

Pero el tiempo no es circular, y se engañan los que creen que Chile puede volver al 17 de octubre de 2019. Quizás el mandato no sea el que interpretó y llevó a cabo esta Convención, pero hay una demanda amplia y transversal de cambios y reformas, que ha ocupado el espacio público como jamás en la historia del país. Difícilmente lo abandone sin algún tipo de respuesta.

Un abrazo,

Juan

Creo mucho en el periodismo y su belleza. Escribo sobre política internacional y otras cosas que me interesan, que suelen ser muchas. Soy politólogo (UBA) y trabajé en tele y radio. Ahora cuento América Latina desde Ciudad de México.