Brasil por encima de todo: el rol de los militares en el gobierno de Bolsonaro

Una radiografía sobre el lugar de las Fuerzas Armadas en el escenario político brasileño. Por qué siguen apoyando al Presidente.

Que sea tan urgente analizar la incidencia de las Fuerzas Armadas en un proceso político desnuda cierta distorsión de la institucionalidad democrática de ese país. En el caso de Brasil, la primera conclusión rápida es desde hace varios años la excepción se convirtió en regla. 

Una presidenta injustamente destituida de su cargo, un expresidente detenido más de 500 días sin pruebas y un negacionista de la dictadura en el gobierno contribuyeron a que estemos prestando más atención a lo que ocurre.

Las Fuerzas Armadas de Brasil adquirieron un rol central en la agenda pública de los últimos dos años y, si bien se trata de una tendencia ya presente en la salida del Partido de los Trabajadores (PT) luego del impeachment a Dilma Rousseff y el interinato de Michel Temer, el poder se consolidó con la llegada de Jair Bolsonaro. 

Como ex capitán paracaidista del Ejército, el presidente de Brasil se comprometió a encarnar el proyecto de retorno de los militares al poder luego de la dictadura de 1964 y su presencia en el gabinete supera a la de aquellos tiempos. Hoy, el 40 por ciento de los ministros de Bolsonaro son militares.

Sin embargo, los vaivenes de la coyuntura hacen que muchos supongan que la figura de Bolsonaro se encuentra frente a una inminente caída que terminaría con los militares asumiendo el mando. Esto puede llevar a un error. 

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Si bien las disputas internas con los gobernadores, el Congreso y el poder judicial achican su base de sustento, en términos reales Bolsonaro cuenta con una base de apoyo e instancias de negociación para resistir, inclusive, un eventual impeachment. Una parte clave de ese apoyo son los militares.

¿De qué hablamos cuando hablamos de los militares en el gobierno?

Un breve paso por la historia 

Las Fuerzas Armadas tienen una enorme relevancia en la historia de Brasil. Desde la Primera República hasta el golpe del 64 protagonizaron disputas, consolidaron bases de apoyos y operaron como un factor de desestabilización. Con el golpe de Estado a Joao Goulart se metieron de lleno en el diseño de un proyecto político que duró 21 años. 

Los militares habían ocupado el rol de poder moderador entre 1889 (instauración de la primera República con el Mariscal Deodoro da Fonseca) hasta las Constitución de 1988. Una lectura institucional que defienden diferentes autores indica que con el fin del imperio, el rol de moderación que era ejercido por el monarca fue sustituido por las Fuerzas Armadas. 

La Primera República que terminó con la monarquía fue producto de la acción de un grupo de militares contrarios a la élite civil del imperio descontentos con la situación del país y su estatus político propio. En ese entonces, el prestigio de los uniformados los motivó a perseguir sus propias ambiciones políticas. 

Ese periodo denominado como “República Vieja” culminó con la llegada al poder de Getulio Vargas en 1930. Si bien generaba cierta resistencia entre la cúpula, Vargas terminó con varios militares en el gobierno, incluido el General Enrico Gaspar Dutra, ministro de Guerra de Getulio y arquitecto del golpe que lo terminó desplazando del poder en 1945. 

En 1950, Vargas vuelve al escenario y gana las elecciones presidenciales. Gracias a su postura nacionalista recibió apoyo de empresarios, de las Fuerzas Armadas, de grupos políticos del Congreso, de la Unión Nacional de los Estudiantes (UNE) y de la sociedad civil. El 23 de agosto de 1954, 27 generales difunden el manifiesto de los coroneles en donde exigen públicamente la renuncia de Vargas; en la mañana del 24 de agosto, Vargas se suicida. 

En marzo de 1964 salen a las calles las tropas de Minas Gerais y de São Paulo y el 9 de abril se decreta el Acto Institucional Número 1 (Al-1) –al que suelen aludir con simpatía los hijos del actual presidente–, que interrumpe el mandato político y altera todos los organismos públicos.

El mariscal Humberto de Alencar Castello Branco fue el escogido entre los militares para asumir la presidencia del país. En su gobierno, fueron promulgados los Actos Institucionales que suspendieron los derechos políticos de los ciudadanos.

El patrón de intervención militar se repite: en 1945 evitando la continuidad de Vargas, en 1954 forzando el suicidio de Getulio, poniendo las condiciones para la reorganización de 1955, presionando para la salida de Janio Quadros y condicionado la asunción de Goulart en 1961 a un cambio de sistema presidencialista a parlamentarista y perpetrando tres años después un golpe de Estado en 1964. Las Fuerzas Armadas se presentan como moderadores en las relaciones de poder, con péndulos de mayor y menor protagonismo.

Con la transición democratica de 1985 y la redacción de la Constitución de 1988, el rol de tutores ejercido por los uniformados fue ocupado por el poder judicial. De ahí nace la tensión entre militares y poder judicial que vemos en el presente. 

¿Cuánto queda de la generación del 64?

El contexto político hoy luce diferente, con instituciones más fuertes tanto en el Estado como en la sociedad civil.  A pesar de la sucesión de crisis desde 2013, el sistema político brasileño sigue siendo mucho más estable y pacífico que en la primera mitad del siglo XX.  

Además, la generación de políticos civiles que emergieron durante la resistencias a la dictadura y que construyeron sus carreras en oposición al régimen todavía está presente y sigue dominando sus partidos. Lula es un gran ejemplo de ello.   

En la actualidad existe una percepción entre el comando de que las corporaciones militares no deberían involucrarse con temas coyunturales de la política nacional, sino que pueden desempeñar el papel de leales en el equilibrio, evitando que los “grupos radicales de izquierda” lleguen al gobierno.

En términos de cultura democrática dentro de las fuerzas ha habido poco progreso, dado que reivindican su historia y señalan a las fuerzas políticas como responsables de las crisis. El gobierno de Fernando Henrique Cardoso (1995-2002) creó el ministerio de Defensa y sometió a las tres fuerzas al mando civil, pero no logró cambios en la dinámica de entrenamiento y formulación de doctrinas.  

Las escuelas de alto rango todavía respiran una geopolítica de la guerra fría e, incluso con un mayor diálogo con las instituciones de investigación civil, todavía mantienen una estructura hermética. Esa retórica se exacerba con Bolsonaro y su núcleo duro.

Se puede decir que, a pesar de un contexto histórico diferente, todavía perdura parte del espíritu de 1964 que, por cierto, es una fecha celebrada por la FFAA en las tropas actuales. Un follow en Twitter alcanza para corroborarlo.

El filósofo Vladimir Safatle plantea que “Bolsonaro está construyendo una derecha con base popular que busca construir un proyecto revolucionario que cambie la nueva república construida con el retorno de la democracia”, y asemeja al bolsonarismo con la ultraderechista Acción Integralista Brasileña, desaparecida en los 30,  que contaba con más de un millón de integrantes.  

¿Qué rol cumplen las Fuerzas Armadas en ese proyecto revolucionario? Safatle cree que hay sectores que no coinciden con ese proyecto pero se van a mantener con Bolsonaro mientras cuente con el 30% de apoyo popular que tiene hoy.

 “La idea de que el Ejército puede controlar a Bolsonaro es una gran ilusión”, avisó. 

Militares en el gobierno, militares en ejercicio 

Posémonos sobre el presente. ¿Es correcto separar a las Fuerzas Armadas como institución de los militares que están en el gobierno de Bolsonaro?

Por un lado, los comandos de las tres fuerzas intentan mantener una separación institucional y política del gobierno. El actual Comandante en Jefe del Ejército, el General Edson Leal Pujol, es una figura reacia a tener el centro de atención, solo aparece en eventos públicos junto a funcionarios del gobierno y evita hacer declaraciones sobre temas controvertidos que están en la agenda. El último gran desmarque fue luego del acto que encabezó Bolsonaro en la sede militar, en el cual sus seguidores pidieron el cierre del Congreso. Esta actitud de diferenciación generó el enojo del presidente y alimentó los rumores de una posible remoción del jefe militar. 

Se trata de un contraste significativo con el general Eduardo Villas Boas, comandante del Ejército durante el gobierno de Dilma, cuya actuación política fue más frontal. Pujol es mucho más reservado que Villa Boas que, entre otras cosas, amenazó con sacar el Ejército a la calle si el Supremo Tribunal Federal fallaba en contra de la prisión de Lula, y hoy es un asesor importante del gobierno que tiene referencia en los militares activos e interviene cada vez que Bolsonaro parece estar asediado y al borde del abismo o para contribuir en retórica contra los medios de comunicación, sobre todo a través de las redes sociales. 

El gobierno de Bolsonaro ve en el personal militar activo y de reserva piezas importantes para ocupar puestos altos y medios en el Estado, Se trata, como remarcó Aloizio Mercadante, uno de los fundadores del PT, de una política de cooptación a través de recursos del Estado y aumento de salarios

El resultado es una interfaz muy grande que permite a los miembros de la fuerzas una influencia política sin precedentes en el período posterior a la democratización. Pero esto no evita algunos desacuerdos: la decisión de Bolsonaro de cambiar la ordenanza sobre los registros de armas y municiones es un buen ejemplo. El gobierno se opuso públicamente a una decisión del ejército, que condujo a la caída del comando logístico (Colog). 

Para Gunther Rudzit, ex asesor del ministerio de Defensa y profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Sao Paulo, «es difícil trazar una separación precisa, porque son generales que están en los puestos principales en el Palacio de Planalto.  Incluso hay un general activo (Walter Braga Netto) en la Casa Civil, uno de los puestos más importantes». Consideró, no obstante, que el papel de las tres Fuerzas Armadas sigue acotado a la Constitución. “Solo operan dentro de este límite legal, nada más”, explicó.

Este último punto es importante, ya que los militares se esfuerzan en no ser vistos como un factor antidemocrático, se presentan como custodios de la Constitución y quieren dejar en claro que Bolsonaro representa una visión de Brasil –conservadora, nacionalista y moral– que no corresponde a una visión de un partido político sino a una cuestión de Estado. Esto se suma a una visión sobre la lucha contra la corrupción y el crimen que, según su lógica, ha adquirido una dimensión muy grande en los últimos años en Brasil.  

“Bolsonaro hizo toda su campaña y de hecho, toda su carrera política identificándose con las Fuerzas Armadas, con la idea de que el Ejército es honesto y patriótico, a diferencia de los políticos civiles. Su gobierno tiene cientos de militares en puestos de confianza, incluido buena parte de los ministros. No hay nada igual en Brasil desde la re-democratización”, explica Mauricio Santoro, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Río de Janeiro.

Una fuente calificada que se desempeña como instructor dentro de las Fuerzas Armadas  en Río de Janeiro, y pidió reserva de su identidad, reveló que “hay una división clara y preocupante en el seno militar en relación con el gobierno que, en cierta medida, también ocurre en la policía militar”.  

Los oficiales de bajo rango son el principal grupo de apoyo político de Bolsonaro, pero entre los comandantes existe el temor de acercarse.  Este miedo, agregó la fuente, se debe a dos puntos principales.

El primero es la disputa de poder abierta en el gobierno entre tres campos: los «olavistas», ministros ideológicos que promueven una agenda radical; los liberales, que representa el ancla de apoyo del gobierno en los mercados y personifica el ministro de Hacienda Paulo Guedes; y los militares. 

Bolsonaro hace equilibrio entre estos tres pilares que representan diferentes propuestas.  El paquete de inversión para la recuperación económica –bautizado «Pro-Brasil»– reveló parte de la tensión que existe entre Guedes y el ala militar, que refleja profundas diferencias entre los proyectos de desarrollo liberal y nacional.  

Las disputas entre los ministros olavistas y los militares también son comunes.  Esto llevó, entre otras cosas, a la caída del general Santos Cruz de la secretaría del gobierno en 2019.

El segundo punto es el temor entre los comandantes sobre la viabilidad política del gobierno. Bolsonaro gobierna al forzar las instituciones y ha visto caer mucho su popularidad en los últimos meses, lo que puede afectar la percepción pública (aún muy favorable) sobre los militares. 

El periodista especializado en Defensa Sidney Rezende explicó que “los militares que han sido dados de baja, y por lo tanto,ya no están en servicio activo, pueden realizar varias funciones y muchas de ellas en el actual Gobierno Federal.  Sucede que en el primer escalón también hay personal militar activo. Muchos fueron invitados a servir al gobierno de Bolsonaro. Formal e informalmente, la proximidad de los militares a los jefes del Alto Mando crea una situación peligrosa. La relación entre los militares activos y los jubilados es enorme. Comienza a ser difícil ver los límites de cada uno. Esto socava la exención necesaria requerida para el equilibrio de los poderes institucionales. Y este debate es actual en la vida política brasileña”.

¿De qué depende el apoyo de los militares a Bolsonaro?

En principio, de dos cosas:

  1. Formulación de políticas públicas exitosas. En este punto la gestión de la crisis del coronavirus es clave. Aquí entra la decisión del gobierno de autorizar la cloroquina pero también la definición de la política económica, la magnitud de las privatizaciones, la inyección de recursos en los sectores vulnerables y la capacidad de disminuir una caída del PBI que según proyecciones que maneja el mercado sería entre 7 y 10 puntos. 
  1. Capacidad de controlar la tensión institucional causada por otras alas del gobierno. Los militares han logrado imponer algunas agendas, pero están cada vez más enredados en crisis institucionales como la que generó la renuncia del ex ministro Sergio Moro contra el presidente sobre la intención del primer mandatario de interferir en las investigaciones de la Policía Federal. 

Si este tipo de situaciones continúa, el costo político de estar vinculado a Bolsonaro crece exponencialmente. En otras palabras: si el proceso en el Tribunal Supremo (STF) avanza en las investigaciones contra el presidente y su familia, los militares tendrán dificultades para no verse involucrados en las controversias creadas en torno a la figura de Bolsonaro y podrían abandonar sus cargos. Por lo pronto decidieron cerrar filas y criticar al juez supremo Celso Mello,  que permitió la divulgación de un video de una reunión interna  en el que el presidente reconoce su intención de interferir en la Policía Federal para impedir una investigación contra sus hijos. “No voy a esperar que jodan a mi familia o a mis amigos. Si hace falta cambiar al jefe de seguridad, lo cambio. Si hace falta cambiar un ministro, lo cambio”, afirmó el Presidente en dicha reunión. 

Para Rudzit, «los militares solo retirarán el apoyo al gobierno si se prueba algún acto criminal, es decir, pasando por un proceso legal completo en el que él pueda defenderse, es decir, un proceso que sigue la Constitución”. 

Santoro, quien brindó cientos de conferencias en academias militares entre 2005 y 2018, opina que esto sucederá si la popularidad del presidente cae a niveles muy bajos, alrededor del 10%. “Es una posibilidad, ya que Brasil se dirige a una crisis económica muy grave”, explicó.

“Bolsonaro cuenta con el apoyo de las Fuerzas Armadas y las fuerzas de seguridad de los estados y municipios. Ha sido presionado por importantes sectores de la sociedad que encuentran al presidente en la puerta de entrada para un golpe y, posteriormente, una dictadura. Durante semanas la clase media ha estado haciendo cacerolazos contra el presidente. Y no pasa nada. Si el gobernante estuviera a la izquierda, ya se habría caído”, indicó el periodista.

Podemos advertir que existe una tensión entre el ala militar del gobierno y la estrategia de radicalización de Bolsonaro.  Los militares quieren un mínimo de diálogo con el Congreso, una respuesta efectiva a la pandemia y el control de la comunicación gubernamental reduciendo los espacios para la familia del presidente, especialmente la estrategia de «guerra cultural» promovida por Carlos Bolsonaro.

De estas últimas semanas podemos destacar tres movimientos de los militares. 

  1. El jefe de la Casa Civil Walter Souza Braga Netto es quien está tejiendo los acuerdos con el interbloque de partidos tradicionales con mayoría en el Congreso denominado “Centrao”, que incluye lugares estratégicos en el Ejecutivo como el Departamento Nacional de Obras, el Consejo de Itaipú y el Fondo Nacional de la Educación. Todas cajas millonarias a cambio de apoyo para evitar un juicio político. Como tituló The Intercept en un reciente Newsletter escrito por su Editor Ejecutivo, Leandro Demori, “hay 142 billones de motivos para apoyar a Bolsonaro”. 
  1. El visto bueno militar para la reforma del protocolo del Sistema Único de Salud que permite la utilización de la cloroquina. El General Eduardo Pazuello, que se desempeñaba como viceministro de Salud,  fue designado como interino en el cargo. Su rol será clave en la puja entre quienes defienden la autonomía del Sistema Único de Salud y el Ejecutivo. 
  1. La columna del vicepresidente Hamilton Mourão en el portal Estadao de Sao Paulo, donde se alinea con Bolsonaro y critica al poder judicial, la polarización y considera que la lucha contra la pandemia no es solo una cuestión de salud.  Se enfoca en el daño que las divisiones ha generado en la imagen del país y evita criticar a Bolsonaro aunque anticipa un caos, cierra filas con el argumento de no cerrar la economía (y por ende no aplicar medidas de aislamiento social) y preservar el empleo pero también critica con dureza al poder judicial, a los gobernadores, los medios de comunicación y el Congreso.  

La tensa calma de la coalición se mide por el grado de pragmatismo en el ejercicio del poder y en las negociaciones de los militares con el Parlamento. Por esto, es correcto decir que hoy el rol de los militares es moderar a Bolsonaro mientras que el resto lo radicaliza. 

El rol de Hamilton Mourão

Antes de ir a la reserva, el vicepresidente Mourão era comandante militar del sur, una de las posiciones más prestigiosas del Ejército. Aún activo, se destacó como uno de los pocos generales que habló abiertamente contra el gobierno del PT y fue castigado por eso, perdiendo su puesto y reubicado en un cargo administrativo.  

Durante este período, obtuvo apoyo tácito entre sus compañeros en los cuarteles. La fuente anónima consultada por Cenital explicó: “Está bien considerado en los cuarteles y se ha convertido en una especie de ancla de apoyo para los militares con el Ejército.  Sin embargo, el prestigio es diferente del poder real. Mourão hoy no tiene voz de comando”.

“Su verdadera oportunidad de convertirse en Presidente es a través de un juicio político, ordenado por el establecimiento civil del congreso y siguiendo todos los ritos constitucionales. No a través de un golpe de Estado planeado por la Fuerzas Armadas”, sentenció.

Hamilton Mourão no tiene la verborragia de Bolsonaro. Cuando decide hablar tiene un sentido práctico: apunta a apagar un incendio o instalar un tema en la agenda. Seguramente exista tensión entre ambos pero si hay algo que saben los militares es guardar secretos y hacer gala del  hermetismo.

Sidney Rezende sostiene que “Mourão parece listo para la eventual misión de reemplazar al Presidente en una renuncia improbable o después de un doloroso proceso de destitución.  Mourão, Bolsonaro, los militares que ocupan cargos gubernamentales y las Fuerzas Armadas parecen compartir la misma opinión: que los civiles en el poder son ejemplos de corrupción, que los jueces de la Corte Suprema deben ser retirados de inmediato y que  la prensa libre solo se interpone en el camino.  Los dueños del poder son muy similares en todas partes del mundo”.

Mourão ha sido más una solución que un problema para Jair Bolsonaro y, en lo que respecta a intervenciones públicas, parece que seguirá actuando de la misma manera. Corrige sin desautorizar, ordena sin desestabilizar y demuestra lealtad al proyecto que integra. De su parte no hay que esperar otra cosa. Eso sí: parece estar siempre listo para un eventual reemplazo. 

El peso específico de los militares en el gabinete también recae en Braga Netto,  el elegido para equilibrar tensiones y acercar a Bolsonaro al sistema.

La inutilidad de un Golpe

El influyente General y jefe de Gabinete Institucional del ministerio de Seguridad y Justicia, Augusto Heleno, sintetizó: «Los militares no van a dar un golpe, eso no pasa por la cabeza de nuestra generación, que fue formada por aquella que vivió los hechos de antaño, como estar contra el gobierno, en la contrarrevolución de 1964”. Heleno dejó en claro que una intervención, ya sea en formato de autogolpe o desplazando al Presidente, no está en sus planes. Probablemente porque sería una atentado contra ellos mismos. 

El ala militar del gobierno de Jair Bolsonaro tiene 10 de 22 ministerios y más de 3.000 militares en puestos de relevancia, mucho más que lo que tenía en la época de la dictadura.

La presencia dentro del Estado es clave en el manejo de recursos, la definición de políticas públicas y la construcción de equilibrios. Por ejemplo, el flamante ministro de Salud, General Eduardo Pazuello, quien sumó a 9 compañeros de armas a su gabinete, deberá construir un punto intermedio entre los que quieren una reforma estructural del Sistema Único de Salud y quienes pretenden dejarlo como está, no solo a la hora de modificar el protocolo para la utilización de la cloroquina sino también de los intentos de privatización que pretende imponer el ala liberal. Lo mismo sucede con Braga Netto y Paulo Guedes en las definiciones económicas en tiempos de crisis.

En materia de política exterior, los militares entienden que desde la periferia Brasil tiene que relacionarse con todas las potencias. La diferencia con Bolsonaro es que el presidente tiene una identificación personal con Donald Trump que responde al discurso antiglobalización, antimigración y una imitación del estilo. Sin embargo, hay una larga historia de geopolítica brasileña de favorecer alianzas con los EEUU,  como sucedió durante la segunda Guerra Mundial en donde Brasil apoyó a los aliados por pedido expreso de la Casa Blanca.

El ideario militar abraza el lema “Brasil por encima de todo”, que fue utilizado por Bolsonaro en la campaña electoral de 2018 y aglutina la pretensión de potencia hegemónica continental y la forma de comprender la brasileidad. En este sentido, aceptan las reglas del sistema, comprenden las jerarquías y buscan reforzar su posición dominante en la región.

Las Fuerzas Armadas, independientemente de cambios y continuidades a lo largo de la historia, se conciben como potencia hegemónica y para ello no es recomendable la coerción a menos que sea necesario. 

Los militares se aferran a su prestigio, aprovechan su nuevo peso en la opinión pública y sostienen una cruzada que busca cambiar aquello que, según su cosmovisión, fue distorsionado por los partidos políticos tradicionales. Para tal fin no necesitan un golpe, ya que conducen los resortes estratégicos del Estado y, en el peor de los escenarios, pueden ser herederos de ese tercio que acompaña con intensidad el oficialismo. 

Lula reitera cada vez que puede que el Partido de los Trabajadores no es antimilitar, agradeció a Mourão por haber declarado a favor de su salida al velorio de su nieto cuando estaba detenido–lo consideró “un gesto de humanidad”– y destaca que su gobierno aumentó el sueldo de los militares y el presupuesto para las Fuerzas Armadas. 

El histórico dirigente del PT y uno de los políticos más importante de la izquierda brasileña, José Dirceu, dijo en una entrevista que no hay un cuestionamiento al patriotismo de los militares sino a permitir ganar beneficios económicos a costa de la pérdida de millones de trabajadores. 

El puente que algunos dirigentes del PT intentan construir en sus declaraciones públicas se explica desde una lógica estratégica de largo plazo: a diferencia de países como Argentina, la corporación militar tiene una gran relevancia en el desarrollo estratégico y por eso no puede pensarse un proyecto sin incluirlas, lo cual implica un gran desafío para el debate interno de las fuerzas  progresistas.

Los militares son más pragmáticos que golpistas y juegan con las reglas del sistema para ser parte fundamental de un gobierno pretoriano que todavía tiene a Bolsonaro en el comando de control. Gobiernan con Bolsonaro, no contra Bolsonaro. Dentro de las incógnitas que gobiernan el futuro, podemos estar seguros de que lo que venga dependerá en buena medida de los cuarteles. 

Periodista especializado en Política Internacional. Director de Resumen del Sur y editor de la sección Mundo del portal de noticias 0223. Marplatense, hincha de Independiente y defensor rústico.