Bolsonaro le agarró el gustito

Un tercio de Brasil recibe el auxilio económico por la pandemia; el presidente cosecha. Una mirada a los desafíos de Japón después de Shinzo Abe. Quién está matando tantos colombianos.

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BOLSONARO LEE A MARÍA ESPERANZA CASULLO: POPULISTAS SOMOS TODOS

Es bien interesante el debate que se está produciendo en Brasil en torno al auxilio económico por la pandemia: una asignación de 600 reales mensuales que ha recibido al menos un tercio de la población desde abril. El martes Bolsonaro decidió recortarla pero no eliminarla: ahora será de 300 reales. Ese auxilio parece explicar el aumento en la popularidad del presidente –que, según Datafolha,  es la más alta desde el inicio del mandato– en todos los segmentos pero especialmente en los más pobres y en el nordeste del país, el bastión del Partido de los Trabajadores (PT), lo que ha llevado a algunos analistas a preguntarse si Bolsonaro, un presidente electo mayormente por votos de las clases medias y altas, podría estar cambiando su base social.

El auxilio. No fue propuesto por el gobierno sino por el Congreso. Bolsonaro y Guedes, su ministro de Economía, habían impulsado una asignación inicial de 200 reales. El Congreso, mediante la presión de los presidentes de las dos cámaras, logró subirla a 500. Finalmente el número quedó en 600, con el visto bueno de Bolsonaro. Inicialmente previsto para terminar en junio, se extendió hasta agosto y seguirá, con su nuevo valor, hasta fin de año. 

El impacto ha sido notable. Según un análisis de la Fundación Getulio Vargas, el programa, que alcanza a más de 60 millones de brasileños, es la experiencia de gasto social más grande en la historia del país, y ha contribuido a reducir la pobreza –del 25,6% del año pasado cae a 21,7%– y la extrema pobreza, que se redujo del 8,8% al 3,3%. Daniel Duque, uno de los investigadores del informe, le dijo a Bloomberg que se trata de la tasa de pobreza más baja desde que empezaron a medir hace 40 años, aunque las mediciones cambiaron de criterio a partir del 2004. El coeficiente de Gini, que mide la desigualdad, también alcanzó niveles históricos. En algunos estados de Brasil, la gente que está cobrando el auxilio es más que el total de trabajadores registrados. 

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“Si Bolsonaro continua con el auxilio, reelige”, me dijo Eduardo Crespo, profesor de la Universidad Federal de Río de Janeiro. El dilema es que continuar con el programa no es compatible con la agenda liberal que el gobierno había fijado y que representa Guedes, uno de los últimos embajadores de la élite económica brasileña que todavía orbitan en el gabinete. Pero los resultados del auxilio están a la vista, al igual que la cosecha de Bolsonaro, que en dos años enfrenta una reelección con pocos logros para mostrar.

Guedes se encuentra desdibujado. Hace varios meses que la prensa brasileña anuncia que su salida está a la vista y ha perdido más de una discusión sobre el gasto público con los militares, que hoy ocupan cerca de la mitad del gabinete. La semana pasada, el superministro y Bolsonaro chocaron precisamente por el proyecto de Renta Brasil, el programa de ayudas sociales que el gobierno evalúa como continuidad de la política de auxilio económico y que implicaría extender y sustituir el programa de Bolsa Familia, uno de los sellos del lulismo. La formulación del programa debe ser seguido de cerca: es posible que ese sea el campo que defina si Bolsonaro continúa en el camino que proyectan los auxilios o vuelve a la ruta de la austeridad.

El escenario está abierto. Para Eduardo, la élite económica brasileña puede empujar a Bolsonaro a regresar a un programa de austeridad. “Parte de la élite pedía al principio por un aumento del gasto público y algún tipo de ayuda. Ahora ya hablan de normalización. Temen que el presidente y el resto de la población se acostumbren”, me explicó.

Con la pérdida de apoyo en la clase media luego del desmanejo de la pandemia y los escándalos de corrupción que terminaron con la salida de Sergio Moro del gabinete, lo que significó un divorcio del bolsonarismo con el lavajatismo, Bolsonaro puede verse tentado a consolidar el apoyo que está registrando en los sectores populares. En una jugosa entrevista que te compartí hace unas semanas, el politólogo André Singer plantea precisamente eso: que los auxilios pueden ser el primer movimiento de una agenda que puede amenazar la base electoral del PT. 

Este posible movimiento es importante por lo que puede significar para las elecciones del 2022 y la economía, pero también por lo que dice sobre el sistema político brasileño. La hoja de ruta a la reelección ya no solo se sostiene en componentes reactivos –el antipetismo, quizás la principal fuerza política de Brasil– sino también en activos, con una posible incorporación de votos populares. El lavajatismo creó un monstruo con vida propia, que devora hasta sus raíces: la familia Bolsonaro está hundida en escándalos de corrupción y ha pactado su supervivencia en el Congreso con el Centrão, la casa matriz de la ‘vieja política’. La paradoja no termina ahí. El presidente, campeón global indiscutido en el desmanejo de la pandemia, es más popular que al inicio del mandato, en parte porque ha incorporado nuevos simpatizantes… de la base social del PT. 

Este tiro por elevación parece quedar demostrado en la campaña para las elecciones municipales de noviembre, donde Bolsonaro –que no tiene partido– se debate entre apoyar aliados o mantenerse al margen. Los comicios parecen ser más un termómetro sobre la relación de fuerzas dentro de la izquierda y la vitalidad de posibles rivales desde la centroderecha, como el gobernador de San Pablo, João Doria, que una prueba para el presidente. Claro que la ecuación no cierra sin advertir la presencia de nuevos viejos actores en el espacio público como los militares y los grupos religiosos. 

Pero para las elecciones de 2022 todavía hay mucho camino por recorrer, y no es seguro que las ayudas sociales se consoliden como política económica. Para Eduardo hay tres cosas a seguir en este dilema: los lineamientos de gasto público para los próximos años, donde Guedes va a dar la batalla; el posicionamiento de empresarios y otros sectores de la élite económica que avalaron en primera instancia el esquema de ayudas; y las elecciones en Estados Unidos, que van a marcar la agenda futura del gobierno. 

JAPÓN DESPUÉS DE SHINZO ABE

El viernes, Shinzo Abe renunció como Primer Ministro de Japón a causa de una enfermedad crónica –colitis ulcerosa–, que venía arrastrando desde hace tiempo pero que empeoró en las últimas semanas. De hecho, en los días previos al anuncio ya se especulaba con que podía dejar el cargo pronto. 

Abe, cuyo mandato vencía en 2021, seguirá en el cargo hasta encontrar su sucesor, que va a definirse el 14 de este mes en una elección dentro del Partido Liberal, la fuerza dominante en el país desde la era de posguerra. El favorito a sucederlo se llama Yoshihide Suga, es el secretario general de gabinete y es conocido por ser un operador en las sombras. Otra opción, más popular dentro de las bases del partido que no tienen peso en la elección, es el ex ministro de Defensa Shigeru Ishiba. En Japón, la tercera economía del mundo, las elecciones dentro del Partido Liberal importan casi tanto o más que las generales. Ninguno de los candidatos a suceder a Abe, de todas formas, promete un cambio abrupto en la dirección del gobierno. 

Van tres claves sobre el desafío que va a enfrentar el sucesor. 

El rancho después del Covid

Si bien mejoró con el gobierno de Abe, la economía de Japón no crece como antes y los fantasmas de recesión sobrevolaban previo a la pandemia. El nuevo gobierno deberá enfrentar, además del impacto económico del Covid, problemas demográficos graves –el país tiene una población avejentada, que se viene reduciendo hace una década– y una abultada deuda pública, que con el impulso fiscal de estos meses ha llegado al 250% del PBI. Japón necesita de reformas estructurales. Hay tela para cortar: la participación de mujeres en el mercado laboral, por ejemplo, sigue siendo muy baja.

La relación con Estados Unidos

Shinzo Abe fue uno de los pocos mandatarios globales que logró entenderse con Trump. La clave, según coinciden la mayoría de análisis, fue una estrecha diplomacia personal. El sucesor de Abe va a tener que trabajar bastante para mantener la química durante los próximos meses. Y las elecciones en Estados Unidos, el principal aliado en materia de seguridad del país, van a ser seguidas de cerca. Con el ascenso de China y el aumento de la tensión en el vecindario, y ante la asimetría cada vez más evidente entre los dos países asiáticos, Japón va a depender aún más de Washington. 

La relación con China

Abe y Xi llegaron al poder con un mes de distancia. Ambos países han experimentado un acercamiento diplomático que fue destacado por la prensa global. Pero el ascenso de China y la adopción de una postura más asertiva respecto a los asuntos regionales no son bien vistos en Japón, que en los últimos meses ha profundizado su acercamiento con India y Australia. China reclama la soberanía de las islas Senkaku/Diaoyu, que Japón controla. Ambas dirigencias mantienen un perfil nacionalista, aunque Abe no ha logrado reformar la Constitución “pacifista”, adoptada después de la Segunda Guerra Mundial. En China, por otro lado, todavía siguen presentes las memorias de la ocupación japonesa, que ocupan un lugar central en el relato del “Siglo de la humillación”, que promueve el Partido como espejo histórico. El frente externo del nuevo gobierno seguramente lo tenga en cuenta.

¿QUIÉN ESTÁ MATANDO TANTOS COLOMBIANOS?

En Colombia han habido más de 30 masacres en lo que va del año. Solo este mes han muerto al menos 45 personas en esas matanzas, que el gobierno llama ‘homicidios colectivos’, y que suceden mayormente en zonas rurales. Las noticias llegan y se acumulan, rebotan contra un paredón, pierden contra el efecto del tiempo necesario para digerirlas. 

Las masacres se suceden en distintos lugares, con lógicas distintas. El sábado 8 de agosto Cristan Caicedo y Maicol Ibarra, de 12 y 17 años, fueron asesinados a quemarropa por paramilitares cuando llevaban su tarea al colegio, en el departamento de Nariño. Tres días después, cinco adolescentes afrodescendientes, de entre 14 y 15 años, fueron encontrados muertos, con heridas brutales por todo el cuerpo, en el sur de Cali, una zona donde operan diversos grupos narcotraficantes, aunque todavía se desconoce el motivo del hecho. Al otro día de conocerse esa noticia, llegó otra: ocho jóvenes fueron asesinados en plena fiesta en el municipio de Samaniego, Nariño, por cuatro hombres que presuntamente pertenecían a grupos armados. Unos días más tarde, en el mismo departamento, se confirmó que tres indígenas fueron asesinados en la zona del monte de Nariño. También hubo masacres en Arauca, en la frontera con Venezuela, donde florecen grupos armados, y El Tambo, en el departamento del Cauca. Y siguen (acá podés ver la lista completa).

Como relata Catalina Oquendo, las masacres revelan la nueva cara del conflicto en Colombia después del acuerdo de paz con las FARC en 2016: los grupos armados están fragmentados, con mero alcance local en algunos casos, y conviven con paramilitares, además de chocar entre sí y con el Ejército (las víctimas, como siempre, suelen ser los pobladores rurales). No se puede identificar un solo autor de estas masacres y otros homicidios, “la cara del conflicto se volvió más confusa y focalizada”, dice Catalina. Algunos grupos se divisan: el histórico Ejército de Liberación Nacional (ELN), que ha ganado notoriedad con el desarme de las FARC; el Ejército Popular de Liberación (EPL), otro grupo armado; el Clan del Golfo, un bloque de paramilitares; y las disidencias de las FARC, que se quedaron al margen del acuerdo de paz.

La violencia en el país vive una escalada comparable –aunque por ahora menor– a los años del conflicto armado. En paralelo a las masacres, la matanza a líderes sociales alcanza una dimensión histórica: según la ONG Indepaz, 1000 líderes sociales y defensores de DDHH han sido asesinados desde la firma del acuerdo de paz; otros registros las ubican en un número menor, pero también con un promedio mayor a 100 asesinatos por año desde 2016. 

El gobierno atribuye la ola de violencia a los grupos narcotraficantes y niega que haya habido un aumento en los últimos dos años. La respuesta más difundida ha sido reanudar las fumigaciones con glifosato en los cultivos de coca. Desde su llegada al poder en 2018, Duque ha hecho poco para implementar el acuerdo de paz con las FARC. No resulta descabellado: el uribismo se opuso al acuerdo y tejió su victoria presidencial a partir de la victoria del No en el referéndum. Los resultados están a la vista. La ruta al posconflicto, como se quiso rotular a la era que abría el acuerdo y que hoy ha quedado sin valor retórico a la luz de todas estas noticias, se construía únicamente con un mayor rol del Estado para llenar el vacío que dejaban las FARC. El vacío sigue allí. Duque ha implementado algunos puntos del acuerdo, se ha negado a desmontarlo, pero no ha intentado llenar ese vacío. Y los vacíos, como un algoritmo de inteligencia artificial, se llenan con los recuerdos. Vuelven a la Historia. En Colombia, esa Historia se llama violencia.

PICADITO

  1. Venezuela: a meses de la elección, Maduro indulta a más de 100 presos políticos.
  2. A Navalny lo quisieron matar, dice Alemania.
  3. La visita de Trump a Kenosha agita el conflicto racial en EEUU.
  4. Vuelve la tensión en la frontera entre India y China.
  5. Líbano tiene nuevo Primer Ministro.

QUÉ ESTOY LEYENDO

Me gustó mucho este texto de Pablo Bustinduy sobre la crisis de identidad de la Unión Europea, ante un presente donde la ultraderecha, dice, es la única fuerza que plantea un nuevo sujeto político europeo. Una mirada lúcida desde la izquierda.

LO IMPORTANTE

Ya que hoy hablamos sobre Japón, y aprovechando que ayer se cumplieron 75 años del tratado de rendición que dio fin formal a la Segunda Guerra Mundial, te comparto un meme de mi bodega:

A propósito de la historia de Japón, me acordé de este vídeo que se había hecho viral hace algunos años. ¿Vale tu tiempo? Vale tu tiempo.

Acá dejamos por hoy. 

Nos leemos el jueves.

Un abrazo,

Juan

Creo mucho en el periodismo y su belleza. Escribo sobre política internacional y otras cosas que me interesan, que suelen ser muchas. Soy politólogo (UBA) y trabajé en tele y radio. Ahora cuento América Latina desde Ciudad de México.